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| Foto: Guillermo Torres

EVENTO

“Le suplico a Colombia que abrace con el alma esta oportunidad de paz”

Ingrid Betancourt, en un emotivo discurso y al borde del llanto, recuerda duros episodios de su secuestro y pide a los colombianos perdonarse entre sí.

5 de mayo de 2016

Ingrid Betancourt dice que no es víctima del secuestro, ni de la guerra, ni de las divisiones de la política. Se considera sobreviviente del proceso de deshumanización, del que dice, hemos sido víctimas todos en Colombia.

“En mi caso lo perdí todo al cruzar un puente, en un rincón del Caquetá. Crucé el umbral a un mundo sin tiempo, sin relojes. Con la soledad como única compañía, constantemente vigilada, con el ojo de un cañón (…). Me quitaron la voz, luego la identidad. Ya no era Ingrid Betancourt. Era la cucha, por vieja. La garza, por flaca. La perra, por mujer. La carga, por secuestrada”. 

En su regreso al país, Ingrid, que participó en un foro sobre perdón y reconciliación, recordó algunos de las sensaciones que aún tiene en su alma tras más de seis años de secuestro. Cuando habla de ellos es inevitable que haga una pausa y respire para contener las lágrimas y desatar ese nudo que aún se advierte queda en su garganta. Dice que, en la selva, la sensación de tener la muerte alrededor no logra igualar “el daño que nos produjo el corazón deshumanizado del ser humano”.

Ahora, tras ocho años de volver a ser libre –ella y otros 14 secuestrados fueron rescatados el 2 de julio de 2008 en la célebre operación ‘Jaque’- entiende que el antídoto para esa “deshumanización” es una palabra de seis letras: “perdón”. “No hay nada más fuerte que el perdón para detener la deshumanización”.

Una palabra que cuando salió de la selva, dice Ingrid, tenía otro significado “la Colombia a la cual volví era una Colombia donde hablar de perdón era sinónimo de derrota o de entreguismo. Pensar en dialogar con la guerrilla era traicionar a la patria".

Por eso cree que la negociación de las FARC ha tenido un efecto de producir un cambio positivo de lenguaje y que en la Mesa de La Habana “las declaraciones altisonantes le han cedido el paso a expresiones más prudentes y constructivas". 

Por eso considera que la reconciliación necesita de una transformación “cultural y espiritual”. “No sorprende que hoy colombianos salgan a marchar para protestar contra la restitución de tierras, algo que debería chocarnos por absurdo e inmoral. Sin embargo nuestra realidad es más compleja con la protesta de campesinos que compraron honestamente sus predios y que quedarán perjudicados por la norma o que se beneficien terratenientes que se han enriquecido indebidamente con la guerra”.

Acotó: “La solución no es impedir o acabar restitución de tierras si no perfeccionar su aplicación para que las verdaderas víctimas sean reparadas velando por no real injusticias. La guerra ha servido para instrumentalizar la pobreza de los más pobres”.

Por eso dijo que si no se confronta de una buena vez las raíces que originaron el conflicto, el país está en riesgo de perder la paz. “Marulanda hizo la guerra por no perder sus gallinas y sus vacas. Cada quien tuvo sus motivos y la reconciliación es una buena oportunidad para hacer memoria y para resolver las diferencias”. 

“Nosotros como sociedad aspiramos a que no haya impunidad. Ellos, los de las FARC, requieren seguridad jurídica. Ambas ambiciones son justas y no son incompatibles, la posibilidad de una justicia transicional es una propuesta creativa para resolver esta ecuación, sin ceder a la impunidad".

"La paz que queremos no es cualquier paz. Es una paz justa y duradera. De ahí que nuestra reconciliación pueda ser una oportunidad de sosiego nacional donde a cada cual le corresponda lo justo, porque si lo colombianos observan que el día de mañana los victimarios de ayer salen enriquecidos después del proceso de paz, con fortunas amasadas sobre la sangre de las víctimas, estaremos prendiendo la chispa de la nueva guerra", reflexionó.

También es de la idea que Colombia requiere “cambiar nuestros corazones endurecidos”, y eso empieza de forma simple, con la simple intención, “Ver el mundo de un ángulo diferente (…) sin clientelismo, sin padrinazgo, sin machismo. La reconciliación es nuestra oportunidad histórica de cambiar estos esquemas. Confiar en el otro, que volvamos a creer en la palabra y hacernos oír sin necesidad de empuñar un fusil”.

Ingrid ha perdonado a las FARC, pero aclara que no olvida. “Podemos, eso sí, tomar esta oportunidad que nos da la vida para transformar el dolor en nuestra fuerza. La oscuridad, en nuestra luz. La memoria, en nuestra sabiduría. El duelo, en nuestra fe”.

Se despidió con un mensaje “Cuando volví a la vida, después de seis años y medio de sufrimiento, abracé la libertad con todas las fuerzas de mi alma (…). Hoy le suplico a Colombia que tenga la audacia de confiar en sí misma y abrazar con todas las fuerzas de su alma el grandioso prospecto de la paz para que nuestros hijos puedan, por fin, respirar el perfume de la libertad”.