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“El dolor de madre no tiene nombre”

EN PLATA BLANCA

"La posibilidad del suicidio era latente y se trasluce en mi libro"

La poeta y novelista Piedad Bonnett, recientemente ganadora del Premio Casa de las Américas, habla sobre la tragedia que sufrió con la muerte de su hijo, y de cómo ha influido en su quehacer literario.

María Jimena Duzán
14 de enero de 2012

María Jimena Duzán: En su libro de poemas, 'Explicaciones no pedidas'  -ganador del premio Casa de América de Poesía Americana-, usted  se anticipa a su propia tragedia y escribe unos poemas conmovedores, sobre el dolor, el suicidio, el desgarro, meses antes de que su hijo Daniel, de 28 años, encontrara la muerte. Tengo que decirle que eso me impactó sobremanera.  

Piedad Bonnett
: Un poeta es una persona que debe poder mirar la realidad en toda su dimensión y su hondura. Debe ser un valiente, porque tiene que saber mirarse adentro. El poeta, a diferencia del narrador, no se camufla tan fácil y se expone más. Pero además, la poesía siempre está impulsada por emociones muy profundas y en mi caso aun más: yo tenía este dolor conmigo desde hacía diez años, cuando a Dani le diagnosticaron su enfermedad mental. Y yo sabía que él se iba a cansar en algún momento de vivir con ese peso y que la posibilidad del suicidio era latente. Probablemente esa preocupación  se trasluce en el libro. Pero además, eso hacemos los poetas.

M.J.D.: ¿Qué hacen los poetas? ¿Actuar como prestidigitadores?

P.B.:
No… pero sí somos capaces de sentir unas vibraciones más allá del propio relato: el narrador siempre tiene que contar una historia, el poeta en cambio trabaja con lo que no se dice. Pero le aclaro: el libro no necesariamente habla de Daniel, sino de las experiencias de la vida; de las cosas sin sentido; de la impotencia; de la rabia.   

M.J.D.: En sus poemas se habla de "un dolor embozalado"."Yo pulso mi dolor cada mañana cuando el día me rasga con su astilla. Lo llamo por su nombre, le limo los colmillos para que no devore a media tarde la carne maternal que lo ha parido".      

P.B.:
La palabra en la poesía no tiene el peso racional que tiene en la narración. En el proceso de creación de la poesía, el poeta trabaja con su subconsciente de manera más directa. Pero quiero contarle algo: cuando Daniel se murió, inmediatamente nos planteamos en la familia que no íbamos a callar el hecho de que fue un suicidio. Consideramos que era un acto de honestidad.  Creo que uno, como intelectual, tiene una responsabilidad, sobre todo en una sociedad que oculta el suicidio todo el tiempo. Pero además, y eso me duele más decirlo, aunque lo dije el día de la ceremonia: él siempre ocultó que tenía una enfermedad mental por el temor al estigma, a pesar de que era una persona totalmente productiva y funcional. Era pintor, hizo una tesis, estaba haciendo una maestría. Su vida fue muy digna pero muy atormentada. Creo que toda esa gente conmovida que asistió al entierro y que no sabía por qué Dani se había suicidado, tenía que saber por qué lo había hecho y yo, que fui su mamá, tenía que contarles la verdad.  

M.J.D.: Conozco el dolor que se siente por la muerte de una hermana, pero el dolor de una madre cuando entierra a su hijo ni me lo  imagino.   

P.B.:
El dolor de madre no tiene nombre. Ahora estoy escribiendo un libro sobre lo que me sucedió. No solo es una forma de hacer el duelo sino que me permite recordar, hacer las paces con un montón de cosas,  comprender. Es un ejercicio muy duro, porque estoy examinando el dolor, no solo como madre, sino como intelectual. Quiero saber dónde se localiza el dolor. Pero además, estoy leyendo mucho sobre el suicidio y sobre la enfermedad mental. Me interesa hacer un libro contra esos tabús y sobre cómo asumir con dignidad un tratamiento a fondo para los enfermos mentales, que en esta sociedad solo lo pueden pagar los ricos.   

M.J.D.: ¿Y será una novela?

P.B:
No. Será un testimonio. Yo soy una escritora que explora todo. Hago poesía y novela. Soy una escritora que detesta que la rotulen.   

M.J.D.: No le gusta que la reconozcan más como poeta que como novelista…

P.B.:
 Aquí existe un gran prejuicio de que si uno es buen poeta no puede ser buen novelista y yo lo he sentido.

M.J.D.: Quiero leerle este poema suyo: "Otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente. Otra vez miras todo con mirada reciente. …Mis manos ya no pueden cobijarte. Solo decirte adiós…

P.B.:
"…como el día en que al girar ansioso, tu cabeza, mi sonrisa se abría detrás de la ventana para encender la tuya…". No me lo haga recitar. Se llama Desgarradura y fue el que leí el día de la ceremonia en que despedimos a Daniel. María Jimena, a pesar del dolor y del desgarramiento, la vida sigue; uno vuelve a sonreír, a tomar un café, así uno lleve "el dolor embozalado". Una amiga mía que también perdió a un hijo, lo dice con una metáfora muy hermosa: uno va con el dolor sentadito aquí al lado. El dolor lo acompaña a uno siempre y hay que aprender a hacerle campito.   

