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LA VISPERA

¿Qué ilusiones tenían los guerrilleros del M-19 veinticuatro horas antes de su muerte? Revelaciones de Clara Helena Enciso a Olga Behar.

19 de diciembre de 1988

Como de costumbre, Elvencio Ruiz llegó a mediodía y buscó a Claudia: "Mamita, ya quitaron el operativo especial del Palacio, está común y corriente, y si la cosa sigue así, entramos como está planeado".

Ese día entregaron los morrales, en los que iban metiendo todo lo que les correspondía llevar. `Marcela' tenía una lista con todas las cosas que cada uno había pedido, más las que debía entregarle a todos por igual. Acomodarlas en el morral fue una actividad integradora del colectivo. Los que tenían experiencia por haber vivido en el campo, ayudaban a los de la ciudad. Los que no sabían hacerlo eran la propia `Marcela', `Bernardo', `Jorge', `El Profe' e `Ismael'. No fue una actividad complicada y se divirtieron mucho pues la alegría era total.

Los morrales eran de igual tamaño a los que la guerrilla usa en la montaña, porque iban a llevar carga similar. Empacaron una muda de ropa cada uno, una linterna, pilas, kilos de munición -a Claudia le entregaron unos dos mil tiros 5.56 para fusil M-16, que era el que ella usaría-, medias gruesas, interiores (ella seleccionó los seis más bonitos que tenía pero decidió llevar sólo el brassier que tendría puesto al día siguiente), encendedores desechables de colores navaja y cigarrillos (entonces fumaban sólo dos personas, `Andrés' y `Claudia', que recibieron seis paquetes cada uno).

Puso la sudadera de Elvencio Ruiz en su equipo, pues él llevaba mucha munición y no le cabía en el propio: "La puede necesitar". Le acomodó también sus medias más gruesas, "pobre, es tan friolento!". De ropa escogió la que siempre le gustó, el primer vestido que Elvencio le compró al bajar de "Los Robles" a Cali: blusa verde de rayas y pantalón verde. Además del uniforme, todos llevarían una muda de civil, pues no sabían cuánto tiempo estarían adentro.

Les entregaron las cananas y las granadas, algunos recibieron dos o más, pero como Claudia no iba a ningún flanco, llevaba una sola. El morral pesaba mucho y no era de buena calidad. Claudia lo miró con desconfianza y por su experiencia en el campo llegó a la conclusión de que así no aguantarían el mínimo maltrato. Insinuó reforzar a mano las costuras para evitar que se reventaran por el peso de la munición y muchos decidieron fortalecerlas.(...)

Esa tarde les dieron los artículos de aseo para agregar al morral: jabón de baño, cepillo de dientes -los que Claudia había comprado en Sanandresito-, crema dental Colgate tamaño familiar, desodorante (de la marca que cada cual hubiera pedido) y peineta. Claudía recibió adicionalmente shampoo para los lentes de contacto. A las mujeres les entregaron además toallas higiénicas y, a los que habían pedido, sus respectivas medicinas. La `enfermera' había hecho una lista en la que figuraban plasma, agua destilada, jeringas, una bombillita especial para operaciones, pues tenía conocimientos para hacer suturas y pequeñas intervenciones. Se hicieron dos equipos enormes de medicinas, que se apilaron con los del grueso del grupo(...)

Le preocupaba que en la papalería leyeran los textos y sospecharan, pero tenía que arriesgarse. Fue a un local muy grande que había en el segundo piso de un céntrico edificio, ubicado en la calle 17 con 7a., cuya primera planta está ocupada por los restaurantes "Yanuba" y "Monteblanco". La escogió porque como tienen varias máquinas y encuadernadoras, encontraría bastante movimiento y así se podría evitar el curioseo. La dependiente le entregaba lo que iba copiando, hoja por hoja -eran cinco copias de cada una de las claves- y Claudia iba colocando boca abajo, para evitar que quienes estaban a lado y lado esperando turno, pudieran leer; también verificaba rápidamente que no hubiera nada borroso.

