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Itinerario de un golpe de Estado

Hace 40 años, el 13 de junio del 53, Rojas Pinilla derrocó a Laureano Gómez. El historiador y economista Jorge Serpa Erazo preparó para SEMANA una cruda reconstrucción de esa jornada, basada en los relatos de sus protagonistas.

5 de julio de 1993

LA ACUMULACION DE LOS HECHOS HISTORIcos, surgidos a partir del 9 de abril de 1948, puede explicar por qué un general de la República llegó a ser líder de las Fuerzas Militares y dio al traste con el gobierno de Laureano Gómez, hace 40 años, el 13 de junio de 1953. Ese día que fue sábado, sólo pocas personas conocieron y actuaron en un proceso político y militar que se inició a las siete de la mañana y concluyó hacia la medianoche, sin derramar una gota de sangre.
La noticia llegó a todos los rincones del país al día siguiente, y despertó en los colombianos una sensación de cambio, optimismo y júbilo, suscitando espontáneamente una especie de carnaval y alegría colectiva al tenor de los acordes del Himno Nacional y del estribillo de "El 13 de junio cayó Laureano y Rojas Pinilla salvó al colombiano".
Pero lo ocurrido aquel sábado 13, simplemente fue el resultado de un proceso que se veía venir y se presentía en la enrarecida atmósfera que se respiraba a lo largo y ancho de la geografía nacional.
El Partido Liberal se encontraba adolorido y resentido desde 1948 por el asesinato de su indiseutible jefe y caudillo Jorge Eliécer Gaitán; estaba marginado del gobierno; era perseguido en los campos y ciudades; sus dirigentes se encontraban en el exilio; su prensa había sido amordazada y todavía humeaban sus imprentas por los incendios de septiembre de 1952. Además consideraba la administración de Gómez espuria y dictatorial al no haber podido participar, por falta de garantías y parcialidad, en el debate electoral de noviembre de 1949.
Por otro lado, las Fuerzas Militares y especialmente el Ejército Nacional, habían sido involucrados por el régimen en una lucha armada interna, en la que consideraban no tener ni arte ni parte, lo que poco a poco los fue distanciando de Gómez Castro, su jefe constitucional, quien, a finales de octubre de 1951, asistiendo en la Base de Palanquero a una revista aérea, sufrió un derrame cerebral que le impidió ejercer como titular la Presidencia, delegando entonces sus funciones en el primer designado, Roberto Urdaneta Arbeláez. Es importante destacar aquí que la división conservadora entre Mariano Ospina Pérez, antecesor de Laureano, tuvo repercusiones en el seno de la institución militar.
Ospina siempre contó con el respaldo y gratitud de los militares, aún después de haber hecho dejación de la primera magistratura en agosto de 1950.
En la escena estaba también el gobierno conservador que, manejado desde el lecho de enfermo por Gómez, gracias a sus emisarios e hijos Alvaro y Enrique Gómez Hurtado, mantenía con limitada libertad de acción a Urdaneta, quien de alguna manera se había granjeado el respeto del Ejército y, especialmente, del oficial más antiguo: Gustavo Rojas Pinilla.
EL ASCENSO DE ROJAS
Así las cosas, llega al año de 1953. Ocupa el cargo de comandante general de las Fuerzas Militares el general Gustavo Rojas Pinilla, oficial de artillería, quien además había optado al título de ingeniero civil en diciembre de 1927, en el Tritale College de Angola (Indiana, Estados Unidos), a donde ingresó después de haberse retirado con el grado de teniente en 1924. Viaja posteriormente a Europa en plan de estudios, y reside en Francia y España. Regresa a Colombia en julio de 1928 y con motivo del conflicto con el Perú, en enero de 1933, es llamado a filas, y se reincorpora al Ejército con el grado de capitán.
Oriundo de Tunja y con 53 años de edad, a la fecha del golpe tenía un gran prestigio en el cuerpo armado y se le consideraba como su líder y jefe natural. La promoción de su nombre, que empieza a figurar en las primeras páginas de la prensa, se da con motivo de los acontecimientos del mes de abril, cuando como comandante de la Tercera Brigada en la ciudad de Cali, con el grado de coronel, da soporte al gobierno de Ospina en el Valle del Cauca y es nombrado ministro de Correos y Telégrafos, como se denominaba en aquella epoca al hoy Ministerio de Comunicaciones.
