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El nefasto paso del Mexicano por Millos es tan desconocido por los hinchas, que durante varios años hubo pancartas en su honor, sin importar que hubiera sido uno de los más sanguinarios líderes del Cartel de Medellín. | Foto: REVISTA CAMBIO

POLÉMICA

La propuesta de devolver narcotítulos: un gesto ejemplar

La derrota 8-0 de Millonarios ante Real Madrid no debe desviar el debate sobre la propuesta de devolver dos de sus 13 estrellas, ganadas a la sombra del narcotráfico. La historia de cómo la mafia se tomó el fútbol es clave, para el club y para el país.

29 de septiembre de 2012

La propuesta de Felipe Gaitán, presidente de Millonarios, de devolver dos de las 13 estrellas que ha ganado el club despertó una tormenta. ¿Cómo? -se dicen muchos hinchas y jugadores-, ¿devolver dos estrellas de un equipo que no gana un campeonato desde hace 24 años? Sin embargo, la idea es ejemplar y simbólica, y sienta un precedente histórico que tiene la virtud de abrir un debate que el fútbol colombiano y el país en general están en mora de dar hace mucho tiempo.

La histórica derrota sufrida por el club azul a manos del Real Madrid ha desviado la discusión y el amargo ánimo de los hinchas no está para aceptar lo que muchos, sobre todo los jóvenes, sienten como un despojo. Incluso, después del 8 a 0, ni el propio Gaitán ha vuelto a mencionar la propuesta. Pero este ánimo coyuntural no puede hacerle sombra a una idea que no solo es inmensamente saludable para el deporte colombiano en general y el fútbol en particular, sino para una sociedad que fue permeada por el narcotráfico y su cultura del dinero fácil en muchas otras esferas.

Muchos aficionados, sobre todo quienes no habían nacido o eran unos niños en 1987 y 1988, cuando Millonarios ganó las dos estrellas que ahora plantea devolver, dicen no entender por qué hay que desprenderse de esos títulos que se ganaron con una nómina de lujo. Otros alegan que Millos no era el único equipo manejado por la mafia. Y hay jugadores, como Carlos Enrique 'la Gambeta' Estrada, Mario Vanemerak o Eduardo Pimentel que han dicho, como el primero: "¿Y yo por qué voy a devolver los 51 goles que marqué en esas temporadas?".

Lo que los jóvenes no saben y los otros quizá no reconocen es que en esos tiempos muchos partidos se ganaban a punta de resultados amañados, jueces amenazados o comprados y jugadores pagados con dineros que provenían de una actividad asentada en la violencia y el asesinato, al antojo de apostadores y mafiosos. Millonarios, entonces, era una caja menor de uno de los grandes narcos del cartel de Medellín, Gonzalo Rodríguez Gacha. Y el hecho de que otros narcos hubieran adquirido equipos como América, Nacional, Medellín, Unión Magdalena, Santa Fe o Pereira, entre otros, solo habla de la fuerza con la cual el negocio del tráfico de drogas había extendido sus tentáculos a los campos del deporte que más pasión y prestigio generaba en Colombia. No solo Millonarios podría devolver estrellas.

En esto justamente, radica el valor simbólico y el carácter ejemplar de la propuesta de los nuevos directivos de Millonarios. Por primera vez en Colombia alguien dice que, si bien la ley no es retroactiva, la ética sí lo debe ser. Y esto, más allá de otras consideraciones o del orgullo deportivo, debería convocar al país a una reflexión colectiva sobre un pasado que aún hoy dista de morir.

En 1982, el Mexicano logró quedarse con el equipo insignia de Colombia. Algo que el jefe del cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela, que para entonces posaba en la sociedad como empresario, no había logrado hacer en 1979, cuando trató de comprar el club, para hacerle competencia a su hermano Miguel, quien controlaba el América. En ese momento, las directivas de Millonarios no aceptaron la propuesta y mantuvieron a flote el club, cuya situación económica y deportiva empeoraba.

A mediados de marzo de 1982, Rafael Pulido González, recién designado presidente, inició conversaciones con tres inversionistas: el Mexicano; Edmer Tamayo, un ganadero, quien después sería sindicado de traficar varias toneladas de cocaína a Estados Unidos, y Guillermo Gómez. La mayoría de las versiones coinciden en que el realmente importante era Rodríguez Gacha y los otros dos, sus testaferros.

La llegada de los narcos a Millonarios se oficializó el 21 de junio de 1982. Ese día, en junta directiva, Pulido informó que los nuevos socios habían comprado 4.000 derechos de participación por 50 millones de pesos, y se anunció la llegada de grandes jugadores adquiridos con dineros y préstamos de los nuevos socios. Los aficionados azules pasaban saliva al imaginar que tendrían en el club a cracks de la talla de Alberto Vivalda y José Daniel van Tuyne, que costaron 390.000 dólares. También llegaría Carlos Ángel López, por una prima anual de 45.000 dólares y un sueldo de 96.000 dólares por tres años, y el técnico Ómar Pastoriza, por 50.000 dólares el semestre.

