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Infamia

5 de febrero de 2001

A Diego Turbay no se le pasó por la mente que lo iban a matar esa mañana del 29 de diciembre. Confiado por temperamento, salió temprano de Florencia rumbo a Puerto Rico, donde tres días después se iba a posesionar como alcalde José Lizardo Rojas, su amigo ‘Chirriqui’, su pupilo en política, quien había triunfado en las elecciones de octubre pasado. Se sintió tan seguro en su camioneta blindada, custodiado por cuatro escoltas, que bajó a su mamá, doña Inés, del carro que los acompañaba detrás para que viajara con él. En un poblado llamado La Esmeralda pararon a tomar un famoso kumis. Pero su madre lo regañó y le recordó que la gota que tenía era porque siempre estaba comiendo a deshoras. Así que los acompañantes se quedaron desayunando y el grupo del representante a la Cámara siguió adelante. A cuatro kilómetros encontraron a los asesinos —un grupo grande, como de 40 hombres armados, según testigos— que, dijo la Policía, los vieron. Les dispararon a las llantas del vehículo. Los escoltas iban a sacar sus armas pero Turbay los detuvo. Se bajó del carro. Seguramente creyó que podía manejar la situación. Afirman que dijo: “Tranquilos muchachos, yo soy el presidente de la Comisión de Paz de la Cámara”. Sus amigos sostienen que la descripción coincide plenamente con lo que era Diego, “un tipo fresco, simpático, que se sentía capaz de resolver los problemas conversando, un hombre de paz”. Pero nada detuvo a los homicidas. Bajaron a empellones a los siete que iban en la camioneta y los acribillaron: 42 balazos impactaron a Turbay Cote, nueve a su madre, otros tantos al arquitecto Jaime Peña, hermano de la novia de Turbay, y a los escoltas de la Policía, Edwin Angarita del DAS, Hamil Bejarano, y personal, Dagoberto Samboní, y al conductor de confianza de la familia, Rafael Ocasiones. (Ver cronología de los hechos). Pero a sus 33 años Diego Turbay Cote tenía muchas más razones para pensar que estaba seguro. Antes de viajar al Caquetá había visitado con su madre al general Nelson Ramírez, segundo al mando del Ejército, caqueteño y amigo de la familia por años. Este les ofreció protección especial mientras estuvieran en la región y que así se lo comunicaría al general Javier Hernán Arias, comandante de la XII Brigada del Ejército. También calculó la comitiva de Turbay que el trecho entre El Doncello y Puerto Rico, parte de la única carretera asfaltada que va a San Vicente del Ca- guán, justo en el límite de la zona de distensión, estaría custodiado debido, precisamente, a las sospechas que tienen las autoridades de que las Farc salen de la zona para cometer delitos y luego se refugian en ésta. Más aún cuando hay una brigada móvil con base en El Doncello y está el Batallón Cazadores en Puerto Rico. Pero no fue así. Ni el retén que dice el informe oficial de la Policía que montaron las Farc a plena luz del día, donde fue detenido Turbay, ni las decenas de disparos, ni la movilización de más de unos 40 hombres armados por la zona desde la noche anterior fueron percibidos por las autoridades a tiempo para prevenir la masacre. “Ni el doctor Turbay o alguien de su comitiva nos pidieron seguridad, ni nos informaron del viaje y por eso no había un dispositivo de seguridad especial. Los únicos que podían saber del viaje eran la Policía o el DAS porque había escoltas de ellos acompañándolos, dijo a SEMANA un alto oficial de la XII Brigada. La tropa que hay en la zona realiza controles permanentes por la vía pero, obviamente, no pueden desplazarse todo el tiempo por la carretera. Tienen que tomar medidas de precaución para no ser emboscados, y eso fue lo que hicieron los hombres que se desplazaron desde inmediaciones de El Doncello cuando escucharon el incidente”, concluye el oficial. La política A pesar de los grandes enemigos que se había ganado su familia en la zona Diego Turbay sentía que su caso era diferente. Su abuelo, Abas Turbay —hermano del ex presidente Julio César Turbay, fue colono pionero del