Antes de culminar el mandato de Ospina Pérez, se le promueve al grado de general y, en 1950, llega a la jefatura del Estado Mayor, para luego, en 1951, asumir el comando general de las Fuerzas Militares. Ocupando este cargo, el gobierno lo envía a la Junta Interamericana de Defensa, en Washington, donde pasa un año. En su reemplazo, en calidad de encargado, queda el general Régulo Gaitán, leal a Gómez Castro.
Queriendo contar con el respaldo militar, Urdaneta llama a Rojas de los Estados Unidos, en septiembre de 1952, y lo restituye en el comando general, lo cual contrarió al presidente titular, quien desde ese momento buscó su relevo como comandante dc las Fuerzas Armadas.
UN VIAJE... UN BANQUETE...
A su regreso, el comandante de las Fuerzas Militares fue enterado del acontecer nacional y del desarrollo de las hostilidades de la guerrilla liberal en los Llanos Orientales, el Magdalena Medio, Tolima y los Santanderes. El laureanismo lucía cada vez más agresivo; el detectivismo servía como instrumento de persecución y la Policía estaba al servicio del ministro de Gobierno y de los políticos regionales. Como resultado de estos hechos, Rojas convocó a un banquete de gala en la Escuela Militar de Cadetes el 22 de mayo de 1953, al cual se invitó de honor al presidente encargado Urdaneta, con la asistencia de toda la plana mayor de las Fuerzas Armadas. Allí, entre brindis y viandas y después de un vehemente discurso donde le ofreció a Urdaneta toda clase de garantías por parte dcl estamento castrense, Rojas le entregó de manera simbólica un bastón de mando, quedando así sellado un pacto tácito entre el jefe del gobierno y el oficial más antiguo del Ejército. En esta recepción los miliares vistieron sus uniformes de charreteras y caponas, y los civiles el riguroso frac, que para la epoca constituía el traje reglamentario en este tipo de evcntos.
Ya el 17 de abril, Rojas había sorteado airosamente un intento de Laureano Gómez por separarlo del Ejército, al designarlo jefe de la misión que representaría al gobierno en la inauguración de la ruta Bogotá-Franckfurt de la aerolínea Avianca. Ese día Rojas se presentó al antiguo aeropuerto de Techo para el viaje y, ya con el equipaje a bordo, de manera inusitada se presentó la oficialidad de la guarnición de Bogotá para hablarle a su comandante general sobre la inconveniencia de su viaje a Europa, porque se presentía que durante su ausencia el gobierno lo llamaría a calificar servicios, para separarlo de las Fuerzas Militares.
Desde la escalerilla del avión, Rojas, emocionado, dio media vuelta y descendió mientras sus subalternos tiraron las gorras al aire, y entre vítores y aclamaciones abordó un automóvil y regresó a la ciudad. El ministro de Guerra, José María Bernal, quien quería ver con sus propios ojos el despegue de la aeronave, con Rojas a bordo, salió a la carrera para avisar a Laureano Gómez de lo ocurrido en Techo.
EL BLOQUE DE HIELO
El preámbulo inmediato de los acontecimientos del 13 de junio fue la detención y tortura, por unidades del G-2, del industrial antioqueño Felipe Echavarría Olózaga. Una de las versiones indica que Echavarría había suministrado armas y dineros a un sargento de apellido García para adelantar actos terroristas en Colombia. A su regreso fue detenido y conducido a un calabozo donde se le sentó en un bloque de hielo para que confesara todo lo relacionado con la entrega de los dineros, armas, cómplices y demás actividades subversivas. La otra versión señala que Echavarría fue detenido con otro nombre, con el apellido Estrada, y llevado a las dependencias del G-3 de donde, por órdenes del general Rojas, fue trasladado al casino de oficiales del Batallón Guardia Presidencial, al mando del teniente coronel Lozano. Allí fue visitado por Alvaro y Enrique Gómez Hurtado. El relato de estos hechos del entonces ministro de Guerra, uno de los protagonistas, describe al detalle lo ocurrido:
Testimonio de Lucio Pabón Núñez
"...El doctor Gómez que quería, en síntesis, sancionar a los militares a quienes se acusaba de haber torturado al doctor Echavarría, sorprendido en momentos en que le entregaba dinero y una pistola a un sargento del Ejército de nombre Tomás García, que lo había estado engañando haciéndose pasar como partidario de un golpe que se iba a dar, basándose en una invasión a Bogotá por fuerzas guerrilleras, que vendría de los Llanos. El doctor Gómez quería la sanción de estos militares y por último la del propio general Rojas Pinilla, quien era el comandante de todas las Fuerzas Armadas. La sanción para Rojas consistía en llamarlo a calificar servicios, basándose en que era el responsable de las torturas de Felipe Echavarría.
