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Prueba de superviviencia de Íngrid Betancourt cuando estuvo secuestrada por las FARC. | Foto: Archivo SEMANA

CONFLICTO

Las FARC no llaman las cosas por su nombre

La guerrilla sorprende con la petición de no decirles ‘secuestrados’ a los ‘secuestrados’. Análisis de Semana.com

27 de noviembre de 2014

La delegación de las FARC en el proceso de paz en La Habana acusó a los medios de comunicación de poner en marcha una “campaña mediática”, con “cierta perfidia”, por llamar ‘secuestrados’ a los que ellos consideran “prisioneros de guerra”.

La guerrilla expresa su molestia por esta denominación dada por los medios a propósito del secuestro del general Rubén Darío Alzate, la abogada Gloria Urrego y el cabo Jorge Rodríguez, hechos cautivos el pasado 16 de noviembre en el caserío de Las Mercedes, en el departamento de Chocó.

Las FARC dicen que se deben llamar “prisioneros de guerra”, entre otras razones, para “beneficiar” a los “capturados en combates”, al convertirlos en sujetos de “derechos y protección”.

Las FARC eluden su responsabilidad y dicen “por favor, señores directores de los medios… Es mezquino con el proceso de paz quien contribuye con las palabras y la tinta a fortalecer la enredadera jurídica que nos impedirá en las próximas rondas, avanzar hacia la reconciliación”.

Se vanaglorian del secuestro “del comandante de la Fuerza de Tarea Titán, general Rubén Darío Alzate y sus acompañantes. Un jefe militar, que tiene bajo su mando a miles de hombres, que puede disponer de tecnología militar de punta, de aviones bombarderos, decenas de helicópteros artillados, barcos y lanchas con poder de fuego, capturado en su propio teatro de operaciones”.

Omiten, sin embargo, contar que el general Alzate no fue secuestrado tras un fiero combate sino, al parecer, por una imprudencia del oficial al entrar a una zona en donde estaba la guerrilla, sin escolta, desarmado y en bermudas. Y también pasan por alto el secuestro de la civil y abogada Gloria Urrego, coordinadora en este departamento de proyectos especiales del Ejército. Esto es un cargo que pasa por impulsar obras de desarrollo precisamente en uno de los departamentos más deprimidos del país.

Las FARC suman así otra versión para no aceptar las responsabilidades de su autoría. Así, por ejemplo, el cobarde asesinato de dos indígenas en Cauca, que llevaban bastones de mando y fueron muertos por tiros de fusil fue llamado por Rodrigo Londoño Echeverri, ‘Timochenko’, una “imprudencia” de los nativos.
 
Para el número 1 de las FARC, “los guardias indígenas, envenenados por quizá qué razón, reclamaron y exigieron a los milicianos remover la valla”, que tenía una imagen de ‘Alfonso Cano’. “Como estos no les hicieron caso, pasaron a agredirlos y a pretender quitarles su armamento y detenerlos. Los milicianos se retiraron del lugar y los guardias indígenas fueron tras ellos en la misma actitud” y “en medio de una lucha cuerpo a cuerpo, se producen los disparos que causan la muerte a dos de los guardias”.

También menospreciaron al general de la Policía Luis Mendieta en su encuentro en La Habana, también con malabares en el lenguaje. El oficial, que permaneció amarrado y encadenado durante 11 años en la profundidad de la selva, no recibió siquiera el reconocimiento de víctima. “Percibí que estaba escuchando a ‘Simón Trinidad’, a ‘Grannobles’ y al ‘Mono Jojoy’”, dijo al contar cómo le fue en lo que había podido ser un trascendental encuentro con ‘Pablo Catatumbo’, ‘Iván Márquez’ y compañía. No hubo un gesto de perdón, sino la acusación de que el único responsable de lo que le ocurrió fue él mismo. Un guerrillero como Jesús Santrich cada vez que habla del tema se burla de la suerte del general de la Policía.

Asimismo, en el caso de Clara Rojas, los improperios fueron humillantes. Tampoco la reconocieron como víctima sino que, además, afirmaron que ella “insistió tanto”, que “terminó quedándose” en la selva. ¿Para qué? Para acompañar a Íngrid Betancourt, quien “también fue responsable de su secuestro”. ¿Por qué? “Por imprudente”, según las FARC y no por una acción criminal de la guerrilla.

Cuando el país conoció las escasas pruebas de vida que la guerrilla permitió sacar de los secuestrados en la selva y se vió a Ingrid Betancourt demacrada y silenciosa, las FARC argumentaron que ella optó por guardar silencio a propósito para perjudicarlos.

El argumento era tan insólito que causó un enorme repudio en la sociedad. “La muerte en vida del secuestro la ha tolerado Íngrid durante seis años, y la foto lo confirma: sigue viva. Pero es inaceptable. Y el hecho de que ella no la ha aceptado, la foto lo demuestra: eso es lo que dice elocuentemente su silencio, eso es lo que subraya su impasibilidad frente a la intromisión de la cámara. De manera que el video de la guerrilla se convierte además en una prueba de cargo contra la propia guerrilla, que con él revela en qué consiste su proclamada “forma superior de lucha”: en mantener durante años a una persona amarrada a un árbol como si fuera un perro. (Por las palabras de uno de los compañeros de infortunio de Íngrid Betancourt sabemos que los carceleros les acaban de quitar, para la foto, la cadena de cuello). El video retrata al mismo tiempo a la fotografiada y sus fotógrafos: la entereza moral de la una y la degradación política de los otros”, escribió Antonio Caballero en su habitual columna de la revista Arcadia.

“La luz de ceniza que difumina en una penumbra mate los verdes de la selva y baña de plata a la prisionera perfilando sus rasgos macilentos, apenas piel y huesos. El cuerpo inmóvil, las manos anudadas sobre las rodillas, los brazos delgados como cuerdas, el largo pelo crecido de magdalena en el desierto, el párpado entornado por la melancolía bajo las altas cejas, y la boca cerrada. Una obra de arte involuntaria por parte de su autor material, el esbirro de las FARC que maneja la cámara; arte bruto, habría que llamar a eso: arte sin conciencia. Y arte consciente por parte de la protagonista. Una obra de arte firmada por la voluntad de Íngrid Betancourt”, agregó en su nota el periodista al describir la imagen de la cautiva.

En este caso, las FARC también optaron por no llamar las cosas por su nombre. “Tanto Clara como Ingrid tuvieron un trato preferencial durante su secuestro”, dijo en un sorprendente texto publicado este año y también defendido por su delegación de paz en La Habana. “Por su condición de mujeres y su extracción social, las dos gozaban de algunas libertades en el campamento, jamás estuvieron atadas. Eso permitió que en dos ocasiones se dieran a la fuga”, dijeron sin pudor. Ahora, para completar, exigen que a los ‘secuestrados’ no se les llame ‘secuestrados’.