Ya anochecía. Una pertinaz lluvia caía sobre todo Bogotá. Después de fotocopiar las hojas tenía que laminarlas. Encontró un sitio donde lo hacían, pero había poco movimiento. Sintió miedo de quedarse mientras lo hacían, porque allí era más peligroso que las leyeran. Siguió hacia el norte y a media cuadra encontró un almacen "Tia", en donde compró papel contact transparente. Aunque le habían dícho que en el Palacio habría papelería suficiente, pidió también libretas y lapiceros para los jefes de los flancos y para los que tuvieran que manejar asuntos que requirieran apuntar. Reservaría unos pocos para ella.

Antes de regresar a la casa quería comprar algo especial de cena, pues para esa noche no habían programado nada. Quería hacer una despedida, no extraordinaria, pero Si especial. Corrió, en medio de la lluvia, cargada de paquetes, hasta la panadería "El cometa", famosa por elaborar el pan más rico de Bogotá. Avanzó las cuatro cuadras, hasta la calle 22, entre carreras 8a. y 7a., y compró también pasteles dulces. Salió a esperar la buseta. Eran las ocho de la noche y a esa hora estaban llenas, pero era absolutamente imposible conseguir otro medio de transporte en la carrera décima. El trayecto era relativamente corto, pero se demoró cerca de una hora por los trancones y la lluvia. Antes de llegar a la casa compró leche. Después de saludar entró a la cocina para ayudar a preparar la comida: café con leche, huevos pericos, bizcochos y pan.

Ya estaba lista la maleta con los objetos que Elvencio Ruiz y ella no llevarían al Palacio. Tenía que entregársela a un amigo que había ofrecido guardarla, pero ya no veía manera de hacérsela llegar. Había empacado una pistolita que tenía para ella un gran valor sentimental porque había pertenecido a Bateman. También iban en la maleta una foto de Elvencio, una billetera marcada con el nombre "Clara Helena Enciso", el último escapulario de la Virgen del Carmen que le había regalado su papá, una plancha, cubiertos, las tarjetas de cumpleaños mutuas y cartas que ella le había mandado en una ocasión en que estuvieron separados 20 días. Dejó afuera, para empacar en otro bulto, las sábanas sucias, cobijas y toallas.

A las 9 y 10 llegó Luis Otero. Le confirmó que no había tiempo de llevar la maleta hasta donde su amigo, pero que encontrarían alguna solución para guardarla en sitio seguro, y agregó: "Mona te tengo un regalo" .
Le entregó, con gran ceremonia, un proveedor para la pistolita de Bateman. Claudia no quiso decirle que la pistola estaba en la maleta y que no había pensado llevarla al Palacio.

"Me costó un trabajo terrible conseguirte el proveedor", le dijo. Agradecida, pero con tristeza, lo recibió y lo puso en el bolso de charol negro con blanco que iría a su vez dentro del morral. Enseguida, Otero le pidió ropa para las compañeras que iban a entrar de civil.(...)

Al llegar a la casa eran ya las 10 y media de la noche. La luz de la sala estaba prendida y las ventanas de la sala abiertas, pero no se escuchaba nada desde el exterior. Elvencio estaba parado junto al ventanal. Entraron y... gran sorpresa, la sala estaba completamente llena, todos estaban sentados en el piso cerca del hall, entre las alcobas y el baño, a excepción de Luis Otero y de Jacquin, que se ubicaron en el comedor. No había música y todos estaban concentrados en la exposición de Luis Otero.

Saludaron y pidieron permiso para ingresar a la reunión. Claudia se ubicó al lado de Elvencio, atrás y de pie. Antes de llegar ellos, Otero había explicado el por qué del objetivo, después de anunciar que sería el Palacio de Justicia y los nombres del comando y de la operación. Claudia vio muchas caras que no conocía. Sólo faltaban `Mariana' (Irma Franco), `Natalia' y `Abraham'. Cuando ingresaron, estaba recalcando por qué no habría rehenes.

"Los que queden adentro no tendrán calidad de rehenes. Sabemos que varios magistrados tienen guardaespaldas, por lo que hemos previsto que habrá resistencia, pero una vez los dominemos, absolutamente todo el mundo será respetado. Sea quien sea, habrá respeto por su integridad ".