Eso era todo lo que yo sabía. De pronto se me aparece el doctor Alvaro Gómez en el despacho y después de mirar por muchos sitios me dijo: "Tomo estas precauciones porque aquí debe haber micrófonos instalados para captar lo que se converse. Porque estamos bajo el dominio de los militares que todo lo investigan y todo lo quieren tomar bajo su control". Después de esta introducción me dijo: "Tu sabes lo que ha pasado -nosotros nos tratamos de tú, muy amigos, condiscípulos de colegio-, pues lo que paso fue que Felipe Echavarría, que está perturbado mentalmente, que es un hombre bueno, liberal, pero colaborador, nos ha dado dinero para las campañas conservadoras y tenemos relaciones familiares, y en Nueva York o no sé dónde estaba hablando en favor del gobierno, y ahora lo detienen y lo torturan, lo sientan en un bloque de hielo, le desbaratan la cara a trompadas y lo tienen preso, eso es inconcebible, hay que ponerlo en libertad. Yo lo que se -le dije- es de un señor Jaramillo. "No Jaramillo, es Felipe Echavarría". Le dije: "Yo sé que esto está en poder de un juez militar y el juez militar dirá qué hay que hacer. Que alegue un abogado especializado en pro del señor Jaramillo o del señor Echavarría, o como se llame, pero yo como ministro no puedo decir: saquen a este señor sindicado y llévenlo a la casa". Ahí terminó la primera etapa. Viene la segunda. Se me presenta en mi casa de habitación el doctor Enrique Gómez Hurtado con el mismo tema y a decirme que el doctor Laureano me mandaba la orden de que yo debía poner en libertad a Felipe Echavarría, porque era un hombre bueno, que sí estaba perturbado mentalmente. Y sancionar a los militares responsables de la tortura y que debía comenzar por trasladarlos a guarniciones distintas, el uno a Tunja, el otro a Popayán...".
Lo cierto es que Laureano Gómez acusó directamente al general Rojas Pinilla y a 30 oficiales más de la detención y tortura de Felipe Echavarría, y solicitó de manera perentoria al presidente encargado, Urdaneta, que los diera de baja. En la lista no aparecía ninguno de los jefes del G-2, el general Gaitán o alguno de sus colaboradores.
Roberto Urdaneta se negó a producir los despidos argumentando que hasta tanto no se investigaran los hechos y se encontraran los directos culpables, no haría ningún movimiento de personal y mucho menos retiraría al general Rojas Pinilla quien, en su opinión, no dio orden alguna relacionada con el caso de Felipe Echavarría, a excepción de su traslado al Batallón Guardia Prcsidencial.
Ante la negativa del presidente encargado de retirar del servicio activo al general Rojas Pinilla, el doctor Laureano Gómez decidió, en la mañana del sábado 13 de junio, reasumir el poder, y se dirigió al Palacio de la Carrera -hoy Palacio de Nariño- con el objeto de citar a un consejo de ministros extraordinario a fin de destituír al comandante de la Fuerzas Militares.
Como hay diferentes crónicas y lugares de lo ocurrido en aquella fecha, se transcriben algunos relatos, la mayoría de ellos inéditos, de varios de los protagonistas de aquella histórica jornada.

