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La soledad de Petro

¿Quién es este hombre que un día denuncia al Fiscal General, el otro arremete contra el gobierno y después se despacha contra los jefes de los paramilitares?

16 de mayo de 2004

El representante Gustavo Petro se ha convertido en un prisionero de la política. En la medida en que ha incrementado sus denuncias y sus señalamientos públicos en el Congreso -contra los paramilitares, la política de seguridad democrática de Álvaro Uribe o el fiscal Luis Camilo Osorio- ha aumentado también su aislamiento. Sus amigos, que son contados y muy selectos, se quejan de que Petro ya no tiene tiempo para tomarse un café y hablar con ellos. Y es verdad. En su agenda cada día hay menos espacio para la actividad social. No tiene tiempo para hacerla pero tampoco tiene ya la opción de hacerla. Desde hace tres años las amenazas contra su vida por parte de los paramilitares han limitado mucho sus movimientos y recorridos.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) le solicitó al gobierno medidas cautelares para proteger al representante. En cumplimiento de estas le blindaron el apartamento, en una forma tan hermética que es imposible fumar dentro de él o prender la chimenea porque no hay una sola rendija para que salga el humo. En ese búnker, en el que vive con su esposa y su hija, Petro hace un poco de bicicleta estática por la mañana y de allí sale para el Congreso, cuyos pasillos y recintos no abandona en el resto del día. Este es su segundo hogar. Su prisión laboral. Allá dos tardes de la semana atiende público y el resto del tiempo lo dedica a estudiar las denuncias que le llegan o a prepararse para debatir diversos temas en su comisión, la III de asuntos económicos, o en las plenarias de la Cámara.

Hace un mes dos fuentes diferentes le dijeron que un comandante paramilitar le había ordenado a un grupo de sicarios que lo mataran. Por eso los escoltas que lo acompañan están más tensos que de costumbre. Petro, en cambio, se ve tranquilo. Demasiado. Como si se hubiera tomado una dosis excesiva de valeriana. Esta presión parece no afectarlo, y continúa como siempre con esa forma de caminar, pausada y como agachado, que siempre lo ha caracterizado. ¿Siente miedo de morir? Dice que no, "yo siempre he vivido al lado de la muerte", pero es consciente de que esa sensación tampoco es buena porque "se puede bajar la guardia en cualquier momento". Petro ha puesto en marcha unas fuerzas que lo arrastran en forma inexorable hacia adelante. "Él ya comenzó y no puede parar, la gente está esperando mucho de él", dice Nancy Fiallo, de la Corporación para la Paz y el Desarrollo Carlos Pizarro Leóngomez. El representante se parece cada vez más al coronel Aureliano Buendía, el personaje de ficción que lo condujo hacia las ideas de izquierda y cuyo nombre adoptó como signo de identidad guerrillera durante los años de vida clandestina en el M-19.

Siempre la política

Gustavo Petro Urrego nació hace 44 años en Zipaquirá, en una familia con ascendencia cordobesa. Estudió en un colegio católico de esta ciudad en el que tuvo tres momentos que marcaron su vida futura. El primero fue el golpe contra Salvador Allende del 11 de septiembre de 1973. Sin saber muy bien por qué ese hecho lo afectó y salió a la calle a protestar con otros estudiantes, pese a las recriminaciones de los sacerdotes que dirigían la institución. Luego fundó un centro cultural y lo bautizó Gabriel García Márquez, en homenaje al escritor que había estudiado en ese mismo colegio. Los curas casi lo expulsan. En esa época el futuro Nobel de Literatura estaba proscrito de la memoria oficial de la institución bajo la acusación de ser comunista.

La anatema que le habían lanzado los religiosos a García Márquez sólo sirvió para que Petro buscara sus libros. Quería saber qué había ahí que provocaba tanto miedo y por qué era tan malo ser comunista. Leyó Cien años de soledad y se encontró con la masacre de las bananeras; esta lectura lo condujo a otra y a otra, y por este camino terminó afiliado a la izquierda política. Su primer acto subversivo fue rescatar del cuarto de San Alejo el mosaico de bachiller en el que aparecía García Márquez y exhibirlo ante los estudiantes.

Se graduó a los 16 años, ingresó a estudiar economía en el Externado de Colombia y un año después ya se había incorporado al M-19. Ese parecía ser un destino inevitable. Petro había nacido un 19 de abril, en una familia anapista que vivía en Zipaquirá, una de las cunas históricas de este movimiento guerrillero. El hoy representante recuerda cuando tomó esta decisión: "Nunca he creído en la guerra, cuando toca, toca y al eme le tocó porque le robaron las elecciones con Rojas Pinilla". No obstante, durante mucho tiempo su trabajo fue en la organización de masas en esta población cundinamarquesa, en donde también se desempeñó como personero y salió elegido concejal. Durante la época de tregua, en la presidencia de Belisario Betancur, hizo pública su militancia. Cuando la paz se rompió se lanzó a la clandestinidad, pero lo capturaron, lo torturaron y estuvo preso dos años.

En la cárcel conoció al primero de sus cuatro hijos, talló unicornios alados, tal y como los pescaditos dorados que hacía el coronel Aureliano Buendía, aunque no con la misma calidad, y le dio rienda suelta a su vocación pedagógica para alfabetizar a otros presos. Esta experiencia le sirvió muchos años después cuando, ya reinsertado en la sociedad civil, se ganó la vida como profesor universitario. Después de la cárcel Petro volvió a la clandestinidad.

Estuvo en Santander (donde lo capturaron y lo torturaron de nuevo, pero no lo encarcelaron) y en Tolima. Allí se encontró en enero de 1989 con Carlos Pizarro, le expuso la importancia de jugársela por la paz en vez de la guerra y éste, intuitivo por naturaleza, decidió apostarle a esa alternativa. "Que uno tenga que coger las armas no significa que uno tenga que adorarlas y que no haya un momento en el que toque dejarlas", dice Petro con convicción; desde que se reinsertó su única obsesión ha sido tener el poder para desarrollar la Constitución de 1991 y lograr la equidad social. Algunos de sus enemigos y contradictores, alarmados por su radicalidad en algunos puntos y su amistad y cercanía con el presidente de Venezuela Hugo Chávez, no están convencidos de estas intenciones.

Petro, al respecto, dice que él es "de izquierda y radicalmente demócrata". Otty Patiño, que fue compañero suyo en el M-19, lo defiende en este sentido: "Pese a su radicalismo de izquierda, es un hombre comprometido con el proceso de paz, que no juega con la combinación de formas de lucha, un hombre profundamente convencido de la democracia". Tanto es así que desde su reintegro a la vida civil ha sido tres veces representante a la Cámara (una por Cundinamarca y dos por Bogotá), y se ha quemado dos veces: cuando intentó ser senador y cuando se lanzó a la Alcaldía.

Estas experiencias y una preparación intensa (hizo una especialización, un diplomado, un magíster y un doctorado) le han dado las herramientas suficientes para convertirse, según sus propios colegas, en uno de los mejores representantes a la Cámara en la actualidad. Petro quisiera que lo conocieran más por sus debates económicos a las políticas neoliberales, su especialidad, pero siempre lo citan es por sus embates contra la corrupción o el paramilitarismo. Hay quienes piensan que su estilo es demasiado estridente (contrario a su timidez habitual) y protagónico, y que su discurso es demasiado crudo e ideologizante. Petro está atrapado en su destino, no tiene marcha atrás. La política lo tiene aprisionado.