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¿Individualistas?

Un estudio de la Universidad de Massachusetts concluyó que los colombianos son solidarios por naturaleza y que el Estado los vuelve individualistas.

1 de mayo de 2000

Denunciar el compor-tamiento casi autodestructivo de los colombianos se ha vuelto un lugar común. Hace un par de semanas el ex canciller Rodrigo Pardo, en su columna de El Tiempo, dijo: “El país padece un peligroso desprecio colectivo por la ley”. Roberto Silva, presidente de Cartón Colombia, sentenció en su asamblea de accionistas: “Los dos principales flagelos que padece el país son la corrupción y la desconfianza”. Y Antonio Caballero repite con frecuencia en sus escritos que “los colombianos nos la pasamos violando la ley”.

Por todos lados el diagnóstico parece ser el mismo. Hay algo caótico, destructivo y anárquico en la mente de los colombianos, como una especie de maldición colectiva. “Un país de cafres”, dijo el maestro Darío Echandía. Sorpresivamente, sin embargo, un estudio realizado por la Universidad de Massachusetts afirma todo lo contrario: si se les permite comunicarse los colombianos se comportan como suizos.



El estudio

En 1998 la Universidad de Massachussetts, en asociación con el Instituto Humboldt, el World Wildlife Fund y la Fundación Natura, decidieron hacer una investigación en Colombia sobre cuál era la mejor forma de lograr que las comunidades rurales usaran bien los recursos naturales. Para ello seleccionaron tres municipios: Nuquí en el Chocó, El Encino en Santander y Filandia en el Quindío. Fueron escogidos por sus diferencias culturales y porque sus comunidades explotaban bosques para su sustento. Pero, a la vez, les afectaba la sobreexplotación de los mismos, al reducir la calidad de las fuentes de agua. En otras palabras, ellos mismos sufrían las consecuencias de excederse en la explotación de sus recursos.

La metodología usada es novedosa. Se trata de un modelo llamado economía experimental, que no es otra cosa que poner a la gente a jugar un juego, pero con incentivos económicos reales. Eso quiere decir que por los dos días que tenían que participar del ejercicio se les pagaba el equivalente de dos salarios mínimos diarios. En promedio 7.800 pesos por día, y si optimizaban su desempeño colaborando hasta 13.000 pesos diarios. Si lo hacían mal ganaban menos. Los grupos eran de ocho personas y en total participaron cerca de 200 campesinos con promedio de seis años de escolaridad.

El juego era simple: se sentaban en un círculo sin poder ver lo que hacían los otros ni hablar con ellos. En cada ronda llenaban una planilla, en la que tenían que poner cuántos meses del año iban a explotar el bosque. Si un individuo decidía explotarlo durante 12 meses y los otros siete del grupo no lo hacían nunca ganaba el máximo, 967 pesos. Pero si todos explotaban 12 meses el agua se acababa y nadie ganaba nada. El óptimo en el que todos pueden ganar es explotando un mes cada uno, ganando 669 pesos por ronda. Si todos actuaran así ganarían 13.000 pesos al final del día.

Esto quiere decir que a medida que jugaban se daban cuenta de que colaborando con los otros era posible que todos ganaran, pero si todos trataban de ‘pasarse de listos’ todos perdían. Lo interesante del experimento fue que después de varias rondas se dividieron los grupos en dos. A unos se les impuso una norma: el ‘Estado’ venía a decirles que no podían explotar más de un mes, el óptimo, en el que todos ganan. Y para asegurarse de que lo hicieran se seleccionaría al azar a uno de los jugadores y si estaba incumpliendo la norma tenía una fuerte multa. La probabilidad de ser multado era de 1 en 16.

Al otro grupo se le permitió simplemente que sus miembros pudieran hablar entre sí durante cinco minutos. Sin cambio de reglas, solamente hablar libremente de lo que quisieran durante cinco minutos. Los resultados, en todos los municipios, fueron los mismos. Cuando llegaba el ‘Estado’ a imponer el óptimo, aunque fuera para el bien de todos, los sujetos se dedicaban a hacer trampa y todos terminaron perdiendo. Aun a costa de su propio bolsillo. Y en el otro grupo, en el cual se les permitió hablar, se pusieron de acuerdo y cooperaron. Y, por supuesto, ganaron más plata.



