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Personas cercanas la describen como una mujer sencilla, auténtica, culta, generosa y tremendamente curiosa.

PRIMERA DAMA

La herencia de Lina

Lina Moreno fue primera dama a su manera. Su espíritu no convencional conquistó a los colombianos.

31 de julio de 2010

Cuando Lina Moreno llegó al Palacio de Nariño el 7 de agosto de 2002, no se sintió cómoda. Le molestaba que desde días antes los comentaristas de farándula especularan qué vestido se pondría en la posesión de su marido; le dolía dejar su huerta en Rionegro para someterse a las reglas del protocolo, sacrificar la privacidad de su familia a las miradas públicas y, sobre todo, que le dijeran primera dama.

Y es que Lina, una filósofa y literata poco dada a ser el centro de atención, nunca ha estado acostumbrada al protagonismo y detesta la ambición. Por eso dejó en claro que, más allá de ser la cara amable del poder presidencial o figurar como la esposa de Uribe, prefería tener una agenda más formal. "Prefiero ser una especie de gestora social", insistía mientras planeaba proyectos desde la Consejería Presidencial de Programas Especiales. Como asumió que era una funcionaria más del Palacio y le impresionaba que en los recorridos por el país le agradecieran "untarse de pueblo", llevó su austeridad a todas partes: siempre viajó en clase económica; contestaba el teléfono de su despacho diciendo: "Buenos días, habla Lina"; nunca se saltó una fila por ser la esposa del Presidente; en más de una ocasión trató de escaparse de sus escoltas para ir a "hacer vueltas", y respondió con su propio puño y letra las 100 cartas diarias que llegaban a su despacho.

La sencillez es su modo de vida. Ajena a los protagonismos y protocolos, se dedicó a trabajar silenciosamente en temas poco convencionales como la educación sexual y reproductiva, la ayuda integral a los discapacitados y la promoción de "una cultura de la igualdad". También se convirtió en una interlocutora especialista en temas culturales, amplió los cupos educativos en más de 160 municipios y se dedicó de lleno a dotar las bibliotecas de las escuelas públicas del país. Entre sus tareas consentidas también estuvo la búsqueda de recursos para ejecutar programas valiosos como la Fundación Batuta e Identidad Colombia. En sus ratos libres llevaba a sus amigas más cercanas de Medellín a comprar los regalos de Navidad en ferias artesanales. Eso sí, nunca gastaba un peso del Estado. De hecho, a finales del año pasado, cuando organizó uno de esos periplos, pagó la gasolina del avión presidencial con dinero de su bolsillo. Al llegar a la feria le dijo al campesino que la organizaba: "Mucho gusto, yo soy Lina. Yo soy la persona con la que usted habló por teléfono en la Casa de Nariño".

Pero tal vez su mayor labor a través de estos ocho años fue ser la conciencia del presidente Uribe. Además de ser su confidente, quienes conocen a la pareja afirman que es una de las pocas personas capaces de confrontarlo. Le expresa sus opiniones con tanta franqueza y liberalidad que, incluso, una vez Uribe le preguntó si ella era miembro de la oposición. Poco habla de política, aunque la conoce al dedillo y, como fiel lectora, le encanta conocer a fondo la realidad colombiana. Su curiosidad e inteligencia son las características que más impactan a quien la conoce.

Por estos días Lina Moreno solo sueña con pasar más tiempo en su huerta de Rionegro. Espera recuperar algo de la privacidad de su familia y del tiempo de su marido, el Presidente más popular en la historia reciente, pero a quien ella, con gracia, reconoce que quiere más como finquero que como político. Por su lado, los colombianos solo podrán reparar en que tal vez les hubiera gustado conocerla mejor.