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LA HORA DE LOS ANTIPOLITICOS

Este domingo puede haber una gran revolución si se cumplen las encuestas y los candidatos como Antanas Mockus ganan las elecciones. A qué se debe este fenómeno? Qué tan bueno es?

21 de noviembre de 1994

EL MAS SEGURO GANADOR DE LAS ELECciones para la Alcaldía de Bogotá este domingo, el hombre que muy probablemente ocupará, a partir del lo. de enero, el segundo cargo del país como gobernante de los seis millones de habitantes de esta metrópoli en crisis, es un matemático que se hizo famoso hace un año porque como rector de la Universidad Nacional, no dudó en bajarse los pantalones delante de miles de estudiantes para responder a una silbatina, y hoy desenfunda espadas rosadas, ata cordeles y se sienta en canecas de basura para expresar sus ideas y programas.

Pero por sorprendente que esto resulte, su caso no es único en el país. Uno de los hombres que puntea en las encuestas para ganar la Alcaldía de Medellín es un ingeniero administrador absolutamente carente de experiencia en política electoral y quien llegó a la Registraduría, a pie y empujando una carretilla, con las 110.000 firmas que avalaban su aspiración. En Barranquilla, la cuarta ciudad del país, un neurólogo y escanografista que jamás había echado discursos ni conseguido votos para él o para otro, barre en los sondeos. En Cúcuta y Montería, el liderazgo lo tienen sendos sacerdotes que han enarbolado la bandera de la anticorrupción y cabalgan sobre el descomunal desprestigio de la clase política. En Pereira, la más firme aspirante es una especialista en diseño de interiores y jardines, que a principios de esta década se hizo famosa al rescatar los parques de la ciudad. Y la lista es aún más larga.

Qué demonios esta pasando? Que tienen en común todos estos personajes? Para empezar, que ninguno de ellos se inscribió como candidato liberal o conservador. Muy por el contrario. Como si eso se hubiera convertido en pecado mortal, optaron por olvidar las banderas rojas y azules y teñirse de colores poco tradicionales en la política colombiana, como el blanco, el amarillo y el verde. Los candidatos a quienes ellos están a punto de derrotar son justamente los que cuentan con el aval de los directorios políticos y aún confían en la maquinaria de congresistas y concejales. Todo indica que el signo de los tiempos es la antipolítica. Y este domingo habrá de definirse en cuántas alcaldías y gobernaciones, en cuántos concejos y asambleas, llegan, para quedarse al menos por tres años, los representantes de esa nueva clase, la de los antipolíticos.

A que horas pasó todo esto? Hace apenas ocho años, en las elecciones presidenciales de 1986, Virgilio Barco imponía el "Dale rojo, dale" del Partido Liberal, sobre el azul de metileno de la más rancia tradición del Partido Conservador, la de Alvaro Gómez. Pero tres años después, el asesinato de Luis Carlos Galán fué la gota que rebosó la copa de un país que culpaba a los políticos de todos sus males. Este crimen desencadenó la campaña estudiantil en favor de la séptima papeleta y de una profunda reforma institucional que se vería plasmada en la Asamblea Constituyente de 1991.

Según Antanas Mockus, el representante por excelencia de los antipolíticos, "uno no se puede imaginar el actual escenario sin la nueva Constitución, pues no solo hubo un cambio jurídico sino un cambio en el ambiente que fué definitivo". La razón puede estar, según Mockus, en el hecho de que ningún partido político predominó en la Asamhlea 'lo que permitió que, por primera vez en la historia del país, se fijaran unas reglas sin saber quién las iba a aplicar, quién iba a gobernar con ellas". Para el ex rector de la Universidad Nacional, el hecho de que ninguno de los partidos tuviera mayoría en la Constituyente, los llevó a todos a pensar que en el futuro podían estar en el gobierno o fuera de él, con el poder o sin él. Esa incertidumbre fué definitiva a la hora de consignar garantías para todos en la nueva Carta. "Ahí fué -agrega Mockus- que se abrieron las puertas por donde está pasando la gente nueva".

