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P O R T A D A

La tregua

El reversazo del presidente Pastrana pone fin a una guerra de poderes que amenazaba con tumbarlo. ¿Qué sigue? Análisis de SEMANA.

26 de junio de 2000

Estamos muy preocupados, señor ministro”, empezó diciendo el general Fernando Tapias, comandante general de las Fuerzas Militares, al titular del interior Humberto de la Calle el pasado miércoles al desayuno. “La sola inscripción de la propuesta de referendo que incluye la revocatoria del Presidente es gravísima y llevaría a una crisis muy profunda”.

En la reunión estaban presentes, además del propio Tapias y el ministro de la Calle, el ministro de Defensa, Luis Fernando Ramírez; el secretario privado del Presidente, Jorge Mario Eastman, y los comandantes de las fuerzas, los generales Jorge Enrique Mora, del Ejército; Héctor Fabio Velasco, de la Fuerza Aérea, el almirante Sergio García, de la Armada, y Rosso José Serrano, de la Policía.

La reunión transcurría en calma. De la Calle respondió que entendía la preocupación de los generales pero que la revocatoria del mandato presidencial, propuesta por la bancada liberal como elemento explosivo del llamado referendo social, era inconstitucional.

“Pero es que el tema no es la constitucionalidad sino la estabilidad, replicó Tapias. Un referendo que propone la revocatoria presidencial significa la interinidad del jefe del Estado. En una situación así la inestabilidad se hará insostenible”.

La reunión fue convocada por el ministro Ramírez, quien había llamado a De la Calle el lunes en la tarde para contarle su interés en impulsar una serie de encuentros entre los generales y distintos sectores de la sociedad para intercambiar opiniones sobre la crisis política. “Como todo el mundo empieza a llamar a los generales, dijo Ramírez, hemos hecho reuniones para escuchar las preocupaciones de la gente y aun las de los propios generales. Ha sido interesante y muy preocupante”. Al terminar la conversación acordaron desayunar el miércoles con la cúpula.

Ramírez conocía ya para ese momento las preocupaciones de los altos mandos militares. No eran distintas a las expresadas por los medios de comunicación y se podían resumir en una sola frase: la propuesta de revocar el mandato de los congresistas y anticipar elecciones parlamentarias significaba una guerra política a muerte entre el Legislativo y el Ejecutivo con consecuencias impredecibles para el país..

De la Calle había hablado el mismo lunes en la tarde con el ex presidente César Gaviria, quien, desde Washington, le dijo que desde el comienzo él había pensado que la propuesta de anticipar elecciones era un error. “De esta crisis sólo salen si retiran la propuesta de revocatoria”, le dijo. Sin embargo Gaviria le dejó en claro a De la Calle que estaría dispuesto a ayudar al Presidente si éste lo consideraba oportuno. “Además hablé con el ex presidente López sobre el tema, agregó Gaviria, y él también está dispuesto a ayudar”.

Luego de colgar De la Calle informó al presidente Andrés Pastrana de su conversación con el Secretario General de la OEA.

El mismo lunes el canciller, Guillermo Fernández de Soto, visitó al presidente Pastrana. Llevaba todo el día en consultas telefónicas con los ex presidentes alrededor de temas relacionados con sus negociaciones con el gobierno de Costa Rica y había recibido de buena parte de ellos expresiones de preocupación por la profundidad de la crisis y el escalamiento de la guerra verbal entre gobierno y oposición. “Pero además dijeron que estaban dispuestos a ayudar, Presidente”, agregó Fernández.

El Presidente no respondió. La tensión en Palacio era tremenda. Los últimos días habían puesto en evidencia la debilidad del gobierno frente a un Congreso envalentonado por la posibilidad de revocar el mandato del primer mandatario. Las salidas de Néstor Humberto Martínez, amenazado por una inminente moción de censura; de Virgilio Galvis, ministro de Salud, y de Juan Hernández, secretario general de la Presidencia, eran pruebas contundentes de la fuerza del Legislativo sobre el Ejecutivo.

El tema no era nuevo, por supuesto. Durante semanas, desde que el 4 de abril el Presidente propusiera al país un referendo para modificar las costumbres políticas —cuyo peor momento acababa de vivirse con los ‘serruchos’ de la mesa directiva de la Cámara—, que incluía la revocatoria del mandato de los actuales congresistas y nuevas elecciones parlamentarias para el 29 de octubre, se había desatado una tormenta que empeoraba día a día.

Sin embargo fue la conversación que sostuvo el presidente Andrés Pastrana el miércoles al mediodía con el ministro De la Calle la que logró convencer al jefe del Estado de que era hora de cambiar de estrategia.

De la Calle había salido preocupado del desayuno y pidió hablar con el Presidente. En compañía de Jorge Mario Eastman, quien había estado presente en el desayuno con la cúpula militar en el Tequendama, visitaron a Pastrana y le transmitieron las preocupaciones de los altos mandos militares y de Policía.

