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Santos se ha defendido bien de las críticas que le ha hecho la oposición, pero está pagando el precio de muchas peleas casadas

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La pelea es peleando

La semana pasada todo el mundo le cayó a Juan Manuel Santos. Sin embargo, es poco probable que la moción de censura contra él prospere.

2 de junio de 2007

Falta todavía un debate sobre los temas de la moción de censura del ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, pero todo indica que no va a prosperar. Santos tiene salvavidas muy valiosos: amplias mayorías uribistas, buenas defensas en los debates realizados hasta el momento y exigentes condiciones para que el proceso de censura se llegue a concretar. La oposición, en la otra esquina, tiene 15 días más para mantenerlo acorralado.

El nuevo encuentro se llevará a cabo esta semana y, según el reglamento, se votará ocho días más tarde, por separado, en el Senado y en la Cámara, en sesiones plenarias. Este lapso, previsto por las normas para evitar que tumben ministros al calor de debates incendiados en el corto plazo, le permitirá al gobierno enfriar los ánimos en sus huestes.

Además de la mecánica política, Santos ha demostrado ser un gallo de pelea fino y se ha defendido bien de los cuestionamientos que le ha formulado la oposición en tres frentes: unas declaraciones que afectaron las relaciones con Venezuela, las interceptaciones telefónicas y la 'conspiración' contra Ernesto Samper en 1997.

Lo de Venezuela -uno de los temas más sensibles- ha estado eclipsado por las controversias sobre la para-política, y sobre las interceptaciones telefónicas, y por la reciente polvareda que generó la propuesta del presidente Uribe de excarcelar guerrilleros, paramilitares y para-políticos. En Caracas, en cambio, las declaraciones han hecho mucho ruido. Santos cuestionó la falta de control de tráfico de droga en ese país. No fue muy diplomático, y le dio al presidente Hugo Chávez un pretexto para reaccionar. O, mejor, para sobrerreaccionar, que es lo que le encanta al mandatario vecino: el gobierno de Chávez llegó incluso a acusar al ministro Santos de conspirar para asesinar al jefe de Estado venezolano. Pero en el fondo, lo que le cobran a Santos sus opositores en Colombia y en Venezuela fue el vehemente antichavismo que exhibió antes de ser Ministro.

El asunto de mayor importancia es el de las interceptaciones telefónicas. Este es un tema muy grave y delicado y el gobierno lo convirtió en una monumental crisis con la barrida de 11 generales para poner en la dirección de la Policía a Óscar Naranjo. Esto sirvió, sin embargo, para tratar de aclarar que ni el Presidente ni el ministro Santos habrían ordenado esas grabaciones y que necesitaban recuperar una confianza con lo que pasaba en el interior de sus organismos de seguridad.

Las interceptaciones telefónicas se habían convertido de tiempo atrás en una rueda suelta. Adquirieron una vida propia sin que todavía se sepa si alguien del alto gobierno ordenó hacerlas, como muchos sospechan. Por otro lado, el ministro Santos y el general Naranjo dijeron haber encontrado a los supuestos responsables y señalaron que modificarán algunos protocolos para limitar estas prácticas a los requisitos de la seguridad del Estado. Frente a este tema, el Ministro hizo extensas exposiciones, tan didácticas como ladrilludas, pero convincentes. Salió bien, aunque dejó un vacío: la falta de información sobre la lista de los interceptados, el destino de las grabaciones y los nombres de los responsables. Una pieza fundamental para cerrar la controversia, sin la cual la oposición intentará, con mucha razón, dejarla viva.

Si bien el tema más importante en el debate era el de las grabaciones, el más jugoso era el de la supuesta conspiración de Juan Manuel Santos para tumbar a Ernesto Samper en 1997. Este asunto, que era en cierta forma un 'refrito', se volvió de actualidad por el escándalo de la para-política. El hecho de que hubiera una docena de congresistas en la cárcel por reunirse con Mancuso para "refundar la patria" permitía hacer analogías incómodas con las relaciones que sostuvo Santos con grupos terroristas durante su proceso de paz. Esto lo aprovecharon no sólo los para-políticos uribistas para denunciar una doble moral, sino los samperistas para sacarse un clavo y los antiuribistas para atacar al gobierno. Y produjo una coalición antisantista no pactada que tuvo al Ministro contra las cuerdas la semana pasada.