MOCKUS, EL SIMBOLO
El sentimiento antipolítico había aflorado por primera vez a nivel de alcaldías cuando el país estrenó en 1988 la elección popular de los gobernantes municipales. En aquel entonces, cerca de 120 de las más de 1.000 alcaldías del país quedaron en manos de movimientos cívicos relativamente ajenos a los partidos. Ello sucedió sobre todo en municipios intermedios y pequeños. Las capitales, por su parte, permanecieron en manos de los partidos tradicionales. Pero lo que entonces fué más bien la excepción promete este domingo convertirse en regla. Y esta vez sobre todo en la capitales.

La cosa va tan en serio que es la propia capital del país donde el fenómeno parece haber llegado más lejos. Según una encuesta publicada este domingo por El Tiempo (ver cuadro), Antanas Mockus cuenta con el 57 por ciento de la intención de voto contra sólo un 25 por ciento del candidato oficial del Partido Liberal, Enrique Peñalosa. El estudio de opinión apunta hacia un amplio triunfo de uno de los más enigmáticos personajes que han surgido en la vida pública colombiana en las últimas decadas.

Un análisis del perfil y el historial de Mockus puede ser definitivo a la hora de tratar de explicar lo que está pasando en el país. Hasta hace poco más de un año, su figura era reconocida en algunos círculos como la del hombre que había logrado algunos éxitos administrativos como rector de la Universidad Nacional en Bogotá. Pero en octubre de 1993, mientras presidía una reunión con estudiantes en el auditorio León de Greiff, un sector de estos quiso sabotear su intervención y lo silbó. Mockus les dio la espalda, se bajó los pantalones y les mostró su trasero.

Por aquellos días, muchos creyeron que Mockus había tenido mala suerte pues la escena había sido filmada por un aficionado y entregada luego al Noticiero QAP, que la divulgó a nivel nacional. Un año después está claro que fué justamente gracias a esas imágenes, que el nombre de Mockus fué proyectado al estrellato. Para empezar, su destape convirtió en tema de interés público su tarea al frente de la rectoría. Y como en términos generales había sido una buena gestión, Mockus ganó puntos: para muchos lo excepcional en el no era que se hubiera bajado los calzones en público, sino que se tratara de un funcionario honesto y eficiente.

Al final tuvo que dejar su cargo, pero sólo para lanzar su nombre a la Alcaldía de Bogotá pocos meses después. Las encuestas le dieron pronto la razón al registrar en su favor una inmensa ventaja sobre cualquier otro aspirante liberal o conservador -partido que ni siquiera inscribió candidato-, algo que se ha mantenido hasta las vísperas de la votación. Por que? Hay una combinación de factores difícil de definir. Lo primero es que su irreverencia despertó simpatía. Lo segundo, que nunca cedió a lo largo de los meses de campaña a las tentaciones que le ofrecieron políticos y publicistas de adueñarse de su figura, y prefirió en cambio permanecer prácticamente solo y por ello mismo, totalmente descontaminado. Lo tercero, como dice el ex ministro y politólogo Fernando Cepeda Ulloa, porque fué más allá incluso de la antipolitica "para convertirse en un apolítico: no ha presidido una sola manifestación, no ha echado discursos de plaza pública y casi anuncios en los medios, ni vallas o pasacalles en la vía pública". Finalmente, todos estos factores coincidieron con una ciudad hastiada de políticos corruptos y administradores ineficientes. Si ni siquiera un dirigente empresarial como Juan Martín Caicedo o un experimentado administrador publico como Jaime Castro habían logrado domar el potro capitalino, por qué no ensayar con alguien absolutamente diferente, como Mockus? Una de sus claves, sin duda la más importante, ha sido su curiosa y muy heterogénea forma de comunicarse. En una era en la que las diferencias doctrinarias entre los partidos se han borrado y todos los discursos y mensajes suenan igual, Mockus utiliza, aparte de las espadas de plástico, los cordeles y las canecas, otros símbolos como las tarjetas rosadas -parodia de las de los árbitros de futbol- con que responde a las críticas de sus adversarios. No es que la gente entienda mucho qué es lo que está tratando de decir. De hecho, no entiende casi nada. Lo único claro para el público es que este hijo de inmigrantes lituanos no hace parte del grupo de los mismos con las mismas. Y ese quizás es el mensaje más importante y el que lo ha llevado a la cumbre en los sondeos de opinión.


