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En la foto la entrevista con el periodista Álvaro García, transmitida por el canal RCN el martes 13 de febrero

proceso 8.000

La venganza de Botero

Después de la humillación de su condena, el ex ministro intenta reencaucharse a costa de hundir públicamente a Samper y a Serpa.

17 de febrero de 2007

Todos los conocedores del proceso 8.000 saben tres cosas sobre Fernando Botero Zea. Lo primero es que prácticamente todo lo que ha dicho sobre el tema públicamente hasta la semana pasada no era verdad. Lo segundo es que el ex ministro es un profesional de la comunicación cuyas intervenciones nunca son espontáneas y siempre buscan producir un efecto específico. Lo tercero es que él y Ernesto Samper se detestan. Por esto sorprendió que a pesar de estos antecedentes, sus dos intervenciones de la semana pasada tuvieron un impacto enorme y una gran credibilidad.

En entrevistas con Álvaro García del canal RCN y Julio Sánchez y todo el equipo de fieras de La W, Botero se batió como un gladiador. Contrario a su costumbre, les dejó saber a los dos entrevistadores que no habría ninguna restricción en las preguntas que quisieran hacerle. En cada uno de los medios las preguntas fueron incisivas y en La W le dieron palo duro y parejo. Pero Botero estaba inspirado. Con tono sereno y respetuoso contestó todas las preguntas neutralizando los intentos por arrinconarlo. Mucha gracia si se tiene en cuenta que no sólo contradecía frontalmente su última entrevista de hace 10 años con Yamid Amat, sino que tenía que coordinar lo que decía con las múltiples otras versiones que había dado hasta la fecha sobre los mismos hechos.

Lo más curioso de todo es que, a pesar del impacto, no dijo casi nada diferente de lo que todos los colombianos pensaban. O precisamente por eso fue el éxito: porque por primera vez dijo lo que todo el mundo creía que había pasado. Que Samper, Serpa y él sabían del dinero del narcotráfico en la campaña.

Para darle más credibilidad a su versión, Botero expresó su arrepentimiento y la llenó de detalles. Esta fórmula, que había sido utilizada en la desastrosa entrevista con Yamid hace 10 años, en esta ocasión resultó. Hubo, sin embargo, una leve innovación en su testimonio. En forma muy sutil armó una secuencia de eventos cuyo propósito central era desvirtuar la teoría que había hecho carrera, según la cual Botero había sido el de la idea de recibir la plata, mientras Samper se hacía el pendejo con el "hagan lo que quieran mientras yo no me entere".

La secuencia que presentó el ex ministro es la siguiente: ante el pánico que generó el empate en la primera vuelta, Samper le comunicó a él que tocaba recibir la plata de "esa gente" (los hermanos Rodríguez Orejuela), la cual ya había sido rechazada en varias ocasiones por el candidato. Con una supuesta conversación entre los dos, Botero no sólo dejó a Samper como el autor intelectual del operativo, sino como el coordinador del mismo. Según Botero, Samper, después de tomar la decisión, agregó que él mismo coordinaría todo con el entonces dirigente liberal Eduardo Mestre. Como mucha gente asume que ese fue exactamente el papel que jugó Mestre, la frase no sorprendió. Tampoco la afirmación de que Serpa estuvo en el paseo desde el principio, pues Samper lo habría encargado de repartir esos recursos. Y por último, puso en boca de Samper "vamos a botar a Medina a los lobos", cosa que efectivamente sucedió y que dentro de su relato explicaría lo que posteriormente Samper le haría a él.

Después de todo esto, dio su explicación sobre el supuesto robo de un millón de dólares de fondos de la campaña, en forma igual de convincente. Dijo que en su cuenta en Estados Unidos tenía recursos propios que la justicia no le reconoció. Agregó que el resto del faltante se explicaba por el pago de unos préstamos que él le había hecho a la campaña.

La historia era totalmente coherente y se ajustaba si no en su totalidad a los hechos, sí a las percepciones populares. Como era de esperarse para los samperistas, Botero había armado un libreto cuyo objetivo era que el país concluyera que si bien él participó, no fue su iniciativa. A ellos la referencia a Fernando Botero como 'Fer' en la conversación del auto no los convenció. Tampoco la expresión "botar a Medina a los lobos". Piensan que Samper puede ser cínico y pragmático, pero no habla así. Tampoco creen la acusación que hizo contra Serpa. Consideran válida la explicación de éste según la cual decidir para dónde se va la plata no significa saber de dónde viene. Tanto por su temperamento como por su esfera de acción, ningún samperista ve metido a Serpa en ese rollo.

