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Andrés Piedrahíta, caminando por las calles de Madrid

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La mala hora

Andrés Piedrahíta, el colombiano estrella de las finanzas internacionales, está en el ojo del huracán por cuenta de la pirámide que sacudió a Wall Street.

4 de enero de 2009

En estos días de fin de año, el nombre de Andrés Piedrahíta ha copado los titulares de la prensa internacional. En las páginas de The Wall Street Journal, El País de Madrid y The Times de Londres se han escrito docenas de artículos sobre este colombiano que es socio y alto directivo del Fairfield Greenwich Group, la firma más perjudicada en la pirámide de Bernard Madoff en Nueva York, donde desaparecieron 50.000 millones de dólares en la que se considera la defraudación más grande causada por una sola persona en la historia de las finanzas.

Cuando empezó el escándalo, la atención se centró en Madoff, un hombre de 70 años que confesó su culpa el 11 de diciembre y que por orden judicial no puede salir de su apartamento en Manhattan. Con el paso del tiempo ha crecido la lista de víctimas. Va desde el fondo Fairfield Sentry, del Fairfield Greenwich Group, que perdió 7.500 millones de dólares, hasta un buen número de entidades filantrópicas como la fundación de Steven Spielberg y miles de jubilados que habían consignado los ahorros de su vida. En su defensa, los asesores legales de Madoff piensan argumentar que él no estaba en sus cabales.

Pero como lo que ha desaparecido son auténticas fortunas, la cosa no paró ahí. Los abogados de la gente perjudicada, las autoridades y la prensa han empezado a mirar hacia otros protagonistas del caso Madoff, y en esta lista están los intermediarios que captaban dinero para invertirlo con él. Allí ha aparecido Andrés Piedrahíta, y no de cualquier forma. Según The Wall Street Journal, Piedrahíta es una de las cinco personas sobre las cuales "los investigadores han comenzado a dirigir su atención". El diario aclara que no hay evidencia de que conocieran la trama ni han sido acusados por la justicia, pero señala que los contactos que había hecho Piedrahíta lo convirtieron en "una de las figuras clave para ampliar el alcance de Madoff".

Uno de los elementos que han salido a flote es que Piedrahíta no era un socio más de Fairfield, sino que en verdad había tomado las riendas del grupo luego de que el fundador y mayor accionista, su suegro, el multimillonario Walter Noel, se hubiera retirado parcialmente en la práctica. Eso quiere decir que la participación accionaria de Piedrahíta dentro del grupo debía ser superior a las de los maridos de las otras hijas de Noel.

A esa posición llegó por ser más hábil que sus cuñados y por demostrar un extraordinario talento para vender los productos de Fairfield. Ese talento ahora se ha tornado en su contra, pues los 7.500 millones de dólares que perdió Fairfield con Madoff constituyen tal vez la mayor pérdida de un solo fondo en la historia de Wall Street. Por lo tanto, el papel de Andrés Piedrahíta, que para todos los efectos dirigía el grupo, no es simplemente un asunto de chismografía bogotana, sino un episodio que pasará a la historia de las grandes crisis financieras internacionales.

Justamente por eso la vida de Piedrahíta ha dado un giro de 180 grados. Hace apenas un mes era considerado uno de los financistas latinoamericanos más destacados en el mundo. A sus casas de Madrid y Londres solían llegar conocidos miembros de la realeza europea y más de un multimillonario de la lista de Forbes. Para hacer un viaje de negocios o para tomarse unas vacaciones con su esposa, Corina Noel, y sus cuatro hijas, cruzaba el Atlántico en el jet privado que tenía parqueado en la base madrileña de Torrejón de Ardoz. Era la personificación del éxito. Pero ahora, tras la debacle de Madoff, a la firma Fairfield se le vino el mundo encima y como todos tratan de pescar en río revuelto, muchos de los afectados la tienen en la mira.

La primera de esa cascada de demandas que tendrá que enfrentar fue interpuesta en una corte de Nueva York el pasado 19 de diciembre. Los demandantes, Pasha Anwar y Julia Anwar, acusan a Piedrahíta, a su suegro y a otros directivos del Fairfield Greenwich Group de haber cometido una "infracción a su tarea fiduciaria", de "negligencia" y de "enriquecimiento injusto". La demanda es de las llamadas "class action" (denuncia colectiva), es decir que a ella se pueden sumar más afectados por la misma causa. El concepto de enriquecimiento "injusto" no corresponde necesariamente a lo que en Colombia se denomina "enriquecimiento ilícito", sino más bien al de enriquecimiento sin causa, que tiene un matiz diferente.

