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LA CARTA OBRERA

Hay discrepancias sobre el sentido de nombrar a un sindicalista ministro de Trabajo: última carta en la manga del Presidente, último conejo sacado del sombrero, o último tiro por la culata

23 de septiembre de 1985

Con su último cambio de ministros--a menos de un año del final de su gobierno: los recién llegados tendrán apenas tiempo de entibiar sus poltronas--el presidente Belisario Betancur supo desconcertar una vez más a los observadores.
Fueron sólo tres relevos, pero los tres sorprendieron, o irritaron, o alarmaron, o las tres cosas, en el caso más controvertido de los tres, que es el nombramiento del líder de la central obrera UTC Jorge Carrillo en la Cartera de Trabajo.
La Cartera de Educación la ocupa Lilian Suárez Melo, Secretaria General de la Presidencia. Eso irritó, especialmente al oficialismo liberal. No sólo porque (una vez más) no fue consultado, y (una vez más) se vio tratado como una "montonera" sino porque el nombramiento se interpreta como un premio a la adhesión personal al Presidente. Lilian Suárez se define como "liberal belisarista"; y eso nadie sabe todavía bien con qué se come.
El nombramiento de Roberto Mejia Caicedo en Agricultura sorprendió, porque-no se trata de un hombre muy conocido en los circulos políticos, aunque si en los gremiales del sector: es un terrateniente, ex dirigente de Fedearroz, actual vicepresidente de la Sociedad de Agricultores. Pero además irritó. No por él mismo, sino porque su predecesor Vallejo Mejia ocupó apenas cuatro meses el Ministerio, y ese récord de corta duración implica la reiteración del desdén por el tema agricola que siente no sólo éste, sino en general todos los gobiernos, quizás porque los réditos del agro en el mercado electoral son a un plazo demasiado largo. "Cuota gremial", piensa el editorialista de El Espectador. Y la interpreta como el contrapeso a la "cuota obrera" representada por el tercer ministro nuevo: el sindicalista Jorge Carrillo en la Cartera de Trabajo.
El nombramiento de Carrillo desconcertó, irritó y además alarmó.
"Curioso experimento", dice el editorial de El Tiempo: aunque "de todos modos, un acto democrático".
Los dirigentes gremiales opinaron con suma cautela, limitándose a pedirle al nuevo ministro "imparcialidad", como si no estuvieran demasiado seguros de que va a demostrarla en las relaciones entre el capital y el trabajo. Fabio Echeverry Correa presidente de los industriales, le envió al nuevo ministro una carta de felicitación angustiada: "sólo me duele haber escuchado en radio hoy que entras al Ministerio en representación de la clase obrera. Yo diría que lo haces en representación de la clase Irabajadora, del gerente, del obrero, del presidente, del profesional. En fin, de todos los que en Colombia hacemos empresa privada". Y El Tiempo, una vez más, advierte: "Ojalá no sea el comienzo, con tremendas repercusiones, de lo que el Presidente designó como el año social para los colombianos (...) Ojalá no sea ... un trampolín populista (de Betancur) para su regreso al poder". Y tampoco los sectores sindicales quedaron demasiado contentos. UTC y CTC aprobaron el nombramiento, pero la CSTC lo criticó sin matices: un premio a la no participación de la UTC en el paro cívico del 20 de junio.
Lo que de verdad sorprende del nombramiento, sin embargo, no es la alarma de los gremios ni la irritación de la CSTC, sino el hecho de que parece ir en contravía de la polílica del gobierno (aunque, si bien se mira, también va en contravía lo del "año social"). Jorge Carrillo dice, y es verdad, que tanto el Presidente como su ministro de Hacienda conocen sus ideas. Pero son ideas exactamente contrarias a las que reflejan las medidas económicas de los último tiempos y a las que forman parte del paquete de acuerdos "amistosos" con el Fondo Monetario Internacional. Carrillo, por ejemplo, ha sido y sigue siendo enemigo declarado de la congelación de salarios en un tope del 10%, que considera intolerable para la clase obrera, en la cual, para gran desconsuelo de Echeverry, Carrillo no incluye a los gerentes. Y no es probable que se transforme de la noche a la mañana, volviéndose más junguista que Junguito para darle gusto a El Tiempo, que le pone como ejemplo a imitar el del "líder sacrificado" José Raquel Mercado.