CUNDE EL EJEMPLO
El caso de Mockus ha sido el más publicitado, pero hay muchos otros. Lo que está sucediendo en Medellín resulta bastante interesante. Alvaro Vasquez Osorio es un ingeniero administrador de la Facultad de Minas, de 41 años, con una vocación de empresario y negociante que se hizo evidente desde cuando cursaba el bachillerato y montó, en el solar de su casa, una máquina para imprimir tarjetas. Ocho años después, cuando se graduó de la universidad, era dueño de una importante empresa de artes gráficas de la capital antioqueña. A la vez que salía adelante en los negocios, se vinculó a la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos, gremio que terminó presidiendo años más tarde. De ese cargo lo sacó en 1992 el alcalde Luis Alfredo Ramos, para nombrarlo director de Planeación Metropolitana. Era el símbolo por excelencia de la tecnocracia en la administración de Medellín y los propios periódicos se confundían al definir su filiación política, tanto que la mayoría de las veces lo calificaban simple y llanamente como independiente.

Después de dos años en ese cargo y convertido en estrella de la administración Ramos, decidió lanzarse a la Alcaldía. Ni un solo grupo político de la ciudad o el departamento lo apoyó entonces. La Dirección Liberal no lo tuvo en cuenta cuando Vásquez le pidió el aval para inscribir su candidatura. A la larga, fué eso lo que lo impulso más. "En la esquina de Junín con La Playa, al lado del edificio Coltejer, me puse a recoger las 50.000 firmas que me pedía la Registraduría para inscribir mi nombre", recuerda Vásquez, quien colocó un 'alvarómetro' cuyo medidor iba subiendo a medida que aumentaban las firmas. Al final recolectó 110.000. El mismo arrastró una carretilla con esos folios hasta la Registraduría. Todo ello atrajo la atención de los medios e hizo pensar a la gente que se trataba de alguien distinto. Al principio apenas contaba con un modesto 17 por ciento en las encuestas, pero al final de la semana pasada había logrado acercarse a Sergio Naranjo, el aspirante conservador y líder de los sondeos, y dejar regado a Aurelio Aguirre, candidato oficial liberal (ver cuadro).

Y si por Bogotá y Medellín llueve, por Barranquilla no escampa. La camiseta amarilla (ver cuadro) la lleva Edgard George, un neurólogo especializado en escanografía, de 45 años, quien después de mucho tiempo de ejercer la medicina y la docencia, fué llamado por el cura Bernardo Hoyos -la estrella antipolítica de la pasada elección de alcaldes- como funcionario de la Secretaria de Salud. Salió del anonimato cuando el cura-alcalde le brindó su apoyo para la Alcaldía y poco a poco ganó el respaldo de diferentes sectores cívicos y políticos. "Soy med ico y nunca me había metido en política, pero es que Barranquilla está enferma y necesita a un médico, no a un político", asegura George.

En Cartagena, la tendencia antipolítica también es clara. El gran favorito de las encuestas (ver cuadro) es Guillermo Panizza. Aunque él si tiene alguna experiencia administrativa y política, pues fué nombrado gobernador en tiempos de Virgilio Barco, cuando llegó a ese cargo no era más que un hombre de empresa sin ninguna experiencia en estas materias. Su gestión fué bien valorada y su nombre dejó un grato recuerdo entre los bolivarenses. Este administrador de empresas de la Universidad del Norte, de 42 años, fué un destacado funcionario del sector bancario antes de montar, a principios de los 80, su propio y exitoso negocio de finca raíz. Lo que más confirma su condición de antipolítico es el hecho de que su contrincante, Hector García Romero, es apoyado por 17 de los 19 concejales de la ciudad y por los cuatro senadores del departamento. "Eso es tal vez lo que más me ha ayudado -dice Panizza- pues en Cartagena hay una reacción muy dura contra los concejales y senadores, ya que la gente cree que no han hecho nada por la ciudad ni el departamento". Ante la falta de maquinaria, Panizza se ha dedicado -como la mayoría de los demás candidatos de la antipolítica- a trabajar de modo efectista su relación con los medios.

Dio una rueda de prensa sentado en una silla de embolador en el centro de la ciudad, para hablar de los problemas de desempleo y subempleo; y una en una canoa en medio del drama ecológico de la Ciénaga de la Virgen, para anunciar sus planes de lucha contra "la contaminación ambiental y política".

