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LA HORA DE LA VERDAD

La condena del ex magnate cafetero Alberto Duque, capítulo final de una historia de dinero y poder

17 de marzo de 1986

El ambiente en la Corte estaba cargado. Había llegado el momento del veredicto. El oficial de la Corte comenzó a leer uno a uno los 61 cargos de que Alberto Duque había sido acusado. Con una sola excepción, cada uno de los cargos fue seguido inmediatamente de la palabra: guilty. Tenso e inmaculadamente vestido de flanel gris, empezó a oír la interminable enumeración. A medida que la temida palabra se repetía una y otra vez, comenzó a sacudir la cabeza y finalmente se llevó las manos a la cara y rompió en llanto.
Casi simultáneamente hicieron lo mismo su bella esposa Tana y su suegra, la conocida empresaria de seguros, Maruja Iragorri. Cinco meses había durado el angustioso juicio hasta que el martes de la semana pasada, el jurado encontró al ex magnate de 36 años, culpable de un cargo de confabulación para delinquir, cinco de fraude telegráfico, cuatro de fraude bancario y 49 de informes de embarques falsos y uno por mal manejo de fondos.
Su defensa, cuyo costo superó el millón de dólares, y que en un momento dado alcanzó a ser manejada hasta por 20 abogados penales y civiles, casi nada había podido hacer. El hombre que la diseñó, James H. Hogan, llegó a ser definido como el Perry Mason de la Florida. Al salir de la sala de audiencias, admitió a la prensa, obviamente desilusionado, que de los 288 años de cárcel de condena teórica, probablemente Duque tendría que pagar alrededor de 10. Terminó sus declaraciones afirmando con vehemencia: "Este hombre es un loco, un descuidado, un negligente, pero no es un criminal".
La mayoría de quienes conocen a Duque comparte esta afirmación. Sin embargo, para el jurado era difícil creer que por simple locura, descuido o negligencia, se pudieran desaparecer 85 millones de dólares, de los 122 que 20 bancos le habían prestado a Duque.
Más inexplicable para otros conocedores del caso no era tanto que Duque hubiera desaparecido semejante capital, como que lo hubiera conseguido en préstamo. Con apenas 30 años, tímido, vestido de jeans y peinado como Los Beatles en su primera época, conquistó el alto mundo de Miami y estaba a punto de conquistar el establecimiento financiero de Wall Street, cuando se produjo el colapso. Casi simultáneamente, mientras Duque conseguía prestados 122 millones de dólares, Edgar Gutiérrez, como ministro de Hacienda y a nombre del gobierno de Colombia hacía esfuerzos sin parar para obtener un desembolso de 200 millones.
Duque había comenzado su imperio con utilidades conseguidas gracias a especulaciones dentro del mercado de futuros. De una tostadora de café en la cual invirtió 4 millones de dólares, Duque pasó a buscar una integración horizontal, agregando al café otro producto para el desayuno, el jugo de naranja, al adquirir la fábrica All Sun Juice, que le costó otros 4 millones. Más adelante vino la adquisición, por 15 millones, de Chase and Sanborn, una prestigiosa marca de café de la firma Nabisco, que contaba con una importante tostadora en Nueva Orleans. Finalmente, llegó el golpe que lo llevó a la cumbre: la adquisición del National Bank de Miami, en una operación en la que invirtió más de 40 millones de dólares.
A todas éstas, llevaba un estilo de vida digno de los protagonistas de "Dinastía": dos jets privados dos yates, media docena de residencias de lujo, un Rolls Royce, un Ferrari y un Mercedes.
Todo comenzó a fallar cuando, a fines del 82, la agencia Colprensa llevo a cabo una serie de investigaciones sobre favoritismos y sobregiros en el Banco Popular, del cual era vicepresidente un primo de los Duque. El escándalo fue creciendo hasta que Alberto, desviando recursos de créditos obtenidos en Estados Unidos, trajo a Colombia aproximadamente 20 millones de dólares para solucionar las dificultades financieras de su padre. Por medio de esta operación, adquirió el coutrol del Grupo Duque en Colombia a través del 66% de las acciones. La idea era que el préstamo del Grupo Duque-USA al Grupo Duque-Colombia, fuera pagado por este último en exportaciones de café para la tostadora en Estados Unidos. Sin embargo, esto requeria crédito en grandes cantidades y los rumores sobre las dificultades del grupo familiar lo habían cerrado. La deuda no se pudo pagar y comenzó a crecer el hueco. Para taparlo, se fueron utilizando gradualmente uno a uno los recursos de que se echa mano en estos casos: falsificación de inventarios, alteración de balances, etc.
El cargo que más pesó en contra de Duque fue la falsificación de documentos de embarque, con los cuales el ex magnate garantizaba sus créditos ante la banca norteamericana. Se trataba de presentarle a los banqueros café ficticio amparado en certificados de embarque adulterados doblemente presentados y otras múltiples modalidades. Esta práctica, menos inusual en el mundo de las exportaciones de café de lo que se pudiera creer, fue institucionalizada en el caso Duque a niveles sin precedentes, hasta que la situación explotó en mayo del 83, cuando los bancos demandaron.
El faltante en esos momentos era de alrededor de 40 millones de dólares. Duque optó entonces por recurrir al capítulo 11, correspondiente a lo que en Colombia se conoce como concordato preventivo. Bajo éste, sus compañías fueron puestas en venta y, como en esas circunstancias las condiciones de negociación suelen ser desfavorables, el hueco se agrandó de 40 a 85 millones, adquiriendo las inverosímiles dimensiones que hoy se le conocen.
La defensa de Duque fue alegar distanciamiento de las actividades de sus empresas y desconocimiento de las prácticas antes mencionadas. Esta posición desafió la credibilidad de la justicia norteamericana, pues dejaba como culpables a personas que no se habrían beneficiado de las maniobras, e inocente a quien sí lo habría hecho. Estas circunstancias, sumadas a que los primeros, los hermanos Camilo y Fernando Bautista Palacios, aceptaron culpabilidad en cargos menores y entraron a colaborar con la fiscalía, agravaron aún más la situación jurídica de Duque.
Alberto Duque, quien permaneció durante los últimos dos años en libertad bajo fianza, y había afrontado con dignidad todo este proceso, había declarado horas antes de conocer el veredicto y de ser privado de su libertad: "Si me toca ir a la cárcel, estudiaré una carrera universitaria, porque sé que este país da segundas oportunidades. Me volveré a parar".-