Algunos analistas hilan fino, pensando que lo que intenta el Presidente con su "curioso experimento" es facilitar entendimientos con las centrales obreras, quitarles hierro a los conflictos, dividir al sindicalismo para mejor reinar, e incluso "comprar" adhesiones: "es una magnífica respuesta del presidente Betancur a los sindicalistas que se la pasan amenazando con paros generales. Ahí tienen a uno de los suyos. ¿Qué más quieren?", comenta un columnista de Occidente de Cali. Repetir, en cierto modo, lo que intentó con el efímero nombramiento de Vallejo Mejía en el Ministerio de Agricultura: que cesaran las críticas de los gremios agrarios al proceso de paz--y en este caso, que cese la oposición obrera a la política de austeridad y sacrificio impuesta por el FMI--. Pero si ese es el, cálculo de Betancur, es más probable que el tiro acabe saliéndole por la culata. Un poco como le sucedió en sus tiempos a Pastrana cuando nombró a Luis Carlos Galán, que por entonces tenia todavía edad de estar tirando piedra en la Universidad, ministro de Educación, esperando que al verse así "premiados" los estudiantes dejaran de tirar piedra. Y el primer fruto del nombramiento fue que los estudiantes incendiaron el cargo oficial del ministro-estudiante. Pues no suele ser buena política nombrar como solución a quien es parte del problema. Y sin remontarnos tan atrás, algo así le sucedió al propio Betancur cuando nombró al "duro" general Vega Uribe para que fuera "ministro de la paz". Sea de quien sea la culpa, lo cierto es que la paz no ha salido fortalecida del "curioso experimento".
El problema, en todo caso, es más del Presidente que de su flamante ministro-obrero. A éste sólo le puede ir bien en su paloma ministerial. Si obtiene ventajas para la clase obrera, saldrá del Ministerio convertido en un héroe del proletariado. Y si no las consigue, le bastará con explicar que con Belisario "no se pudo ". --

DE MECANICO A MINISTRO
Ha ocupado las primeras planas de las noticias de los últimos días y ha suscitado toda clase de comentarios en pro y en contra. Unos lo miran con simpatía, otros con suspicacia, pero es un hecho que será la cara nueva más controvertida del gabinete presidencial. Se trata del primer ministro obrero en la cartera de Trabajo, Jorge Carrillo, un hombre con 50 años entre pecho y espalda, 30 de labor sindical y uno que otro de actividad política.
Boyacense de pura cepa, a pesar de haber nacido en Bogotá el 9 de abril de 1935, es extrovertido, jovial, de baja estatura y unos kilos de más que, desde hace 15 días y por orden médica, está intentando reducir. Ahijado del ex gobernador del Meta, Policarpo Castillo, éste le sirvió de tutor en Bogotá cuando empezó el bachillerato y le consiguió una casa de amigos de la familia para alojarse. Ellos lo llevaban los viernes a oír a Gaitán, mientras su padre, un comerciante de Somondoco, hacía política apoyando a Gabriel Turbay.
Hizo el primer año de bachillerato en 1946 en el Gimnasio Boyacá y luego quiso pasarse al San Bartolomé, "pero no pasé las pruebas". En 1947 se matriculó en el Nicolás Esguerra, de donde fue expulsado por sus continuas ausencias. Su padrino le retiró el "patrocinio" y lo devolvió para Boyacá. "Como no quiere ser doctor, le dijo su padre, va a tener que aprender un oficio". Así fue a parar a la Escuela de Artes y Oficios de Chiquinquirá en donde aprendió mecánica. La muerte de su padre, cuando tenía 14 años, lo obligó a "ponerse las pilas". Dos años después, terminó sus estudios de mecánica y comenzó una especie de romería de trabajo en trabajo: primero fue Paz del Río, luego vinieron empleos ocasionales con los gitanos en Puente Aranda, en talleres de ornamentación, con electricistas...