Caquetá hace más de 40 años; su padre, Hernando Turbay, fue jefe político tradicional de la región durante años y sus posturas radicales de derecha le trajeron muchas críticas. Su hermano mayor, Rodrigo, fue secuestrado en junio de 1995 por las Farc y casi dos años más tarde, cuando supuestamente iba a ser liberado, murió y nunca se determinó con claridad si asfixiado o ahogado. En el caso fueron involucrados también varios políticos de la región, entre ellos Pablo Adriano Muñoz —hoy gobernador del Caquetá, recién posesionado—, Boris Cabrera y Andrés Páez. Los tres fueron detenidos durante varios meses y posteriormente dejados en libertad por falta de pruebas. No obstante el episodio marcó hondas heridas en la política local. Pero Diego, el menor de los hermanos Turbay Cote, vivió lejos de los dramas políticos del departamento. Era caqueteño de alma y decía con gracia que había sido concebido en Guacamayas, una inspección de San Vicente del Caguán, donde su abuelo Abas había hecho su finca. Pero nació en Bogotá y recién graduado del Instituto Pedagógico Nacional con brillantes calificaciones se fue a estudiar administración de empresas a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Mientras estudiaba trabajó como asesor comercial de la Federación Nacional de Cafeteros. Además resultó hábil comerciante y logró que la universidad belga le diera la franquicia para fabricar y vender camisetas y tazas y otros productos con el logotipo del plantel. Pero nunca se desconectó de su tierra. Dice un amigo que estuvo con él en Europa por esos días que hablaba a diario con Florencia (Caquetá, por supuesto). Y con el humor que lo caracterizaba se inventó una camiseta que mostraba a un grupo de niños tomados de la mano alrededor de un mapa del Caquetá con la frase: “Diego Turbay y las juventudes del Caquetá”. Cuando su hermano estuvo secuestrado vino a Colombia a tratar de buscar su liberación, pero no pudo y se regresó. A la muerte de Rodrigo, en 1997, Diego resolvió volver a retomar el liderazgo político en el Caquetá. Se lanzó a la Alcaldía de Florencia pero perdió las elecciones. “Todos le pronosticaron un fracaso rotundo, dice un allegado. Con la muerte de Rodrigo la gente estaba atemorizada y varios líderes turbayistas se habían volteado. Así que tendría pocos seguidores heredados y nadie lo reconocía como del lugar”. Turbay Cote, sin embargo, se propuso hacer una política distinta. Amigos y enemigos le reconocen que no pedía puestos; más bien asesoró el montaje de microempresas de tamales y cursos de capacitación en modistería y otros oficios, creó escuelas de formación política democrática y no se cansó de decirle a la gente que era ella misma la que iba a salir adelante. Se ganó el cariño de muchos y sus votos. Así, en marzo de 1998, con una lista pluralista que incluía en tercer renglón a Nidia Gutiérrez, que provenía de la AD-M19, salió elegido a la Cámara. “Nunca tuvo graves confrontaciones porque siempre intentó y logró imponer sus ideas por su valor y no por fuerza de su apellido. Parecía de otra familia”, dijo en Florencia un diputado departamental, ácido crítico de los Turbay . Cálido y sencillo, Diego se ganó aun a políticos que, como Andrés Páez —preso por el caso de Rodrigo—, po- dían tener razones para odiarlo. “A pesar de ser de la familia más poderosa de la región, Diego era de los que podía acabar de llegar de Europa y sentarse en cualquier cafetería de las del parque Santander a tomar un tinto. El ni siquiera parecía pertenecer a una familia poderosa, siempre lo veía uno con la misma camisetica roja, parecía como si no tuviera otra”, dijo a SEMANA Carlos, uno de los líderes comunitarios más reconocidos de Florencia En el Congreso defendió la llamada “media Colombia”, la de los antiguos territorios nacionales. Su último logro, como coordinador de ponentes de la reforma tributaria, fue incluir una sobretasa de tres pesos por kilovatio transportado para financiar la interconexión eléctrica de las extensas regiones en el sur y oriente colombiano que aún