El meollo del asunto era determinar si hace 10 años, durante la crisis del proceso 8.000, Santos intentó buscar el retiro de Ernesto Samper de la Presidencia, vinculando a los grupos terroristas a un proceso de paz. La evidencia presentada hasta el momento ha sido contradictoria. En términos generales, la mayoría de los documentos oficiales indica que no, pero la mayoría de los testimonios indica que sí.

El Ministro pudo defenderse en dos ocasiones argumentando estar respaldado por documentos que demostrarían que su antisamperismo era totalmente independiente de su vocación de paz. Esto no convenció a casi ninguno de los presentes en el recinto, pero no se le pudo probar lo contrario. Además, todos entendían que las circunstancias políticas del proceso 8.000 no eran aplicables a la Colombia de hoy.

De lo que no hay duda es de que todo el debate alrededor de la moción de censura ha sido constructivo y saludable. La oposición estuvo a la altura de las circunstancias, sobre todo en el 'segundo round', que se llevó a cabo el martes pasado en la comisión primera del Senado. La estrella fue el vocero del Partido Liberal, Juan Fernando Cristo, quien, aunque lo niegue, desenvainó su espada para vengar al samperismo. Pero lo hizo muy bien. Y supo canalizar a su favor la embarrada del Ministro cuando mencionó a Juan Gossaín como testigo de que el gobierno de Samper le había ofrecido puestos para contenerlo. Esta última desató la ira de Gossaín y despertó la solidaridad de sus colegas, con lo cual al día siguiente del debate, a Juan Manuel se le había abierto otro frente hostil, esta vez en los medios de comunicación.

Este último es el principal problema del Ministro de Defensa. En su carrera política, y en especial en su gestión en el gabinete uribista, se ha ganado demasiados enemigos que quieren cobrarle algo. Los liberales están muy molestos porque los abandonó a pesar de que había sido un abanderado de ese partido por años. Otros liberales no le perdonan ni la agresividad contra los senadores Juan Manuel Galán y Cecilia López, ni el haberse prestado para cuestionar la integridad de Rafael Pardo. En el uribismo hay heridas por la intensidad con que compitió con ellos para ganar, en la última campaña, el primer puesto entre las listas reeleccionistas, y por recientes declaraciones de tono moralista sobre el escándalo de la para-política, que cayeron mal en el nervioso ambiente que actualmente reina en el Capitolio. En el Polo Democrático hay una agria y larga pelea casada con Gustavo Petro. En los medios también tiene muchos pesos pesados que son enemigos o críticos: Juan Gossaín, María Jimena Duzán, Ramiro Bejarano, Daniel Samper Pizano, entre otros.

No es muy probable que la oposición logre mayorías para aprobar la moción de censura. Ni siquiera con el voto secreto, que se considera una licencia para actuar con indisciplina frente a las bancadas. En el Senado, por ejemplo, los liberales y el Polo apenas llegan a una tercera parte. Se ha especulado que Cambio Radical, por la rivalidad que existe entre Santos y Germán Vargas -ambos aspiran a ser sucesores de Uribe-, podría votar en esta ocasión con la oposición. Lo cual es poco probable: tendría un costo insuperable en sus relaciones con el gobierno, y no necesariamente garantizaría la victoria de los rebeldes. Los partidos más pequeños de la coalición gobiernista -Convergencia Ciudadana, Colombia Democrática, Alas/Equipo Colombia- aunque no están en luna de miel con el gobierno, pueden ser fácilmente mantenidos en el redil. Basta una llamada del jefe máximo, quien tendrá dos semanas para hacer llamadas, invitar a desayunos e imponer el orden.

Pero si ni los argumentos de la oposición ni la mecánica política alcanzan para tumbar al Ministro, sí hay elementos para hacerle pasar un mal rato que, con la proliferación de debates, la oposición intentará alargar hasta donde sea posible. Podrá reclamar como una gran victoria el hecho de que la moción de censura no prospere, si eso sucede. Pero las cicatrices de esta batalla, por larga y por intensa, se sentirán en el futuro.