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| Foto: Juan Pablo Bello

CRÓNICA

La lejanía entre Colombia y Venezuela

En medio de la tensa relación entre Caracas y Bogotá, los habitantes de la frontera donde se reunieron los presidentes Santos y Maduro viven de una manera particular.

27 de julio de 2013

Casi 18 horas tardó el camión que transportaba una mesa tallada de madera y los asientos en los que se sentaron los presidentes de Colombia y Venezuela, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, el pasado lunes 22 de Julio, para encarrilar las relaciones entre ambos países. El mobiliario, que aparentemente utilizó el mismísimo Simón Bolívar, fue traído desde Caracas para la reunión presidencial, que no duró más de tres horas, y tuvo lugar en el interior de una base militar de Puerto Ayacucho, la capital del estado Amazonas. 

El acontecimiento fue histórico para la ciudad, poblada por indígenas, comerciantes árabes y chinos, y aventureros de otras ciudades venezolanas y colombianas que se han instalado en este rincón paradisiaco y olvidado al borde del río Orinoco, que conecta y a la vez divide a Colombia y Venezuela. 

Los más de 100.000 habitantes de Puerto Ayacucho tenían motivo para estar felices. Gracias a la visita de Santos, pintaron los postes de luz y cambiaron los bombillos de la calle principal de la ciudad, que llevaba más de dos meses a oscuras, a pesar de que Maduro la ha visitado en tres ocasiones desde abril, el mismo número de veces que el fallecido presidente, Hugo Chávez, pisó tierra amazonense en 14 años de mandato. 

La imagen del difunto, sin embargo, está en afiches y pancartas por toda la ciudad. En la más nueva, aparece junto a Santos, y detrás de ambos, el Libertador de las dos naciones. 

Antes de llegar a Puerto Ayacucho, Santos pasó brevemente por Puerto Carreño, a una hora larga por río, o por carretera venezolana. Su conexión eléctrica también depende del país vecino, que enfrenta desde hace años su propia crisis energética. Algunos de sus habitantes resintieron que la visita presidencial fuera tan relámpago, porque a ellos les toma más de dos días por una carretera, que más parece trocha, llegar hasta Villavicencio. La mayoría no puede pagar el tiquete de avión hasta Bogotá. 

Los carreñenses viven realmente aislados en la capital del segundo departamento en extensión territorial del país, que se divisa desde lejos por su distintiva montaña de piedra, en cuya cima hay una gran antena y una bandera colombiana, que izaron el pasado 20 de julio, por primera vez en más de diez años. Santos no subió a ver la flameante bandera y la espectacular vista sobre el río, fue a inaugurar la Fuerza Naval del Oriente de la Armada, cuya misión es reforzar la seguridad en esta zona, por donde sale droga hacia Venezuela, florece el contrabando de gasolina, deambula la guerrilla, y se extrae oro y coltán de manera ilegal, a lado y lado de la línea limítrofe.

No se sabe qué tanto ahondaron en estos temas los dos presidentes y sus delegaciones, que conversaron dentro de un salón climatizado donde ubicaron una mesa tallada, y donde intentaron tapar con unos biombos una barra de bar sobre la que colgaba un letrero con el nombre de ‘El Sipapo’.

Así se llama una reserva forestal y uno de los ríos de la Orinoquia por donde se pasea la guerrilla de las Farc, según testimonios de los habitantes de esa región. Las comunidades indígenas publicaron una carta en una revista de la iglesia católica de Amazonas la semana pasada, en la que exigen que la guerrilla se retire de sus territorios, y enviaron una delegación hasta Caracas para denunciar su presencia en la selva.

El indio, como le dicen al gobernador de Amazonas, Liborio Guarulla, quien es de oposición y por eso no fue invitado a la reunión de presidentes, también ha denunciado públicamente que del lado venezolano puede haber cerca de 4.000 guerrilleros. El alcalde del municipio Autana, José Tomás Correa, también de oposición, recibió una carta de amenaza firmada por el frente 16 de las Farc, y en papel membreteado del gobierno bolivariano de Venezuela. Dice que tras denunciar el hecho ante las autoridades, capturaron al mensajero, y a los pocos días, la guerrilla le mandó a decir que esa persona no tenía nada que ver con ellos.

