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El líder de la guerrilla maoísta, Prachanda , y el primer ministro, Girija Prasad Koirala, firmaron la paz en Katmandú.

DIÁLOGOS

La política después de la guerra

Los procesos de paz de Nepal, Guatemala, El Salvador y Sudáfrica ilustran los riesgos y las bondades de cambiar las armas por los votos.

16 de marzo de 2013

“Nos interesa enormemente este asunto de la participación política, estamos anhelantes de discutir este tema, que es fundamental en la búsqueda de la paz”. Con estas palabras el jefe guerrillero Iván Márquez expresó el interés de las Farc en saltar al ruedo democrático. Aunque la posibilidad de que esa guerrilla participe en política todavía no está sobre la mesa en La Habana, tanto el gobierno como algunos sectores políticos reconocen que ese es un nudo gordiano que hay que desatar para que termine el conflicto armado. 

Hace un par de semanas viajó una delegación parlamentaria a la isla para hablar con los negociadores de la guerrilla sobre las dificultades legales para poder abrir esa puerta, pero también para escuchar las propuestas de sus voceros. Los caminos van desde convocar una constituyente hasta otras no menos polémicas como abrir circunscripciones para representantes de la guerrilla. Ese será el siguiente tema de discusión y seguramente el debate no será tranquilo. En todo caso, el camino para que las Farc nazcan a la política democrática es culebrero. ¿Qué va a pasar con los líderes guerrilleros acusados de cometer delitos graves? ¿Qué delitos se podrán indultar? ¿Qué garantías tendrán sus liderazgos? Estas preguntas siguen en el ambiente sin que nadie se atreva a responderlas. 

Para el director de la Escuela Cultura y Paz de Barcelona, Vicenç Fisas, hay tres factores comunes para la participación política después de los acuerdos de paz: 1) No es posible si no hay una amnistía. En su criterio, la salida negociada implica suspender la aplicación del Tratado de Roma mientras se encuentran salidas jurídicas para darles un tratamiento especial a los combatientes. 2) Los grupos grandes se convierten en partidos políticos. Y 3) aunque en algunos casos esos nuevos movimientos logran resultados electorales importantes, no quiere decir que  todos gocen del mismo éxito en las urnas. 

La experiencia reciente de procesos de paz arroja luces sobre cómo ha sido el tránsito de grupos rebeldes a la política. En algunos casos los nuevos partidos llegaron al poder y cambiaron los regímenes, como en Sudáfrica y Nepal. En otros, como en El Salvador aunque provocaron transformaciones tangibles se demoraron en consolidarse. Y en Guatemala, por ejemplo, se diluyeron en los ritmos tradionales de la política.  Cada caso es distinto, lo único que los une es que pusieron fin a la confrontación armada por la vía negociada y le apostaron a la política.

Nepal, sin constitución

El ejemplo más reciente de la política tras un proceso de paz es Nepal. Ese país enclavado a los pies del Himalaya dejó de ser una monarquía parlamentaria en 2008 y se convirtió en una República federal democrática. Desde 1996 hasta 2006 la guerrilla maoísta sostuvo un feroz enfrentamiento con las fuerzas de seguridad del rey Gyanendra. En esa década murieron más de 13.000 personas y otras 300.000 desaparecieron. Al final, la guerrilla y la Monarquía que llevaba 240 años de tradición hinduista-budista firmaron la paz. Los acuerdos terminaron en unas elecciones que ganó el Partido Comunista con el apoyo de otras fuerzas políticas de izquierda.

No obstante, el tránsito hacia la democracia ha sido traumático. El nuevo gobierno convocó a una asamblea constituyente que deliberó durante más de cuatro años y no consiguió redactar una Constitución, lo que les ha costado la cabeza a tres primeros ministros. Las luchas entre las distintas facciones del gobierno también impidieron convocar a las elecciones parlamentarias a finales del año pasado. El país está sumergido en una provisionalidad que amenaza con la estabilidad lograda con los acuerdos de paz. Y entre tanto, organizaciones como Acnur y Amnistía Internacional han alertado que los organismos de justicia han hecho muy poco por aclarar las miles de violaciones graves del derecho internacional.

