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LA PAZ DE LOS CACAOS

El apoyo de los grupos económicos a l a paz genera una expectativa cuyos efectos son aún inciertos.

21 de julio de 1997

Tradicionalmente la relación entre los grandes 'cacaos', como se conoce popularmente a las cabezas de los grupos económicos, se había caracterizado más por la rivalidad que por la coincidencia. Sin embargo desde hace unos meses el país ha ido acostumbrándose a ver en los periódicos las fotos o las firmas de estos hombres de negocios unidas alrededor de temas de los que usualmente se habían mantenido alejados. Es por esto que para nadie fue una sorpresa ver el martes pasado en la televisión a Augusto López, Luis Carlos Sarmiento, Carlos Ardila y Adolfo Arango Montoya sentados con el presidente Samper en el Palacio de Nariño. Ya en otras oportunidades López, Ardila y Sarmiento habían visitado al Presidente o se habían unido para sentar su posición sobre temas tan importantes como la ley de extinción de dominio, la de aumento de penas y la extradición. En esta oportunidad llamaron la atención dos cosas: que la reunión se dedicara a la paz apenas unos pocos días después de la entrega de los soldados de las Delicias y la presencia dentro del grupo de Adolfo Arango Montoya. Aunque Arango actuó a título personal, su participación era muy significativa pues conforma, junto con Nicanor Restrepo y Fabio Rico, la llamada Santísima Trinidad del Sindicato Antioqueño, cuyos miembros hasta ahora se habían mantenido al margen de las gestiones de López, Ardila y Sarmiento. Hacía unas semanas los tres empresarios habían estado en Costa Rica hablando con el presidente José María Figueres sobre la paz en Colombia. Aunque posteriormente conversaron con Samper sobre el tema, no parecían muy convencidos de que hubiera llegado el momento de iniciar un proceso de negociación. Pero todo parece indicar que después de lo de las Delicias esa percepción cambió sustancialmente. La reunión, a la que siguió una carta en la que los cuatro asistentes a ella le solicitan al Presidente que "proceda a dar los pasos necesarios para iniciar y llevar adelante el proceso de paz", ofreciéndole para ello su colaboración, constituyó un gran espaldarazo a la cuestionada gestión de Samper para lograr la devolución de los soldados y un cheque en blanco para que busque una negociación con la guerrilla.La intervención de los cuatro empresarios en favor de la paz puso de manifiesto dos cosas. La primera de ellas es que, evidentemente, los grupos económicos han decidido asumir la vocería de sus intereses, independizándose de los gremios que hasta ahora los habían representado, en una estrategia cuya efectividad ya probaron en los casos de la extinción de dominio, el aumento de penas y la extradición. La segunda, y la más importante, es que definitivamente la guerra en Colombia ha llegado a tal punto que ya a nadie puede serle indiferente. El que personajes de tanta envergadura estén ofreciendo a manos llenas su apoyo para un proceso que aún no tiene ni pies ni cabeza es la muestra más fehaciente del desespero en que se encuentra el país ante una confrontación que no parece tener fin y cuyo ganador dista aún mucho de ser el Estado. Lo peligroso de ello no es que se logre un consenso alrededor de la necesidad de buscar la paz que _tal y como dice la carta de los empresarios_ "desde hace muchos años es el principal anhelo de los colombianos", sino que por conseguirla y tratar de forzarla en momentos en que quien tiene la sartén por el mango es la subversión y no el gobierno, se termine entregando a la guerrilla por la vía de la paz lo que no pudieron conseguir por el camino de la guerra. Seguramente de la forma como se dé esta negociación dependerá el que los grupos mantengan el pie en el acelerador apoyando el proceso o decidan ponerle freno a su respaldo.