¿Que significa?

Para Juan Camilo Cárdenas, PhD en economía ambiental de la Universidad de Massachusetts y coordinador del estudio, la conclusión es clara. Los colombianos no son individualistas por naturaleza. Lo que tienen es un alto sentido de la reciprocidad. “Eso quiere decir que yo colaboro si los otros lo hacen y dejo de hacerlo si los demás no cooperan”, aseguró Cárdenas.

El problema radica en que cuando llega el Estado a ‘imponer el bien común’ los colombianos se dedican a jugársela y hacer trampa, y terminan perdiendo todos. Porque saben que el Estado no tiene cómo supervisarlos en un ciento por ciento. Para Cárdenas, “la probabilidad de ser pillado in fraganti y multado en el estudio era de 1 en 16, mucho mayor a la que tiene un empresario de que lo atrape la Dian evadiendo en Colombia”. Esto significaría que el éxito de Fanny Kertzman no corresponde a que los ‘perros’ de la Dian estén capturando a todos los evasores sino a que ha hecho campañas de concientización como “comprar contrabando deja a otros colombianos sin empleo”.

En síntesis, el ejercicio de comunicarse durante cinco minutos permitió que los grupos crearan confianza y se hicieran responsables de su propio bienestar. “Entendieron que si no cooperaban todos perdían. Pero lo increíble es que el raciocinio siempre salió de ellos mismos, en todos los grupos, en todos los municipios”, agregó Cárdenas.

La pregunta entonces es ¿qué hacen cinco minutos de conversación para que ‘mágicamente’ los colombianos pasen de ser individualistas a colaboradores? Para Francisco Manrique, un investigador y empresario que actualmente prepara un libro sobre el cambio en las organizaciones, “cuando a la gente se le da la posibilidad de reflexionar descubre que o uno controla su destino o alguien más vendrá a controlarlo. Si a la gente se le da un espacio para encontrar la solución a sus problemas se compromete. Agrega Manrique: Y cuando hay diálogo, me doy cuenta de que el estereotipo de que ‘todos son bandidos’ es producto de un chisme colectivo. Veo que el otro es igual a mí y que es posible construir juntos”.

Lo anterior se ve reforzado por un reciente estudio del Banco Mundial, el cual descubrió que los alcaldes exitosos en Colombia gastaban pocos recursos pero comprometían el trabajo de los vecinos para construir el acueducto o pavimentar las calles en forma voluntaria. En contraste, los alcaldes que pensaban que un buen gobierno se hace endeudando al municipio o trayendo plata de afuera fracasaron.

Para Hernando Gómez Buendía, compilador del libro El almendrón, el estudio suscita dudas metodológicas. Primero, porque la economía experimental sigue siendo una simulación y no hay cómo asegurar que los resultados sean aplicables sólo a colombianos y no a gente de otros países. Sin embargo asegura que “lo que demuestra es que no hay legitimidad real del Estado”. Para Gómez Buendía el país sólo cambiará el día en que tenga una nueva forma de hacer participar a la gente: “No es ‘venga y colabore pero yo soy el jefe’, como ha sido hasta ahora”. No obstante Gómez es optimista: “No estamos en cero, se están haciendo cosas. Es lo mismo que sentarse con gente como Pacho Santos, el padre Gallo, Antanas Mockus, Carlos Lleras y muchos intelectuales, periodistas, sindicalistas y empresarios para crear una alternativa política distinta, con otras reglas de juego”.

¿Que se puede concluir de todo esto? La verdad es que este experimento enfrentó dos modelos ideológicos. El neoliberal de ‘sálvese quien pueda’ versus el socialdemócrata de ‘el Estado lo soluciona todo’. Y llegó a la conclusión de que hace falta un nuevo modelo ideológico que trascienda los anteriores. Para Cárdenas, “usando el símil del economista Samuel Bowles, ni la ‘mano dura’ del Estado ni la ‘mano invisible’ del mercado son capaces de corregir las fallas. Hace falta recurrir al apretón de manos”.



Consulte el estudio completo en su versión original en inglés
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