LAUREANO VA A PALACIO
(Relato de Lucio Pabón Núñez)
"...Estando yo en el despacho, me llaman y me dicen: Hay consejo de ministros y lo va a presidir el doctor Gómez" Yo había hablado antes con Urdaneta y le dije: "Ante esta situación no creo que pueda modificar mis puntos de vista que son los del fuero militar. Esto puede traer consecuencias dado el carácter del doctor Gómez y que el resuelva pedir mi destitución. Entonces, yo de una vez le voy a presentar mi renuncia y me voy". Me dijo Urdaneta: "Yo estoy de acuerdo con usted, sostengo el mismo punto de vista jurídico y si nos vamos, nos vamos los dos, porque comparto su actitud y lo respaldo plenamente". Bueno, cuando me dicen, consejo de ministros presidido por Laureano, entonces le dicté a la secretaria la renuncia. Al llegar al Palacio estaba el doctor Gómez. Días anteriores se había conformado el último gabinete de Urdaneta en el cual quedamos, entre otros, Jorge Leyva, ministro de Obras Públicas; Antonio Escobar, de Justicia; Pedro Nel Rueda Uribe, de Minas y Petroleos, y yo, en la cartera de Guerra.
Después de los saludos de rigor, Laureano nos dice que el gabinete ante el cual se encuentra es de los mejores que se han registrado en la historia del país. Que cuenta con miembros de cualidades excelsas, por lo cual nos confirmaba en el cargo a todos y esperaba que lo acompanáramos durante su mandato. Nos informó que había asumido la Presidencia, retirando del cargo al doctor Urdaneta, porque éste se había negado a sancionar al general Rojas Pinilla. Responsabilizó a Rojas de las torturas a Echavarría, se refirió a la enfermedad mental de éste, a la responsabilidad de los militares, a la ineficacia de la investigación que no terminaría en nada. Que había dado a Urdaneta un plazo de tres días para investigar y sancionar. (...) Se dirigió a mí y me dijo: "Como está confirmado, prepare el decreto para llamar a calificar servicios al general Rojas". Me levanté y le contesté: "Yo no puedo cumplir esa orden, yo no soy ministro porque renuncié ante el doctor Urdaneta que fue quien me nombró, y usted nos acaba de informar que lo ha destituído" Además le agregué: "Mire, señor presidente, no sigamos en esto, como yo no soy ministro y este es un consejo de ministros, me voy. Buenas tardes" y abandoné el lugar. Cuando yo salí, el doctor Gómez le dijo a Jorge Leyva "encárguese usted del Ministerio de Guerra y haga el decreto".
Urdaneta estaba muy agripado y no había podido ir a su casa. Se alojaba en las habitaciones privadas que tiene el Palacio y fui a saludarlo y a referirle lo acontecido. Me invitó a almorzar y, al terminar las viandas, llegaron los que habían sido sus ministros a excepción de Jorge Leyva. En el curso de esta improvisada reunión, alguno comentó: "El doctor Gómez ha manifestado que solicitará a la Asamblea Nacional Constituyente -ANAC- el enjuiciamiento del designado Urdaneta y del exministro Pabon...".
Lo que siguió en el salón del consejo de ministros de Palacio fue la firma de los decretos relevando al ministro de Guerra y al comandante general. Se nombraron en estos cargos al doctor Jorge Leyva y al general Regulo Gaitán respectivamente. El presidente Gómez abandonó el Palacio y salió con rumbo desconocido. El nuevo ministro de Guerra esperó al general Gaitán y en la companía de otros militares salió a pie para su nuevo despacho.
EL REGRESO DE MELGAR
(Relato de María Eugenia Rojas de Moreno)
"El viernes 12 de junio, antes de viajar a Melgar, mi padre había preparado un plan de comunicación con las figuras más importantes del Ejército, con el ánimo de no permitir ninguna maniobra contra su honor militar. Había convenido con sus más leales colaboradores que en caso de producirse cualquier situación anómala, un avión de la Fuerza Aérea daría tres vueltas sobre la casa de Melgar, para advertirle la urgente necesidad de trasladarse hasta Girardot y de allí tomar el avión que lo condujera a Bogotá.
A eso de las dos de la tarde, el general Rojas recibió en Melgar una llamada telefónica en la oficina principal. Era el general Alfredo Duarte Blum. El hecho se producía simultáneo con el vuelo del avión. Duarte le dijo: "Mi general, allá le mandé el avión. Véngase inmediatamente". "Sí, ya lo veo; está volando sobre Melgar". Después habló el general Gustavo Berrío Muñoz y le manifestó: "Mi general, lo estamos esperando. No obedecemos sino órdenes suyas". Mi padre sabía que la lealtad de las Fuerzas Armadas era absoluta.
