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La pasión de Uribe

La reelección se ha convertido para el Presidente en un vía crucis mientras los conservadores juegan el papel de Poncio Pilatos.

4 de abril de 2004

El Congreso se le está convirtiendo al presidente Álvaro Uribe en un calvario donde el látigo corre por cuenta de sus propios aliados, quienes pueden terminar crucificándolo. Esta vez fueron los conservadores los que lo mandaron para Semana Santa en medio de la pasión por el futuro de la reelección.

Todo comenzó el miércoles cuando, contra todos los pronósticos, el estatuto antiterrorista quedó virtualmente archivado porque no alcanzó los votos necesarios para su aprobación. En el Senado faltó el voto de Claudia Blum, quien se encontraba en el baño. Y en la Cámara faltaron los de Nancy Patricia Gutiérrez y Rosmery Martínez, quienes nunca llegaron.

De inmediato la oposición, la izquierda y los liberales dieron por enterrado el proyecto. Sin embargo, una interpretación jurídica hecha por el gobierno abrió la posibilidad de hacer un nuevo debate y salvar el estatuto. El escollo jurídico tenía solución. Pero lo ocurrido con el proyecto antiterrorista en el Congreso era una señal grave de que algo estaba fallando en el acuerdo político y que su fragilidad era mayor de lo que el gobierno se imaginaba.

El jueves a primera hora, el presidente Uribe se reunió con 16 representantes uribistas y conservadores, en presencia de los ministros de Defensa, y de Interior y Justicia, y del secretario general de la Presidencia. Más tarde, hizo lo propio con la bancada liberal, para tratar el mismo tema.

Durante la reunión, surgieron reproches de todas las orillas. Gina Parody y Armando Benedetti, dos de los más reconocidos escuderos de Uribe en el Congreso, culparon a los ministros Sabas Pretelt y Jorge Uribe por no haber hecho el suficiente cabildeo para lograr que se aprobara un estatuto que es central en la política de seguridad.

Ante estos reclamos, el gobierno, en cabeza del secretario de la Presidencia, Alberto Velásquez, respondió con un reproche por la indisciplina y falta de compromiso de los congresistas. El comentario de Velásquez les cayó muy mal a los conservadores, pues ellos han sido una bancada disciplinada y, por lo menos esta vez, los propios uribistas habían tenido la falla. Finalmente, con los ánimos calmados, la reunión concluyó en un acuerdo para salvar el estatuto.

Pero sólo bastó que todos salieran de Palacio para que el acuerdo se hiciera agua y cada una de las bancadas cogiera por su lado. Los uribistas, en cabeza de Germán Vargas Lleras, aspiraban a que todo el estatuto saliera aprobado ese mismo día para pasar, después de Semana Santa, a debatir el proyecto de la reelección, que es el que realmente los trasnocha.

Pero los conservadores les aguaron la fiesta. Asistieron al debate del Congreso, votaron para que se reabriera la discusión sobre el estatuto, y de inmediato rompieron el quórum para que el resto del proyecto se discuta en la semana de pascua.

Es decir, le dieron zanahoria y garrote al uribismo. Zanahoria porque finalmente con sus votos se salvó el proyecto. Y garrote porque al aplazar el debate, congestionaron la agenda del Congreso y pusieron a la reelección a luchar contra el tiempo. Si la reelección no entra a debate antes de que finalice abril, tendría que aplazarse hasta el próximo semestre, y como se trata de una reforma constitucional, esto retrasaría por más de un año su aprobación. En otras palabras, sería su entierro. Una dilación que también les conviene a los liberales oficialistas, quienes no sólo no le caminan a la reelección, sino que han enfilado baterías para reunificar el partido con miras a las elecciones de 2006.

¿Qué quieren los conservadores?

Lo que hicieron los conservadores el jueves en el Congreso no es un desplante cualquiera sino la jugada maestra de una minoría que busca dos cosas: mayor protagonismo político y más participación en el gobierno.

Según varios congresistas consultados por SEMANA, no existe una postura única entre los conservadores. Algunos le apuestan a enterrar la reelección y presentar un nuevo proyecto, fruto de un gran acuerdo, en el segundo semestre de este año. Otros están de acuerdo con apoyar la actual iniciativa no sólo porque la comparten ideológicamente, sino porque el Partido Conservador tampoco tiene un candidato fuerte para aspirar a ganar la Presidencia en 2006.

Pero estas diferencias no son un obstáculo para hacer un consenso alrededor de la reelección. Como tampoco lo son las reservas del ex presidente Andrés Pastrana, quien ha dicho que le gusta la figura, siempre y cuando no esté hecha a la medida de Uribe.

Si a alguien le conviene la reelección es justamente a un Partido Conservador que no tiene candidatos fuertes para la Presidencia. Su apuesta no es, entonces, hundirla, sino abogar por un nuevo acuerdo para no ser convidados de piedra en el tema de la reelección sino protagonistas de éste.

¿Es la jugada de los conservadores un chantaje para el Presidente? Aunque Uribe no ha cedido a las presiones de los grupos políticos, lo cierto es que hasta el 20 de abril, cuando los conservadores tomen una decisión oficial sobre la reelección, tanto el Presidente como su bancada estarán en vilo.

"Es legítimo mostrar la fuerza que cada uno tiene", dice el senador Carlos Holguín Sardi. El senador no admite que su partido esté buscando una mayor participación burocrática, pero fuentes cercanas al gobierno confirman que los conservadores aspiran a más puestos en el gobierno y a que el nuevo procurador sea de sus filas. Adicionalmente, en el Congreso ya están sobre el tapete las aspiraciones a mesas directivas y los conservadores consideran que, dado su comportamiento ejemplar como bancada, se merecen esos cargos. A la postre, este será otro tema central en el cual el uribismo tendrá que definir si consolida su acuerdo con los conservadores o les sigue coqueteando a los liberales oficialistas y su proyecto de reunificar el partido.

Tal como está el panorama, el Presidente tiene prácticamente una semana para ganarse el apoyo de los conservadores. Uribe, y sólo Uribe, podrá hablar con ellos sobre la reelección pues entre las bancadas de congresistas la tensión es inocultable. Los uribistas dicen que están cansados del juego de los conservadores, mientras estos dicen que los uribistas los tratan como si fueran borregos.

Eso le implicará a Uribe destapar por fin su posición sobre el tema y decir si quiere o no la reelección. Su simpatía por la idea se evidenció en Estados Unidos cuando admitió que cuatro años no son suficientes para sacar adelante su plan de gobierno.

Si el Presidente no asume de frente el tema de la reelección, este se hundiría sin remedio. Y quizá para siempre, pues difícilmente la bancada uribista asumiría el desgaste de presentar el proyecto por tercera vez en un Congreso donde la idea tiene más opositores que aliados. Pero si acepta él las condiciones de los conservadores, tendría que pagar el costo político de romper con su estilo de gobierno, tan radical a la hora de rechazar presiones. El dilema es grande. Por eso esta Semana Santa promete ser para el presidente Uribe un verdadero tiempo de reflexión.