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NOEMÍ SANÍN Ha logrado mantener su prestigio político a pesar de haber pasado seis años fuera del país como embajadora

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La resurrección conservadora

Después de ocho años de cogobierno con Álvaro Uribe, el Partido Conservador se puede convertir en la primera fuerza electoral del país.

14 de febrero de 2009

Desde hace más de 80 años en Colombia ser liberal era estar in y ser conservador era estar out. El Partido Conservador era minoría y tenía cierto halo retardatario. Ser liberal, en cambio, era estar en la vanguardia y tener ideas frescas y progresistas. Ser liberal era pertenecer al partido mayoritario y era un título que se ostentaba con orgullo. Ahora, por primera vez, las cosas se están invirtiendo.

Sobre las cenizas de un partido que fue líder en Colombia durante casi 80 años, está reviviendo una nueva llama conservadora, curiosamente en contravía de las tendencias regionales, donde los vientos soplan a favor de los Chávez, los Evos y los Correas, mandatarios caracterizados por su izquierdismo radical.

Desde cuando terminó el Frente Nacional hace tres décadas nadie ha querido presentarse a una elección presidencial como candidato conservador. Los aspirantes a la primera magistratura de esa colectividad tenían que maquillarse de suprapartidistas para ocultar su verdadera estirpe.

Belisario inauguró esta nueva ola con una candidatura de movimiento de participación ciudadana. Y llegó al poder. Lo siguió Andrés Pastrana, con la sombrilla de la Nueva Fuerza Democrática, quien también triunfó. Noemí lo intentó con su partido Sí Colombia y hasta el propio Álvaro Gómez, quien fue en tres ocasiones candidato del Partido Conservador a la Presidencia, decidió, en el ocaso de su carrera política, fundar el movimiento de Salvación Nacional. Todos de extracción conservadora, pero camuflando a su partido para no aparecer ante el país como representantes de una vieja clase política.

Pero los tiempos han cambiado. Ahora a ningún godo le da pena presentarse como candidato conservador. No descartan coaliciones posteriores, pero dejan claro que su origen es de color azul. Y ya están moviendo las fichas para pelear la consulta interna de ese partido. El ex ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, fue el primero en destapar sus cartas. Noemí, más prudente, está tendiendo puentes con el conservatismo mientras decide su futuro político. El ex canciller Fernando Araújo y el ex ministro Carlos Holguín están prendiendo motores, y el ex gobernador del Atlántico, Carlos Rodado, no ha decidido si renuncia a su embajada en Madrid para lanzarse al agua.

Pareciera como si el Partido Conservador estuviera teniendo su propia dinámica mientras el Liberal se la pasa discutiendo posibles alianzas con otras corrientes, como lo solía hacer el Partido Conservador en el pasado. ¿Pero hay realmente un resurgimiento conservador? ¿Volverá a ser un partido con vocación de poder? ¿O es acaso un espejismo en la dialéctica de la política colombiana?

Lo primero que habría que decir es que si la mayoría de los colombianos durante el siglo XX se autodenominaban liberales, en el XXI, casi el 75 por ciento no se siente identificado con ningún partido. Hay sí, una derechización del país debido en gran parte a las barbaridades cometidas por las Farc y a los éxitos militares del gobierno de Álvaro Uribe. Su liderazgo ha hecho florecer ciertos postulados conservadores tradicionales como el orden y la seguridad. También le ha impregnado la moral católica desde la cúpula del poder cuando por Constitución Colombia es un Estado laico. Pero ni el giro a la derecha ni el liderazgo caudillista y hegemónico del Presidente explican del todo el renacer del Partido Conservador.

Una segunda explicación del resurgimiento es la reforma política que se está tramitando que pone en peligro la supervivencia de los partidos minoritarios a favor de las grandes colectividades. Según lo aprobado hasta ahora, la iniciativa aumenta del 2 al 3 por ciento el umbral mínimo de votos que en elecciones parlamentarias debe lograr un partido para conservar su personería jurídica. Es decir que si un movimiento no alcanza esa cifra, desaparece. Ante estas circunstancias, la fortaleza de la maquinaria conservadora es un imán superior al de los otros partidos.

Existe otro factor de tipo más prosaico que sin duda ha contribuido al fortalecimiento del partido: su 'colinchada' durante ocho años al gobierno de Álvaro Uribe. Esto le ha valido unos beneficios en materia de puestos y contratos que han aceitado la maquinaria conservadora. Ese partido nunca ha sido muy propenso a declarar oposiciones que los marginen del gobierno de turno. Pero con Uribe se ganaron una lotería que no esperaban. Por alguna razón que todavía no se ha podido dilucidar, el Presidente, que es de origen liberal y que había hecho toda su carrera política dentro de ese partido, al llegar al poder dio una voltereta como la de Núñez e inclinó sus preferencias por el conservatismo. Este le ha correspondido esta generosidad en prebendas con mayor lealtad y disciplina en las votaciones que el Partido Liberal, que hoy se encuentra en la oposición, o que Cambio Radical, que practica un uribismo no incondicional.