En el automóvil que nos condujo de Melgar a Girardot íbamos mi padre, mi madre y yo. Adelante un camión del Ejército nos abría el camino. Esto impidió un atentado preparado por sicarios del detectivismo.
En el aeropuerto de Girardot el general Rojas habló con el comandante de la zona militar y le impartió órdenes.
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Bogotá, un grupo de oficiales y algunas unidades militares destaeadas, aguardaban al general Rojas con distintas medidas precautelativas. La situación estaba totalmente controlada".
LA LLEGADA AL BATALLON CALDAS
(Relato del general -r- Alberto Pawells)
"A mí me nombraron comandante de la Fuerza Aérea el 10 de junio de 1953, en reemplazo del coronel Escandón. A las 10 de la mañana del 13 de junio supe que habían dado de baja al general Rojas y me puse en contacto con el general Duarte Blum, comandante de la Brigada de Institutos Militares. Entorces resolvimos traer a Rojas a Bogotá.
El plan lo íbamos a desarrollar de alguna forma, pero los golpes de Estado se dan, no se preparan. Una vez se prepara el golpe hay por lo menos 10 lambones que se lo tiran; total que yo ordené traer al general y mandé dos aviones, uno de ellos era el FAC-13.
Había un acuerdo con Rojas que, en caso de pasar cualquier cosa, yo le mandaba algunos aviones para que hicieran tres virajes sobre la finca de Melgar y él saliera al aeropuerto de Flandes. Entonces lo trajimos y yo personalmente lo recibí con el coronel Gerardo Varela, jefe del Estado Mayor, en el aeropuerto de Techo. El personal de la Fuerza Aérea, destacado en el lugar, retiró a unos agentes de seguridad que tenían orden de apresar o matar al general Rojas.
Cuando Rojas bajó del DC-3 con su familia, le pregunté: "Mi general, ¿a dónde lo vamos a llevar?". Contestó: "Llévenme al Caldas". Nos fuímos al Batallón Caldas, donde estaba de comandante el coronel Navas Pardo. Al llegar a la oficina del comando, el doctor Jorge Leyva estaba llamando precisamente a Navas, quien era íntimo amigo de él, para que lo reconocíera como ministro de Guerra, porque él no tenía seguridad en otra unidad militar. Entonces, yo le dije a mi general: "Dejemos que vengan acá y los detenemos a todos, de una vez, para no tenerlos que buscar". Al rato llegó al Caldas el doctor Leyva acompañado de los generales Régulo Gaitán -nuevo comandante general-, Gustavo Berrío Munoz, Mariano Ospina Rodríguez y el coronel Hollman.
En la guardia de la unidad les hicieron los honores correspondientes, y para evitar la sospecha los saludamos de manera común y corriente.
Al invitarlos al casino de oficiales les informamos que estaban detenidos. Posteriormente se encontraron con el general Rojas, quien los saludó cordialmente. Rojas fue muy amable, pero la sorpresa para ellos fue violenta.
En esa época las transmisiones del Ejército estaban en Puente Aranda. Entonces, yo personalmente puse un "radio" a circular en todas las guarniciones para que, desde ese momento, no recibieran órdenes sino del general Rojas. Por la tarde, tipo seis y media, después de haber sometido pacíficamente al Batallón Guardia y de estar seguros de que todo el Ejército y todas las Fuerzas Militares estaban de acuerdo, nos fuímos a Palacio. Hasta ese momento Rojas no había pensado en ser presidente".
LOS PANDEYUCAS DE LAUREANO
Hay muchas versiones relacionadas con la actitud asumida por Laureano Gómez, después de haber salido de Palacio. Lo cierto es que ninguno de los miembros del gabinete que él había presidido conocía de su paradero. Algunos aseguran que partió para su casa de Fontibón -Torcoroma- donde, en companía de parientes y amigos, en horas de la tarde, degustó unas "onces" con pandeyucas y chocolate, comentando los acontecimientos y esperando las reacciones de la destitución de Rojas. Sinembargo hay una referencia diferente sobre las actividades del presidente:
(Relato de Lucio Pabón Núnez)
"Resulta que Laureano se había ido a casa del consuegro, el papá de la mujer de Alvaro Gómez, y dizque se había puesto a hacer pandeyucas. En esos días, un médico, Hernando Roa Martínez. citaba un caso, tenía la especialidad de imitar, imitaba comedias, dramas clásicos, poesías y hacía cosas tambien originales, compuso una cosa que llamó "Balada del Pandeyuca", que contaba la vaina. Mientras el país estaba viviendo esta situación. Laureano estaba haciendo pandeyucas".