A esa hora el dólar estaba disparado, la calificación de riesgo de Colombia, según la firma Standard & Poor’s, bajó de BB+ a BB, y una buena parte de las carreteras del país estaban tomadas por movilizaciones, la más grave de las cuales, al norte de Barranca, representaba una amenaza grave para el inicio del proceso de paz con el ELN. Si a eso se le sumaba el aplazamiento de las audiencias públicas de las Farc y la suspensión de las negociaciones, luego de que el gobierno acusara de manera pública —y errada— a las Farc de ser las responsables del famoso collar bomba de Chiquinquirá, el horizonte se veía por lo menos sombrío para Pastrana.

Así que no le tomó mucho tiempo, luego de escuchar a su ministro del Interior y a su Secretario Privado, tomar la decisión de cambiar de estrategia.



La revocatoria que no fue

La mejor manera de poner fin a una guerra, advirtió alguna vez el escritor británico George Orwell, es perdiéndola. Eso fue lo que decidió hacer el presidente Pastrana la semana pasada cuando autorizó a su Ministro del Interior para que contactara a Gaviria con el objeto de que mediara para solucionar la crisis política.

Tanto Pastrana como De la Calle sabían lo que eso significaba: echar para atrás la revocatoria del mandato. Es decir, dar reversa.

Para ese momento avanzaban ya varias propuestas de mediación. El dirigente liberal Juan Manuel Santos había hecho un llamamiento a la conciliación y se había ofrecido como mediador entre gobierno y oposición. Un grupo de notables que reunía acciones individuales —el interés de Andrés Obregón de contribuir a bajarle temperatura al enfrentamiento, la disponibilidad de los directores de El Tiempo, entre otras— se proponía como puente para ponerle fin a lo que todo el mundo veía como un caos inminente con consecuencias económicas imprevisibles. Y los ánimos se caldeaban dentro del liberalismo: Horacio Serpa preparaba sus baterías para el sábado, día de su intervención en Bucaramanga.

“Ustedes lo que tienen que hacer, le dijo Gaviria a De la Calle, es no esperar a que alguien les diga en público lo que tienen que hacer”.

“¿Cómo así, Presidente?”, preguntó De la Calle.

“Sí hombre, lo que hay que hacer es recuperar la iniciativa presidencial. Mire, yo estoy dispuesto a ayudar en lo que quiera el Presidente de ahí en adelante. Pero creo que lo que debe hacer Pastrana es abrir espacios de conciliación, y para eso tendría que echar para atrás la revocatoria por iniciativa propia”.

La teoría de Gaviria coincidía con lo que para ese momento había decidido hacer Pastrana. Pero el jefe del Estado tenía una sola duda: cómo garantizar que la retirada de la revocatoria, que le sería cobrada por los del Frente Ciudadano con sangre, no encontraría a un liberalismo dispuesto a seguir en pie de guerra.

Fue en eso en lo que tanto el ex presidente Gaviria como el ex presidente Alfonso López Michelsen juegan y jugarán en adelante un papel decisivo. Los ex mandatarios no se comprometieron a nada distinto a hacer de agentes oficiosos ante el liberalismo para que la respuesta de esa colectividad y, en particular de Horacio Serpa, fuera constructiva.

El viernes en la mañana el primer mandatario resolvió comunicar a la opinión su decisión de echar para atrás la revocatoria del mandato. El tono de su alocución televisada contrastó con el del 4 de abril pasado. “Para que los cambios puedan operar desde ya, en el referendo hemos incluido una pregunta con la cual podremos definir si queremos hacer la renovación política ya, eligiendo un nuevo Congreso”, había dicho el Presidente en abril, y remató con una frase poética: “Yo veo en el 2001 una Colombia donde sólo los honestos ocupen cargos públicos”.

“En dos años, si perseveramos en la vigilancia del referendo” dijo Pastrana el viernes pasado, esta vez más en prosa que en poesía, podremos elegir un Congreso más compacto y dignificado, con unas reglas mejores de juego...”.

El referendo con revocatoria del mandato estaba muerto, no obstante que sigue su camino en la recolección de firmas del Frente Ciudadano. Y está muerto porque sin el apoyo del gobierno no es fácil recoger las firmas para que avance. La rueda de prensa convocada por los representantes del Frente Ciudadano, todos en pie de guerra, ponía en evidencia la tragedia del Presidente.

“Llamamos a la resistencia ciudadana frente al acuerdo bipartidista”, dijo el constitucionalista Manuel José Cepeda en la rueda de prensa. Su frase puso en evidencia que los gobiernos no toman decisiones entre lo bueno y lo malo sino entre lo malo y lo peor. Para Pastrana lo peor era la prolongación de la guerra a muerte entre el Congreso y el gobierno. Y sin duda tiene razón.



