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Para ganar la primaria de Pensilvania, Hillary Clinton necesita el apoyo de los electores más golpeados por la globalización. Por eso ha adoptado una posición tan radical frente al TLC

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La pelea por Colombia

El tema de Colombia calentó el enfrentamiento entre Hillary y Obama. Se podría hundir el TLC.

5 de abril de 2008

A primera vista, se tra-taba de una reunión de trabajo común y corriente. Con la mesa servida para el desayuno en el comedor de su residencia, la embajadora Carolina Barco y su equipo esperaban la llegada del principal invitado, Mark Penn, presidente de la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller, con la que el gobierno colombiano tiene un contrato firmado para que ayude a que el Congreso estadounidense apruebe el Tratado de Libre Comercio (TLC). La mañana lucía primaveral en Washington. No había una sola nube en el cielo, la temperatura era agradable y los habitantes de la capital empezaban a gozar del espectáculo que brindan cada año junto al monumento a Jefferson los cerezos en flor.

Tocaron a la puerta. Eran Penn y uno de sus asesores, Jano Cabrera. Tras el saludo de rigor, Carolina Barco los invitó a manteles. La idea era pedirles indicaciones sobre el manejo de las relaciones públicas en los próximos meses para que el Senado y la Cámara de Estados Unidos le den la bendición al TLC una vez que el presidente George W. Bush lo envíe al Capitolio. La embajadora tenía mucho interés en el encuentro con Penn. Sabía que la fecha escogida por Bush para mandarle el tratado al Congreso no pasará del miércoles de esta semana, tras lo cual los congresistas tendrán 90 días para emitir su voto. Penn dio algunos consejos a lo largo del desayuno, se despidió y se fue.

El lío es que, cuatro días después, lo que había sido una reunión de trabajo en la Embajada en Washington se convirtió en un monumental escándalo en la campaña presidencial de Estados Unidos y ha puesto al TLC con la soga al cuello. Todo estalló el viernes pasado en las páginas del diario conservador The Wall Street Journal, el segundo de mayor circulación en ese país, con la publicación de un artículo que recordó un dato conocido pero que esta vez levantó una auténtica polvareda: que Mark Penn es el principal estratega de la campaña presidencial de la senadora Hillary Clinton, que en dos ocasiones ha declarado que rechaza el TLC. Conclusión: Penn está trabajando para los dos bandos. Una incoherencia imperdonable, y más en campaña electoral.

Al dar semejante papayazo, los asesores de Hillary intentaron minimizar los daños. "Mark no estuvo en esa reunión a nombre de la campaña", señaló en The Wall Street Journal el director de comunicaciones de la candidata, Howard Wolfson. De nada sirvió, especialmente porque el periódico también citó una frase de Hillary el martes en Pensilvania ante el sindicato más fuerte de Estados Unidos (AFL-CIO), enemigo número uno del TLC con el argumento de que en Colombia persiste la violencia contra los sindicalistas y de que el libre comercio perjudica a los trabajadores gringos. La frase de Hillary no dejó lugar a dudas. "Necesitamos una nueva política comercial antes que nuevos acuerdos de comercio. Eso incluye el rechazo al tratado con Colombia", dijo en medio de una salva de aplausos.

Como era de esperarse, el artículo de The Wall Street Journal puso a Mark Penn contra las cuerdas, pues lo describió como un hombre de doble faz. Ahora todo el mundo se pregunta cómo es posible que, en su papel de estratega político de Hillary, haya trabajado a favor de un tratado que ella no piensa aprobar en el Senado. Metido como estaba en un lío de la madona y ante la presión de los sindicatos que pedían su renuncia de la campaña, tuvo que difundir un comunicado a propósito del desayuno con Carolina Barco: "La reunión fue un error de juicio que no se repetirá y lo lamento mucho. Es muy clara la oposición de la senadora a este tratado comercial y eso no se discutió", dijo.

El comunicado les cayó como una patada en el estómago al presidente Álvaro Uribe y al ministro de Comercio, Luis Guillermo Plata, que en la noche del viernes se disponían a anunciar que darán por terminado el contrato con Burson-Marsteller. Según ese acuerdo, suscrito en marzo del año pasado, la firma presidida por Mark Penn ha recibido 300.000 dólares al año. La decisión de contratarla se había tomado en 2007 cuando el gobierno prefirió cancelar a otra importante empresa de relaciones públicas, Weber Shandwick. Para entonces, Penn, un hombre brillante de 53 años, gozaba de muy buena fama. Había sido el principal encuestador de Bill Clinton y había asesorado a Tony Blair y a Bill Gates, entre otros. El diario The Washington Post lo había catalogado una vez como el hombre más poderoso de la ciudad.