(Relato del general Gustavo Rojas Pinilla)
"Tal vez no me engaña la memoria si manifiesto que se encomendó al doctor Luis Ignacio Andrade para que buscara al señor Gómez y le contara el impase en que estaba el doctor Urdaneta para continuar gobernando, a fin de que él renunciara y continuara el doctor Urdaneta en el gobierno. Al señor Gómez, segun manifestó el doctor Andrade, no lo encontraron, y por esa razón continúa el impasse. El señor Gómez, desde que supo mi regreso a Bogotá, se escondió. Salió de su casa, según los informes recibidos, tendido en la parte de atrás del carro y se refugió en la casa de uno de sus amigos. Este asunto de las escapadas o huidas del señor Gómez no era cosa que hacía por primera vez. Nosotros recordamos cuando el 10 de julio, cuando el 9 de abril, que también abandonó a Bogotá, o que huyó, sencillamente".
En otro relato sobre los mismos acontecimientos, publicado por la Revista de Historia, de agosto de 1975, Rojas registra lo siguiente:
"...Laureano se largó de Palacio y se perdió, no se pudo encontrar; mejor dicho, se escondió: el único que sabía dónde estaba era Luis lgnacio Andrade. Cuando yo le dije a Urdaneta, siga usted mandando aquí con el apoyo nuestro, a mí no me interesa el gobierno,-él dijo- pero mientras Laureano no renuncie, yo no puedo asumir porque él es el Jefe de Estado". Entonces le dije a Andrade: "Por qué no vas tú que sabes dónde está Laureano, le sacas la renuncia, la traes y sigue todo normal. Te vas en el carro mío con mi ayudante para que no te pase nada, porque la ciudad está tomada, y si te ven, tú que eres ministro de Gobierno de Laureano, te puede pasar alguna cosa". Pero yo lo mandaba para saber dónde estaba Laureano. Regresó y dijo:"Mi general, Laureano dice que antes defirmar la renuncia, para que siga gobernando Urdaneta,prefiere que usted se haga cargo del gobierno". De manera que quien dio el golpe del 13 de junio fue Laureano Gómez. Sencillamente así, y luego dicen que lo desterré.
Lo primero que yo hice fue rodear la casa de Laureano, porque le iban a meter candela. Tuve que enviar una companía para evitarlo. Los liberales lo iban a matar, pero pensé: lo matan y después dicen que yo lo maté. Entonces tengo que sacarlo del país, y tengo que sacarlos a todos, porque si Alvaro se queda es al primero que matan, eso sí, porque era el que iba y venía con razones. Luego, para demostrarle que yo no lo sacaba con odio ni por nada de esas cosas, fue cuando dicté el decreto: "Los presidentes en el exterior ganan en dólares" y le puse tres mil dólares".

LA PAELLA INCONCLUSA
(Relato del coronel -r- José Manuel Agudelo)
"El 13 de junio me desempeñaba como secretario general del Ministerio de Guerra, cargo que había asumido pocos días antes y ese sábado, aprovechando el puente de la fiesta del Sagrado Corazón, me encerré en el Ministerio dc Guerra para enterarme de la situación de mi despacho, para poder actuar en lo sucesivo. Al rato llega el teniente coronel Cuervo Araoz y me dijo: "Coronel, vengo para invitarlo a almorzar". Salimos y tomamos la carrera sexta hacia el norte, pero en el camino se nos unió José del Carmen Meza Machuca, abogado.
