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LA OVEJA NEGRA

El traslado de un desconocido coronel de Puerto Boyacá destapa los conflictos internos del Ejercito colombiano frente al fenomeno paramilitar.

29 de mayo de 1989

"Luzco este camuflaje. Y lo siento. Y no voy a permitir que lo mancillen ni que lo pisoteen", dijo el coronel Luis Bohórquez, comandante del Batallón Bárbula de Puerto Boyacá, con voz entrecortada, en medio de lagrimas y como queriendo literalmente rasgarse las vestiduras. Y prosiguió en vivo y en directo, su arenga frente a los micrófonos y a las cámaras de televisión, soltando frases como éstas: "Soy militar porque lo siento, porque lo vivo. Soy un fanático del no a la subversión. Agradezco al diputado Leonardo Guarín los dineros gentilmente donados para ayudarnos a mantener el orden publico", "Soy un comandante controvertido y actuo así porque soy un hijo del Magdalena Medio".

Que el jefe militar de la zona, considerada como el laboratorio del paramilitarismo, se atreviera a hacer públicos agradecimientos al hijo de quien pasó a la historia como el padre de los grupos de autodefensa del Magdalena Medio (Pablo Emilio Guarin), y reconociera con satisfacción su feroz anticomunismo, era algo que para los colombianos rayaba con lo insólito. La dramática escena prácticamente confirmaba lo que hasta ese momento no era más que un rumor: la coexistencia de algunos mandos militares con los grupos paramilitares.

Lo curioso es que este destape protagonizado por el coronel Bohórquez se produjo cuando éste se enteró que iba a ser removido de su cargo. El comandante del Bárbula le madrugó a sus superiores y antes de que le llegara la comunicación oficial, solto la lengua. En un acto de audacia, reunio a la población civil de Puerto Boyacá y, como cualquier politico cuestionado, defendió airadamente su gestión. No solo se adelantó al posible pliego de cargos que se le viene encima, sino que se fue lanza en ristre contra los altos mandos . "Y si se produce mi relevo, como es mi sospecha, es porque no le convengo a oscuras fuerzas que quieren desestabilizar la institución militar para poder penetrar en ella", dijo en tono de sentencia.

A pesar de que el propio comandante del Ejército, general Nelson Mejía Henao, declaró en varias ocasiones que se trataba de un relevo normal y que al coronel Bohórquez se le había ido la mano en su reacción lo cierto es que el traslado del comandante del Batallón Bárbula no era ni rutinario ni casual. Y el ministro de la Defensa parecía entenderlo así.
Para el general Manuel Guerrero Paz este cambio era el resultado de la evaluación del desempeño de sus funciones, porque "los hombres tienen que presentar resultados tangibles y no simplemente realizaciones verbales".

A partir de ese momento, los colombianos se hicieron por lo menos tres preguntas obligadas: "hasta dónde estaba metido el coronel Bohórquez con los paramilitares", ¿hasta dónde sus superiores tenían conocimiento de esta situación y hasta dónde el relevo del coronel respondía a una decisión del gobierno de coger el paramilitarismo por los cuernos empezando por la propia casa? SEMANA se ha enterado de que el coronel Bohórquez venía siendo objeto de una investigación disciplinaria por sus posibles vinculaciones en el entrenamiento a los grupos paramilitares, expedición de salvoconductos para las armas utilizadas por ellos, y apoyo logístico a las escuelas de sicarios del Magdalena Medio. Según informacíones recogidas tanto por organismos de seguridad como por jueces de Instrucción Criminal que adelantan casos de masacres y crímenes políticos, "el Batallón Barbula protege a individuos como Luis Rubio, Marcelino y Henry Pérez, y los esconde en sus instalaciones cuando los investigadores llegan".

La investigación que adelanta la Procuraduría Delegada para las Fuerzas Militares recoge una serie de rumores y versiones que para los habitantes de esa región son hechos de conocimiento público. Se afirma que prácticamente en casi todos los asesinatos que se cometieron durante la etapa bautizada por los grupos de autodefensa del Magdalena Medio como de "limpieza de comunistas", se daba una constante: la moto del asesino o el campero en que se movilizaban los sicarios entraba o salía de las instalaciones del Batallón Bárbula. Las fiestas que daban quienes hoy son considerados por la justicia como las cabezas visibles de los grupos paramilitares, tenían siempre como invitado de honor al coronel Bohórquez.
Pero es más: en los organismos de seguridad se afirma que las armas utilizadas por las autodefensas eran compradas a Indumil (Industria Militar) a través del Batallón Bárbula y que los jefes de estos grupos poseían salvoconductos en blanco firmados por el coronel.
Curiosamente, estas acusaciones contra el comandante del Batallón Bárbula no se diferencian en mucho de lo que él considera su leit motiv.
Para él, para sus 1.300 hombres y para la mayoría de los habitantes del Magdalena Medio, nada de lo que ha ocurrido allí, durante los últimos años, es motivo de vergüenza. Por el contrario, para ellos es motivo de orgullo. En el Magdalena Medio, y principalmente en Puerto Boyacá, la campana de "limpieza" contra comunistas, auxiliadores de la guerrilla, maestros, líderes sindicales y en general todo lo que oliera a subversivo, fue recibida con buenos ojos.