La queja principal de los demandantes, representados por el bufete Lovell, Stewart & Halesian, es que Fairfield no hizo due dilligence (diligencia debida) con la inversión de los clientes. Sostienen que una firma como la de Noel, que les cobraba el 1 por ciento anual sobre el capital invertido y el 20 por ciento anual sobre las ganancias, debía haber tenido un equipo de expertos doctorados en finanzas para vigilar dónde estaba el dinero y qué tan seguro se hallaba. Ahora los demandantes sostienen que esa gestión nunca existió y que lo único que hacía Fairfield era recibir el dinero y mandárselo a Madoff.

Los inversionistas también se quejan de que el grupo no hubiera descubierto que la firma que llevaba la contabilidad de los miles de millones de dólares que manejaba Madoff era una empresita llamada Friehling & Horowitz, situada a las afueras de Nueva York, de sólo tres empleados, uno de los cuales tiene 78 años y vive en Florida; otro es una secretaria, y el tercero, un contador.

Otro aspecto sobre el que las autoridades estadounidenses están indagando, según The New York Times, es si Fairfield utilizó cuentas en paraísos fiscales para evadir impuestos en todas estas operaciones. "Al menos 12 entidades 'offshore' estuvieron involucradas con la firma de Madoff", de acuerdo con documentos oficiales, dice el diario, y menciona el grupo financiero Fairfield Greenwich. Y señala que éste operaba en paraísos fiscales en las islas Caimán, en las Bermudas, en Irlanda y en Singapur.

Antes de que explotara el escándalo, el prestigio de Fairfield era tan grande que, según The New York Times, fue avaluado entre 1.000 y 1.500 millones de dólares cuando Noel y Piedrahíta pusieron en venta una parte de la compañía. Según el mismo diario, las comisiones que habrían aportado las inversiones hechas con Madoff ascendieron a 230 millones de dólares en el último año, y eso sin tener en cuenta que estas inversiones representaban sólo el 50 por ciento de los recursos de Fairfield, pues había otros 7.000 millones colocados en otros fondos. Con estas cifras era fácil encontrar interesados cuando comenzó el proceso de la venta. Sin embargo, el Times dice que todos los posibles compradores se echaron para atrás porque los socios no pudieron darles información detallada sobre el manejo de las operaciones de Madoff. La realidad parece ser que la amistad y el respeto por éste eran tan grandes, que ninguno de los fondos que captaban dinero para él se atrevía a exigirle información sobre la fórmula de su éxito, la cual él defendía con el argumento de que se trataba de un secreto profesional, como la fórmula de la Coca-Cola.

En Fairfield se defienden con la tesis de que la firma de Madoff funcionaba con todas las de la ley y no había sido intervenida. Recuerdan que Madoff decía cobrar comisiones muy bajas: un dólar por cada acción que adquiría en las 500 compañías principales de Estados Unidos y sólo cuatro centavos por cada opción de compra sobre esas acciones. Es lo que en inglés se llama un split-strike conversion. Además, casi todos años Madoff reportaba ganancias leves y atractivas. La cosa sonaba muy conservadora y segura. Pero era una fachada. Su fórmula mágica consistía en cobrarles una comisión mínima a quienes llevaran dinero. De esa forma, los fondos que recibían la plata conseguían una utilidad considerable. Era lógico: lo que necesitaba era liquidez. Así les cumplía a los inversionistas más antiguos. Y ahí estaba la clave.

Por si fuera poco, el portavoz de Noel y los suyos, Thomas Mulligan, dijo que la confianza de Fairfield en Bernard Madoff era tanta, que le habían confiado 60 millones de dólares entre los socios del grupo.

Una consecuencia de esta debacle financiera es que todo el mundo va a demandar a todo el mundo. Los inversionistas que perdieron su plata la emprenderán contra Madoff y contra los intermediarios como Fairfield. A su turno, éstos probablemente demandarán a sus propios auditores (el de Fairfield era PricewaterhouseCoopers) y también a las agencias reguladoras. Una de ellas será la Security Exchange Comission (SEC, por su sigla en inglés), cuyo presidente, Christopher Cox, admitió no haber encendido las alarmas cuando hace tres años el financista Harry Markopolos les hizo llegar un escrito en el que demostraba que los espectaculares rendimientos de Madoff sólo podían deberse a una pirámide: que los intereses de los inversionistas más antiguos se pagaban con los depósitos de los nuevos clientes. También está por establecerse la responsabilidad de HSBC, que era el banco depositario de todos los papeles de Madoff. El número de las supuestas transacciones era tan grande, que la responsabilidad de guardar los contratos no le correspondía a él, sino al banco depositario, que era el HSBC. Como la mayoría de esas transacciones no existió, no se entiende cómo esa entidad pudo no haber notado que algo no cuadraba con las cuentas de Madoff.

