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LA CAZA DEL AGUILA

¿Qué tanto puede afectar a la imparcialidad de la justicia la campaña de El Espectador contra Michelsen?

28 de agosto de 1989

En la última semana aparecieron en el diario El Espectador cuatro acusaciones vinculadas al caso de Jaime Michelsen. Además de revivir la conexión entre el financista y el recién electo procurador, se "reveló" la existencia de nexos entre Michelsen y la ministra de Justicia,Mónica de Greiff, cuyo padre fue descrito en un editorial como "socio, dependiente o subalterno del hasta hace poco reo ausente de la justicia colombiana".
Dos días después, en relación con el caso de las firmas falsificadas en un decreto sobre reformas al Código Penal, el diario interpretó el hecho como un fraude para sacar el banquero de la cárcel. Y finalmente, al terminar la semana, la cuarta acusación era la de que Michelsen estaba manipulando a la justicia colombiana para que sus delitos prescribieran.
Todas estas acusaciones, que en la práctica representarían una conspiración del alto gobierno en favor de un reo, habrían sido un escándalo de haber aparecido en las páginas de otro periódico. Sin embargo, la opinión publica y los lectores de El Espectador se han venido acostumbrando a una dosis diaria excepcionalmente alta de noticias sobre Michelsen, lo cual ha tendido a neutralizar el impacto periodístico que pudieran tener esas denuncias.
En 1982, cuando todo comenzó, tuvieron mucho impacto. En ese momento tuvo lugar el enfrentamiento entre El Espectador y el Grupo Gran colombiano, como consecuencia de las publicaciones del periódico sobre el escándalo de los fondos de inversión, y el retiro de la pauta publicitaria del grupo por parte de Michelsen.
De ahí en adelante, la pelea fue a muerte y la ganó el diario de los Cano prácticamente por K.O. Su bombardeo de noticias y revelaciones desembocó no sólo en la salida de Michelsen de la presidencia del Banco y la desaparición del Grupo Grancolombiano, sino, cinco años más tarde, en el encarcelamiento del banquero como resultado de las acciones judiciales que fueron iniciadas en su contra, por cuenta de estas denuncias.
Durante todo este período, han aparecido un poco más de 800 noticias sobre el caso, 300 de ellas de primera página. Aunque es indudable la importancia que ha tenido este asunto en la vida nacional, la circunstancia de una pelea personal de por medio se ha traducido en que el cubrimiento del caso haya sido algo excesivo y no particularmente objetivo. Según el periodista Alberto Donadío, el mayor crítico de Jaime Michelsen después de los Cano, quien publicó un libro titulado "Por qué cayó Jaime Michelsen", "en toda la avalancha de información que se publicó sobre el caso de los autoprestamos, en El Espectador nunca adivinaron la verdadera causa del escándalo. Ese mar de confusión, que se veía por lo general en toda la prensa colombiana, fue lo que me llevó a escribir mi libro. Lo que si hay que reconocerle a El Espectador es un cubrimiento muy intenso y valeroso del asunto de los fondos de inversión. Pero Michelsen no salio de Colombia por esto, sino por los autoprestamos, y eso nunca lo tuvieron muy claro".
A pesar de fallas como las que menciona Donadio,la verdad es que, en su momento, el ánimo de la opinión publica correspondía con el ánimo de los Cano y, en consecuencia, este tipo de cubrimiento tenía su acogida. Hoy el ánimo del publico ha cambiado. Michelsen está en la cárcel y su suerte está en manos de la justicia. Ante la proliferación de guerras que han surgido en estos cinco años -guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, esmeralderos, etc.-, la guerra contra Jaime Michelsen ha pasado a un plano relativamente secundario para la opinión publica y el resto de la prensa. Después de la orgía publicitaria de un mes que produjo su cinematográfico regreso de Panamá y su posterior arresto, el país ha pasado a otros temas.
El país sí, pero los Cano no. El hecho de que El Espectador se haya quedado anclado en el caso Michelsen ha sido objeto esta vez de comentarios más bien negativos. Inclusive,dentro del mismo diario se han presentado debates sobre el tema, en los que invariablemente se ha impuesto la vieja guardia. "El legado de Guillermo Cano es inmensamente importante para sus herederos y consiste, en dos palabras, en nunca abandonar sus dos luchas: contra el narcotráfico y contra Jaime Michelsen", afirmó un veterano periodista, que prefirio no ser identificado. Aunque en el primero de los casos esta reacción es emocionalmente comprensible dado que por esa causa fue asesinado su director, en el segundo adquiere visos de obsesión, persecución y saña que han repercutido en el prestigio mismo del periódico. Interrogada sobre este punto, la columnista María Jimena Duzán respondió a SEMANA: "Es necesario entender que la posición del periódico sobre Jaime Michelsen no obedece a consideraciones de prestigio, sino a consideraciones de principios".
No obstante esta explicación no deja de sorprender el tratamiento periodístico en que se traducen estos principios. La semana antepasada se publicó diariamente una sección titulada "Michelsen para principiantes" que, tomando en cuenta que no contenía absolutamente nada nuevo,no poseía, en apariencia, justificación distinta que la de poner en alerta a las nuevas generaciones sobre el peligro que representa Jaime Michelsen. Refiriéndose a las implicaciones que esta actitud tiene para la credibilidad del periódico, la columnista María Teresa Herrán afirma: "Es evidente que el apasionamiento puede hacer perder la credibilidad de un periódico,pero también es cierto que se pierde aún más credibilidad por la obsecuencia y el silencio".
Pero, tal vez más importantes que las implicaciones que pueda tener todo esto para El Espectador, son las repercusiones que este tratamiento pueda tener en el manejo que haga la justicia del caso Michelsen. Dada la posición del diario, difícilmente puede haber un funcionario público que tome una decisión sin estar temiendo que pueda acabar,fácilmente, en la primera página de El Espectador, reseñado como funcionario venal o incluso como cómplice.
Esta permanente fiscalía sería saludable para la maltrecha justicia colombiana si se limitara a evitar el tráfico de influencias o favoritismos en beneficio del acusado. Pero, en la medida en que el resultado sea presión permanente para determinar el fallo, la justicia acaba siendo invadida en su fuero y afectada en su imparcialidad. Hoy por hoy, el funcionario que en el ejercicio honesto de sus funciones llegue a la conclusión de que, en tal o cual punto de sus múltiples procesos, Michelsen es menos culpable de lo que parece, antes de fallar lo pensaría dos veces. Y, probablemente, el segundo pensamiento estaría marcado por la influencia de El Espectador.
Para ilustrar la influencia que puede tener el ambiente de la opinión publica de un país en el juzgamiento de una persona, vale la pena traer a cuento lo ocurrido hace algunos meses, en Estados Unidos.,en el caso del coronel Oliver North .En aplicación de la norma según la cual los jurados de conciencia no deben tener prejuicios sobre el caso que les corresponde fallar, se consideró que el exceso de cubrimiento informativo acerca de North había creado un ambiente viciado, que hacia difícil la imparcialidad. Por eso, el juez exigió que los integrantes del jurado fueran seleccionados entre personas que no tuvieran conocimiento del caso Irán contras. Se necesitaron varias semanas para encontrar a 12 norteamericanos que llenaran este requisito. Todos ellos eran negros y casi analfabetos, y la mayor parte eran leñadores de regiones apartadas, donde el eco del escándalo no había llegado. En esta forma, la justicia norteamericana manejo el escándalo politico y el caso penal más importante de los últimos años. Sin duda alguna, algo hay en esto para reflexionar.