M.J.D.: Usted ha hablado de la responsabilidad que tienen los intelectuales en la sociedad. ¿Sí hay honestidad en la forma como los intelectuales abordan los grandes debates nacionales?

P.B.:
Yo creo primero que un intelectual debe ser independiente del poder y debe tener un espíritu crítico. Pero aquí la honestidad no es una práctica muy usual. ¿Cuántos políticos que son ateos no se atreven a decirlo públicamente por temor a perder electores?  Solo conozco uno: Carlos Gaviria.

M.J.D.: Además del dolor, ¿qué sentimientos propios de la condición humana le interesa explorar?

P.B.:
Me interesa mucho el amor, pero más que el amor, los desencuentros; las relaciones con el padre, con la madre; también me interesa el odio y la ira. En este libro tengo un poema sobre el alacrán, ese animal que termina envenenándose él mismo, como sucede con muchos seres humanos. Me interesa el resentimiento, un sentimiento tan común en nuestras sociedades sin oportunidades. Mi última novela fue sobre el resentimiento.

M.J.D.:  Los críticos literarios desconfían siempre de los premios. Muchos afirman que son siempre manipulados y que engañan a los lectores. Sin embargo, ahora que usted se ha ganado el premio de poesía Casa de América, ¿piensa lo mismo?

P.B.:
Es cierto que eso se dice de los premios y a veces pasa eso. Pero yo creo que son necesarios porque visibilizan los libros y a los autores. Y sobre todo los libros de poesía, que tienen una muy mala divulgación porque las editoriales ya no creen en ese género. Norma tenía una colección que cerró hace diez años y hoy las editoriales grandes no publican poesía.  

M.J.D.: El panorama que usted señala es sombrío, sobre todo porque hasta hace poco se decía que en Colombia había un poeta en cada esquina. ¿Será que los poetas se están extinguiendo?

P.B.:
Yo no creo. Muy por el contrario, creo que Colombia probó todo lo contrario. María Mercedes Carranza con la Casa Silva y el Festival de Poesía de Medellín probaron que la poesía atrae a miles de espectadores que son capaces de sentarse a escuchar poemas. Entonces pregunto: ¿por  qué la gente va a querer oír poesía y no leerla? Lo que pasa es que en el fondo el gran problema de Colombia es que las políticas de educación no están diseñadas para incentivar la lectura. Si este país le apostara más a la educación que a la guerra, frase que suena a cliché e idiota, este país sería muy distinto.  

M.J.D.: Usted desde hace 25 años es profesora de poesía.  ¿Por qué es importante la poesía para el alma?

P.B.:
Pasa una cosa muy curiosa: yo diría que muchos de mis estudiantes vienen solo con los versos cursis de Benedetti en su cabeza. Otros llegan con mucho susto a la poesía y yo lo que intento es llevarlos por un camino arduo y difícil que busca convertirlos en verdaderos lectores de poesía para que entiendan que leer poemas produce unas gratificaciones inmensas, iguales a  las que se derivan de aprender a oír a Mahler. Uno se puede quedar oyendo a Chopin, pero si de pronto lo conducen por otro camino, a pesar de que sea más difícil, las recompensas van a ser muchas. Ahora, le quiero decir algo: todos los burócratas de este país, toda esa clase política inepta, todos los que se pasean por el  mundo sin interesarse por la belleza, creen que la poesía es un montón de palabras bonitas, ornamentales, que no dicen nada sobre el mundo, sino que es un divertimento de unos locos, fatuo e idiota. Pero se equivocan: la poesía es otra forma de relacionarlo a uno con el mundo. La poesía sirve para reconocerse, para mirarse y a pesar de que no está exenta de ideas, la música que tiene va dirigida hacia el sentimiento.  

M.J.D.: Cuando usted terminó este libro de poemas, ¿tenía ya una editorial?

P.B.:
No, no la tenía. Cuando yo lo terminé lo primero que me pregunté fue qué hacía con él. Sabía que publicar poesía en Colombia se había vuelto muy difícil. Tenía pocas opciones: me tocaba publicar el libro en unas de estas editoriales independientes que no siempre te garantizan circulación, y menos en el ámbito internacional, porque los sellos tradicionales están concentrados en la narrativa y allí no hay espacio para la poesía. Sabía que si lo publicaba en estas editoriales independientes lo iban a leer las siete personas que me conocen. Fue entonces cuando pensé en presentarlo en un concurso. Yo llevaba muchos años sin concursar y lo que hacía es que escribía mi libro y buscaba un editor. Empecé a buscar por internet y encontré que Casa de América, que es una institución que yo conozco bien, tenía este concurso. Hice entonces el mismo proceso sencillo que yo les enseño a mis estudiantes a sabiendas de que muchas veces es la única oportunidad que tiene un poeta para conseguir que sus poemas sean publicados. Lo mandé y quedé a la espera, pero me olvidé del asunto. Yo sabía que eso era como en mayo. Luego me llamó un señor que yo no conocía para felicitarme: ¡me había ganado el premio! Me emocioné mucho con la noticia, pero al día siguiente se mató Daniel.

M.J.D.: Y usted le alcanzó a contar lo del premio?

P.B.:
Sí. Él alcanzó a saber.