Llegamos a un restaurante de la calle 13 ó 14, entre las carreras sexta y séptima. En la puerta me atajó un lagarto, quien me saludó haciéndome preguntas y comentarios propios de un parlanchín. lngresamos al restaurante a un reservado y solicitamos tres paellas. Ya nos habíamos tomado un traguito de wkisky, como aperitivo, y cuando estábamos comenzando la paella llegó el dueño del restaurante y preguntó: "¿Aquí entre ustedes está el coronel Agudelo?~. "Sí, como no, yo soy". Entonces me indicó que me requerian al teléfono. Era el lagarto que me dijo: "Mi coronel, han pasado cosas fundamentales. Esta mañana Laureano Gómez reasumió el mando, destituyó al doctor Urdaneta y al ministro Pabón Núnez y ordenó retirar inmediatanzenle al general Rojas del Ejercito".
Regresé al reservado y les dije: "Bueno,mis queridos amigos, esta guama se revolcó aquí. Cualquiera de ustedes pague las paellas, pero yo me voy para el Ministerio de Guerra corriendo". El ministerio en ese entonces ocupaba las dependencias del Capitolio Nacional.
Estando en mi despacho, golpean a la puerta. Salgo a abrir y encuentro al doctor Jorge Leyva y a los generales Régulo Gaitán y Berrío, al coronel Hollman y a varios oficiales más. Jorge Leyva (quien era mi amigo personal), me dice: "Mira Manuel, resulta que aquí han sucedido muchas cosas. El doctor Gómez reasumió el poder esta mañana, destituyó a Lucio Pabón y a Rojas Pinilla. Hágame el favor de enterarse de estos dos decretos, firmados por el Presidente de la República para que los protocolice y les dé trámite". Al leer los decretos le dije: "Señor ministro, siga, aquí está su despacho2. Los hice entrar a todos y cerré la puerta. Luego tomé los teléfonos y procedí a llamar a los comandantes de las unidades militares que me interesaban. Les dije: "Señores, está pasando esto y esto y le lambonié toda la cuestión, además los indagué sobre su actitud. Resulta que Billy Hollman salía cada ratico a controlarme. De manera que yo tenía que interrumpir las conversaciones. Esto duró cerca de dos horas y media, pero logré comunicarme con todos los mandos de la brigada y con los políticos, entre ellos hablé con el doctor Ospina Pérez, a quien entere de los hechos.
Cuando salieron los caballeros, que estaban en el despacho del ministro, el doctor Leyva me dice: "Coronel, quisiera hacerme reconocer de las tropas". Yo le respondí: "He estado llamando a todos los cuerpos de tropa, pero como es puente, las unidades están de salida; sin embargo seguiré trabajando al respecto". Se me pregunta sobre un plan para el reconocimiento y les sugiero que, empiecen por el sur con la Escuela de Sanidad en San Cristóbal: de ahí bajan luego a la Escuela de Artillería; se vienen al Batallón Guardia Presideneial; luego se desplazan a la Escuela Militar para seguir, posteriormente, al Cantón Norte donde están las Escuelas de Caballería, Infantería y la Blindada. El general Régulo Gaitán manifiesta su conformidad. Acto seguido, salieron del Capitolio".
LA TOMA DEL GUARDIA PRESIDENCIAL
(Relato del brigadier general -r- Carlos Turriago)
Llegué con la artillería a San Agustín, y en la calle sexta, a espaldas del Ministerio de Hacienda, en una casa que después fue la Casa Conservadora, instalé el puesto de mando. Casi al tiempo llegó por el norte el teniente coronel Manuel Medina González con los tanques de guerra de la Blindada.
Yo dispuse una columna de tropa sobre la carrera séptima, otra por la octava y una última por la novena, pero los soldados que iban por la octava fueron detenidos por una patrulla de cinco o seis hombres del Guardia, al mando de un sargento de apellido Cascante, pero mis hombres, a culatazos, los desarmaron y sometieron. Entre las calles séptima y octava había una sección de Infantería, también al mando de otro sargento que trancó una de las columnas, pero uno de mis oficiales, de apellido Lozano, lo conminó a colocar los fusiles en pabellones, y el suboficial acató la orden.