La organización, al parecer, quiere mostrar una imagen más política últimamente. Reparte calendarios, pasquines y panfletos entre la población, y el sábado pasado, apoyó una marcha por la paz de Colombia, liderada por el movimiento Marcha Patriótica, a la que asistieron unos 1.000 venezolanos y colombianos.  

Más abajo, cerca de la frontera con el departamento del Guainía, hay testimonios de que la guerrilla cobra vacuna en las minas del lado venezolano, donde es ilegal cualquier actividad extractiva porque es una zona ambientalmente protegida. El Ejército venezolano realizó un operativo el pasado 14 de julio en el que capturaron a 20 personas, y más de 100 lograron escapar, refugiándose del lado colombiano. 

Se supone que los militares venezolanos no pueden pasar, pero en el marco de operativos se han metido en territorio nacional en cuatro ocasiones distintas, en los últimos cuatro meses, según las autoridades colombianas. Los incidentes se han manejado diplomáticamente y no han pasado a mayores, pero cada vez que se tensan las relaciones, los principales afectados son los miles de venezolanos y colombianos que habitan en los pueblos ribereños, a lado y lado de la frontera, y que ante el abandono estatal, tanto de Colombia como de Venezuela, han desarrollado una dependencia mutua para sobrevivir en esta inhóspita región. 

Durante años, los venezolanos han vivido de la venta de gasolina de contrabando y comida a los colombianos. Ahora la Guardia Nacional está controlando más la compra de alimentos, sobre todo los que tienen precios regulados por el gobierno en Venezuela, como la harina, la leche, la carne, o el aceite, y que en Colombia valen hasta cuatro veces más. 

Para Venezuela es injusto que estos productos, que son los que más escasean, sean llevados a Colombia, pero en el país no es ilegal importarlos. Es más, hay incentivos para hacerlo porque Puerto Carreño es una zona aduanera con régimen especial y no pagan aranceles. El resultado de la disparidad normativa a lado y lado ha hecho que florezcan las importaciones a Colombia de alimentos y de materiales de construcción, que tanto hacen falta en Venezuela.

La devaluación del bolívar y la inflación galopante, que ha empobrecido a los venezolanos, también está afectando a los colombianos. Casuarito, un pueblo pequeño del lado colombiano, al otro lado del río de Puerto Ayacucho, era el lugar donde los venezolanos compraban ropa, artículos de cuero, entre otros productos de manufactura nacional. Pero lo que antes era un próspero puerto comercial, a pesar de no tener luz eléctrica ni agua potable, va en camino a convertirse en un pueblo fantasma. 

La escasa vida que tiene se la dan los niños, tanto colombianos como venezolanos, que cruzan en lanchas todos los días para asistir a la escuela, porque según los padres de familia, la educación es mejor del lado colombiano que del venezolano. Sin embargo, si quieren ir a la universidad, deben hacerlo en Venezuela porque en Puerto Carreño no hay instituciones de educación superior. Tampoco hay un hospital suficientemente especializado, por eso muchos colombianos acuden al médico del lado venezolano. Además, en los centros de salud del gobierno, manejados por médicos cubanos, los atienden de manera gratuita.  

Los habitantes de esta región quisieran no tener que someter su cédula o pasaporte a revisión en cada puesto de control, que no les esculcaran su equipaje, y que no les cobraran mordida para dejarlos pasar si no cumplen con los requisitos. Las quejas de colombianos y venezolanos contra los abusos y corrupción de las autoridades, que son las que deben imponer la ley en la frontera, nunca faltan. Esto también dificulta la confianza entre las Fuerzas Armadas de un lado y de otro, que se puso a prueba más recientemente, horas después de la reunión de los presidentes.

Un general de tres soles, y varios oficiales venezolanos, tuvieron que aterrizar de urgencia en Puerto Carreño, porque el avión en el que viajaban se averió. Los militares pasaron la noche en las instalaciones de la Policía, y al día siguiente, un bote de la armada los llevó al otro lado de la frontera. El avión venezolano descansa todavía en la pista colombiana.

¿De qué hablaron los mandatarios? Nunca se supo realmente. La hipótesis más fuerte indica que el presidente Santos quería retomar el buen ambiente con un presidente que, como Maduro, puede ser definitivo en los diálogos del gobierno con las Farc en La Habana.