Para Hillary, la noticia de la reunión en la Embajada de Colombia no pudo ocurrir en un peor momento. La senadora libra una guerra a muerte para vencer a Barack Obama y quedarse con la candidatura del partido demócrata a las elecciones presidenciales de noviembre, en las que alguno de los dos se enfrentará al republicano John McCain. El viernes pasado, al saber del encuentro entre Penn y Carolina Barco, los adversarios de Hillary le sacaron punta a una frase que hoy le debe saber a cacho. La pronunció a principios de marzo, justo cuando la prensa reveló que un consejero del senador negro le había comentado a un diplomático canadiense que las críticas de Obama contra el Nafta (el tratado de libre comercio de Estados Unidos, Canadá y México) eran sólo de dientes para afuera. Hillary dijo entonces: "Sólo quiero preguntar si alguno de mis asesores se reúne en privado con gobiernos extranjeros". Ahora, por culpa de Penn, la ex primera dama está comiendo de su propio 'cocinao'.

El escándalo de Mark Penn no fue la única noticia gorda sobre el TLC la semana pasada. El miércoles, frente a otro grupo del AFL-CIO, Obama reiteró su desacuerdo con el tratado y se quejó de la "violencia contra los sindicatos en Colombia". Molesto, el presidente Álvaro Uribe le contestó. "Esto es un atropello", declaró, y le pidió a Obama que se informe mejor sobre el país. El senador, que ha anticipado que votará en contra del acuerdo, no se quedó callado. "Yo creo que el Presidente está completamente equivocado", advirtió el viernes. Y en alusión a los crímenes que sufren los líderes sindicales en Colombia, dijo algo más: "Esta no es la conducta que queremos recompensar". Más claro, imposible.

La reiterada oposición de Hillary y Obama al TLC dificulta aun más el propósito que se ha trazado Bush de sacar adelante el tratado. Si los cálculos no fallan, el Presidente debe enviárselo al Congreso entre el lunes y el martes de esta semana. Después de eso, el Congreso tendrá 90 días para votar. El Senado no es el problema: la mayor parte de los 100 senadores vota a favor de estos acuerdos. La Cámara es otra historia. Allí se requiere el apoyo de 218 de los 435 representantes. La traba reside en que la oposición demócrata, que controla 233 escaños, toca al ritmo de la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, que se ha negado en redondo a respaldar el TLC, por lo menos mientras Bush no se muestre dispuesto a firmar un proyecto de ley para favorecer a los trabajadores norteamericanos afectados por el libre comercio.

La pregunta que mucha gente se hace a estas alturas en Colombia es si el gobierno se equivocó al contratar a Mark Penn y si a Uribe se le fueron las luces al responderle a Obama. Lo cierto es que hay una regla de oro que tratan de seguir los países durante las campañas electorales norteamericanas: mantener un bajo perfil y evitar convertirse en un asunto de discusión política. La razón es sencilla. En la agitada contienda electoral, y en especial en las elecciones primarias, los candidatos tienden a adoptar posiciones extremas para darle gusto a un sector de su electorado. Eso explica por qué en esta campaña tanto México como Canadá han sido blanco de ataques de Hillary y Obama. Para ambos, el Tratado de Libre comercio de América del Norte (Nafta, por su sigla en inglés) ha sido nefasto para los trabajadores estadounidenses y debe ser renegociado. Mexicanos y canadienses han aguantado estoicamente la golpiza para no atizar el fuego. Cuando el consulado de Canadá en Chicago se vio envuelto en la filtración del memorando sobre la posición de Obama con respecto al Nafta, el gobierno canadiense emitió un comunicado para presentar excusas.

El gobierno de Uribe, en cambio, no parece haber aprendido la lección. Ya en  diciembre del año pasado había respondido con dos piedras en la mano a una declaración de Hillary Clinton en la que manifestó su incomodidad con el TLC. En ese momento, la senadora estaba en una dura puja por ganar las primeras elecciones primarias en Iowa, donde era clave el voto del bloque enemigo del libre comercio. La respuesta de Uribe no tuvo mayores repercusiones. Era época navideña y apenas arrancaban las primarias.