Semejante acto de generosidad no era gratis. Aunque por ley, los pases de los jugadores pertenecían al club, bajo la mesa, sus verdaderos dueños eran los narcos que habían puesto la plata para adquirirlos. Y así, en caso de vender los futbolistas, la plata no ingresaba a las arcas de Millonarios sino al bolsillo del Mexicano y sus dos socios. Esta concesión se convertiría en la fórmula que usaron los mafiosos dueños de equipos para lavar grandes sumas de dinero.

Se aprobó además que el equipo jugara dos partidos amistosos, uno en La Dorada, contra el Varta Caldas, y otro el 20 de julio en Pacho (Cundinamarca) contra Santa Fe, por invitación de uno de los socios "sin costo para nuestra institución, ya que percibirá los transportes, almuerzos y valor de los premios". Pacho era el santuario del Mexicano.

Un solo miembro de la junta, Roberto Valencia Torres, el tesorero, renunció, en una carta que envió días antes de esta junta en la que se selló el destino de Millonarios. En 1985, Edmer Tamayo murió de un aneurisma y el Mexicano terminó controlando el equipo. Ningún jugador podía irse sin su permiso. Usaba la plata de taquillas y patrocinios como si fuera suya. E invitaba a los futbolistas a divertirse a Pacho, como le contó a la revista Don Juan uno de ellos: "una vez el Mexicano nos llevó a diez jugadores a su finca Chihuahua en Pacho -la más querida de Rodríguez Gacha, famosa por sus grifos de oro-, con el fin de celebrar una serie de triunfos que habíamos alcanzado. Él llevó por lo menos 20 prostitutas del más conocido burdel de Bogotá, comida de los mejores restaurantes y trago a montón. Cuando llevábamos casi dos días enrumbados, y se dio cuenta de que la mayoría estábamos dormidos, agarró una ametralladora y, con ráfagas al aire, nos despertó a todos gritando: '¡Yo los invité a pichar, no a dormir!'".

Con su plata y su poder el Mexicano armó un equipo poderoso bajo la dirección del polémico Luis Augusto García, y jugadores como Sergio Goycochea, Eduardo Pimentel, Mario Vanemerak, Óscar 'el Pájaro' Juárez, Mario Hernán Videla, Arnoldo Iguarán, Rubén Darío Hernández y la Gambeta Estrada. Su calidad era tal que, por ejemplo, el arquero Goycochea llevó con sus atajadas y los goles de Diego Armado Maradona a Argentina a la final del Mundial de Italia 90.

Pero Millonarios no ganó los títulos de esos años, 1987 y 1988, solo a punta de buenos jugadores. En el partido entre Millonarios y Santa Fe, el 8 de diciembre de 1988, fue tan evidente la 'mano' del árbitro a favor de los azules que la mitad de los aficionados abandonaron el estadio en protesta ante un falso penal en favor de estos. En un partido Nacional-Millonarios, en Bogotá, explotó una bomba en las afueras del estadio, para intimidar a jugadores e hinchas del primero. Freddy, el hijo del Mexicano, era un habitual del camerino, para instruir a sus futbolistas. En 1988, Gacha, que ya estaba siendo perseguido por la Policía, se disfrazó de mascota de Millonarios para asistir a la final. Todo esto, unido a muchos otros escándalos, llevó a que el torneo de 1989 fuera suspendido, tras el asesinato del árbitro Álvaro Ortega, en Medellín, y la Confederación Suramericana de Fútbol prohibió a Colombia participar en cualquier torneo internacional por dos años.

En diciembre de 1989, el Mexicano fue dado de baja por las autoridades. Su socio, Guillermo Gómez, asumió el equipo. El 21 de junio de 1992, dos hombres le dispararon siete veces y le pasaron un carro dos veces por encima. El equipo quedó en manos de la viuda y los herederos del Mexicano, hasta que, en 1999, el Estado asumió el control del 27,9 por ciento de las acciones en el proceso de extinción de dominio contra los bienes del Mexicano. Una herencia de la cual, hasta hoy, con los nuevos dueños, Millonarios recién empieza a recuperarse.

Esta es justamente la historia con la que hoy los nuevos directivos de Millonarios están tratando honrosa y valientemente de ajustar cuentas, con su propuesta de devolver las dos deshonrosas estrellas de 1987 y 1988. Sería una lástima que la triste derrota ante Real Madrid lograra impedirlo.