Guatemala, la paz esquiva

Once años les tomó a los guatemaltecos lograr un proceso de paz. En 1996, después de 36 años de confrontación armada, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que agrupó a cuatro guerrillas de ese país, firmó el acuerdo definitivo con el gobierno de Álvaro Arzú. El proceso fue largo y dispendioso. Cuando arrancaron los diálogos el país apenas estaba recuperando de sucesivas dictaduras que dejaron más de 1,5 millones de desplazados, 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos. Pero el 29 de diciembre de 1996, tras la presión de varios países de la región se firmó la paz entre las partes.

Al año siguiente, la URNG dio los primeros pasos para convertirse en un partido político. No obstante, en 1999 el gobierno sometió a referendo una reforma para limitar el poder castrense y reconocer los derechos de los indígenas mayas, y perdió. La URNG comenzó gradualmente a diluirse. En las recientes elecciones de 2011 integró un frente con otros partidos, con los cuales conquistó solo tres curules. Y su candidata presidencial, Rigoberta Menchú, ocupó el sexto lugar. 

El balance es paradójico. De un lado, el de Guatemala fue uno de los procesos con más acompañamiento internacional y sectorial. Sin embargo, una vez firmado el acuerdo, no se cumplieron todos los compromisos. Dieciséis años después los críticos aducen que las aspiraciones fueron demasiado ambiciosas y poco realistas. El derramamiento de sangre está disparado por cuenta de los carteles del narcotráfico y la pobreza azota a la mitad de la población. Aunque las causas de la violencia ya no son políticas, la paz está demasiado lejos. 

20 años tras el poder

En El Salvador, el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) y las Fuerzas Armadas de ese país llegaron a la conclusión de que ninguno ganaría la guerra. Ese empate obligó a las partes a buscar la salida negociada que concluyó el 31 de diciembre de 1991 con un acuerdo de paz. La guerra civil, que duró cerca de 12 años (1980-1992), dejó un saldo de 75.000 muertos. 

Al año siguiente se proclamó la amnistía general que permitió cambios estructurales, por ejemplo, la reforma a la Fuerza Pública. Desde entonces, el FMLN se convirtió en la segunda fuerza política más importante de El Salvador, no sin un debate interno que amenazó su unidad. En 1994 el FMLN logró 21 escaños, de 84, en la Asamblea y alcanzó una tercera parte de los votos en las presidenciales. Cinco años después aumentó su participación con diez escaños más. Y en 2009, ganó las elecciones la fórmula de Mauricio Funes, presidente, y Salvador Sánchez Cerén, vicepresidente, un periodista y uno de los cinco comandantes que firmaron la paz, respectivamente. 

El milagro sudafricano

Un proceso de paz emblemático por los logros políticos conquistados fue el de Sudáfrica. En ese país, el Congreso Nacional Africano (CNA) liderado por Nelson Mandela fue el gran vencedor sobre el apartheid. Aunque en un principio surgió como un movimiento de reivindicación de derechos de la población negra, con vocación pacifista, en la década del sesenta adoptó las armas como forma de lucha. Claro, las denuncias no violentas, antes que resultados habían desatado la represión del gobierno blanco, y un estado policíaco cada vez más hostil. Los líderes del CNA fueron encarcelados y condenados por sabotaje y traición.

No obstante, en 1989 el recién nombrado presidente De Klerk abrió unas negociaciones secretas con Mandela, que estaba en la cárcel. En 1990 el líder de la CNA fue liberado junto a otros presos políticos y se convirtió en “el factor humano”, como lo llamó el periodista John Carlin, que reconcilió a Sudáfrica. En 1994 se llevaron a cabo las primeras elecciones democráticas y Mandela fue elegido. Su gobierno tuvo una estatura moral difícil de igualar, pero para completar el cuadro estuvo acompañado de un proceso de reconciliación presidido por el arzobispo Desmond Tutu. Desde entonces, el CNA que en 2012 cumplió 100 años de trabajo político, se ha mantenido en el poder.