Juicio de responsabilidades

La cuenta de cobro que le pasarán los críticos al gobierno es más que merecida. La decisión de proponer la revocatoria del mandato era decirle al Congreso no que se reformara a sí mismo —lo cual es urgente— sino que se suicidara. Ni siquiera teniendo en la mano la mayoría parlamentaria el gobierno habría logrado convencer al Congreso de que, por el bien del país, resultaba urgente que saltara al vacío. No sólo fue un acto de arrogancia por parte de Pastrana: lo fue de inexperiencia.

El Presidente tomó la decisión más dramática de su mandato —declararle la guerra a un Congreso mayoritariamente liberal— con poca información a mano. Por una parte, la teoría jurídica detrás de la revocatoria era débil. Por otra, desestimaba la capacidad de respuesta de sus adversarios. Por último, partía de una suposición simplista: que el hecho de que la mayoría de los colombianos apoyara la revocatoria significaría que, al proponerla, ese apoyo terminaría del lado del Presidente. Lo cual nunca ocurrió.

Como si ello fuera poco, Pastrana logró con esa medida unir al liberalismo, anticipar el proceso electoral, convertirse en lo que los norteamericanos llaman un lame duck, es decir, en irrelevante, y poner en peligro la recuperación económica que iba por buen camino.

Desde que fue presentado el referendo, hace dos meses, no sólo logró desatar un huracán político sino que provocó un terremoto económico: el dólar subió 180 pesos, Standard & Poor’s bajó el grado de calificación del país, el gobierno tuvo que declarar desierta la subasta de bonos la semana pasada y la inversión extranjera está cada día menos interesada en venir a Colombia. Y, sin embargo, lo que más sorprendió no fue que bajaran la nota del país sino la editorializante y cruda exposición de motivos para un organismo tan técnico como Standard & Poor’s: “El referendo se convirtió en un monstruo Frankenstein. Lo que parecía ser una jugada política sabia para reforzar la Presidencia, y sacudir a un Congreso corrupto, se convirtió en un caótico desorden que asegura la parálisis de Colombia”.

Pero más allá del juicio de responsabilidades lo cierto es que el jefe del Estado mostró iniciativa y generosidad con su discurso del pasado viernes.

“Lo único peor que un Presidente que la embarra, dijo a SEMANA un dirigente liberal, es uno que no sabe desembarrarla o que no lo hace porque es demasiado orgulloso”.



Acuerdo sobre lo fundamental

Lo que ha propuesto el presidente Pastrana se puede resumir en una frase. La eliminación de la revocatoria busca abrir un espacio de concertación para que pase adelante el referendo con la reforma política y para lograr la aprobación de las reformas económicas.

La idea que tiene el gobierno es que con este ‘hecho de paz’, para usar un término del proceso con las Farc, la oposición siente cabeza, llegue a un acuerdo sobre la reforma política, saque adelante un referendo medianamente aceptable y aboque el estudio de las reformas económicas.

El paquete económico que el Presidente quiere sacar adelante incluye reformas como las de pensiones, transferencias, régimen fiscal de departamentos y municipios, juegos de azar, tributaria y un nuevo invento, que busca eliminar la posibilidad de endeudamiento y gasto superior a los ingresos por parte de las entidades públicas, llamada “ley de responsabilidad fiscal”.

No es claro que el liberalismo acepte de entrada la propuesta presidencial. Pero si no lo hace no sólo será acusado de no tener grandeza en un momento de crisis, sino que podría ser visto como el responsable de la misma ahora que el Presidente ha dado marcha atrás con su referendo con revocatoria.

Lo que viene ahora es un proceso de negociación en el Congreso sobre el referendo que satisfaga a ambas partes, proceso que no será fácil y que tendrá momentos de tensión pero que es, en comparación con la situación anterior, un juego de niños. El liberalismo intentará llenar tanto el referendo como la agenda legislativa económica con temas de carácter social pero acogerá el camino de los acuerdos por la sencilla razón de que para Horacio Serpa, su más probable candidato presidencial, le resulta más conveniente apoderarse de la reforma política que ser el defensor a ultranza de la clase política, que era su posición en la situación creada por la revocatoria.

Ahora que se ha desactivado la ojiva nuclear de las revocatorias el gobierno podrá llevar a cabo su anunciado cambio de gabinete. Y allí quizá pueda seguir por la senda de los ‘hechos de paz’, es decir que, sin fracturar al liberalismo, pueda dar señales de armonía política. Y que pueda ir más allá, incluyendo en el gobierno a sectores como el de los independientes y el de la nueva izquierda democrática, liderada por Luis Eduardo Garzón, entre otros.

E iniciar la segunda mitad de su mandato.

No es un mal escenario. Hace una semana no era claro que el Presidente llegaría tan lejos.