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Mientras sembraban árboles, víctima y victimario se encontraron casualmente. | Foto: Archivo

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La mujer que se encontró por casualidad en el Tolima con el secuestrador de su familia

¿Qué haría usted si se entera de que está frente a quien privó de la libertad a varios miembros de su familia? Esta es la historia de una de las víctimas del secuestro en el edificio Miraflores, en Neiva.

27 de junio de 2017

El 26 de julio de 2001 la columna móvil Teófilo Forero de las Farc, donde Cristobal* militó durante ocho años, secuestró a 15 personas en el edificio Miraflores en Neiva. Algunos familiares de Marcela* permanecieron durante tres años lejos de su hogar, por cuenta de la acción de este grupo guerrillero.

Dieciséis años después, los dos se encontraron en una conversación que duró horas, que estuvo bañada por el llanto de la vergüenza, de los malos recuerdos y del perdón, en el mismo sitio donde nacieron las Farc en el sur del Tolima. En medio de trabajos voluntarios de la empresa privada, convocada por la Andi y la comunidad de la zona, el Cañón de Las Hermosas fue epicentro de una escena poco común de reconciliación.
 
“Desde el principio empecé a sentir empatía y curiosidad por él”, recuerda Marcela al narrar la historia del encuentro con Cristóbal, quien en medio del sudor y del cansancio de los trabajos del día le contó la historia de cómo llegó, lo que hizo y por qué se desmovilizó de una de las estructuras más sólidas del Bloque Oriental de las Farc.

Cuando ella supo quién era él y Cristóbal conoció del sufrimiento que le había causado a su familia, le pidió perdón. Ambos estaban allí con la intención de conocer, de encontrarse en medio del trabajo comunitario en Las Hermosas y, sin esperarlo, reconstruyeron una historia marcada por el dolor.

El camino: la reconciliación

“Siento en el alma que uno comete muchos errores, pero me arrepiento de corazón y del daño que le causé a su familia y a su vida”, expresó Cristóbal en medio de un llanto sereno y con la voz entrecortada.

“Yo quería entenderlo y para mí –asegura Marcela mientras también llora– ha sido un choque tenaz, una historia muy dura”. Sin embargo, ella lo anima: “…usted es un verraco. Me parece admirable que tuvo esa ideología, cargó un arma y ahora tiene la valentía de pedir perdón y afrontar lo que venga”.

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Marcela sabe que es difícil que los colombianos cambien de percepción acerca de los exguerrilleros de las Farc, quienes durante 60 años participaron en cientos de acciones bélicas en zonas urbanas y rurales en Colombia. Sin embargo, sabe que la decisión de este grupo insurgente de dejar las armas permite tener un poco de esperanza.

“Yo sembraba la guerra y ahora estoy sembrando la paz y árboles para que mañana haya oxígeno para mis hijos y los niños del futuro”, dice Cristóbal, mientras siembra uno de los más de 4.000 árboles que 500 voluntarios llegaron a plantar en la vereda Santa Bárbara al sur del Tolima.

Algunas noches Cristóbal se encuentra cara a cara, en sus sueños, con los trágicos recuerdos de su historia: “La huella es imborrable –dice– yo recuerdo el horror. Es de volverse loco. Soñar que se destrozan personas, las balas, las bombas… eso no se olvida”. Por ello, Cristóbal tomó la decisión de dejar las armas; “lo hice por mi pueblo, por generar un cambio social”.

Marcela a pesar de revivir su dolor, hoy ve con solidaridad a ese hombre quien, ahora desde la legalidad, necesita ayuda para perdonarse a sí mismo.
“Les pido perdón a Colombia y a mi pueblo por el horror y la guerra… y nada, vamos a construir país”, concluye Cristóbal.

*Nombre cambiados por solicitud de la fuente.

Por: Yenifer Aristizábal
@YenAristizabal

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