Pero, sin lugar a dudas, la principal razón por la cual al Partido Conservador le está yendo tan bien es porque a los otros partidos les está yendo muy mal. El Partido Liberal está atravesando por su peor momento en medio siglo. Con la creación del Frente Nacional que institucionalizó la alternación y la paridad entre los dos partidos, el liberalismo perdió su coherencia ideológica de centro izquierda. Aun así, con presidentes de centro derecha como Julio César Turbay y César Gaviria había logrado mantenerse como el partido mayoritario. Si perdía las elecciones era solamente por divisiones internas, como sucedió en 1982 con la segunda candidatura de López Michelsen.

La llegada de Álvaro Uribe rompió con ese esquema. En esa ocasión el partido no se dividió, sino que se desmoronó. Buena parte de sus miembros se fue a formar nuevos partidos como La U y Cambio Radical, que no pretenden ser disidencias liberales, como lo fueron el MRL y el Nuevo Liberalismo en el pasado. El Partido Liberal como tal acabó siendo la mitad de lo que era. En las últimas elecciones parlamentarias terminó de tercero detrás de La U y del conservatismo. Ante esa nueva realidad política, la palabra "liberal" perdió la magia que había tenido. Los esfuerzos casi heroicos de César Gaviria como jefe de esa colectividad por reversar esa situación no han sido todavía fructíferos. Ante la posibilidad de un descalabro electoral, el ex presidente ha tendido puentes con líderes de otras corrientes como Lucho Garzón y Germán Vargas, cuya popularidad no le caería nada mal al buey cansado del liberalismo.

A los otros partidos no les está yendo mucho mejor. El futuro de La U es un enigma, pues es una colcha de retazos que se creó alrededor del prestigio de Álvaro Uribe. En cuanto al Polo Democrático, se acaba de protocolizar una división profunda entre la línea radical y la moderada que no permite hacer buenos augurios electorales. Y Cambio Radical enfrenta una crisis interna frente a la reelección de Uribe a la cual se opone el jefe de este movimiento, Germán Vargas.

En esas circunstancias, el tuerto es el rey y el tuerto en este momento es el Partido Conservador. Su disciplina, maquinaria y entusiasmo son superiores a los de cualquiera de sus rivales. Por primera vez en décadas, el partido de Caro y Ospina vuelve a tener vocación de poder. Es muy posible que hoy sea la primera fuerza electoral del país. En su consulta interna, de octubre del año pasado, obtuvo la asombrosa votación de más de un millón de votos en una fecha no electoral, en que la mayoría del país ni siquiera sabía que había elecciones. Ese mismo día, La U y el Polo tuvieron sus propias consultas y ninguna de sus votaciones alcanzó siquiera la mitad de la de los conservadores.

Con resultados de esa naturaleza, las tropas azules están dejando de pensar en que su prioridad es incrustarse en el poder, y sacar una tajada clientelista, como lo hicieron hasta ahora, para convertirse en el poder mismo. Con Álvaro Uribe gobernaron en cuerpo ajeno. Con un candidato de la casa, podrían gobernar en cuerpo propio. Eso sí, sujeto a la premisa de que Uribe finalmente no decida buscar su segunda reelección. Si eso sucede, el partido se plegaría sin discusión a su amo. En realidad, la supervivencia de la candidatura goda se definirá en el lapso entre septiembre, fecha en que tendrá lugar la consulta, y mayo. No se puede descartar la posibilidad de que en la eventualidad de que Uribe no se lance, un candidato uribista no conservador gane la consulta interpartidista. En ese caso también el conservatismo se sumaría a la fuerza ganadora.

Pero mientras eso se define, todos los aspirantes conservadores que antes se camuflaban ahora ondean la bandera azul en lo alto. El primero de ellos, Andrés Felipe Arias, arrancó con fuerza. Paradójicamente, aunque a nadie se le ha ocurrido que está suficientemente maduro para ser el próximo presidente de la República, llena todos los requisitos de la coyuntura actual, en la que se combinan el uribismo y el conservatismo. El ex ministro de Agricultura es una mezcla de carácter, petulancia intelectual y servilismo uribista. Esos atributos, sumados a su parecido físico con el jefe, le han valido el apodo que lo impulsa y lo hunde: 'Uribito'. En todo caso, en la semana de su lanzamiento, esa condición lo impulsa. No sólo registra muy bien en las encuestas, sino que cuenta con algo mucho más importante: la adoración de Álvaro Uribe.

