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| Foto: Daniel Reina

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El ser de la Nacional

José Fernando Isaza cuenta cómo fue pasar por la Universidad Nacional ahora que cumple 150 años de historia.

22 de septiembre de 2017

El campus universitario es el lugar de encuentros, el lugar de amores; es el lugar de descubrir intereses compartidos, un sitio de confrontación de ideas, del diálogo racional. Es un espacio donde se descubre que el otro puede tener razón. Donde se asume el reto de que no solo debo convencer con mis ideas sino también ser convencido y esto lejos de ser un fracaso se convierte en una nueva y valiosa experiencia. 

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El afianzamiento de nuevos conocimientos, generalmente se produce en las cafeterías y los prados del campus. Hay casos extremos: Stanislav Ulam gran matemático del siglo XX, siempre estuvo matriculado en el Instituto Politécnico de Lwow, nunca asistió a una clase, su desarrollo como estudiante y profesor se realizó en las cafeterías. Caso similar se encuentra en la Nacional, con el estudiante de matemáticas Von Oostran, quien tuvo calificación perfecta, poco asistió al aula. El campus abierto de la Nacional impide que a los jóvenes, cuando están en la edad en que se es más fuerte, más motivado, más inquieto, se les encierre entre cuatro paredes.

En la UN se enseña a escribir, es decir, a encontrar la palabra adecuada, ordenar el pensamiento, las ideas, teniendo en cuenta el auditorio. Se enseña a leer, buscando el justo medio entre el placer y la dificultad, en el sentido de Steiner “una arista áspera de la belleza que se llamaba dificultad”. Siguiendo a Estanislao Zuleta se busca que el lector sea un buen camello, se cargue con el texto; un buen león que se enfrenta al texto con sentido crítico y, que sea un niño que cree, transforme y fantasee a partir del texto. Que sepa que un libro es un buen amigo al que muchas veces se lo lleva a la casa y la incendia o produce un terremoto que obliga a replantear las ideas preexistentes.

La Nacional es el lugar donde se entrega a las nuevas generaciones lo más valioso de la cultura. Es el sitio donde los maestros hacen hablar a los sabios muertos, se descubre la posibilidad de dejar huella y de burlarse de la muerte pues las ideas seguirán transmitiéndose y la voz escuchándose.

Los maestros son guías que conducen a la autonomía, al placer del conocimiento, a hacer las preguntas adecuadas y a saber que cada nuevo descubrimiento genera más preguntas, que el análisis profundo que busca una solución, sabe que se multiplicarán más los interrogantes. Puede decirse que la Universidad es el lugar de los proyectos sobre el futuro, de las utopías del sentido de la vida. Donde se enseña, tal vez, lo más importante: aprender, aprender.

La formación humanística y científica de la Universidad estimula al estudiante y luego al profesional a ampliar de forma notable los conceptos de tiempo y espacio. La profundidad histórica no se limita a una generación. Se busca indagar épocas anteriores de la aparición de la escritura y de los utensilios, llegando a épocas geológicas más antiguas. Su espacio no es solo el barrio y la ciudad, es el mundo, el universo. Se estimaba a que el tiempo se conciba desde la ruptura del átomo primitivo hasta un incierto futuro cósmico.

La Nacional satisface los requerimientos fundamentales que debe orientar la formación de sus estudiantes, como lo advirtió el exrector Guillermo Páramo.
a) Preocupación por los intereses particulares, pero con énfasis en el interés general.
b) Se interesa por los aspectos privados de la sociedad, pero su prioridad es lo público.
c) Se preocupa por el corto plazo pero esta más interesada por el largo plazo.

En su modelo educativo, la Nacional busca que al realizar un proyecto (sea este social, científico o artístico) se prefigure, es decir, se piense de antemano, se reorganice y se reoriente; que al diseñarlo se debe estar dispuesto a modificar el diseño. Se busca comprender los hechos y las técnicas no solo utilizar los resultados.

Podría pensarse que la formación holística ofrecida por la Universidad Nacional, no crea profesionales de las características que “demandan el país y los sectores productivos”. Los resultados de Saber Pro, que miden en buena parte competencias de pertinencia, innovación, manejo de la coyuntura, habilidades técnicas, etcétera, muestran, por el contrario, que los resultados obtenidos por los estudiantes de la Nacional son los mejores de todo el universo de las universidades públicas.

