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El presidente Juan Manuel Santos y su vice, Angelino Garzón, han tenido una relación cordial desde hace años y compartieron gabinete en el gobierno de Andrés Pastrana. Sin embargo, la amistad tiene problemas porque en el ejercicio del gobierno los intereses no coinciden plenamente. Y los del futuro, menos.

POLÍTICA

Juntos pero no revueltos

El abrazo entre Juan Manuel Santos y Angelino Garzón es más el comienzo de una guerra fría que la expresión de una paz duradera.

24 de septiembre de 2011

Angelino Garzón resultó ser una caja de sorpresas. Desde que Juan Manuel Santos lo vinculó, en plena campaña electoral, como compañero de fórmula para la Vicepresidencia, se ha especializado en levantarles las cejas a quienes siguen la política. No había asumido su cargo y el primer asombro llegó por cuenta de un infarto inesperado, que generó inquietudes sobre su estado de salud y su fortaleza para ejercer su nuevo cargo.

Con el paso de los meses se han multiplicado las declaraciones y acciones del vicepresidente Angelino Garzón que han alterado la tranquilidad política. Ni los cuidados que requiere su convalecencia, ni el agradecimiento al presidente Santos por incluirlo en el tarjetón, ni el temperamento conciliador que ha mostrado siempre han limitado su perfil público. Por el contrario, en la lista de vicepresidentes elegidos desde 1994, cuando se reintrodujo la figura, no había habido ninguno tan peleador ni que pusiera en aprietos a su jefe o se enfrentara en público con los miembros más importantes del gabinete. Ni siquiera Humberto de la Calle, en los tiempos de Ernesto Samper, a pesar de las profundas discrepancias que tenía con el gobierno que lo llevaron, al final, a renunciar al puesto.

Angelino Garzón ha sido amonestado en varias ocasiones por el presidente Santos. El último regaño se produjo la semana pasada, y no fue en tono menor. "El funcionario que quiera discrepar lo tiene que hacer al interior (sic) del gobierno", dijo. Y agregó: "Si lo hace en público, tendría que retirarse". Ante las reprimendas, el vicepresidente responde con alusiones generales a su apoyo a Santos y a su proyecto, pero no asume una actitud sumisa. "El derecho a opinar es lo que más defendemos en una democracia", afirmó la semana pasada, y en otras ocasiones ha sido más vehemente: "Colombia no eligió a un vicepresidente mudo", ha reiterado.

La lista de incidentes creados por el vice -casi siempre en posición antagónica con algún ministro- crece cada día. Se opuso al incremento del salario mínimo anunciado por el gobierno, que en un comienzo era inferior a la inflación de 2010. Criticó un artículo del Plan de Desarrollo que aumentaba la edad de jubilación, introducido por el ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry. Eclipsó al ministro del Transporte, Germán Cardona, en el paro camionero que al final concluyó con el retiro del proyecto que había presentado este último para cambiar las tarifas de fletes. Se enfrentó al ministro del Interior, Germán Vargas, por su intento de reformar la Ley de Justicia y Paz, la que calificó de indulto para los paramilitares desmovilizados.

Las polémicas causadas por el vicepresidente van generando cada vez más incomodad. En las últimas semanas fustigó a los empresarios petroleros, a quienes califica de "irresponsables e indolentes" por sus programas de responsabilidad social y por su trato a los trabajadores, y cuestionó el cambio de metodología adoptado por el gobierno para medir la pobreza: la consideró "una ofensa" y provocó reacciones del director de Planeación, Hernando José Gómez, y del ministro de Protección Social, Mauricio Santa María. En esa ocasión se multiplicaron las críticas de columnistas -Rudolf Hommes escribió: "Angelino, ¡por Dios!"- y el tono de la reprimenda presidencial subió. Lo cierto es que en un equipo de gobierno compuesto en alto grado por economistas bogotanos y de la Universidad de los Andes, el ex líder sindical empieza a verse como una rueda suelta con agenda propia. Una voz demagógica en un entorno tecnócrata.

Garzón defiende su papel. "Quien quiera que yo me olvide de dónde vengo y para dónde voy está equivocado", dice, y en plata blanca eso significa que va a persistir con su actitud y con su discurso. Los cuales, en gran medida, corresponden a la misión que Juan Manuel Santos le confió, de forma pública, cuando lo nombró compañero de fórmula en la campaña electoral: "Le vamos a dar gran énfasis al aspecto social, a combatir las inequidades, las injusticias, a combatir la pobreza, y nadie mejor que una persona como Angelino". Lo que ya se sabe es que una cosa son los discursos y las alianzas que se necesitan para ganar elecciones y otra muy distinta los equipos que se conforman para gobernar. La dupla Santos-Garzón fue un fenómeno estratégico: alcanzó la votación más alta de la historia de Colombia. Pero está por verse si también es una pareja capaz de trabajar de forma alineada con la camiseta del gobierno.

