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La paz, el personaje del año

El jefe del equipo del gobierno en La Habana ha sido el timonel de un proceso duro de negociar y difícil de vender.

21 de diciembre de 2013

Fue el personaje del año en 2013. Y, si las cosas siguen como van y el gobierno y las Farc alcanzan a un acuerdo final, podría llegar a serlo también en 2014. En este año le ha tocado un papel ingrato ante el escepticismo que despierta el proceso de paz, que ha sido un experimento duro de negociar y difícil de vender a ciertos sectores de la opinión pública. Pero los resultados de 2013 son satisfactorios y las esperanzas para 2014 son grandes. Esto acredita a Humberto de la Calle para ser la carátula de SEMANA en este final de año.

El líder al frente de los diálogos de paz tiene una hoja de vida hecha para este momento. Ha estado en los últimos tres procesos que se han intentado adelantar con las Farc, la guerrilla más antigua del mundo. El caldense fue vocero del gobierno de César Gaviria en los diálogos de Tlaxcala y Caracas entre 1991 y 1992. Y unos años después regresó al país para formar parte del gabinete del presidente Andrés Pastrana como ministro del Interior, cuando las negociaciones del Caguán estaban en su punto más difícil.

Por cuenta de esta experiencia no sorprendió que Juan Manuel Santos lo designara para ser el encargado de llevar la batuta del proceso en La Habana. Sus allegados aseguran que no solo conoce al grupo guerrillero con el cual hoy negocia, sino que sabe muy bien qué errores no se pueden volver a cometer en esas negociaciones.

Pero su experiencia como contraparte de las Farc no es lo único en su hoja de vida que lo convierte en una figura clave en la coyuntura actual. De la Calle fue uno de los arquitectos silenciosos en la construcción de la Constitución de 1991, pues era el ministro del Gobierno de Gaviria y el enlace de este con la Asamblea Nacional Constituyente.


Como para ese momento ya había sido registrador nacional y magistrado de la Corte Suprema de Justicia, sus aportes fueron definitivos para estructurar el marco jurídico que permitió dar beneficios penales para la reinserción de la Coordinadora Guerrillera. Con esto pudieron incorporarse a la legalidad y posteriormente participar en política grupos subversivos como el M-19, el PRT y el Quintín Lame.

Estas experiencias, sumadas a su conocimiento de la Constitución y las leyes, son consideradas por sus colegas de la Mesa como un activo muy valioso en la Habana. Le han permitido nadar como pez en el agua en los debates sobre el futuro que pueden tener los miembros de las Farc y, a su vez, dar claridad sobre los posibles escenarios políticos y jurídicos que tendrán que construirse para que, después de la firma de un acuerdo, existan las condiciones que permitan la reincorporación de ese grupo guerrillero a la sociedad con garantías para las dos partes de la Mesa.

Pero su hoja de vida no solamente ha sido útil en La Habana. Su bagaje no es únicamente como jurista y negociador, sino como político realista. De la Calle sabe cómo funcionan los partidos, el Congreso y la opinión pública. 

Ha sido ministro de gobiernos liberales y conservadores. Fue la cabeza de la cartera del Interior en los gobiernos de César Gaviria y de Andrés Pastrana. A la de Gaviria renunció para lanzarse como candidato a la Presidencia, pero perdió en la consulta del Partido Liberal frente a Ernesto Samper. Además, ha tenido durante varios años un pie en los medios como columnista, comentarista radial y escritor ocasional de libros y revistas.

Su participación en el gobierno de Samper lo hizo protagonista del país en ese momento de crisis. Se enfrentó a su jefe por cuenta del escándalo del proceso 8.000 y renunció a su cargo por la gravedad del mismo. 

Los samperistas lo tildaron de “conspirador” pues en política con frecuencia se castiga más la deslealtad personal que la de los principios. La realidad era que si Ernesto Samper se caía, lo cual era probable, el presidente de la República sería Humberto de la Calle. Esto creó una desconfianza mutua entre él y el samperismo, pero no con la opinión pública en general, que reconoció su postura vertical.

De ahí en adelante, tuvo un perfil más bajo como embajador en Reino Unido y en la OEA. Su regreso a la arena política fue otra vez con el tema de la paz. Primero como ministro del Interior de Pastrana durante el fallido experimento del Caguán y, ahora, como jefe negociador en el proceso en el gobierno de Juan Manuel Santos. En esta última responsabilidad ha sido discreto, pero tal vez por eso mismo ha transmitido prudencia, equilibrio, elocuencia y credibilidad.

De la Calle no ha sido protagonista ni ‘pantallero’. Ni siquiera frente a los ataques del uribismo al proceso de paz. Al contrario, ha intentado ser pedagogo en defensa de lo que se está haciendo en Cuba. 

Este año, el proceso produjo los primeros acuerdos políticos de fondo que se logran en una negociación con las Farc. Ya se ha vuelto un lugar común decir que nunca se había avanzado tanto con esa guerrilla (en 1984 se llegó a consensos que llevaron a la creación de la Unión Patriótica, pero no a acuerdos sustanciales de política, como se ha conseguido por primera vez, casi 30 años después, en La Habana).

Humberto de la Calle ha sido el timonel de la difícil negociación que ha desembocado en un acuerdo sobre dos puntos, de los seis de la agenda convenida. El primero está en la raíz del conflicto y es la razón de ser de las Farc: el acuerdo sobre desarrollo rural. Y el segundo tiene que ver con las garantías para la participación política de los movimientos que surjan tras la desmovilización de la guerrilla. 

A esto habría que añadir otra novedad, que es quizás el principal síntoma de que la negociación está bien encaminada: los acuerdos en ambos puntos representan, a la vez, concesiones que el Estado se había resistido a hacer por décadas y una notoria moderación de las Farc en sus posiciones tradicionales.

Si hay alguien que, desde el lado del Estado, encarne este año en que la paz ha sido protagonista es De la Calle. Las lacónicas y escasas apariciones de este abogado caldense ante los medios en La Habana se han vuelto el símbolo de un ‘modelo’ de negociación muy distinto al del Caguán. Su parquedad comunicativa ha sido criticada por algunos periodistas, pero puede resultar determinante para mantener el proceso al margen de los micrófonos.

La paz pasó el año con buenas notas en 2013. Pero deja para 2014 tanto grandes interrogantes como grandes ilusiones. El año entrante será convulsionado si se tiene en cuenta que la campaña electoral puede afectar todo el panorama de la mesa de diálogo. Habrá referendo para la paz, unas elecciones para el Congreso –que tendrá que montar la estructura para hacerla posible– y la reelección o no del presidente Juan Manuel Santos. 

También faltan por negociar en La Habana puntos críticos de la agenda como el tema de la Justicia, el narcotráfico y la refrendación de los acuerdos. A Humberto de la Calle hasta ahora le ha ido bien, pero no la tiene fácil. Pero si por casualidad logra llevar el barco de la paz a feliz puerto, entonces 2014 será su año incluso más que 2013. Y si se llega a la firma de un acuerdo de paz, el futuro político del protagonista que lo sacó adelante será insospechado.