Otro aspirante de peso es el ex ministro y ex jefe del partido, Carlos Holguín Sardi. Su labor ha contribuido en gran parte a la situación actual de esa colectividad. Sin embargo, su candidatura cuenta más con el cariño y la gratitud de los conservadores, que con su fervor. Por otra parte, Holguín es de los que creen que Uribe va acabar lanzándose a la reelección y considera prudente esperar esa decisión antes de hacer cualquier movimiento.

El ex canciller Fernando Araújo, por su parte, tiene también elementos positivos a su favor. Además de su posicionamiento como el candidato costeño, el calvario de su secuestro le ha despertado solidaridad entre la opinión pública. Esto se pudo ver en la respetable votación que consiguió en la consulta interna de octubre pasado, en la que obtuvo más de 60.000 votos, cifra inusitada para un primíparo electoral. Pero esas dos características no son suficientes para convertirlo en una figura nacional de primera línea.

Otro aspirante que está contemplando la posibilidad de jugarle a la carta del candidato costeño es Carlos Rodado. Sin embargo, a pesar de haber sido ministro de Minas en el pasado, hoy es una figura regional de prestigio, pero sin proyección nacional. Y como está relativamente recién llegado a la embajada en España, algunos de sus allegados cren que finalmente lo se le medirá a la candidatura.

La gran incógnita en este proceso es lo que se podría denominar el factor Noemí. La expectativa de triunfo del partido depende de la posibilidad de sumarle a la solidez de la maquinaria el nombre de un candidato popular que pueda captar votos más allá de las filas azules.

Y en ese escenario quizá la persona que más llena ese requisito es Noemí Sanín. Sorprendentemente, ha logrado mantener su prestigio a pesar de seis años fuera del país como embajadora. Los directivos conservadores que han conversado con ella consideran que sí estaría interesada en ser la candidata del partido, pero enfrenta el dilema de si se le mide o no a la consulta interna.

Después de haber sido candidata dos veces y tener una popularidad probada, preferiría que hubiera un consenso alrededor de su nombre. No obstante eso, que fue posible hasta hace poco tiempo, ya no lo es en la actualidad. Con la salida al ruedo de 'Uribito', y la fecha de la consulta interna fijada por el presidente del partido, Efraín Cepeda, para septiembre de este año, ya no hay reversa: el candidato va a ser elegido y no ungido. Así se lo han manifestado a Noemí los directivos que apoyarían su nombre. En todo caso, si al final decide jugársela, estaría a su favor el hecho de que se han mejorado las relaciones entre ella y el ex presidente Pastrana, lo cual se ha traducido en que ya no hay un veto de este a Noemí.

La realidad política en el momento es que la candidatura de Andrés Felipe Arias está llenando rápidamente los espacios políticos. El Presidente no oculta su simpatía por él y en su reemplazo nombró en el Ministerio de Agricultura a uno de sus mejores amigos, lo que permite anticipar que ese organismo estará al servicio de su candidatura.

Aunque lo consideran todavía biche, varios jerarcas del partido en el Congreso lo ven como el símbolo del nuevo conservatismo y estarían contemplando la posibilidad de apoyarlo. En la opinión pública también tiene buena aceptación, aunque esto se puede deber a un fenómeno coyuntural basado en el pantallazo de su lanzamiento. Ante estas circunstancias, el que quiera disputarle la candidatura tiene que hacerlo ya, porque dentro de pocas semanas será demasiado tarde.

Paradójicamente, Andrés Pastrana, quien se podría considerar el jefe natural de la colectividad por ser el único ex presidente conservador activo políticamente, no ha jugado un papel visible en el renacimiento godo. La verdadera fuerza detrás de este proceso ha sido el conservatismo uribista, en el cual no ha participado Andrés, quien después de su renuncia a la embajada de Washington quemó naves con el gobierno.

Sin embargo, nadie espera que el ex presidente se quede quieto ante el auge que está viviendo su partido. Pastrana tiene mucho ascendiente sobre las tropas azules y el momento histórico no está para egos ni para divisiones, sino para sumar fuerzas.

No solo él y el ex presidente Belisario Betancur deben estar de plácemes frente a lo que está sucediendo. Desde sus tumbas los grandes ideólogos históricos de esa colectividad como Miguel Antonio Caro, Mariano Ospina Rodríguez, Laureano y Álvaro Gómez, deben estar aplaudiendo la resurrección del ave Fénix.