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Las guerras personales

¿Por qué se mete gente a la guerrilla? ¿Por qué se queda? Los odios y las venganzas tienen más peso que el dinero y las ideologías. Investigación derrumba varios mitos.

29 de febrero de 2004

La guerra la hacen individuos. Por eso es importante preguntar qué motiva a los guerreros. Eso fue lo que hizo el estudio 'Violencia, globalización y democracia', realizado por investigadores del Iepri y patrocinado por Colciencias y The London School of Economics. Sus hallazgos son sorprendentes. Desvirtúan que la participación en la guerra

sea consecuencia directa de la pobreza o de la exclusión política o del afán de enriquecimiento económico.

El estudio, que exploró las condiciones de vida de los combatientes de los tres principales grupos armados ilegales, encontró que la venganza, la descomposición familiar, la sensación de poder que dan las armas son razones poderosas que pueden empujar a un joven campesino a meterse a la guerrilla o a los grupos paramilitares.

Haber desestimado las motivaciones más personales de los combatientes ha llevado a que muchas de la políticas públicas para enfrentar la guerra hayan sido incompletas y, por lo tanto, ineficaces.

Ser guerrillero no es fácil

Lo primero que descubre esta investigación -que hace parte de un proyecto mundial sobre la crisis de los Estados en vías de desarrollo- es que por lo general, las Farc no pagan salarios a su tropa ni a sus dirigentes. Debido a la estructura centralizada de la organización, los mandos medios son los que manejan las grandes sumas de dinero resultantes del secuestro, el abigeato y las relaciones con el narcotráfico. El ELN, en cambio, les paga ocasionalmente sueldo a algunos de sus jefes, pero no paga salarios al grueso de sus combatientes. Ambos ejércitos rebeldes prohíben que sus miembros se apoderen de parte del botín después de cualquier saqueo. Las Farc también ejercen una férrea vigilancia para prevenir que los guerrilleros comunes se apropien de los bienes que le pertenecen a la organización o compren objetos lujosos. Además hay una tradición que sobrevive en este grupo guerrillero y que ve con malos ojos que su gente se lucre con la guerra.

En contravía de lo que comúnmente se piensa, el estudio del Iepri plantea que la mayoría de los jóvenes que ingresan a las Farc y el ELN no tienen como incentivo principal enriquecerse. Más aún, a las bases de ambas organizaciones les queda difícil hacerlo y son conscientes de ello desde el momento en que se vuelven guerrilleros. Este control estricto del dinero hace que algunos guerrilleros se desmoralicen y quieran desertar.

Una vez enrolados, los guerrilleros de las Farc y del ELN no pueden volver a ver a sus familias. Las mujeres, que son cerca del 35 por ciento de la fuerza combatiente fariana, tienen que dejar a sus hijos, y si quedan embarazadas estando en la guerrilla, deben pedir un permiso especial para tenerlos. Después deben entregarlos a sus familiares. La arbitrariedad puede llegar a extremos insospechados. En muchos casos, y si el superior inmediato lo ordena, cuando las parejas de combatientes quedan esperando un hijo pueden ser expulsadas de las guerrillas.

Salvo los casos en que los guerrilleros cometen faltas disciplinarias, ambas guerrillas exigen que sus miembros militen toda la vida. Una vez que alguien toma la decisión de incorporarse a sus filas, ya no puede salirse. Le ayudan a quedarse el sentimiento de pertenencia a un grupo; los himnos, las banderas, los libros que se releen una y otra vez; la reverencia a los héroes caídos en combate, puesto que refuerzan la sensación de ser parte de una especie de familia grande. Un guerrillero no se hace solo, su vida siempre está en manos de los demás. Por eso, los guerrilleros veteranos, con vínculos afectivos profundos con la organización, son los que menos toman la vía de la deserción. La lealtad a la guerrilla crece con el tiempo, y la vida en campamento se vuelve una costumbre. También produce apego la admiración por su propio grupo, que logra poner orden en un territorio, controlar la delincuencia común e imponer normas de convivencia en pueblos enteros.

Los investigadores, que además hicieron un análisis minucioso de las cifras de la guerra, encontraron que ser guerrillero es más peligroso que ser soldado oficial. De cada 58 enfrentamientos con el Ejército, las guerrillas ganan uno. Y los riesgos aumentan a medida que crece la intensidad de la confrontación amada. Para un guerrillero, morir es fácil.

Algunos guerrilleros pasan a combatir en las filas de los paramilitares. Allí a veces les pagan salarios y hay menor control sobre el lucro personal. Las AUC han desarrollado una sofisticada estrategia para incorporar en sus filas a los miembros de las organizaciones enemigas.

Los motivos personales

A partir de diversas fuentes, Francisco Gutiérrez, coordinador de la investigación, llegó a la conclusión de que, aunque las motivaciones económicas también desempeñan un papel, los móviles principales que alimentan la cantera de los ejércitos ilegales son tres: la venganza, la disolución familiar y el gusto por las armas.

Muchos líderes del ELN, las Farc y las AUC han tenido parientes asesinados y arguyen que la venganza fue la razón por la que se convirtieron en guerreros. Dada la agresión que despliega cada uno de los ejércitos ilegales sobre la población civil -la guerrilla con secuestros y ataques a las poblaciones, los paramilitares con asesinatos selectivos y masacres-, van quedando deudas de sangre que, inevitablemente, algunos deciden cobrar. La guerra ha ido creando su propio combustible.

