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El Fiscal General, Mario Iguarán, le advirtió a Salvatore Mancuso que tenía que decir la verdad, sólo la verdad y toda la verdad en su versión libre. Momentos después, se dirigió al piso cuarto donde se encontraban las víctimas

Proceso

La estrategia de Mancuso

En su versión libre, el jefe paramilitar habló más como un político de pueblo que como un reo sometido a la justicia. Durante los primeros días hubo poca verdad y escasa participación de las víctimas.

23 de diciembre de 2006

Apesar de que hay más de 2.000 personas que han denunciado a Salvatore Mancuso por crímenes atroces, el miércoles en la tarde no había más de 15 víctimas en el Palacio de Justicia de Medellín. Había transcurrido tan solo un día después de que, en un hecho sin precedentes en la historia del país, el líder paramilitar comenzó a dar su versión libre sobre las atrocidades cometidas por las autodefensas en los departamentos del norte y el occidente de Colombia. Pero las víctimas ya habían perdido el entusiasmo por saber la verdad. ¿La razón? Durante esta primera sesión, Mancuso se dedicó a leer un discurso preparado en su computador portátil y en el cual se limitaba a justificar el nacimiento de las AUC y su incursión en ellas en 1995.

"Uhmm, de aquí no va salir la verdad, no va salir nada (...) estamos perdiendo el tiempo", decían algunas personas que habían llegado a Medellín desde Córdoba al ver a su victimario llorar dos veces cuando pedía perdón. En ningún momento las víctimas tuvieron acceso directo a Mancuso. A las primeras las ubicaron en el cuarto piso, en dos salones acondicionados con parlantes y pantallas gigantes. Nadie podía ingresar celulares, grabadoras, cámaras o cuadernos de anotaciones. Los funcionarios de la Fiscalía, con un listado en mano, eran los encargados de corroborar que los asistentes eran, efectivamente, víctimas de Mancuso. En las pantallas, las personas pudieron ver al ex comandante del Bloque Catatumbo, quien estaba en el piso 20 del mismo edificio acompañado por su abogado.

Todos estaban esperando las verdades que han estado ocultas bajo tierra durante tanto tiempo. ¿Qué fue lo que realmente pasó en las masacres de El Aro, Antioquia. O en la de El Salado, Sucre, ocurrida el 16 de febrero del año 2000, o en la de La Gabarra en 1999? ¿En qué consistía la macabra influencia de Mancuso en la Universidad de Córdoba? ¿Cuál es su versión acerca del secuestro y el asesinato de tres profesores en Montería en 1997 o sobre la muerte de casi 10 personas en Tibú ocurrida en 1999 y 2000? ¿Cuál es su relación con el narcotráfico, sus vínculos con la mafia italiana y, más concretamente su relación con el capo Giorgio Sale? Todas las respuestas, hasta el momento, continúan sepultadas.

La opinión pública también estaba a la expectativa por el documento firmado por políticos y paras en Santa Fe Ralito antes de que se iniciara el proceso de paz y al cual hizo referencia el senador Miguel de la Espriella en días recientes. Se pensó que en los primeros dos días de la audiencia, Mancuso iría a revelar más nombres involucrados en la para-política. Pero la famosa acta sigue siendo un misterio. ¿A qué está jugando entonces Mancuso? ¿Por qué no se ha atrevido a revelar ningún nombre de políticos o empresarios ni a entrar en detalles sobre las masacres a las cuales está sindicado?

Para algunos abogados y representantes de víctimas que estuvieron presentes durante los dos días, el discurso del líder paramilitar era algo que veían venir. "Es lógico que los primeros días él los dedique a contextualizar el conflicto y a dar generalidades sobre las AUC", dijo uno de los abogados. Sin embargo, dentro de esta contextualización cabe resaltar varios aspectos que pueden revelar la estrategia que está utilizando para su defensa.

Lo dicho hasta ahora indica tres cosas: que el Estado es el culpable de su pertenencia a las bandas paramilitares, que él es una víctima más de Carlos Castaño -asesinado en abril de 2003- y que evitará salpicar de culpas a cualquier otro líder recluido en la cárcel de Itagüí.

Con respecto a lo primero, una de las justificaciones que han utilizado las AUC para referirse a su nacimiento y posterior expansión tiene que ver con el abandono de algunas regiones del país por parte del Estado. Ante el fiscal, Mancuso no sólo fue reiterativo con ello, sino que mencionó como un hecho decisivo a la hora de vincularse de lleno a las AUC, la carta que le envió al ministro de Defensa en el gobierno de Ernesto Samper, Fernando Botero Zea, en la cual pide ayuda frente a la inseguridad de Córdoba. Botero no le contestó, estalló el proceso 8.000 y Mancuso lo interpretó como un abandono total del Estado y el mejor motivo para pertenecer a las bandas paramilitares ya existentes de los hermanos Castaño.

Con respecto a las Fuerzas Militares del Estado, habló de la estrecha relación que tuvo con el Ejército y, en especial, con el mayor Walter Fratini. Según él, fue su gran amigo y orientador frente a las buenas relaciones con la Brigada 11 de Córdoba. Fratini fue asesinado por el EPL en julio de 1993. "De día yo era ganadero y por las noches, el Ejército me buscaba para ayudarlo en Córdoba", dijo Mancuso.

Por otra parte, Mancuso se refirió, en repetidas ocasiones, al "engaño" al cual fue sometido una vez comenzó a operar con Carlos Castaño, de quien afirma era un ser contradictorio, de alma atribulada y preocupado porque las AUC sí fueran la antítesis de la guerrilla. "Cuando Carlos Castaño se refería al pleno de la organización, él no se estaba refiriendo a los comandantes de las AUC. Se refería a hombres del Estado que desconozco hasta hoy y que tenían nexos ocultos con él". Mancuso no atribuye el éxito militar y la expansión de las AUC sólo a las habilidades de sus tropas, sino que menciona al "grupo de los ocho que eran fuerzas oscuras que sólo Castaño conocía".

Mancuso, el ex comandante del Bloque Catatumbo y uno de los hombres más poderosos de la organización desmovilizada, busca vender la idea de que era un simple subordinado de Castaño. Que poco o nada tuvo que ver con las atrocidades que han marcado uno de los períodos más sangrientos en la historia reciente del país. Y que a la hora de culpar a alguien, ese tendría que ser Castaño. Incluso, cuando habló de la financiación de sus diferentes bloques, dijo que esa información -almacenada en un computador- la había quemado él mismo antes de la desmovilización y que sólo dejó unos pocos documentos que luego le envió a Castaño.

Mancuso, además, se ha cuidado de fijar responsabilidades personales a alguno de los líderes que comparten celda con él en Itagüí. Cuando el miércoles pasado el fiscal delegado le preguntó sobre la estructura de sus bloques paramilitares, de las zonas donde operaban y del nombre de otros comandantes y mandos medios, Salvatore titubeó, se rascó la frente y le dijo que había olvidado los nombres, pero que para enero tratará de recordarlos.

No son muy alentadores estos primeros días de Mancuso ante la Fiscalía. Su estrategia no es sólo un duro golpe para las esperanzas de las víctimas (hay que tener en cuenta el desgaste de tener que trasladarse desde sus lejanas regiones hasta Medellín), sino que la verdad histórica -que supuestamente comenzaría a construir Mancuso- está llena de generalidades y divagaciones.

"¿Y mi caso qué?", se preguntaba un profesor de Córdoba el martes en la noche tras escuchar a su victimario. Se espera que para el 15 de enero, fecha fijada para la reanudación de este proceso, los detalles por fin hagan parte del discurso de Mancuso.