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Esta es la casa de los Vellojín Reales en Barranquilla. | Foto: Archivo particular

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La doble tragedia de los padres del joven hallado muerto en un hostal

Medicina Legal acaba de confirmar que Fernán y Natalia fueron envenenados. La familia del joven defiende la memoria de su hijo.

7 de agosto de 2015

“Nada de lo que dicen de mi hijo es cierto”, dice con tranquilidad pero con inocultable dolor, Adriana Reales Amaranto. La mujer es la madre de Fernán Vellojín, el joven de 21 años que fue encontrado muerto en un hostal en Soacha el pasado 30 de julio en compañía de su novia, la menor de edad, Natalia Seña Bernier.

Fernán y Natalia estuvieron cinco días desaparecidos antes de que las autoridades dieran con sus cuerpos. Las especulaciones frente a qué pasó con ellos fueron muchas. Sin embargo, este viernes Medicina Legal anunció que, de acuerdo a los exámenes toxicológicos, los jóvenes fueron envenenados con pesticidas.
 
Acerca del hijo de Reales, la prensa dijo en los primeros días de todo: que pertenecía a una secta satánica, que tenía graves problemas mentales, que había seducido a la niña con todo tipo de artimañas.

Semana.com visitó la casa de los Vellojín Reales en Barranquilla y habló con su familia. Lo que encontró es el testimonio de unos padres llenos de dolor que solo piden que se respete la memoria del hijo que recién perdieron.
 
Los Vellojin Reales viven en uno de los callejones angostos del viejo barrio Abajo. En la pequeña sala de su casa, sobre la mesa del comedor, hay una fotografía de Fernán, rodeada de adornos florales y velones.

“Mi hijo era un niño sano, sin antecedentes. Jamás en sus 21 años tuve que ir a una inspección de policía o la dirección de disciplina del colegio por su comportamiento. Fernán era un joven con sueños, hijo de una familia humilde que no pudo pagarle los estudios de inglés que había iniciado en el Colombo  Americano”, dice la adolorida madre. Y agrega que por cuenta de las angustias económicas Fernán no pudo tampoco terminar sus estudios de mecánica y por eso la mayoría de su tiempo lo ocupaba trabajando en el taller de ebanistería de su padre.
 
La familia cuenta que un día su hijo les dijo que quería tener otras oportunidades y que en Bogotá vivía el amor de su vida. Les contó que se llamaba Natalia, que era una niña a la que había conocido dos años antes y que se la había presentado una amiga.
 
Su padre no estaba convencido de la idea de que se fuera a la capital. Le dijo que tuviera paciencia y que se quedara a trabajar con él en el taller mientras se presentaba a la universidad a la carrera que quería estudiar, Diseño Industrial. A pesar de esos consejos, Fernán se fue a probar suerte.
 
En Bogotá vivía donde un tío de su mamá en el barrio Luis Carlos Galán. En estos meses se rebuscaba con trabajos diversos, y al parecer ya tenía un puesto más estable desde el primero de agosto. Por eso, dice su madre, “un joven que está buscando trabajo y además quiere estudiar, no tiene entre sus planes el suicidio. Él no era depresivo, le gustaba el deporte y la rumba, así que no le encuentro sentido a lo que pasó”.
 
Los tíos de Fernán le contaron a su familia que el noviazgo con Natalia era tormentoso. El viernes 24 de julio, dos días antes de que los jóvenes ingresaran al hostal, lo vieron llorar inconsolablemente y le preguntaron qué pasaba. Él respondió que Natalia tenía una enfermedad renal y que su vida tenía los días contados. Los primos, para distraerlo y darle ánimo, fueron a jugar fútbol con otros amigos en el barrio durante varios días antes de su desaparición.

Su madre, Adriana, cuenta que hablaba diariamente con él y que en sus conversaciones nunca hubo un asomo de que algo alarmante estuviera ocurriendo en su vida. La última vez que lo llamó fue el domingo anterior a su muerte en la mañana. Ese día él se levantó y no desayunó. Le comentó a la tía que Natalia le dijo que quería estar solo con él, y se fue para donde ella.
 
El lunes en la mañana, su madre lo llamó, pero Fernán no contestaba el teléfono. Por la noche llamó a su tío en Bogotá a preguntar si Fernán estaba en la casa, pero le dijeron que no había vuelto desde el domingo en la mañana. Durante toda la semana los tíos comenzaron a buscarlo, pero al ver que no aparecía Adriana decidió viajar el jueves por carretera hacia Bogotá. Llegó el viernes.   
 
La mañana del sábado temprano Adriana intentó reportar el caso en un CAI, pero le dijeron que era mejor ir directamente a medicina legal. Allí una doctora le dijo que su hijo ya figuraba en la base de datos de esa entidad. “En unos segundos comprendí que eso significaba que Fernán estaba muerto, ahí terminó la búsqueda”, relata.
 
El domingo Adriana y su hermana tomaron un bus rumbo a Barranquilla con el cadáver de Fernán. Desde la muerte de su hijo, su esposo no quiere comer y llora desde que se levanta hasta que se acuesta.
 
“Yo sé que Natalia es menor de edad, pero su tía y sus familiares no han hecho sino enlodar a mi hijo. Nosotros por el contrario hemos respetado su dolor. Le pido a la tía de Natalia que se ponga la mano en el corazón. No importa si fue suicidio o no, o si fue decisión de ellos. Ya murieron”, dice Adriana.