La zona cafetera también ha visto florecer candidaturas antipolíticas. Es el caso de Amparo Jaramillo, una mujer de sociedad especializada en diseño de interiores y jardines, quien desde la Corporación de Parques de la ciudad, recuperó las zonas verdes y plazas y arborizó la ciudad. A pesar de estar emparentada con el senador Juan Guillermo Angel, la representante Maria Isabel Mejía y el patriarca liberal Gonzalo Vallejo, y de contar con el padrinazgo del ex presidente Alfonso López, Amparo Jaramillo jamás había hecho política, pero al dejar su cargo en la Corporación de Parques y ver que registraba bien en las encuestas, decidió jugarse una carta que la tiene al borde de ganar la Alcaldía (ver cuadro).

Todo ello sin hablar de la proliferación de sacerdotes que, como en los casos de Montería, Cúcuta y La Dorada, lideran movimientos cívicos y tienen buenas opciones de ganar. Algunos, como el padre Nicolás Gómez, de La Dorada, no están exentos de polémicas y acusaciones (ver SEMANA 649). Sin embargo, inclusive en esos casos, el signo de la antipolítica se mantiene. "La gente está cansada de la clase política -dice el padre Gómez- porque esta abusó de su poder y no ayudó a la comunidad". Algo similar piensa el padre Luis Alfonso León, candidato a la Alcaldía de Montería, quien asegura que "el problema de los partidos políticos no es ideológico sino ético y moral". De ahí el lema de su campaña: "Montería necesita cura".

El asunto no se limita a las alcaldías. En Cundinamarca, parece tener muy buenas opciones para la Gobernación Leonor Serrano de Camargo, cuyo esposo, un millonario criador de aves, ha puesto en jaque a los grupos políticos tradicionales a tal grado que ha sido acusado de conseguir votos a punta de regalar pollos. Como le dijo a SEMANA un senador de la región "aquí en el departamento ya no se hace política sino política". Pero más allá de las discusiones sobre la forma de los esposos Camargo de conseguir apoyo electoral, no hay duda de que a su modo, se apartan de la política tradicionales.

REFLEJOS DEL MUNDO
Se equivocan quienes creen que el fenómeno antipolítico que puede llegar a confirmarse en el país este domingo, es exclusivo de Colombia. Lo cierto es que, parodiando el Manifiesto Comunista de Carlos Marx, bien se puede decir que el fantasma de la antipolítica está recorriendo el planeta.

En Estados Unidos, donde habrá elecciones parlamentarias el mes próximo, los analistas están impresionados. La revista dominical de The New York Times dedicó su edición del 23 de octubre a la antipolítica. Lo que encontró tras el fenómeno no difiere en mucho de lo que está pasando en Colombia: la gente está aburrida de los partidos políticos porque estos ha perdido sus diferencias ideológicas y se han dedicado exclusivamente a perpetuarse en el poder, por todos los sistemas posibles, incluída la corrupción. En una reciente encuesta, Sólo un 13 por ciento respondió que los actuales congresistas merecían ser reelegidos, y apenas un 29 por ciento -contra un 76 por ciento hace 30 años- cree que los líderes y gobernantes en Washington suelen tomar decisiones correctas. Un primer campanazo de alerta fué la votación del empresario Ross Perot, el candidato presidencial independiente más votado en la historia contemporánea norteamericana.

En Francia también hay crisis de la política tradicional. La Presidencia la van a disputar en Mayo próximo dos tecnócratas a quienes se les reconocen pocas habilidades políticas: Jacques Delors y Edouard Balladur. El RPR, partido del otrora poderoso alcalde de París, Jacques Chirac, y una de las grandes organizaciones políticas de Francia, pasó en apenas 6 años de 900.000 afiliados a sólo 170.000. Pero ese no es el único partido golpeado: los tres mayoritarios - el RPR, el socialista y la UDF- que otrora monopolizaban el 90 por ciento de los votos, apenas alcanzaron un 40 por ciento en los pasados comicios para el parlamento europeo.

