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LA NARCO - VALIJA

El caso de la cocaína enviada a la Embajada de Colombia en Madrid hasta ahora sólo permite una conclusión: un "vivo" y una cadena de funcionarios, si no culpables, pendejos.

4 de febrero de 1985

Todo empezó el 26 de diciembre, cuando las dos cadenas de la televisión suspendieron abruptamente su programación habitual para anunciar un comunicado especial de la Presidencia de la República. Y luego, nada. "Es que hubo golpe", se angustiaban los telespectadores. Y otros, más duchos en psicología castrense, los tranquilizaban: "No, porque entonces estarían tocando marchas militares". Y lo único que transmitían los canales en cadena era, una y otra vez, un programa educativo del DATT aconsejando a los conductores que no pisaran las rayas amarillas de las carreteras. No era probable que el DATT hubiera dado un golpe de Estado, y además casi ninguna carretera del país tiene rayas amarillas.
La intriga se despejó al cabo de casi una hora, cuando se leyó por fin el misterioso comunicado de la Presidencia. Según él, la Policía española "... habla detectado la posible participación del segundo secretario de nuestra embajada en Madrid, señor Custavo Jácome Lemus, en una presunta entrega de cocaína, para la cual se habría usado la valija diplomática colombiana". Tras explicar el procedimiento empleado -"la cocaína se envió a la Cancillería desde una oficina de la Secretaría de Información y Prensa de la Presidencia de la República, en cajas selladas y que en apariencia contenían películas sobre Colombia filmadas por un supuesto periodista de la Televisión Española con el fin de exhibirlas en su país"-, el comunicado anunciaba que el Presidente Betancur había destituido fulminantemente a Jácome Lemus, privándolo del fuero diplomático "para que las autoridades españolas pudieran cumplir con toda amplitud su tarea". Y concluía diciendo que, "con motivo de estos hechos el Presidente Betancur ha expresado que la audacia insensata de los delincuentes afecta la honra de todos los colombianos de bien".
Afectó, para empezar, la honra de Jácome Lemus, cuya culpabilidad a nadie se le ocurrió poner en duda un solo instante. Llovieron los titulares: "Narcodiplomático". " Traidor a la patria". Entre tanto, el segundo secretario estaba preso en un calabozo de los juzgados de la Audiencia Nacional de Madrid (desde el 14 de diciembre, aunque inexplicablemente la Cancillería colombiana sólo lo vino a saber el 21, día en que el Presidente Betancur firmó el decreto de insubsistencia), y en tres interrogatorios consecutivos había negado su participación en el tráfico. Y poco a poco se iban conociendo los detalles del caso. El "supuesto periodista español" -Javier Gómez Ballesteros-, a quien iban dirigidas las "cajas selladas de película", había sido detenido por la Policía española en su casa, tras derribar la puerta y ser hallado con 2.625 gramos de cocaína que acababa de sacar de las cajas. Por su denuncia fueron detenidos Jácome y su compañero de vivienda, un español llamado Emilio, el cual fue dejado en libertad a las pocas horas. Tanto Gómez Ballesteros como Jácome acabaron siendo enviados, incomunicados, a la cárcel madrileña de Carabanchel.
La investigacion en Colombia, adelantada personalmente por el coronel Miguel Maza Márquez, jefe del F-2, se centraba mientras tanto en la Cancillería y en la Secretaría de Prensa de Palacio. Allí, en las oficinas de prensa internacional, se hallaron otros 842 gramos de coca en más latas de película, y finalmente fueron detenidos dos funcionarios -Juan Castillo Muñoz, jefe de prensa internacional, y su subordinado Carlos Osorio Pineda- por orden de la Juez 53 de Instrucción Penal Militar (puesto que, bajo el estado de sitio, los delitos de narcotráfico corresponden a la justicia militar). La prensa, que tan drástica se había mostrado en su condena al diplomático, fue mucho más ecuánime en el caso de los periodistas, a quienes calificó de "negligentes". Ellos mismos lo reconocieron así: "Nos metieron un gol", se quejó Osorio. Y Castillo fue todavía más enfático, declarando, al entrar en la cárcel, que lo detenían "por pendejo". Su abogado, Luis Xavier Sorela, anunció que pensaba defenderlos basado precisamente en ese atenuante, o eximente, que es el apendejamiento.
A la vez, iban surgiendo voces tímidas que argumentaban lo mismo en favor de Jácome Lemus. "Una persona muy servicial", lo llamó el canciller Ramírez Ocampo. "Un funcionario intachable", lo defendió Abdón Espinosa Valderrama, embajador en España hace siete años, cuando Jácome se vinculó allí al servicio diplomático. "Una dama", lo definieron personas que lo conocen desde hace años. "Un chivo expiatorio", editorializó el diario El Tiempo. E inclusive la prensa española, que en un principio había hablado con gran certidumbre de su participación en el narcotráfico empezaba a ponerla en duda al final de la semana, antecediendo un "presuntamente" a las frases referidas a él y señalando que la Policía no tenía en contra suya nada distinto de la acusación de Gómez Ballesteros. El diplomático de 63 años empieza ahora a aparecer como un funcionario honesto y responsable, dueño de una considerable fortuna familiar y preocupado, sobre todo, por las minucias de la vida social: arreglar las flores en los banquetes de la embajada, llevar de compras a las señoras de los colombianos importantes que pasan por Madrid, desde las de los ex presidentes hasta las de los Generales en retiro.
Fuera de eso, era el encargado de recoger en el aeropuerto la valija diplomática y de distribuir su contenido. De acuerdo con la Convención de Viena, el manejo de la valija está sometido a estipulaciones muy precisas (ver recuadro), pero en la práctica, y en casi todos los países, reina una gran laxitud: las valijas, en teoría reservadas a los documentos de Estado (diplomas) se usan para mandar de todo, desde cartas de amor hasta cajas de bocadillos veleños. Así se demostró al investigar no ya a quién había recibido las películas selladas en Madrid -Jácome-, sino quién y cómo las había enviado desde Bogotá sucesivamente, los funcionarios de la Oficina de Prensa de Palacio y los de la Cancillería: Román Medina, secretario de Prensa del Presidente; Jairo Sandoval, jefe de Prensa de esa Secretaría; la secretaria de Juan Castillo, Sandra Mercedes Toledo; el propio Juan Castillo, jefe de la Sección Internacional de la Secretaría de Información y Prensa, y su asistente, Carlos Osorio; la asistente de la viceministra Laura Ochoa de Ardila; la misma viceministra y la encargada de la sección de valijas diplomáticas, Alicia Lozano.

