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| Foto: Guillermo Torres

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La hora del legado santista

Con la misión de firmar un acuerdo de paz, entre otras, Juan Manuel Santos buscará su lugar en la historia. Análisis de SEMANA

9 de agosto de 2014

El acto de posesión del segundo mandato de Juan Manuel Santos estuvo lleno de simbolismos. Niños vestidos de blanco en vez de soldados en el camino al Capitolio y prendedores en forma de palomas recordaron la razón por la que el primer mandatario ganó otros cuatro años más en la Casa de Nariño: la búsqueda de la paz. Esa aspiración marcó no solo el contenido del discurso presidencial –uno de los tres pilares del nuevo gobierno– sino inclusive la decoración, las sombrillas y algunos de los momentos más emotivos del discurso.

Ante 74 delegaciones internacionales, que incluían siete jefes de Estado y el abdicado rey Juan Carlos de España, Santos arranca una administración rodeada de las altas expectativas generadas por los diálogos con las Farc. En las primeras palabras oficiales de su segundo gobierno, el primer mandatario lo reconoció: “Colombia transita hoy un camino a la esperanza, un camino hacia la paz”.

El presidente extendió la mano a quienes no votaron por él en un reconocimiento a las heridas que dejó una de las campañas electorales más agresivas de la historia reciente. “Sé que hay gente que no me quiere”, afirmó Santos, quien insistió en su mensaje de unidad nacional. Tras una contienda electoral virulenta, donde el 45 por ciento de los votantes escogió a su contradictor, a la Casa de Nariño le espera un esfuerzo por bajar el tono confrontacional que ha caracterizado la política de los últimos años en Colombia.

No obstante, esa tarea no será fácil. La ausencia de la bancada parlamentaria del Centro Democrático en la ceremonia constituyó así mismo su propio símbolo. Los uribistas se retiraron por considerar que Santos había ganado las elecciones mediante el “abuso de poder” y para rechazar la presencia de representantes del presidente Nicolás Maduro de Venezuela. La actitud de ese bloque opositor subraya tanto la pertinencia del mensaje presidencial de un gobierno de inclusión como el desafío de llevarlo a la práctica cuando las heridas están aún abiertas.


La libertad del segundo periodo

En los sistemas con reelección inmediata los presidentes acostumbran adoptar unas posturas más audaces en sus segundas administraciones. Ya liberados de la necesidad de enfrentar las urnas y con el respaldo renovado de sus electores, los mandatarios suelen apostarle a construir sus legados. Tal fue el caso del discurso de la segunda posesión de Barack Obama en 2013, donde desplegó una agenda más progresista o el del presidente brasileño Lula en 2007, que afirmó que sus políticas antipobreza arrancaban de una “situación muy privilegiada” por el apoyo popular.

A pesar del difícil camino hacia la reelección, Santos se encuentra en una posición similar. La principal bandera que lo llevó de nuevo a la Casa de Nariño, el proceso de paz, fue refrendada por la mayoría de los votos depositados en la segunda vuelta. Si bien enfrenta a dos rabiosos y activos bloques opositores de izquierda y de derecha, Santos controla con relativa comodidad al Congreso y podrá impulsar su agenda legislativa.

El principal regalo que los votantes le dieron al presidente fue el tiempo suficiente para pasar varias de sus políticas de la columna de ‘pendientes’ a las de ‘entregados’. La implementación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, las obras de infraestructura y las reformas a sectores clave como la educación, la salud y la Justicia se cuentan dentro de estas áreas en las que se esperan resultados pronto.

Un área en la que se esperaría que el presidente Santos mostrara la libertad del segundo periodo es la conformación de su gabinete. El mandatario ya anunció que el próximo 11 de agosto revelará los restantes miembros de su equipo de gobierno. Con los ejes de educación y política social destacados en su discurso, desde ya se crean expectativas de quiénes liderarán las carteras a cargo de esas temáticas.

Por ahora, la audacia del segundo mandato se refleja en los dos pilares del nuevo gobierno que se suman al de la paz: la educación y la equidad. En una diferencia evidente de su discurso de posesión de hace cuatro años, Santos abraza con mayor comodidad agendas de corte social y minimiza la tendencia hacia los temas económicos y comerciales que lo han caracterizado. Más que una sociedad impulsada por poderosas ‘locomotoras de prosperidad’, el legado con el que Santos quisiera ser recordado se inclina al acuerdo de paz con las Farc, un revolcón en la educación y reducción sustancial de la desigualdad.



Una agenda invisible

La educación constituyó una de las materias pendientes del primer gobierno de Santos. El hundimiento de la reforma universitaria golpeó políticamente esa cartera y ocultó algunos de sus logros en temas de gratuidad y cupos (ver artículo de balance). El rechazo a la fallida iniciativa de la ministra María Fernanda Campo no solo revitalizó los movimientos estudiantiles sino también galvanizó una línea crítica a la política educativa de Santos desde la izquierda.

Al convertir la educación en uno de los pilares de su segunda administración, Santos revive ese pulso político que la nueva cabeza de la cartera de Educación llegará a enfrentar. Unos pocos días antes de la posesión presidencial, la ministra Campo encendió el debate con la presentación del Acuerdo por lo Superior 2034, un compendio de 136 propuestas del Consejo Nacional de Educación Superior para los próximos 20 años. El entorno político del sector educativo es más complejo y explosivo que, por ejemplo, el de las viviendas gratis o de la reducción de la pobreza, dos de los logros más destacados del primer cuatrienio.