El caso italiano es bastante más dramático, pues allá los políticos tradicionales no sólo perdieron a sus electores, sino su libertad. La mayoría de los grandes líderes de la Italia de posguerra ha ido a parar a la cárcel, en medio del mayor escándalo de corrupción política en la historia de Occidente. En su reemplazo han surgido neofascistas, neocomunistas y el multimillonario Silvio Berlusconi, actual primer ministro.

En el Japón, el tradicional Partido Liberal Democrático fué desplazado del gobierno por una coalición de grupos huérfanos de poder desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En Canadá, después de 10 años de gobierno del Partido Conservador, los votantes reaccionaron contra su hegemonía y en las últimas elecciones lo llevaron, de cerca de 200 bancas que tenía en el parlamento, a sólo dos!

El mundo entero está, pues, lleno de ejemplos, unos más exitosos que otros (ver recuadro), pero todos con una sintomatología muy similar. "Los partidos y sus dirigentes -y los parlamentos a donde estos llegan- han perdido casi todas sus funciones, la mayoría a manos de los medios de comunicación", asegura Fernando Cepeda. Hoy no son los parlamentos los que fiscalizan al gobierno, sino los medios. No son los partidos y sus jefes los que crean opinión, sino los medios. No son los políticos quienes representan a sus electores, sino los medios los que representan a su público. "Pero no para ahí el poder de los medios -agrega Cepeda-, pues aparte de dejar sin oficio a los políticos tradicionales, los periódicos, revistas y noticieros son quienes crean nuevos líderes a punta de fotos y titulares, y quienes luego los destruyen con la misma facilidad".

Hasta dónde puede llegar este proceso? En Colombia, por ahora, el fenómeno se ha extendido a nivel de alcaldías y gobernaciones, es decir, de dirigentes locales y regionales. Cuánto falta para que alcance el nivel presidencial? Quizás no mucho. Al menos eso parecerían indicar las condiciones de algunos de los integrantes del abanico que empieza a abrirse para las elecciones presidenciales de 1998. Es el caso de Juan Manuel Santos, periodista que saltó de la subdirección del diario El Tiempo a un ministerio esencialmente técnico como es el de Comercio Exterior, y de allí a la Designatura, en cuya elección consolidó su perfil de precandidato. O el de Noemí Sanín, ex ministra de Comunicaciones y de Relaciones Exteriores que se colocó en el partidor tras el éxito de sus gestiones para llevar a Cesar Gaviria a la secretaria general de la OEA. Ni Noemí ni Santos han sido elegidos jamás para una corporación pública, ni han cimentado su prestigio en giras nacionales o discursos de manifestación. Ambos se saltaron la tradicional fila india, y en poco más de un año de figuración, se brincaron a muchos dirigentes que llevan décadas de campañas, morcilla y aguardiente.

SERVIRA?
El fenómeno de la antipolítica puede entusiasmar a muchos hoy en día, cuando el revanchismo contra los dirigentes tradicionales está en su punto más alto. Pero nada garantiza que esto sea bueno para un país. "En Colombia y en el mundo hemos llegado al extremo de que la gente prefiere que no la gobiernen los políticos -afirma Juan Manuel Santos-, pero esto no necesariamente es positivo, pues al fin y al cabo los que fracasaron no fueron todos los políticos, sino sólo los incapaces y deshonestos ".

Lo anterior puede ser verdad. Hay algo de aventura y riesgo en elegir personas carentes de experiencia política y hasta administrativa. Además, hay tantas posibilidades de que un político tradicional resulte deshonesto o incapaz, como de que esto suceda con un líder nuevo. Pero el problema es que en Colombia -y en muchos otros países- la gente se cansó de darle oportunidades a los políticos tradicionales y cree que ha llegado la hora de brindárselas a figuras diferentes, incluso si poco o nada se sabe de sus propuestas y verdaderas capacidades.

Hay una vieja anécdota que se le atribuye al presidente Miguel Antonio Caro, y que bien podría servir para explicar lo que está pasando. Un amigo de Caro que solía escribir versos, llegó una vez a su despacho a pedirle consejo. "Presidente -le dijo-, me han ofrecido en una revista literaria la oportunidad de publicar uno de mis poemas, pero no se cuál de estos dos escoger". Caro leyó el primero y sin dudarlo dos veces le contestó: "Publique el otro". Eso es justamente lo que parecen dispuestos a hacer millones de electores en Colombia: escoger lo desconocido porque lo conocido definitivamente no les gustó.-

EL MALO, EL BUENO Y EL FEO
ALGUNOS PAISES ya han llevado a sus antipolíticos al poder, con resultados encontrados. Los casos de Collor de Mello en Brasil, Fujimori en Perú y Berlusconi en Italia son algunos ejemplos de lo que, guardadas proporciones, son lo malo, lo bueno y lo feo de la antipolítica.