no están en el sistema nacional. La paz Con las Farc —secuestradores de su hermano y quienes habían declarado objetivo militar a su familia desde tiempo atrás— no guardó rencores. En septiembre de 1998 lideró un debate en la Cámara, en el que reclamó el derecho de Caquetá y Meta de tener mayor voz en esa decisión y advirtió que se requería claridad sobre las reglas de juego de la zona. A los dos días del debate las Farc robaron el ganado de una pequeña finca que tenía en las afueras de Florencia. Nunca denunció el hecho públicamente. Fue a la inauguración de la zona de distensión hace dos años y volvió como integrante de la Comisión de Paz de la Cámara. Estuvo en el encuentro internacional sobre sustitución de cultivos ilícitos y acompañó a Horacio Serpa cuando éste visitó la zona. “Los encuentros de Diego Turbay con miembros de las Farc fueron en el marco institucional de los procesos de paz, no personales”, afirmó una fuente que conoció bien sus actividades en la región. “Y en ese contexto les planteó la necesidad de acordar con la guerrilla un modelo de coexistencia y convivencia en el Caquetá, pues sería escenario principal de la guerra”. En los cuatro meses en que estuvo al frente de la Comisión de Paz de la Cámara, Turbay Cote además organizó un foro en Barrancabermeja para buscarle salidas a la ola de violencia; firmó un proyecto de reforma agraria de Gustavo Petro, avalado por organizaciones populares, como un aporte al avance del proceso de paz. Además fue un defensor del intercambio humanitario y por eso apoyó el proyecto de ley de canje junto con Roberto Camacho, Zulema Jattin y otros. Con el parlamentario nortesantandereano Basilio Villamizar estaba organizando un foro internacional sobre expriencias de canjes humanitarios. Frente a los paramilitares sostuvo que habría que hablar con ellos en el momento oportuno. Pero, según sostienen en Caquetá varias fuentes consultadas, nunca aceptó financiar ni apoyar a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) cuando éstas llegaron a la región buscando arraigarse. “Una de las grandes ironías en este asesinato es que quienes lo cometieron lo hicieron conscientes que la presencia paramilitar nunca ha florecido en esta zona y, sobre todo, que Diego era un convencido de que apoyar económicamente a los paramilitares sería empeorar la situación de la región”, afirmó a SEMANA un sacerdote de Florencia, quien pidió guardar su identidad. Por su postura firme en favor del proceso de paz y de la zona de despeje —aun adoptando posiciones controvertidas como la defensa del canje— pensaba que no podría ser víctima de los grupos armados en conflicto. Y lo confirma su reacción en el momento del asalto: bajar voluntariamente de la camioneta, pedir cordura y evitar que sus escoltas sacaran las armas para él explicar quién era. Pero no tuvo tiempo. La crueldad y el afán de los asesinos por cumplir la ‘misión’ no dio lugar. Para ocultar sus verdaderas intenciones se escudaron tras el prejuicio casi mítico contra los Turbay —resumido con un cinismo escalofriantemente cruel por el segundo al mando de las Farc, Raúl Reyes, cuando dijo el 3 de enero que, palabras más palabras menos, esta familia estaba bien muerta y lanzó acusaciones sin fundamento alguno contra Diego Turbay como auspiciador de paramilitares—. “Me aterra que estén diciendo las Farc semejante cosa, tratando inútilmente de justificar un hecho que no tiene justificación porque fue demencial”, dijo el presidente de la Cámara, Basilio Villamizar, amigo de Turbay Cote. “Diego era un soñador que buscó ser presidente de la Comisión de Paz porque realmente creía que podía ayudar al proceso”. Las alarmas Tenía sus razones Diego Turbay Cote para andar desprevenido y toparse con su muerte cuando menos lo pensaba. Pero fue un “cálculo equivocado”, como dijo uno de los amigos. En Florencia no entienden cómo no escuchó los varios campanazos de alarma. Su padre, Hernando Turbay, había creado la Asociación Jorge Eliécer Gaitán y, como todo político local que se respete, ésta