Algunos de los argumentos invocados por Botero a su favor parecían irrefutables. Recordó cómo después de que fue detenido y que era claro el papel que él había jugado en la financiación de la campaña, el entonces Presidente y sus más estrechos colaboradores no hacían sino consentirlo. Que personajes como Horacio Serpa, Juan Fernando Cristo y otros altos jerarcas samperistas fueran hasta 20 veces a visitarlo a su lugar de reclusión en la Escuela de Caballería no parece la conducta lógica de un grupo de inocentes ante un supuesto hampón que los había metido en el mayor problema de sus vidas. También es creíble su versión sobre los ofrecimientos que le hacían de reformas jurídicas o cambios de funcionarios que podrían beneficiarlo. Es evidente que mientras estuvo en la cárcel, nadie lo botó a los lobos.

Botero también dijo cosas de esas que calan en el imaginario popular, pero que no son verdad. En esta categoría está su insinuación de que tanto el asesinato de Álvaro Gómez como el de 'la monita retrechera' pudieron haber sido crímenes de Estado. En otras palabras, que habrían sido ordenados por el gobierno. Las teorías conspirativas siempre calan fácil en la opinión pública. Atribuirle a Samper o a Serpa hechos de esta naturaleza tiene su taquilla. Pero no dejan de ser un disparate para las opiniones calificadas. En el Reino Unido, por ejemplo, las encuestas demuestran que más de la mitad de los ingleses creen que la familia real ordenó la muerte de la princesa Diana. En Colombia, con acusaciones de crímenes políticos, puede suceder lo mismo.

En todo caso, la reaparición pública de Botero, con todos sus aciertos y sus errores, fue muy exitosa. Las encuestas demuestran que muchos le creyeron su interpretación de lo que pasó en esa campaña presidencial. Concretamente, la responsabilidad que les atribuyó a Samper y a Serpa. En cuanto a la de Botero no la minimizan, pero le reconocen su arrepentimiento. En lo que se refiere al supuesto robo del millón de dólares no le fue tan bien. A pesar de que sus explicaciones parecían muy claras, esta parte de su intervención tuvo menos credibilidad que la parte política.

La encuesta más favorable para Botero fue la de Yanhass, que registró que a él le creen el 44 por ciento de los colombianos, mientras a Samper sólo el 11 por ciento.

Lo que se desprende de estas cifras es que Botero le hizo a Samper un daño enorme. Hasta ese momento la frase de que había sido "a sus espaldas", a pesar de que despertaba escepticismo, le había dejado el beneficio de la duda. Ahora esa posibilidad parecería enterrada. Aun los samperistas convencidos de que su jefe no fue el autor intelectual reconocen que por lo menos es culpable de dejar que las cosas pasaran.

En 24 horas, las percepciones que había en el país sobre los dos protagonistas de este narcoescándalo habían cambiado sustancialmente. Fernando Botero, quien después de la condena por hurto agravado había tocado fondo, parecía que levantaba cabeza. Paradójicamente, al reconocer en sus intervenciones que era un delincuente, recobró parte de un respeto que había perdido por negarlo.

Ernesto Samper, por su parte, siempre se había beneficiado de las mentiras y las contradicciones de Botero. Tanto que estas le permitieron permanecer en la Presidencia. Pero esta vez, aunque no todo el mundo le cree a Botero, les dio contentillo a esos sectores de la opinión pública que gozan con todo lo que deje mal parado al ex presidente. Éste había cometido el gravísimo error de sacar pecho cuando se oficializó la condena contra Botero, tratando de equiparar ese fallo con su absolución por los hechos del proceso 8.000. Botero, quien ya no tenía nada que perder, decidió vengarse, se la cobró y por ahora le está ganando la partida.

Para complicar más las cosas, Samper cometió un segundo error. En lugar de arremeter solamente contra su rival, se fue lanza en ristre contra los medios que entrevistaron a Botero, acusándolos de que se habían prestado para un publirreportaje. Era evidente que esto no había sido así. Los periodistas reaccionaron y la opinión pública se solidarizó con ellos.

Aunque el proceso 8.000 sigue despertando morbo entre la opinión calificada, la mayoría de los colombianos están hartos de ver que esta novela nunca se acaba. Han transcurrido 13 años desde cuando sucedieron los hechos y se sigue debatiendo quiénes fueron los responsables y su grado de responsabilidad en lo que ocurrió. Como nada de lo que se sepa ahora tiene efectos judiciales, el debate es totalmente estéril. Lo único que los colombianos quieren de verdad es que las personas que directa o indirectamente protagonizaron este negro capítulo de la vida nacional sean reemplazados por una nueva generación capaz de superar las diferencias que generó este episodio.