"De todas maneras -decía Luis Otero- nosotros sabemos que el Ejército no respeta nada, y que a ellos no les importa la rama judicial. Como ya nos hemos dado cuenta, los jueces no son respetados por ellos y si tienen que matarlos los matan. Por eso nosotros tenemos que servirles de seguridad ".

Y sobre los civiles, explicaba: "Ellos no serán rehenes, pues no los vamos a canjear por nada, sino que van a servir de testigos". Insistía en que la fuerza de la toma no dependía de la calidad de los rehenes, del respeto que merecieran del gobierno civil o de los militares sino del éxito militar, que obligaría al gobierno y al Ejército a negociar. Se trataba de una demanda que debía ser respaldada con las armas.

Militarmente, iban seguros de poder parar a su enemigo, pues tenían todos los elementos necesarios. Dominado el edificio, comenzaría la negociación: "Para no rendirse, para no aceptar públicamente una derrota, tendrán que comenzar a negociar, como ocurrió en Yarumales, cuando negociaron porque no pudieron exterminarnos".

Cuando Otero terminó de hablar, lo siguió Jacquin. El "Negro" extendió los planos en el piso y empezó a explicar. Sobre los planos iba indicando las posiciones que cada uno debía ocupar, tenía en la lista a cada uno de los integrantes del comando y les iba diciendo "tal va a tal flanco" etc. Explicaba quién era el mando, quién el segundo y subsiguientes.


Había un estado mayor, con Otero como comandante, segundo Jacquin, tercero Andrés Almarales, cuarto Elvencio Ruiz y quinto Ariel Sánchez. Por otra parte, Otero quedaría ubicado en la sala de magistrados, y de ahí tendría comunicación con el exterior y con el interior, auxiliado por `Patricia, y por Claudia. A ésta le anunció: "Mona, tú vas a trabajar con Almarales. Además de las comunicaciones, tu misión es permanecer con él y atender a los magistrados hasta el fin de la primera noche".

Patricia lo interrumpió: "Cómo así, si ella va a trabajar en comunicaciones, ella es la que me va a reemplazar". Todos soltaron la carcajada. Jacquin, muy serio, le respondió: "Tranquila, que de todas maneras le tocó dedicarse a comunicaciones, no se preocupe".

`Patricia, lloraba de tristeza al saber que no podía combatir porque le ordenaban encargarse de comunicaciones. "Y con Claudia en otra actividad, ahora sí que no voy a tener quién me reemplace".

El orden de entrada no sería el mismo de distribución en el Palacio. Tan pronto todos recibieran la orden de su mando, se irían al puesto que les correspondiera, pero mientras tanto, en el primer momento, todo el mundo debía tomar posiciones defensivas para no dejar penetrar al enemigo. Jacquin les insistía en la viabilidad del operativo, explicaba que toda la extensión de Yarumales, en el Cauca, se defendió con 100 combatientes inicialmente:

"Allí vamos a ser 35 compañeros defendiendo un espacio muy pequeño en metros cuadrados, una proporción sobrada". Consideraba, pues, más que suficiente la cantidad de compañeros para defender el edificio. Además les explicó cómo combinarían la defensa de campo y la de ciudad y por qué era tan importante que hubiera expertos en combatir en el monte y guerrilleros urbanos. Y también expuso sobre las armas disponibles, subametralladoras para ataque a tiro corto y fusiles para mayor distancia. Estaba contemplada la defensa de campo, por lo que debían elaborar trincheras.

Allí estaba `Pedrito'. Cuando Jacquin terminó de hablar, Claudia le dijo: "¿Ahora sí entiende por qué lo escogieron a usted?". El le respondió con una sonrisa de orgullo, de satisfacción, comprendía y agradecía que lo hubieran elegido.

Se manejaban entonces dos premisas: muchos hombres para espacio reducido y equipamento total para la defensa de ese espacio. Jacquin aclaró: "Hasta pueden bajar helicópteros con antiaéreas. Nosotros tenemos la `Punto cincuenta' que sirve para atacar helicópteros, pero no para defendernos de aviones, que vuelan a más altura. No creemos que usen aviones para tirar bombas, porque desde ellos es casi imposible dar en el punto fijo y no pensamos que vayan a bombardear el centro de la ciudad". Un grupo de fuerzas especiales, entrenadas para este tipo de enfrentamiento conformaría el flanco de la azotea.