Cansado de ir de empleo en empleo, consiguió uno estable en Cauchosol en 1955, donde ganaba 7 pesos diarios--como mil de hoy--y se sintió prácticamente obligado a entrar al sindicato, "porque estar por fuera era mal visto". Sería el comienzo de su carrera sindical de 30 años, que inició organizando a los jóvenes para realizar competencias deportivas. Al poco tiempo, durante una asamblea para elegir junta directiva, salió como secretario general del sindicato. Había contado con el apoyo de los más jóvenes y de las muchachas que trabajaban en guarnición, entre las cuales se encontraba quien años más tarde sería su esposa, María Ramírez.
Pero lo curioso del episodio fue que derrotó a un veterano, apodado "El Ministro", un viejo sindicalista que andaba de maletín ejecutivo. En su apoyo, los de más larga trayectoria acusaron a los nuevos de comunistas que pretendían desafiliar al sindicato de la UTC (de filiación conservadora) para afiliarlo a la CTC. Pero la cosa no pasó de ahí y Carrillo empezó a asistir a cursos de formación sindical, hasta que otro conocido líder sindical, Alvaro Ramírez, se lo llevó por 300 pesos mensuales a trabajar a Utracún. De entonces a hoy, Carrillo acredita en su hoja de vida la creación de 40 sindicatos "contando vivos y muertos", como él mismo señala.
Estuvo 10 años como secretario general de la UTC, cargo que obtuvo, para sorpresa de muchos, derrotando a otro Ministro, éste sí de verdad, Antonio Díaz, quien venía de desempeñar la cartera de Comunicaciones en la administración Lleras Restrepo. Luego vendrían cargos de similar responsabilidad como la Secretaría de Asuntos Políticos y finalmente la vicepresidencia de la Central Obrera, en donde el nombramiento de Ministro lo tomó por sorpresa.
Pero si los comienzos de su vida como trabajador fueron de puesto en puesto, saltando de un lado a otro, su actividad política en las filas del liberalismo no ha estado exenta de los mismos " sobresaltos" : hizo política por Carlos Lleras y fue elegido diputado a la Asamblea de Cundinamarca (a pesar de figurar en el renglón 17), posición que ocupó de 1968 a 1970. En las elecciones de mitaca del 70, se vinculó a un movimiento liberal que apoyaba a B.B. y figuró en segundo lugar de la lista que encabezaba Enrique Pardo Parra, "pero quedé colgado de la brocha". En el 74, se alió a la disidencia liberal encabezada por Consuelo de Montejo y los votos que obtuvieron, más de 90 mil, le significaron una curul en la Cámara de Representantes, en donde estuvo 4 años. Entre otras cosas, afirma, "logré sacar adelante lo de los intereses a las cesantías. Abelardo Forero era mi "asesor", me azuzaba para que interviniera".
Fue cuando se enfrentó en agria polémica con Ricardo Samper, entonces representante del MOIR, de quien luego se haría amigo y quien le diera uno de los peores consejos de su vida: hacer política al lado de Turbay Ayala.
Era el año 78. Lo pusieron en un noveno renglón que no tuvo chance y ahí se acabó su actividad parlamentaria: "la clase obrera perdió su curul en el Congreso", dice. Durante las últimas elecciones, Roberto Arias y Luz Castilla de Melo lo llamaron para que formara parte de sus listas: "Salí suplente de Luz, afirma, pero ser suplente de ella es como ser suplente de Dios, nunca falla. No he tenido ni una palomita, pero Luz ahora tiene Ministro".
Locuaz, consciente del "potro" que lo espera en el Ministerio, afirma que va a hacer lo que pueda. Ante todo, hacer respetar el movimiento sindical y luchar por los intereses de la clase trabajadora. "El Presidente y el ministro de Hacienda saben lo que pienso". Lo dice como para que no haya sorpresas.