El tema tiene que ver con la concepción de la Vicepresidencia adoptada por la Constituyente del 91 luego de un largo debate que terminó con un empate en la Comisión Tercera, pero que después fue definido por una amplia mayoría en la plenaria, con el apoyo de constituyentes como Horacio Serpa, Antonio Galán, Fernando Carrillo, Juan Gómez Martínez y representantes del M-19, y con la oposición de Carlos Lleras de la Fuente, Alfonso Palacio Rudas y Hernando Herrera. La norma quedó mal hecha. El vicepresidente solo

desempeña un papel -reemplazar al presidente en sus faltas temporales o absolutas-, pero el jefe de Estado puede asignarle las funciones que quiera. En el caso de Angelino Garzón, Santos le ha comisionado tareas que tienen que ver con la política social y los derechos humanos, y un decreto de 2006 -cuando el cargo era ejercido por Francisco Santos, en la era de Álvaro Uribe- establece su participación en comisiones y entidades que tienen que ver con esos campos y con la lucha contra la corrupción.

Garzón tiene su propia teoría sobre la naturaleza del cargo. Considera que la votación que lo eligió marca un origen que no se puede cambiar -la Vicepresidencia es suya-, pero acepta que el presidente puede asignarle o quitarle funciones. "Si mañana el presidente Santos tomara la decisión de decirme, privada o públicamente: 'Angelino, yo no quiero que usted cumpla más funciones', sería el primero en defender esa decisión porque él tiene la facultad, mas no la obligación, de asignarme funciones", dice. Con la nueva Ley de Víctimas y su capítulo de tierras, muchas de las tareas que cumplía el vice -como encabezar la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR)- pasan a nuevas entidades en Acción Social, que depende de la Presidencia, y al Ministerio de Agricultura. En ese sentido, Garzón ha perdido poder, funciones e instrumentos institucionales en los campos de reparación a las víctimas y restitución de tierras.

Más allá de las formalidades, Angelino Garzón siente que está en su cuarto de hora y no va a desaprovecharlo. Es un político de tiempo completo, con convicciones profundas y con una cuota nada despreciable de poder. En algún comunicado de su despacho se ha autodefinido como "el segundo mandatario de los colombianos". Y en todo caso, ser vicepresidente, aunque no tenga mucho que hacer, significa contar con una poderosa oficina y con micrófonos abiertos a toda hora y en todo el país. No hay día en que el vice no sea noticia en los periódicos y emisoras regionales. La gente lo identifica y tiene una imagen positiva de él: ha oscilado entre el 61 y el 68 por ciento, con un bajonazo a 52 -en diciembre de 2010- en medio de la controversia sobre el salario mínimo.

Semejante perfil abre interrogantes sobre sus intenciones a largo plazo. Que Angelino Garzón está incubando una candidatura presidencial hace tiempo dejó de ser una especulación temeraria y se volvió un lugar común. En realidad, es una hipótesis sustentada por varios indicios. Sus recorridos permanentes por todos los departamentos lo han llevado a lugares como Agua Blanca, en Cali, que sintetiza todos los problemas sociales que el vice busca abanderar. Participa en foros de todo tipo y en Diálogos Sociales por los Derechos Humanos, en los que aprovecha para recordar su trayectoria política y para promover sus ideas.

La vocación política de Angelino Garzón está fuera de duda. Le gusta el poder y su paso por el sindicalismo, por el pastranismo -fue ministro de Trabajo en 2000-, por el uribismo -fue embajador en Ginebra en 2009- y por el santismo le ha creado imagen de oportunista y de que está dispuesto a todo para subir. Cuando llegó a la Gobernación del Valle, con una votación sin precedentes, contó con el apoyo del controvertido grupo de Juan Carlos Abadía, quien lo sucedió y posteriormente fue destituido. La mano de Garzón se siente en la política de su departamento: el Valle. Le cuestionan haber nombrado a 48 amigos de su región en la CNRR y consideran que el gobernador encargado que reemplazó al destituido Abadía -Francisco Lourido Muñoz- es de su cuerda.