maneja una emisora, La Voz de la Selva, ahora afiliada a Caracol. En esa emisora doña Inés Cote tuvo un espacio desde el cual —en su dolor de madre luego de la muerte de Rodrigo— lanzó acusaciones a diestra y siniestra y se ganó enemigos a montón. En los últimos años, sin embargo, ella dedicó su espacio radial a la oración y a actos caritativos, pues encontró en los grupos carismáticos católicos consuelo para su tragedia. La Asociación le había entregado la emisora en administración a Guillermo León Agudelo. Fue asesinado el 30 de noviembre. A los dos días atentaron contra el diputado electo Andrés Páez —aquél contradictor político de los Turbay que incluso fue preso por el secuestro de Rodrigo y que después anunció su apoyo a Diego y éste lo recibió en sus toldas—. Le dieron un tiro en la cara mientras se encontraba en una mecedora de su casa. Se salvó. Y dos semanas después, el 13 de diciembre, asesinaron al nuevo encargado de la emisora, el periodista Alfredo Abad. Turbay Cote pidió en la radio local un consejo de seguridad con presencia del Ministro del Interior. Las autoridades locales lo hicieron muy rápidamente, pero sin mayores resultados. “A los asesinatos se les suma el exilio forzoso por amenazas de otros cuatro periodistas en el último semestre, la última de ellas ocurrió hoy” (el jueves de la semana pasada), dijo a SEMANA uno de los miembros de la Asociación de Periodistas del Caquetá. “Las autoridades aún no tienen resultados concretos sobre esos crímenes. Pero es muy coincidencial que casi la totalidad de los periodistas muertos y los amenazados sean personas que tienen algún tipo de relación con la familia Turbay o que, en otros casos, simplemente no utilizaban la profesión para atacar a los Turbay”. Los indicios Las autoridades policiales y militares entregaron un informe al presidente Pastrana el mismo viernes 29, día del atentado, en el que aseguran que hubo al menos dos testigos que vieron en la zona “hombres armados vestidos con prendas de uso privativo del Ejército y de la Policía, con peinillas y botas de caucho”. También sostiene el informe que los uniformes no eran nuevos ni completos. Las autoridades, además, identificaron las armas utilizadas como fusiles AK-47 y Galil y pistolas 9 mm, comúnmente usadas por la guerrilla. La Policía presentó una grabación hecha cinco horas después del múltiple homicidio en la que unos hombres que hablan entre sí informan —demostrando un profundo desprecio por la vida— sobre el “éxito” del operativo (ver recuadro). Otras grabaciones similares fueron presentadas luego por el Ejército. Ambas fuerzas aseguran que se trata de conversaciones entre miembros de los frente 14 y 15 de las Farc, que operan bajo las órdenes de Fabián Ramírez, quien participó originalmente en la mesa de negociaciones en el Caguán. Reyes, de las Farc, dijo luego que las grabaciones eran un “burdo montaje”. De todos modos, aunque no se refiririeron a las grabaciones, luego de una primera evaluación del caso, en la Fiscalía corroboraron que los indicios y evidencias circunstanciales apuntan a las Farc. El lugar de los hechos es muy cercano al sitio donde fueron encontrados los fusilados por un frente de las Farc (uno de los cuales no murió, se escapó, y relató su historia a las autoridades, según informó SEMANA el pasado 20 de noviembre). Además la forma como alinearon los cadáveres es igual a cómo lo hicieron con los fusilados. También coinciden autoridades de Fiscalía y militares que es una zona controlada por los frentes de las Farc que han cometido algunos de los peores crímenes de esta organización en los últimos tiempos: el asesinato de los gnósticos, el secuestro de niños, entre otros. Además fue el frente 14 el acusado del secuestro de Rodrigo Turbay Cote y del asesinato del gobernador del Caquetá Jesús Angel González en junio de 1996 cuando adelantaba gestiones para la liberación del primero. No va a serle fácil a la Fiscalía encontrar testigos que pongan la cara. En Florencia la gente está aterrorizada, pues el ambiente, de por sí