Cuatro meses después, la situación ha cambiado significativamente. Si en aquel entonces Hillary era la gran favorita para ser candidata, hoy las apuestas están con Obama. La senadora Clinton, sin embargo, no ha tirado la toalla. Su tabla de salvación sería ganar por goleada las primarias del 22 de abril en Pensilvania, un estado que ha sufrido los rigores de la globalización económica. Por eso, tanto Obama como Hillary han incrementado su retórica contra el TLC, sobre todo cuando intervienen en foros convocados por sindicatos como el AFL-CIO, como los del martes y el miércoles de la semana pasada. El hecho de que un político en campaña llegue a pronunciarse a favor del tratado en uno de esos escenarios equivale a lanzar vivas al Partido Conservador en un mitin liberal.

Sin duda, no fue culpa de la embajada que a Penn se le hubiera ocurrido escoger la semana pasada para asistir al desayuno donde se iba a trazar la estrategia de relaciones públicas de los próximos meses. Es más: es lo mínimo que se podría esperar de una firma a la que los colombianos le pagan 300.000 dólares anuales. Oír los consejos de Penn, un hombre que copa diariamente en los titulares de prensa por su cercanía con los Clinton, puede resultar muy valioso, en especial en vísperas de que Bush le envíe el TLC al Congreso. Pero había dos pequeños detalles que los diplomáticos pasaron por alto. El primero es que en esta campaña cualquier desliz de Hillary sale registrado de inmediato en Internet y en los medios tradicionales. Y el segundo, que ella y el gobierno de Colombia tienen posiciones encontradas, por no decir antagónicas, con respecto al tratado.

En política, la magnitud de una metida de pata es directamente proporcional a la importancia de la coyuntura. Y en este caso confluyeron los astros. Por un lado, según las encuestas, Clinton sufre de una falta de confianza del electorado. Creen que dirá cualquier cosa para ganar. Que Penn, su principal asesor, trabaje para un gobierno que la misma Clinton acusa de no proteger la vida de sindicalistas no tiene presentación. Tampoco ayuda que la noticia salga apenas algunos días antes de que Bush presente el TLC al Congreso.

La decisión de Bush ya había generado malestar entre los congresistas demócratas, empezando por la señora Pelosi, que dijo el jueves pasado que no le aconsejaba someter el TLC a una votación; que en el Legislativo no había buen ambiente. Todo indica que el Presidente republicano no acogerá la sugerencia de Pelosi y que se la jugará por el tratado. Se calcula que necesita casi 40 votos demócratas en la Cámara para darle luz verde.

La noticia sobre Penn y la reacción excesiva de Uribe que obligó a Obama a ripostar el viernes con palabras fuertes volvieron aún más difícil ese reto frente a la bancada demócrata. Es previsible que tanto la campaña de Clinton como la de su rival endurezcan sus posiciones contra el TLC, lo que influirá en sus aliados en el Congreso, en particular en los de la Cámara que buscan ser reelegidos en noviembre. En la actual polarización que se vive en Washington, los demócratas no quieren darles ninguna victoria política a los republicanos y menos a Bush, que pasa por un mal momento.

Aunque los funcionarios de la administración Bush dicen tener los votos requeridos para lograr la aprobación del TLC, es una apuesta arriesgada, no para ella, sino para Colombia. Al fin y al cabo, el gobierno gana con sólo presentar el tratado. Si se ratifica, cumple con el compromiso adquirido con Uribe. Si lo rechazan los demócratas, podrá utilizar el fracaso para atacar ese partido en las elecciones de noviembre por haber abandonado a un aliado. Para el gobierno colombiano, sin embargo, ambos escenarios son agridulces. Si el Congreso aprueba el TLC contra los deseos de los dos principales candidatos y los líderes demócratas del Legislativo, Colombia tendrá un acuerdo en la mano pero con un costo muy alto, especialmente si Clinton u Obama llegan a la Casa Blanca. En cambio, si el TLC es rechazado en el Capitolio, habrá que negociar uno nuevo. El actual habrá muerto.

Que Colombia, el único aliado incondicional de Estados Unidos en la región, esté en una encrucijada de tales dimensiones, hace quedar mal a los gobiernos de ambos países. Al de George W. Bush porque él más que nadie sabe que es casi imposible lograr que los congresistas voten a favor de un tratado de libre comercio en un  año de campaña electoral. Por eso, la costumbre ha sido presentar estos acuerdos al Congreso en años impares. Y al de Álvaro Uribe porque sobreestimó el poder de la Casa Blanca y de los republicanos y porque llegó tarde a seducir a los demócratas. Con la contratación de la empresa de Penn -muy próxima a los Clinton-, Uribe buscó un atajo al corazón de ese partido. Ahora, un año después, no sólo le ha salido el tiro por la culata, sino que ha puesto a Colombia en una situación riesgosa en la que puede quedarse sin el pan y sin el queso.