Esto es fácilmente entendible. Es más sencillo pasar de lo abstracto a lo concreto, de lo general a lo particular, lo complejo a lo simple. A esto debe añadirse, que día a día se comprueba que una educación humanística genera mejores resultados en los saberes “prácticos”. Lo contrario no es necesariamente cierto.

En las pruebas Saber Pro de 2016, la UN alcanzó el primer lugar entre las universidades públicas en: Administración, Ciencias Naturales y Exactas, Contaduría y Afines, Derecho, Economía, Ingeniería, Ciencias Sociales, Humanidades. Igualmente obtuvo la primera posición entre todas las universidades en: Educación, Ciencias Agropecuarias, Bellas Artes y Diseño, Arquitectura y Urbanismo. En Medicina obtuvo el segundo lugar entre las universidades públicas.

La Nacional cumple la política de dar una educación superior de alta calidad a la población que, por vulnerabilidad económica, deben ser objeto de subsidios estatales. En 2016, el 86 por ciento de los estudiantes provenían de hogares de estratos socioeconómicos 1, 2 y 3. Es interesante mencionar que en 2010, los estudiantes de los anteriores estratos eran el 78 por ciento del total de la matrícula, lo que muestra que los subsidios van dirigidos a quienes lo requieren, jóvenes con alta capacidad académica pero de recursos limitados, quienes gracias a la Universidad tienen un espacio para desarrollar su potencial. Es una contribución a la distribución del ingreso y la movilidad social.

Javier Solana, quien se desempeñó con éxito en la dirección de la Comunidad Europea, contestaba a quienes le preguntaban, cómo él siendo un físico teórico manejaba tan acertadamente los laberintos de la política. Respondía: “Una buena educación consiste en haber leído lo que se debe leerse antes de los 20 años y antes de los 23 haber estudiado en profundidad un problema y escribir sobre lo que se entendió y ojalá la solución encontrada”. Puede afirmarse que este es el modelo educativo de la Universidad Nacional.

El objetivo de la formación académica no se limita a satisfacer el lugar común, “capacitar para el trabajo”. Se educa para la vida, para que sus profesionales tengan altos niveles de solidaridad; de responsabilidad, de respeto al ambiente, a las diferentes culturas, a las variadas opciones políticas y religiosas y las diferentes opciones sexuales. Se ofrece una educación que les permita a sus egresados adquirir nuevos conocimientos y destrezas en su discurrir laboral, el cual tendrá cambios que hoy no se pueden predecir con exactitud, pero que obligan a las actualizaciones permanentes. Esto lo podrán alcanzar con la formación humanística, profesional y holística que recibieron.

Cuando la Universidad conmemoró el centenario de su creación, yo estaba allí como estudiante. Conocí maestros, sabios, profesores; me enamoré y me casé en su capilla, aprendí que el mundo estaba globalizado y presencié los primeros intentos de la separación de la educación laica y la orientada por las jerarquías eclesiásticas. Celebré el regreso de Lovaina del cura Camilo Torres; apoyé la modificación del estatuto que suprimía una declaración del tipo: la Universidad debe defender y difundir los valores de la cultura occidental, en momentos en que China, Japón y Corea con su población, tecnología y cultura permeaban a Occidente. Se amplió el ámbito a la difusión de los valores de todas las culturas. Otro cambio fue la modificación del Consejo Superior Universitario suprimiendo la participación del delegado de la Curia. Esto era una consecuencia evidente de una Universidad definida como multicultural y no dogmática. Compartí la utopía de buscar una sociedad más justa, aplicando las teorías socialistas.

Esta utopía se derrumbó con la violenta represión a la Primavera de Praga, con los crímenes de Pol Pot en Camboya, con el desenlace sanguinario de la Revolución Cultural China y un doloroso hecho, más cercano, el asesinato de nuestros compañeros Julio César Cortés y Hermidas Ruiz y el juicio con pena de muerte a Fernando Chacón, por parte de los dirigentes de una guerrilla-ELN; que mostraba proclividad al asesinato. Pensábamos que la revolución era una fiesta, cuando vimos que era tan o más sanguinaria que los sistemas que pretendían derrocar. No pudimos continuar con la utopía, nos convertimos en una generación sin una meta definida. El transcurrir de la vida nos permitió hallar alternativas.

Creíamos poder cambiar el mundo y como en la película Nos amamos tanto tuvimos que reconocer que el mundo nos cambió a nosotros. La calidad la medimos en función de nuestro desarrollo como personas y en nuestro papel en la sociedad.

Agradezco el apoyo de Carlos Augusto Hernández en la elaboración de este texto.