agreste de la política en zona de colonización, se ha enrarecido con la zona de distensión cercana, la acción violenta de las milicias locales y las agresiones verbales de los políticos. Sin ir más lejos, en una reunión de líderes comunitarios en Florencia hace pocas semanas, el actual gobernador, Pablo Adriano Muñoz, dijo, según sostuvieron a esta revista dos participantes, que había que “sacar a la familia Turbay del panorama político”. SEMANA buscó personalmente en Florencia al gobernador pero no fue posible hablar con él. Grave golpe Los indicios preliminares apuntan a un grupo de las Farc como los autores materiales. No obstante, no hay pruebas de que el Secretariado haya ordenado la masacre. Y ni el viejo odio regional, ni las crueles declaraciones de Reyes son prueba de ello. La justicia tiene el desafío de esclarecer este otro de los tantos magnicidios del país. ¿Quién estaba detrás de la masacre? ¿Por qué a un hombre que defendió la extensión de la zona de despeje, el canje humanitario y, en general respaldó con ahínco e idealismo el proceso de paz, querrían matarlo las Farc, que sobre todo parecen estar interesadas en el canje y en mantener la zona de despeje? ¿Quiénes se beneficiaron con las muertes de Turbay Cote y de su madre? “Además de un acto demencial y cobarde, si fueron las Farc es totalmente contradictorio porque mataron a un hombre que impulsaba el proceso que ellos dicen defender”, dice Villamizar. De todos modos la masacre le crea un problema grave al proceso de paz. El hecho —que según todos los observadores tenía más motivaciones locales que nacionales—, tiene un gran impacto nacional e internacional pues se trataba de un congresista y presidente de la Comisión de Paz de la Cámara y de su madre. “La masacre es un duro golpe al proceso de paz y deslegitima cualquier propósito político de quienes la hayan realizado”, informó El País de Madrid, España. Y The Washington Post editorializó pidiendo que la zona de despeje fuese levantada y el proceso finiquitado. En Colombia, Horacio Serpa y muchos otros dirigentes políticos de todas las tendencias exigieron a las Farc claridad sobre el crimen y alertaron sobre el golpe al proceso de paz. El caso puede ser comparable al del asesinato de los tres indigenistas estadounidenses en Arauca. Un crimen de un grupo de las Farc, no necesariamente bajo órdenes de los comandantes máximos de la organización guerrillera, que responde a intereses locales. Cómo aquel crimen pone en evidencia la creciente descomposición de las Farc y el gran dilema del secretariado que finalmente termina cerrando filas y encubriendo a sus ‘ovejas negras’. Pero este caso ocurrió en el Caquetá, uno de los escenarios principales del naciente Plan Colombia. Y no es extraño que como preparación para la guerra que se viene, los narcotraficantes locales y quienes se benefician de su riqueza ilegal hagan lo que tengan que hacer para deshacerse de los pocos poderosos que en la región no están con ellos. Es una guerra sucia que el narcotráfico sabe jugar desde hace tiempos. La pregunta final que queda es si el horrible crimen hirió de muerte al proceso de paz. Es decir, si el gobierno romperá las negociaciones. El pronóstico de la mayoría de los observadores es que no. Anticipan que, al igual que en los casos de los indigenistas y del aeropirata, gobierno y Farc encontrarán alguna fórmula imperfecta que, sin embargo, les permita seguir adelante. Es probable entonces que el gobierno termine tragándose este sapo —el peor de todos los que se ha comido en este proceso— porque no puede destrozar un proceso que ha sostenido a toda costa por más de dos años y que es central en su obra de gobierno, sin haber logrado nada. Lo paradójico es que con el asesinato de Diego Turbay Cote se obstaculiza gravemente lo que más buscó en su corta carrera política: alcanzar la paz por la vía de la negociación. Y quienes lo admiraron por ser un pacifista ya no parecen dispuestos a creer más en un proceso cuyos pocos frutos han sido crímenes cada vez más horrendos.