El proyecto político más reciente de Angelino Garzón es el movimiento Centro Independiente (CEI), creado a comienzos de 2010. Lo dirige Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación Nacional del Trabajo y aliado de Garzón. No se trata de un partido político, pero apoya a candidatos a alcaldías de municipios del Valle y a Gustavo Petro en Bogotá. Tiene una evidente afinidad con el progresismo que lidera este último en lo que se refiere a la búsqueda de una izquierda moderada y alejada de las facciones radicales del Polo Democrático. Según Álvaro Jiménez, integrante del CEI, es "un foro de discusión con personas del Partido Liberal, del Conservador, del Polo, progresistas que creen que Angelino representa identidades que recogió el AD-M-19, pero que después se dispersaron".

El jueves pasado, después de la tormenta creada por sus últimas declaraciones -y atrincherado en silencio sin responder incesantes llamados de los medios que querían entrevistarlo-, Angelino Garzón publicó un comunicado en el que les bajó la presión a sus más recientes actuaciones políticas, agregó que no apoya candidatos y opinó que "es prematuro hablar desde ya de reelecciones o candidaturas". También dice que no milita en ningún partido, en controversia con lo dicho por el presidente de La U, Juan Lozano, quien recordó que la candidatura a la Vicepresidencia de Garzón fue avalada por su colectividad, lo cual es una prueba de su pertenencia.

De cualquier forma, las ambiciones políticas de Angelino Garzón son inocultables, pero están en el congelador. Su futuro depende de la manera como maneje su relación con el presidente Juan Manuel Santos y de cómo desempeñe su función de vicepresidente. Y ese libreto está por escribirse. Los intereses de Santos y Garzón fueron idénticos durante la campaña, son ambiguos en el gobierno y serán conflictivos en el futuro. Durante la campaña, la escogencia de Garzón le sirvió a Santos para sumar simpatías en sectores populares en los que era débil y para enviar una señal contundente sobre su intención de buscar la unidad en el país. Para Garzón, por su parte, era una posibilidad para escalar un peldaño más -y el más importante- en el umbral de una larga carrera. El matrimonio entre opuestos sirvió para sumar votos y fue un gana-gana para los dos miembros de la pareja.

Pero en el gobierno la historia ha sido muy distinta. Los dos se han beneficiado, pero las grietas se van profundizando. Santos ha contado con un alfil de cercanía con sectores populares y con los sindicatos, y eso le ha dado legitimidad para hacer lobby a favor del TLC en Washington en momentos en que el proceso estaba bloqueado por la inconformidad de los legisladores demócratas frente a la falta de garantías sindicales en Colombia. También, para lograr un difícil acuerdo laboral en El Cerrejón y para conciliar posiciones antagónicas en el paro camionero. Entre tanto, Garzón, desde la otra orilla de la carrera octava en Bogotá donde queda su despacho, ha contado con la más formidable plataforma pública de toda su vida.

Sin embargo, los problemas están creciendo. Santos ha hecho esfuerzos por construir un equipo de gobierno coherente y bien estructurado. Tiene un grupo sofisticado a su lado, con doctorados y experiencia. No pestañeó al cambiar a los dos ministros, en Defensa y Minas, que mostraban falencias. Y ahora no querrá que la pieza suelta sea su segundo a bordo. Por su parte, los llamados públicos de buena conducta por parte del presidente Santos ya se están tornando incómodos para Garzón. La relación va mal. El abrazo con el que le pusieron fin a la última controversia y la frase del vice, políticamente correcta, según la cual "hoy estamos más unidos que cuando llegamos al gobierno", suenan más al comienzo de una guerra fría que a la superación de una herida.

Hacia delante solo hay tres escenarios posibles. Que Garzón baje su tono y renuncie a dar sus opiniones en público cuando está en contravía de algún miembro del gabinete. Que Santos nombre a su vice en un cargo formal con funciones concretas, responsabilidades delimitadas y obligación de rendir cuentas. O que Garzón renuncie. Si el vice quiere ser candidato en 2014 y Santos busca la reelección -dos hipótesis muy factibles-, es casi seguro que el matrimonio no llegará hasta que el fin del cuatrienio los separe. Pero, como ha dicho Garzón, es muy prematuro hablar de candidaturas. Por ahora no se vislumbra nada diferente a la continuidad del maridaje por conveniencia. Y ya se sabe que estos a veces duran, pero rara vez gozan de felicidad y armonía.