En España también se le ha complicado la cosa a Fairfield. A finales de diciembre, la Fiscalía Anticorrupción abrió una investigación de oficio para preguntarle a la SEC si los que atraían inversiones hacia Madoff en territorio español, como ocurría con Piedrahíta, sabían del fraude. Hay muchos afectados en España, entre ellos un fondo del hijo y el yerno de Emilio Botín, presidente y mayor accionista del Banco Santander, que perdió 3.100 millones de dólares. A pesar de las investigaciones, hasta ahora nadie ha acusado a Fairfield ni a ninguno de los intermediarios de tener conocimiento del fraude que se estaba perpetrando. Las demandas no se centrarán en complicidad, sino en negligencia.

Si el Fairfield Greenwich Group está hoy día en su peor momento, hace apenas un mes era uno de los fondos más atractivos para los inversionistas. Fundado por Walter Noel en 1983, se presentaba como una entidad muy exclusiva donde sólo los que lograban entrar en esa especie de club podían gozar de sus beneficios. Manejaba un portafolio de más de 14.000 millones de dólares y se vanagloriaba de contar entre sus directivos no solamente a Walter Noel y a Andrés Piedrahita, sino a Jeffrey Tucker, otro de los socios fundadores, un hombre que en su hoja de vida mostraba ocho envidiables años de experiencia como abogado de la SEC.

No sólo eso. En el número correspondiente a este mes de enero, la revista Bloomberg Markets publica la lista de los 20 hedge funds más rentables de Estados Unidos y sitúa a Fairfield Sentry en el puesto 14. Se afirma que sólo lo superan otros de igual prestigio, como Medallion, dirigida por Jim Simons; Paulson Advantage Plus; Blue Trend, y Clive. El Fairfield Sentry gozaba de una historia formidable. En sus 15 años de existencia Fairfield Sentry sólo arrojó pérdidas en 13 meses.

Aparte de las investigaciones judiciales que se le han venido encima, la vida social de Piedrahíta ha dado un giro. A comienzos de diciembre era uno de los financistas latinoamericanos más exitosos en el mundo. "Yo quería ser como él", le dijo a SEMANA un colombiano más joven que trabaja en Wall Street. Y no era para menos. Piedrahíta era el sinónimo del éxito. Bien parecido, casado con una mujer atractiva, distinguida e inteligente, vivía entre su mansión del barrio madrileño de Puerta de Hierro, avaluada en unos 10 millones de dólares. Viajaba en su Gulfstream 200, un jet privado que vale más de 20 millones de dólares y que también empleaba para ir a su finca en Mallorca, a la casa de su familia política en la isla caribeña de Mustique y a la mansión de sus suegros en Greenwich, un suburbio en el estado de Connecticut donde vive gran parte de los multimillonarios al norte de Nueva York. Millonarios españoles como Alberto Cortina, ex esposo de Alicia Koplowitz, o miembros de la nobleza europea como el príncipe Pablo de Grecia, sobrino de la reina Sofía de España, iban frecuentemente a su residencia.

El príncipe Felipe y su esposa Letizia Ortiz también fueron a las fiestas que ofrecía. "Que yo sepa, han estado al menos media docena de veces", le dijo una fuente anónima a la página web española El Confidencial, según la cual el vínculo entre Piedrahíta y el heredero del trono español fue el financista Javier López-Madrid. Además, uno de los principales empleados de Fairfield en la capital española era también miembro de la nobleza: Fernando Fernández de Córdova, hijo del Duque de Arión y cercano al hijo del rey Juan Carlos.

Esa vida social por ahora parece haber quedado atrás En Madrid, donde reside actualmente, ni inversionistas ni periodistas han podido ubicarlo. No pasa al teléfono en su casa ni en la oficina. Por si fuera poco, no fue bien recibida la única entrevista que le dio hace pocos días al diario madrileño El Mundo, en la que dijo que los de Fairfield han sido "tan víctimas de Madoff como Emilio Botín". Esa afirmación, que en el fondo es verdad, fue considerada pretenciosa por los amigos de Botín.

Uno de ellos, Jaime Castellanos, ex presidente del grupo Recoletos propietario del diario económico Expansión, la emprendió contra Piedrahíta en los siguientes términos: "Hombre, cállate. Coge un avión y desaparece de España porque aquí te van a dar, chaval, te van a dar".