Las autoridades y particularmente algunos sectores del Ejercito no han sido ajenos a este fenómeno. Para muchos comandantes de Batallón y de Brigada, ayudar a que grupos de campesinos se armaran contra la guerrilla, más que trasgredir la ley era defender la democracia y la Constitución. La lógica que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", hacia que los grupos de autodefensa que comenzaron a formarse por todo el país contaran, como mínimo, con la bendición de los jefes militares de la región. En ese momento las cosas se veían en blanco y negro: campesinos decentes apoyados por la autoridad contra los bandoleros. Máxime cuando los mismos reglamentos internos del Ejército aprueban la conformacion de estos grupos: "Organizar, instruir y apoyar las juntas de autodefensa debe ser un objeto permanente de la Fuerza Militar donde la población es leal y se manifiesta agresiva contra el enemigo", aparece consignado en un memorando enviado por el ministro de la Defensa a todos sus subalternos en agosto de 1987.

Pero los militares al apoyar la formación de grupos de autodefensa, no solamente creían estar cumpliendo con su deber, sino que además compartían con el resto de los colombianos la idea de que la justicia no funciona en este país. Esta idea, que en buena parte es la que inspira a los promotores de la justicia privada, sumada al hecho de que los militares consideran que son ellos los que justamente ponen el pecho, fue degenerando en una extrana concepción: "Si uno captura a un delincuente, el juez por plata o por miedo lo acaba soltando. Eso si no ponen una bomba en la cárcel para sacarlo. Y si de milagro es condenado, llega un Belisario, lo suelta y le da un taxi". Esta idea ha sido una constante en las Fuerzas Militares y aunque no necesariamente las ha llevado a participar en forma directa en "operaciones de limpieza", por lo menos, según los investigadores de la Procuraduría, sí los ha llevado a hacerse los de la vista gorda.

La autodefensa que originalmente era informal y voluntaria, pasó a ser instítucionalizada a través de pequeños ejércitos de hombres armados a sueldo. Y cuando a un hombre le pagan por no hacer nada diferente a andar con una ametralladora y su eficacia sólo se puede medir por el número de muertos, la dinámica del asunto no puede apuntar sino hacia un baño de sangre. Se salió tanto de madre el fenómeno del paramilitarismo que, asi como algunos ganaderos que ingenuamente cambiaron la vacuna extorsiva por la cuota antisubversiva hoy se consideran víctimas de su propio invento, no son pocos los militares que, aunque inicialmente creyeron estar haciéndole un servicio a la patria, hoy han terminado enredados en empresas criminales. Y ahora para ellos es difícil establecer, a ciencia cierta, en qué momento están cumpliendo con su deber y en cuál están violando la ley.
Indudablemente estaban violando la ley. Pero esto, dadas las circunstancias que se vivían en el país, no era automáticamente reprochable. Sobre todo dentro de las Fuerzas Armadas que son las que tienen que poner el pecho y los muertos en la lucha contra la subversión. Para un bogotano en el Chicó las acciones paramilitares podían ser violaciones de los derechos humanos, pero para un soldado en el Magdalena Medio, Urabá o los Llanos Orientales, la muerte de cada guerrillero equivalía a quitar del medio a un enemigo armado que podía acabar matandolo a él.

Bajo esta perspectiva era muy difícil para las jerarquías militares romper la solidaridad con la base por cuenta de algunas ovejas negras que, si bien estaban violando los derechos humanos, se sentían defendiendo la vida, honra y bienes de los ciudadanos, así como las vidas de los soldados. Por esto, aunque la cúpula de las Fuerzas Armadas nunca ha sido pro-paramilitar, ni hay indicios de que haya participado directamente en ninguna de las actividades concretas de estos grupos, tampoco se puede afirmar que los habia combatido.
Ahora todo el mundo reconoce que el país va hacia una orgía de sangre.

Anteriormente se pensaba que no podía haber nada más grave que una subversión armada. Sí lo hay: dos subversiones armadas y es en esto en lo que se ha convertido la autodefensa en escasos dos años de vida. Ante esta realidad las cosas han empezado a cambiar incluso dentro del Ejército. La solidaridad de cuerpo que invariablemente demostraba en el pasado, cuando a uno de sus miembros lo señalaba un dedo acusador, ha dado paso a una actitud más realista y autocrítica. Hace sólo seis años, cuando el coronel Alvaro Hernán Valencia fue acusado de ser miembro del MAS, las Fuerzas Armadas decidieron ceder un día de sueldo de todos y cada uno de sus miembros para atender los gastos de su defensa. Hoy nada parecido está sucediendo con el caso del coronel Bohórquez y si ocurriera habría una protesta nacional, cosa que no sucedió con el caso Velandia. No sólo el país ha cambiado, sino que el Ejército lo está empezando a hacer. Y si bien por razones comprensibles todavía no se ha dado el giro de 180 grados, ya nadie cree que haya indiferencia y mucho menos complacencia.

En la actualidad existe una gran preocupación, no solo por parte del gobierno nacional sino de las propias Fuerzas Armadas, de que parte del Ejército, por más insignificante que esta sea, esté perdiendo su ética profesional de guerra por cuenta del paramilitarismo y del narcotráfico. Todo el mundo acepta que una institución pueda sobrevivir con ovejas negras, pero no con rebaños negros, que era para donde iban las cosas de no haberlas metido en cintura. Lo que no se puede negar es que el Ejército colombiano, probablemente el más democrático y calumniado del continente esté. reconociendo esta verdad a tiempo.-