Una tarde de 1989, cuatro amigos reunidos en la capital del pequeño Estado de Alagoas, decidieron que Fernando Collor de Mello, entonces gobernador, se convertiría en presidente del país más grande de América Latina. Y en una historia como sacada de las telenovelas que apasionan a los brasileños, Collor, sin el apoyo de ningún partido político, y promocionado como un producto comercial, se convirtió, con 35 millones de votos, en el primer presidente elegido en varias décadas. Con maneras de playboy, y envuelto en la bandera de la anticorrupción, Collor se convirtió en el símbolo de la antipolítica.

La verdad es que no lo hizo tan mal al comienzo, sobre todo porque, con la inflación alrededor del 90 por ciento mensual era difícil que las cosas empeoraran. Privatizó empresas estatales, consiguió acuerdos con los bancos acreedores con el Fondo Monetario Internacional y abrió al país al comercio con Argentina y Uruguay. Con la inflación a menos del 10 por ciento, se convirtió en paladín de los indios amazónicos, redujo la deforestación y desmanteló el programa nuclear bélico de Brasil.

Pero su imagen de playboy se volvió en contra suya cuando se pusieron sobre el tapete sus prácticas de tráfico de influencia y su robo descarado del erario público. La gente que lo adoraba lo odió con la misma facilidad y fervor. Su destitución marcó un hito en la historia brasileña, pero no impidió que, luego de la interinidad de Itamar Franco, sus conciudadanos eligieran de nuevo a un hombre desconocido en política, pero un administrador supereficiente: Fernando Henrique Cardoso.

Si el caso de Collor de Mello es dramático, no lo es menos el de Alberto Fujimori, un oscuro profesor universitario de origen japonés de quien se enamoraron los peruanos por su configuración racial más cercana a ellos que a la élite tradicional. Con el apoyo de movimientos cristianos, Fujimori derrotó al exponente más claro de las tradiciones de poder, el escritor Mario Vargas Llosa.

Fujimori llegó con el objetivo de acabar con la corrupción, reorganizar la economía, derrotar al grupo terrorista Sendero Luminoso y librar al Perú de la influencia nefasta del narcotráfico. Pero pronto se encontró conque la Constitución, adoptada después de 20 años de dictadura militar, resultaba un impedimento insuperable, pues no sólo se habían extremado los límites al poder presidencial, sino que a su amparo la corrupción judicial había superado los límites de lo tolerable. Enfrentado además a un Parlamento hostil en el que carecía de apoyo partidista, Fujimori resolvió tomar por el camino más extremo de la antipolítica, con su famoso Fujimorazo.

Nadie hubiera creído que Fujimori pudiera tener éxito, pero lo consiguió. Inmediatamente después del golpe, su popularidad subió a más del 70 por ciento. Libre de las trabas congresionales, sus medidas de choque funcionaron, capturó al jefe de Sendero, reorganizó el Congreso y, lo que es más impresionante, consiguió regresar a la legitimidad mediante un plebiscito, al punto que hoy aspira a la reelección con grandes posibilidades.

El caso europeo más claro de antipolítica es Silvio Berlusconi, pero allí se trata del uso del poder económico para convertirse en alternativa de poder. Un escándalo de corrupción puso a la clase política tradicional en la cárcel, y, cabalgando encima de la ola, Berlusconi se inventó un partido político cuyo nombre, Forza Italia, coincidía con el cántico de los italianos para su selección de fútbol y cuyos activistas pertenecían a la misma fuerza de ventas de su imperio de telecomunicaciones.

Pero el sueño muy pronto se disolvió en el mar de incompatibilidades que supone manejar al mismo tiempo un país y su segundo grupo industrial. Después de un decreto que intentó frenar las investigaciones de corrupción, que ya tocan a su puerta, Berlusconi está a la defensiva, y su aura parece perdida para siempre.