Comentarios como éste ilustran el ambiente caldeado que se está viviendo en la península ibérica. Lo que no deja de llamar la atención es que muchas de las personas que hacen esas afirmaciones se sentían honradas de ser invitadas a la residencia de los Piedrahíta antes del escándalo.

La desaparición de Andrés Piedrahíta de la vida social mientras define estrategias con sus abogados ha sido registrada en varios medios de comunicación internacionales. El 21 de diciembre, el diario londinense The Times reveló que varios amigos suyos trataban de contactarlo por correo electrónico para saber si al fin iban a hacer el viaje de Navidad al que habían sido invitados por él y Corina. La idea, según el rotativo, era que el grupo de amigos se encontrara "en Barbados para luego salir en jet hasta Mustique, donde los Noel tienen su casa Jemanja que, de acuerdo con su vecino, Tommy Hilfiger, tiene las mejores vistas de la isla". Para The Times, entre los invitados debían estar Alberto Cortina, la generación joven de los Botín y Arky Busson, ex marido de Elle McPherson y prometido de Uma Thurman. Aparentemente el viaje se canceló, pero casi todos esos personajes defienden a Piedrahíta a capa y espada.

La reclusión también es registrada en Estados Unidos y no se limita a Andrés, sino también a la familia de sus suegros. En las oficinas de Fairfield en Greenwich no responden o lo hace un contestador automático, según The New York Post, que añade que en el apartamento neoyorkino de Walter Noel en Park Avenue descuelga una empleada del servicio. Las fotos de todos los socios de Fairfield han desaparecido del portal de Internet de la firma, donde un aviso les pide paciencia a los inversionistas. Y en la era de los blogs, aparecen permanentemente agresiones verbales contra los Noel, que incluyen acusaciones tan nimias como una vieja demanda que tuvo la familia por contratar un empleado sin papeles.

Paradójicamente Piedrahíta se fue hace tantos años de Colombia, que a pesar de tener contactos de alto nivel aquí, es menos conocido que en el exterior. De acuerdo con la revista Poder, unos 200 inversionistas nacionales perdieron dinero en los fondos de Fairfield defraudados por Madoff. Conocer su identidad será bastante difícil porque si no habían declarado ese dinero, se expondrían a una investigación tributaria y porque, como indica The Wall Street Journal, "Colombia tiene una historia de secuestros que impide que los empresarios hablen de negocios en los medios de comunicación". El diario Portafolio asegura que entre los afectados se puede encontrar un empresario de la industria automotriz y se especula que la colonia judía ha sufrido bastante.

Sólo un colombiano ha admitido que perdió plata en el fondo de Fairfield. Se trata de Alberto Mugrabi, un destacado empresario judío residente en Nueva York, hijo del mayor coleccionista en el mundo de cuadros de Andy Warhol. "Teníamos muy poca plata metida allí -menos de un millón-, de modo que no estoy afectado personalmente", le indicó a The New York Times. "Conocemos a Andrés de toda la vida, es un gran tipo, y nos dijo que Madoff era un maestro. Confié en Andrés y todavía confío en él", señaló en defensa de Piedrahíta.

Las opiniones están divididas entre comentarios amables de esa naturaleza o insultos en su contra. En todo caso, en las fiestas de la alta sociedad de esta temporada navideña Andrés Piedrahíta fue el tema de conversación no sólo en Bogotá, sino en Caracas, Rio de Janeiro, México, Madrid, Ginebra, Milán, Londres y Nueva York.

Lo que muchos se preguntan es cuál será el mejor lugar para que él se defienda de la avalancha de demandas judiciales que se le vienen. Los inversionistas que han perdido su dinero pretenden que se les devuelva no sólo el capital que pusieron, sino las comisiones que le pagaron a Fairfield. Sólo estas últimas, según el New York Times, superarían los 500 millones de dólares. Las demandas a los intermediarios como Fairfield esperan que los socios respondan con sus activos personales para que por lo menos se pueda recuperar una parte de lo perdido. Se ha rumorado que los abogados de Piedrahíta le han aconsejado no librar esas batallas desde Estados Unidos. Aparentemente, lo mejor para él será permanecer en España. Al fin y al cabo, Fairfield reveló que en ese país había recibido 91 millones de dólares que evaporó Bernard Madoff, y esa suma, en comparación con los 7.500 millones que el grupo perdió en este fraude gigantesco, es pequeña.

En todo caso, lo que es seguro es que Andrés Piedrahíta, quien el mes entrante cumple 50 años, tendrá por cuenta de un golpe bajo del destino el cumpleaños más amargo de su vida.