"EL EMPUJADOR"
Todo lo cual conduce de vuelta al primer detenido, Javier Gómez Ballesteros, el supuesto periodista español, simultáneamente remitente y destinatario de las latas de cocaína, y a través de él al problema del apendejamiento. Gómez Ballesteros se presentó en Colombia como corresponsal de Televisión Española -la cual niega que haya trabajado allí jamás- y con una carta de recomendación vieja de un año firmada por el ex embajador en España Jota Emilio Valderrama, que lo presentaba como "ilustre periodista vinculado a los más calificados medios españoles". Jota Emilio dice ahora que "es imposible averiguar por los antecedentes de las personas", que se presentan a pedir recomendaciones, "cuando por lo demás ése no es el oficio de los representantes diplomáticos" . Así llegó a la Secretaría de Palacio, y así llegó luego, por recomendaciones sucesivas, hasta la oficina de despacho de las valijas diplomáticas, donde confió sus películas para enviar a España en una tula de cuero. "Cuídenme mi tulita", recomendó. De la misma manera, y con una recomendación de Inravisión -que Inravisión no recuerda- se presentó en el Noticiero 24 Horas, para proponerle una corresponsalía en España, que su director, Mauricio Gómez, rechazó porque "me pareció demasiado empujador el tipo". Y en todo ese proceso, a nadie se le ocurrió verificar sus credenciales de periodista. Ni siquiera se les ocurrió consultar telefónicamente con la corresponsal oficial que la TV española tiene en Bogotá desde hace cerca de un año, Ana Cristina Navarro. Todos fueron siendo "empujados" por el empujador Gómez Ballesteros, el cual, por otra parte, tenía experiencia en convencer incautos. Sin ser periodista, ni haber trabajado jamás en un periódico, y con un certificado falsificado de estudios que le dio acceso a un carnet falso de prensa, habia llegado a ser vocal de la Asociación de Prensa Española.
En su orden, desde el embajador Valderrama que le dio su carta de recomendación hasta el segundo secretario Jácome, que le entregó sin protestar las cajas de película, pasando por los funcionarios que se lo fueron rebotando de teléfono en teléfono, más y más recomendado a cada nueva llamada, y que no se sorprendieron de que un particular extranjero quisiera enviar paquetes sellados por la valija diplomática colombiana, ni le pidieron que los abriera, sino que le mandaron cumplidamente "su tulita", todos los implicados en la peripecia de la valija fueron, si no culpables, por lo menos pendejos. Y la cadena de pendejería llega incluso más arriba. Pasa por el embajador en Madrid Ramiro Andrade Terán, que se apresuró a dar "toda clase de facilidades" a la Policía española sin fruncirse ante el hecho de que un diplomático colombiano llevara ocho días detenido, y por el canciller Augusto Ramírez que también aceptó esta violación del fuero como la cosa más natural del mundo, y por el ministro de Justicia, que aceptó sin pestañear la entrega del caso a la justicia española pasando por alto el Artículo 151 de la Constitución, según el cual el juzgamiento de delitos cometidos por diplomáticos compete solamente a la Corte Suprema de Justicia. Tampoco el Presidente se mostró más cauto y se apresuró a llamar a Felipe González a Madrid, "para solicitarle el mayor rigor con un caso en el que está de por medio la dignidad del Estado colombiano". La motivación tiene las mismas raíces: si los pequeños funcionarios querían demostrarle al empujador extranjero que ellos sí eran capaces de mandar con eficacia un paquete recomendado, los más grandes quieren probarle al esceptico mundo exterior que en Colombia sí somos capaces de perseguir con eficacia el tráfico de droga. Caiga quien caiga, aunque sea un inocente.
La investigación no se ha cerrado. Al cierre de esta edición había sido llamado a rendir indagatoria ante el juez, el secretario de Prensa del Presidente, Román Medina, del cual tambien se empezaba a asegurar que tampoco era culpable, sino a lo sumo pendejo. Pero aunque todo el mundo, salvo el empujador Gómez Ballesteros, acabe demostrando su inocencia, todo el asunto deja un mal sabor de boca.

