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La prueba reina

El mundo se sorprendió con el video en que Osama Ben Laden celebra los atentados del 11de septiembre. ¿Es posible que sea falso?

24 de septiembre de 2001

El video que sorprendió al mundo la semana pasada no tiene antecedentes. El acto terrorista más sangriento y espectacular de la historia es tratado en esas precarias imágenes como una hazaña heroica y los miles de muertos de las Torres Gemelas de Nueva York son mencionados como “bajas calculadas”. Osama Ben Laden, el máximo sospechoso de haber dirigido los atentados del 11 de septiembre, se jacta de la operación y celebra con sus amigos como cualquiera lo haría con un buen negocio. A la luz de lo que sucedió ese martes negro, el video de una tertulia tan aparentemente anodina resulta ser un espectáculo horrorizante.

El documento, registrado en una cámara no profesional y marcado con fecha del 9 de noviembre, fue presentado a la prensa por el Departamento de Defensa de Estados Unidos como la prueba reina de la responsabilidad de Osama Ben Laden en los atentados de Nueva York y Washington. Su entrega a las 11 de la mañana causó suspicacias pues se produjo una hora después de que el presidente George W. Bush anunciara su intención de retirar a Estados Unidos del Tratado de Anti-Misiles Balísticos de 1972. Algunos lo vieron como una cortina de humo para una decisión tan controvertida como esa. Y otros pensaron que el timing tenía que ver más bien con la conveniencia de unir a la opinión pública en contra del millonario saudí en un momento en el que aparentemente su captura o muerte eran poco menos que inminentes.

Ambas interpretaciones fueron negadas por voceros oficiales, pero un hecho sí es cierto: la publicación de la cinta se produjo luego de al menos una semana de intensas deliberaciones en la Casa Blanca. La cuestión, más que publicarla o no, era cuándo. La razón es que desde el 9 de diciembre, cuando el diario The Washington Post reveló la existencia de la cinta, la presión por las imágenes se hacía insoportable. Sobre todo porque ese mismo día el vicepresidente, Dick Cheney, confirmó su existencia en una entrevista por televisión.

La información sobre las circunstancias de su hallazgo resulta oscura, si no misteriosa. Según los voceros oficiales norteamericanos el casete, de una hora de duración, fue encontrado por personas “no estadounidenses” en una casa de Jalalabad, Afganistán, y entregada a la CIA, la cual procedió a traducirla. Bush no supo de su existencia sino hasta el 29 de noviembre, y el 30 vio las partes más importantes.

Según testigos no identificados el presidente quería mostrarla inmediatamente pero algunos miembros de su equipo le aconsejaron no apresurarse: ya en otras oportunidades los servicios secretos norteamericanos habían pasado un susto cuando se temió que las declaraciones de Ben Laden, profusamente transmitidas en los medios internacionales, pudieran contener mensajes secretos a sus correligionarios de Al Qaeda en el mundo. La CIA, por su parte, era renuente por el riesgo de poner en peligro sus redes de inteligencia y por la necesidad de comprobar su autenticidad por encima de toda duda.

A la larga esos puntos de vista prevalecieron y el gobierno tomó todas las precauciones posibles. No sólo la CIA comprobó que la cinta no había sufrido ediciones sino que se hizo el chequeo técnico de la autenticidad de la voz del terrorista saudí, comparada con sus videos ‘oficiales’. Y los cuidados se extremaron con la contratación de dos intérpretes sin vínculos con el gobierno para asegurarse de que la traducción hecha por la CIA fuera suficientemente precisa. Ni el dictamen de éstos ni el de otros traductores contratados por medios estadounidenses reflejaron mayores inconsistencias aunque, para algunos, varios apartes del contenido son indescifrables.

La escena

En la cinta Osama Ben Laden aparece en una especie de reunión social, relajado y sonriente. Las autoridades de Estados Unidos sostienen que la escena tiene lugar en una casa de huéspedes de Kandahar, Afganistán, y que el anfitrión es un personaje al que se refieren como el “jeque”. Se trataría del jeque Al Ghamdi, un clérigo militante de la provincia de Assir, quien aparece paralizado del pecho hacia abajo. Osama hace su entrada y se inclina para saludar reverencialmente al personaje. Este elogia varias veces el éxito de los atentados y menciona personajes de Arabia Saudita que quedan automáticamente involucrados en los hechos. Y los demás contertulios son aparentemente el segundo a bordo de Ben Laden, el médico pediatra Ayman al Zawahiri uno de los voceros del cabecilla, Slaiman abu-Ghaithic y algunos de los hijos de Ben Laden.

Todos ellos conversan alegremente, como celebrando algo, mientras comen y beben, posiblemente té. El lugar, de iluminación más bien precaria, aparece amoblado con cojines en los que los contertulios están reclinados cómodamente.