Sacamos en esa ocasión dos baterías de artillería que son como ocho piezas o cañones y se emplazaron contra el Batallón Guardia. Estando todo listo para el ataque, salió de los cuarteles del Guardia el segundo comandante, el mayor Ruano, oficial pastuso. El comandante del batallón era Jaime Lozano y en esos momentos no se encontraba en su unidad. Entonces el mayor Ruano me dijo en tono cordial y amistoso: "Como es posible, mi coronel, que nos vayamos a enfrentar. Nosotros tenemos la misión de defender el Palacio". Yo le respondí: "Mire mayor, la Escuela de Artíllería obedece al general Rojas y tengo una orden precisa de tomarme al Batallón Guardia. Y si usted no lo permite y no acepta al general Rojas, por encima de todo yo la cumplo". En ese mismo instante se asomó un tanque por la séptima y le dije: "Como ve mayor, no puede hacer nada". El me respondió: "Mi coronel, yo también tengo que ser leal y mi obligación es defender mi unidad y el Palacio. Yo admiro al general Rojas, pero mis órdenes, como segundo comandante, son otras". Yo le insistí que "no tiene ningún sentido sacrificar a la gente, porque a las buenas o a las malas vamos a entrar al cuartel y vamos a acabar con todo.Usted verá". Por último, le expresé: "Bueno Ruano, métase a su batallón y quédese tranquilo, no intente nada y así no habrá ningún problema". Acto seguido, el mayor Ruano ingresó al Guardia y neutralizó a su tropa. Ese oficial era muy bueno y en ese momento le tocaba defender esa vaina e hizo lo que pudo. Tampoco podía hacer más. El, después, quedó en el gobierno de Rojas.
Eran como las cinco o cinco y media de la tarde cuando procedí a comunicar al Caldas que el Guardia estaba sometido. En ese momento el general Rojas y su comitiva salieron de Puente Aranda al Palacio de la Carrera. Arribaron a eso de las seis y media. El general llegó con una chompa de cuero café.Mandó traer de su residencia el uniforme de calle y en un cuarto de Palacio se cambió".
INTIMIDADES DE PALACIO:
"VENTE AL CALDAS A TOMARNOS UNOS TRAGOS"
(Relato del coronel -r- Manuel Agudelo)
"Como a las cuatro de la tarde llamé al Caldas, me identifiqué y me puse al habla con el general Rojas y me dijo: "Hola Manuel, que tal, que ha habido". Entonces le relaté: "Mire mi general, he hecho esto, esto y esto. He hablado con estos, estos y estos". El me respondió: "Bueno Manuel, está muy bien, le agradezco muchísimo" Y luego me soltó una frase insólita, que no me explico por qué la dijo en esos momentos: "Vente aquí al Caldas, que estamos reumidos con doña Berta, tomándonos unos tragos". Le dije yo: "Mi general, me parece que no es el momento de ponerse a tomar trago, es el momento de actuar". Entonces Rojas cayó en la cuenta que había metido la pata conmigo, y me respondió: "Sí, sí, como no, tienes toda la razón del caso. Entonces hazme un servicio ya que estas desocupado: vete para Palacio y te lo tomas".
Salí solo y a pie por la carrera séptima me encontré con un general huilense -cuyo nombre no recuerdo-, que había sido discípulo mío, y le comenté lo ocurrido. Llegué a Palacio y me lo tomé. Desde ese momento y durante toda la noche fuí el amo y señor de Palacio.
Más tarde llegó Rojas con la comitiva y me dijo: "Coronel, despierte al doctor Urdaneta Arbeláez para que venga aquí. Pero le advertí que el doctor Urdaneta estaba con 40 de fiebre (yo sabía que estaba enfermo y se encontraba en las habitaciones privadas), pero Rojas me insistió que de todas maneras lo despertara. Llevé al doctor Urdaneta a donde estaban todos reunidos. Como Urdaneta no aceptó los diferentes ofrecimientos para encargarse del poder, regresó más tarde a sus habitaciones y se acostó. Al día siguiente salió de Palacio con sus pertenencias.
Cuando quedaron solos, comenzó el careo a Rojas o haciendo que se le careaba para que asumiera la Presidencia, porque a esa hora ya todo estaba definido y preparado. Como Rojas no asumía ni definía nada, yo metí la cucharada, según dicen las malas lenguas, y en un momento dado le manifesté: "Mi general, si usted no se toma el poder me lo tomo yo". Y claro, todo el mundo soltó la risa, porque siendo