LA TULA - VALIJA
La famosa valija diplomática se asemeja más, por lo general, a una tula. Pero también puede ser una caja, una maleta o un sobre con los sellos distintivos de la inmunidad diplomática que, según convenciones internacionales, no pueden ser violados en ninguna aduana del mundo.
Cuando se trata de una tula, ésta viaja sellada con tres candados. Dos de ellos funcionan con clave que sólo conocen los funcionarios de Correspondencia o Política Exterior de la Cancillería y de la Embajada a donde se envían los despachos. Su contenido debe ser controlado por estos mismos funcionarios, quienes deben levantar un acta de los objetos que la conforman tanto en el lugar de despacho como en el lugar de recibo del mismo. La valija diplomática es, entonces, una garantía que se otorgan las naciones que mantienen relaciones diplomáticas, para que cierto tipo de documentos y objetos oficiales puedan viajar del país de origen a alguna de sus sedes diplomáticas en el exterior sin ser examinados por las autoridades de los respectivos gobiernos. Las valijas suelen contener instrucciones del gobierno o de la Cancillería para sus agentes internacionales, revistas, periódicos, documentos, recortes y hasta información secreta sobre asuntos de interés nacional o directrices de la política exterior. Según el Artículo 27 de la Convención de Viena, sólo deberían enviarse por valija diplomática documentos oficiales. Sin embargo, esta disposición ha venido relajándose hasta el punto de que lo que inicialmente fue en realidad una valija, tuvo que convertirse en tula, para darle cabida no sólo a los documentos pertinentes, sino aun a los caprichos de algunos agentes diplomáticos en el exterior que utilizan este sistema de correo para satisfacer "antojos" como el de comer arequipe o recibir un paquete de auténtico café colombiano.
Tan especializada es la valija diplomática que no puede ser confundida con la valija del diplomático que, a pesar de estar protegida también por convenciones internacionales, sí puede ser revisada, y de hecho lo es estrictamente en países como los Estados Unidos.