Además, apostarle a la educación como eje de gobierno es más sencillo de decir que de cumplir. Aunque todos los políticos hablen del tema educativo en sus discursos, el paso de la retórica a la ejecución en esas materias no es fácil. Las políticas educativas suelen ser apuestas de largo plazo que no producen resultados inmediatos y por eso son difíciles de comunicar a la opinión pública.

A diferencia de una casa gratis que se toca y se disfruta tras ser construida, las inversiones en el sector educativo son silenciosas y sus frutos se recogen en su mayoría después de una generación. No todos los políticos logran sacarle jugo a la educación aunque se comprometan a fondo. Se requiere un estilo de liderazgo particular como el del exalcalde de Bogotá Antanas Mockus o la constancia del gobernador de Antioquia Sergio Fajardo –que lleva más de 15 años martillando el tema– para ser reconocido en este tipo de políticas públicas.

Por último están los distintos énfasis posibles dentro de una apuesta por la educación. En su discurso de posesión Santos insistió en un presupuesto mayor para el sector, 400.000 becas a estudiantes más pobres y la ampliación de la jornada completa a la totalidad del territorio nacional.

Por ahora el siguiente paso para la Casa de Nariño es ganar credibilidad en su compromiso con la educación. Los nombramientos en el ministerio del sector, las direcciones del Sena, el Icfes y el Icetex y las propuestas más específicas sobre educación superior serán las primeras señales de una temática que protagoniza desde ya las discusiones en la segunda administración santista.


Aprovechar el buen momento

Otro de los retos de Santos II es el de la equidad. El primer gobierno terminó con un destacado balance en materia de indicadores macroeconómicos, tasas de desempleo, inflación e inversión extranjera. No obstante, las molestias ciudadanas que se destaparon durante la campaña presidencial tocaban temas como la inseguridad urbana, la mala calidad de la salud, la tragedia del transporte público y la informalidad laboral.

Santos tiene el reto de traducir ese ‘momento positivo’ para la economía colombiana en una mejor calidad de vida para los habitantes. Parte de las dificultades con la opinión pública que sufrió Santos en su primer mandato se explican por la brecha entre un país bien valorado por los inversionistas extranjeros y una realidad menos paradisiaca en algunas ciudades y regiones. En esa disparidad se inserta la apuesta al pilar de la equidad del discurso de posesión del pasado 7 de agosto.

El mandatario le apunta a continuar los programas para reducir la pobreza extrema y construir vivienda popular que dieron frutos en la primera administración. También insiste en promover el agro, concesionar las carreteras y aplicar planes regionales como el del Pacífico y el del río Magdalena que vienen del pasado cuatrienio. Si la tarea en el pilar educativo es que los resultados se sientan, en el de equidad el reto está en darles un hilo conductor como política pública.


La paz como legado

Más allá de los discursos el desafío más importante para el segundo gobierno de Santos es la firma del acuerdo de paz con las Farc. El proceso tiene el respaldo de las urnas y está llegando, en palabras del presidente, a su “etapa más difícil y exigente”. El discurso de posesión del mandatario recoge casi literalmente el dilema que hoy confrontan los diálogos: avances en tres de los cinco puntos de la agenda mientras la guerrilla arrecia ataques en el territorio nacional. Santos pidió “actos de paz” a la guerrilla y frente a los límites de la paciencia de los colombianos les dijo: “Señores de las Farc, están advertidos”.

Frente al tema de la paz las señales que ha enviado el presidente Santos en la selección del gabinete son positivas. La designación del exsenador liberal Juan Fernando Cristo, víctima del conflicto armado y promotor en el Congreso de la Ley de Víctimas, como ministro del Interior ratifica el compromiso con el proceso de paz y la necesidad de fortalecerlo desde la cartera de la política. El envío del ministro Aurelio Iragorri a Agricultura tiene una lectura similar: para manejar uno de los temas ya acordados con las Farc en La Habana escogió a un hijo de una dinastía terrateniente caucana que negoció con los campesinos que protestaron en el período anterior.

La ratificación del ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, puso de presente el otro gran frente que Santos tiene por encarar: los militares. Después de una campaña electoral en la que estos se volvieron protagónicos por primera vez en décadas, con el uribismo intentando pescar en las revueltas aguas verde olivo y muchos oficiales preocupados por el tema jurídico, Santos enfrenta casi el reto de involucrarse personalmente para lograr que el grueso de la oficialidad respalde el proceso de La Habana y una eventual negociación con el ELN. Es una verdad evidente que no hay proceso de paz posible sin los militares a bordo. Y el ratificado ministro, con todo y su dura retórica antiguerrillera, no es garantía de que ese respaldo se dé. Así, para la paz, los militares serán uno de los grandes desafíos del segundo Santos.

A la guerrilla también le corresponden cambios de retórica y acción militar en este momento de los diálogos, que no parece comprender. Las posturas ante los ataques contra la población civil minan el respaldo ciudadano al proceso de paz, vital para la refrendación en las urnas en la eventualidad de la firma.

La ventaja para un mandatario como Santos de gobernar un segundo periodo está en la libertad de buscar su legado mientras que la desventaja está en la poca paciencia de los ciudadanos y el reloj en contra. De cómo se equilibran ambas fuerzas dependerá el lugar que Juan Manuel Santos empezará a ocupar en el panteón de los presidentes de Colombia.