Pusieron especial énfasis en cuáles serían los flancos especiales y por qué: las dos entradas principales, la de la Plaza de Bolivar--por donde intentarían atacar hasta con tanques--y la del sótano, hacia los parqueaderos y una tercera posibilidad de ingreso, la azotea, por donde podían enviar comandos especiales en helicópteros.

"Pero si le demostramos al Ejército que tenemos capacidad para volar, por ejemplo, dos tanques, no se van a arriesgar a seguir atacando de esta manera. Si el Ejército ve que les tumbamos el primer helicóptero, lo único que les quedará antes de negociar es bombardear la ciudad, que es imposible que lo hagan".

El grupo de choque esperaría cerca del Palacio y cuando pasara el carro de la vanguardia, conducido por Elvencio Ruiz, habría cambio de luces. Esa era la señal para que entraran inmediatamente por la puerta de la Plaza de Bolívar. Irían de civil, al igual que los que entraran temprano. También estarían de civil quienes se movilizaran en las cabinas de los carros. Los combatientes que fueran transportados en las partes de atrás llevarían uniforme.

Cada uno de los carros debía llevar un walkie-talkie. Los encargados serían Elvencio Ruiz, en el de la vanguardia, Otero en el del grueso y Ariel Sánchez en el de la retaguardia. Claudia llevaría otro en este último vehículo. El grueso debía encargarse de los morrales de los integrantes de los grupos de choque y de apoyo, quienes ya estarían dentro del Palacio cuando llegaran los tres carros. Al entrar, uno de los integrantes del grueso subiría corriendo al primer piso gritando "Viva Colombia" y llevaría todas las armas largas para hacer el cambio.

Lo que a Claudia le quedó claro es que siempre debía estar detrás de Almarales: "A donde vaya Andrés Almarales voy yo".(...)
Claudia salió varias veces de su habitación a concluir pequeñas cosas. En un momento entró a la alcoba donde se encontraba Elvencio Ruiz con sus compañeros de vanguardia y flanco-sótano y los encontró atentos, haciéndole preguntas. Todos estaban seguros de lo que tenían que hacer y aunque iban armados, estaba claro que había personas que no iban a pelear, como Almarales y Claudia.

Después subió al tercer piso, donde se habían quedado los del grueso. Estaban divididos en las dos habitaciones de la azotea, riéndose, jugando. Ya no les preocupaban el silencio y las normas que prohibían andar por toda la casa, caminar duro, hablar fuerte. Ahora todo era euforia y felicidad.

Elvencio y Claudia tuvieron poco tiempo para charlar. Pero él recordó lo que le había dicho el Mojano, que se iba a morir pronto, después del "accidente". Como él consideraba que el accidente era su paso por la cárcel, veía en la acción del día siguiente la posibilidad de que el vaticinio se hiciera realidad. Ella no quiso aceptar que pudieran ser ciertas las apreciaciones del brujo, y él le insistió en su preocupación:

"Tú has creado mucha dependencia de mí, me amas demasiado, y no se que será de ti si te quedas sola". Claudia se rio y le dijo que en esta ocasión ambos enfrentarían el mismo peligro.

"Si puedo te caigo más tarde", le dijo él finalmente, despidiéndose con ternura. Cuando se separaron eran las dos de la madrugada, Claudia regresó a su habitación y la venció el cansancio. Una media hora más tarde sintió el calor de un hombre cerca. Por costumbre lo abrazó, pero al no producirse el contacto de sus mano observó a su vecino de cama: `Jorge' un compañero callado y tímido aceptaba incómodo el abrazo de Claudia. Ella, sorprendida, se apartó y pidió disculpas. Pocos minutos después sintió que la rodeaban, ahora si era el afecto al que estaba habituada y que tanta falta le haría a partir de esa última noche de felicidad.

Nadie durmió tranquilamente. A las seis todo el mundo estaba despierto, conversando sobre detalles adicionales y afinando el orden de entrada.--
Apartes del libro de Olga Behar "Noches de humo"