Ben Laden menciona con frecuencia a Alá mientras habla con orgullo sobre su participación en los atentados. Dice cosas como “nosotros calculamos anticipadamente el número de muertos del enemigo, basados en la posición de la torre” y que nunca anticipó que se pudieran caer los edificios completos sino sólo la parte superior al piso en el que impactaron los aviones. Añade que los terroristas que llevaron a cabo el atentado habían seguido las instrucciones del entrenamiento pero no sabían “ni una letra” del plan hasta que estaban a punto de abordar los aviones. En un momento Ben Laden confirma que Mohammed Atta, acusado por Estados Unidos de dirigir la operación en el campo, fue efectivamente el jefe operativo y lo describe como el líder de la “familia” en Egipto. Y recuerda que tras el primer choque contra las torres sus amigos estaban extasiados de alegría. Que él les dijo que tuvieran paciencia, que faltaban algunas sorpresas. Y que cuando éstas llegaron todos se abrazaron ante la radio, como si estuvieran celebrando un gol. Lo que no quedó aclarado para la historia es cuál era el destino final del avión que se estrelló en Pennsylvania por la rebelión de sus pasajeros.

El misterio

Un contenido de esa naturaleza resulta absolutamente sorprendente. La cinta sólo podría equipararse en dimensión histórica a que apareciera una grabación de Lee Harvey Oswald reconociendo haber asesinado solo a John F. Kennedy. Y a nivel colombiano a la aparición del diario de Juan Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliécer Gaitán, con un registro de los autores intelectuales del magnicidio. Por eso no fueron pocos los escépticos, dentro y fuera del mundo árabe, que cuestionaron la autenticidad del documento. El comentario de Abdul Latif Arabiat, líder del jordano Frente de Acción Islámico, fue típico: “Esto es vergonzoso. ¿Los norteamericanos creen que el mundo es tan estúpido como para creer que eso es una evidencia?”.

Los infaltables teóricos de las conspiraciones sostuvieron que era imposible una combinación tan perfecta de elementos a favor de Washington y en contra de Ben Laden. El saudí no sólo muestra conocimiento previo de los hechos, sino su regocijo ante la muerte de inocentes, cargado de odio hacia Estados Unidos.

En cualquier caso no es difícil argumentar que nadie en su sano juicio, estando en el lugar de Osama Ben Laden, permitiría que grabaran una conversación suya con ese contenido. Cualquiera podría pensar que es absurdo que alguien con la capacidad logística y organizacional como para lanzar una serie tan compleja de atentados permita que un registro de esas características quede dando vueltas en un cajón en la casa de un amigo, y precisamente en la región que sus enemigos están registrando metro a metro.

Lo que es más, la cinta de video contradice la actitud asumida en forma consistente por Ben Laden, quien siempre ha negado haber tenido cualquier participación en los hechos de septiembre. Con ese antecedente resulta aún más incomprensible que el terrorista deje en el aire un video que más que una prueba absoluta es casi una confesión.

Sin embargo también existe consenso en que no hay ninguna probabilidad de que el video sea ficticio, por muchas razones. Las únicas posibilidades de falsificar una grabación de esa naturaleza son dos: por el uso de la tecnología más avanzada, capaz de producir imágenes virtuales, o por una representación por medio de actores vivos.

En cuanto a la primera, es cierto que el cine de Hollywood ha hecho milagros, como poner a Tom Hanks en una escena con John F. Kennedy en Forrest Gump. Pero también es cierto que esa tecnología tiene sus límites y que, al menos con los medios disponibles en este momento, la reproducción totalmente exacta y verosímil de uno o varios seres humanos es imposible.

En cambio escenificar la reunión con actores iguales a los protagonistas no resultaría tan descabellado si no fuera porque Osama Ben Laden tiene la cara más conocida del mundo en la actualidad, pues todo el planeta lleva varios meses viéndolo en la prensa escrita y en televisión todos los días. No se trataría de engañar a unos cuantos, sino de poner ante el juicio de la humanidad entera un truco que casi con seguridad sería descubierto. Sería tanto como presentar en la televisión mundial a un actor haciendo de George W. Bush durante una hora sin que nadie se diera cuenta.

Pero la razón más contundente para creer que se trata de un video auténtico es que si se llegara a demostrar que es falso, la primera consecuencia sería la caída del presidente de Estados Unidos. La Casa Blanca no podría darse el lujo de inventarse una prueba que, de ser descubierta, produciría una demostración inobjetable no sólo entre los pueblos árabes y musulmanes sino entre los aliados y, lo que es peor, en la opinión pública norteamericana, de que la guerra en Afganistán fue lanzada con base en un engaño.

Queda un último misterio: ¿Quién y para qué grabó el video? Un experto norteamericano declaró a la cadena CNN que lo más probable es que lo haya hecho el anfitrión para dejar un recuerdo de una visita tan importante como la de Ben Laden. La cinta no cambia en nada la percepción universal de que el responsable de los ataques fue Osama Ben Laden. Pero como documento histórico no tiene parangón en la historia reciente.