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LA OVEJA DESCARRIADA

¿Qué hay detrás de la andanada de Alvaro Leyva contra Alvaro Gómez?

13 de mayo de 1985

"De nada nos sirve coronar un candidato en una convención, por más títulos y méritos que tenga, si nos va a llevar a la derrota". Con estas palabras, pronunciadas en una concentración en Cáqueza, Alvaro Leyva Durán levantó la gran polvareda política de la semana. Mientras que en el liberalismo este tipo de zancadillas fratricidas se han convertido en el pan de cada día, en el conservatismo, donde las aguas venían calmadas de un tiempo para acá, ésta es la primera tempestad que las agita. Lo curioso es que esta tempestad haya sido causada por una disidencia de un personaje junior en la política, cuando un peso pesado como J. Emilio Valderrama lo viene próclamando a los cuatro vientos desde hace un año, sin que se le atribuyera ninguna gravedad.
La explicación radica en que Leyva, senador por Cundinamarca de 41 años, es el número uno de los protegidos del ex presidente Pastrana, a cuya sombra ha hecho toda su carrera. De ahí que el interrogante que se plantearon los observadores políticos fue el de qué tenía que ver el ex presidente en todo este asunto. Aun cuando al otro día, Jaime Arias, otro protegido de Pastrana y émulo de Leyva dentro de esa corriente, salió a hacer las rectificaciones formales que la situación requería, esto no absolvía el interrogante, puesto que con el mismo énfasis Leyva, en declaraciones a RCN no sólo no recogía velas, sino que las desplegaba orgullosamente, condimentando la polémica con nuevos ingredientes.
El ingrediente que más llamó la atención fue la admisión de Leyva de que Pastrana conocía su posición. Interrogado sobre la reacción del el presidente al respecto, Leyva respondió: "El, simple y llanamente, me escuchó con todo el respeto y me manifestó que los conservadores estamos en la posibilidad de hacer uso de la capacidad de análisis individual y colectivo antes del día de la Convención". La cosa, sin embargo, no es tan simple ni tan llana como lo dice el senador. Si bien puede ser cierto que Pastrana no mandó a Leyva a decir lo que dijo, y que se limitó a no decirle que no lo dijera, la verdad es que sí habría podido hacerlo.
En teoría, los protagonistas de este episodio están en lo que toca: el ex presidente demostrando su neutralidad antes de la Convención, el junior ejerciendo su legítimo derecho de disentir antes de que se oficialice la candidatura conservadora. En la práctica, la cosa es a otro precio. La viabilidad de la candidatura Gómez se ha basado en todo momento en el apoyo de Pastrana, y la luz verde que el ex presidente le dio al ex embajador en Washington después de una minicumbre en Nueva York hace poco menos de un año, volvió de facto a Gómez candidato único de la noche a la mañana, de tal suerte que sólo quedaban faltando los rituales. Dentro de éstos, éstaba la precandidatura de J. Emilio, que le servía al partido para dar la impresión de que la de Gómez no era prefabricada.
El episodio con Leyva parece haber tornado la luz verde en amarilla, porque la cercanía del senador con Pastrana echa al traste con la imagen de unión monolítica con la cual se estaba vendiendo la candidatura de Gómez. Un alvarista furibundo le manifestó a SEMANA: "es como si Alberto Casas dijera que hay que revaluar la jefatura única de Pastrana y todos lo aceptáramos como si se tratara de la opinión de un particular".
La verdad es que también algo tiene de opinión particular. Leyva Durán, además de pastranista triple A, tiene características políticas propias. Para comenzar, tiene una pelea regional en Cundinamarca con Gabriel Melo Guevara, uno de los favoritos de Gómez, de quien dice que "no tiene votos y quiere ser senador, mientras yo sí los tengo". Además de esto, se podría decir que existen rivalidades ancestrales heredadas con Gómez. Su padre, Jorge Leyva, si bien laureanista fanático e íntimo de Gomez en su juventud, era al mismo tiempo rival de este último, pues ambos se consideraban herederos del laureanismo: uno como heredero político y otro como heredero sanguíneo. Este conflicto produjo eventualmente un rompimiento entre los dos, hasta el punto de que, a la muerte de Leyva, estaban completamente "abiertos". Algo de esta rivalidad puede estar jugando, consciente o inconscientemente un papel en la actitud de Leyva.
A estas consideraciones habría que sumar otra tal vez más importante: Leyva es un hombre enormemente ambicioso, con aspiraciones presidenciales, y actos de rebeldía de esta naturaleza son para él jugadas estratégicas dentro de los planes de su carrera política. Sin duda alguna, quiere ubicarse como una especie de Galán del partido conservador. A su edad, separarse del rebaño le da la posibilidad de volverse personaje, especialmente ahora que los rebaños tradicionales, tanto el liberal como el conservador, están saliendo trasquilados.
Por otra parte, a Pastrana tampoco le hace daño, amparado por la tesis de la neutralidad, tener su oveja descarriada, pues le deja una compuerta abierta para cualquier contingencia.
Pero, más allá de estas consideraciones personales, ¿cuáles son las implicaciones reales de esta fisura que se le ha abierto al conservatismo? En su pantallazo de la semana pasada, Leyva abrió un abanico de precandidatos, equilibradamente integrado para que no se le acusara de sectarismo grupista. Los nombres eran: Rodrigo Lloreda, Ignacio Vélez Escobar, J. Emilio Valderrama, Roberto Gerlein, Rodrigo Marin Bernal y Jaime García Parra. De esta lista, con la excepción de Lloreda, ninguno tiene la más mínima posibilidad de ser candidato en 1986. Y la de Lloreda requeriría una catástrofe de proporciones hecatómbicas definitivamente improbable. El único rival de Alvaro Gómez es Pastrana, pero sus pronunciamientos sobre una eventual candidatura han sido demasiado categóricos como para creer que se trata de una estrategia para que su nombre quede en la reserva.
De todas formas, el hecho real es que el nombre de Gómez, a estas alturas ya no es negociable y que cualquier intento de sabotaje a su candidatura significaría irremediablemente la división del partido conservador. Todo esto lleva a la conclusión de que la situación de Gómez no es tan frágil como le gustaría a Leyva, pero sí lo suficientemente vulnerable como para que le haga daño todo este episodio.