"Lo que pasó fue que el paramilitarismo mató a mi padrastro, a mi mamá y a tres hermanos más. Eso me llevó a meterme a la guerrilla", dijo un guerrillero a los investigadores. Pero la venganza no es sólo la respuesta a ataques personales. Son comunes los testimonios de los guerreros que desean responder a las tomas militares, a los secuestros masivos y a la extorsión: "Jáider y yo no aguantamos que todo el tiempo vinieran los muchachos a pedir plata. Nosotros también estábamos mamados de eso, y nos vinimos acá para ver qué hacemos para que dejen de joder", anotó un paramilitar de Puerto Boyacá a los autores del estudio.

Algunos adolescentes también buscan en la guerra un escape de sus familias agresivas o rotas. "Mi papá y mi mamá se la pasaban peleando y por eso me fui a las Farc, para alejarme de la peleadera", dijo un guerrillero al gobierno cuando se desmovilizó, haciendo eco de la razón que dan muchos de ellos. En el caso de las mujeres, algunas parecen encontrar en las armas una opción frente al machismo y el maltrato sexual: "En la guerrilla me siento importante, yo también tengo un fusil, yo soy igual a cualquier tipo", dijo otra ex combatiente. En las decisiones de estos muchachos se adivinan la descomposición de estructuras de la sociedad y la economía campesinas, y el hecho de que cuando se es joven y no se tienen expectativas se le da muy poco peso al futuro.

Para Gutiérrez, el reclutamiento forzoso tampoco tiene la importancia que con frecuencia se le otorga. El último informe de evaluación del Programa Nacional de Reinserción, a partir de una muestra de reinsertados, deja ver que el 20 por ciento de los guerrilleros se enganchan de manera obligada (Ver gráfico).

Para muchos jóvenes campesinos, cargar un arma les da poder y prestigio. Así lo señaló un campesino del Caguán. "¿Por qué los muchachos se quieren ir de guerrilleros? Porque les gustan las armas, la fuerza, el estatus. ¿Los guerrilleros trabajarían con un machete? ¡Nunca! Ellos besan las armas y dicen que a las mujeres les encanta el cobre: los tipos que son del Ejército, de la Policía, de la guerrilla". De alguna manera, al estar en la guerrilla, los jóvenes se identifican con algo y con alguien. El uso de las armas les da la posibilidad de identificarse con su maestro. Las armas son además un símbolo de reconocimiento social. Cuando algún periodista le preguntó al 'Mono Jojoy' por qué seguía en la guerra, respondió mostrando su fusil: "Si yo no tuviera esto, ustedes no estarían aquí, hablando conmigo".

En cuanto al interés por el dinero, tan sólo entre el 10 y el 20 por ciento de los guerrilleros se alistan en la guerra porque piensan que allí se van a enriquecer. Sin embargo, sus expectativas se derrumban pronto. "Mi salario, antes de entrar a las Farc, era de 8.000 pesos diarios y la guerrilla me prometió que me iba a pagar entre 300.000 y 400.000 pesos al año. Una vez me metí, no me pagaron nada", dijo otro reinsertado.

La vida en un grupo armado es entonces dura, incierta, deprimente. Sin embargo, sólo unos pocos deciden desertar. A través del miedo y del control disciplinario, los ejércitos ilegales prometen castigar la deserción con la muerte. Además, las propias organizaciones advierten a los combatientes que a su regreso a la vida civil no tendrán ninguna destreza pero sí serán perseguidos por la justicia.

Más vale prevenir

La investigación propone darle un giro a las políticas del Estado colombiano para acabar con la guerra. Deben diseñarse estrategias para prevenir la inserción de nuevas personas al conflicto armado. Si a los guerrilleros no siempre les pagan, y si existen mecanismos de cohesión de las guerrillas que no se basan en el pago de salarios a sus miembros, es necesario apuntar las otras causas que hacen que los combatientes se queden en el monte. El tema de la venganza aparece como uno de los más importantes. Los procesos de reparación sicológica deben practicarse con reinsertados, pero también con los jóvenes que habitan en zonas donde hay altos índices de violencia guerrillera y paramilitar, y que son objetivos posibles de reclutamiento de los grupos armados. Los elementos que esclarece el estudio de la Universidad Nacional llevan a pensar que -como en todo- en la guerra también es más eficiente prevenir que curar.

Fortalecer los lazos sociales y comunitarios, prestar asesoría emocional a las víctimas del conflicto armado, hacer campañas masivas en las que se muestre que efectivamente la guerra enriquece a las organizaciones pero no a los individuos, son algunas de las propuestas que podrían incidir en que menos personas quieran hacer parte de las guerrillas y -también- de los grupos paramilitares.

Los nuevos enfoques sobre la guerra también dejan ver que las estrategias de reinserción individual corren el riesgo de seguir fracasando. En el siglo XV, Maquiavelo anotaba que un soldado individualista es un pésimo soldado. Y en las guerrillas, los jóvenes encuentran su 'parche', desarrollan espíritu de compañerismo y no piensan su vida sin los demás. Si vuelven a la vida civil, lo hacen llenos de sentimiento de desarraigo y soledad, lo que los puede llevar a reincidir en el camino de las armas. Por eso podría pensarse que sólo las reinserciones colectivas pueden ser exitosas.

Para todo el mundo es claro que la guerra en Colombia no es por grandes ideologías. Pero esto no implica que su permanencia sólo se deba a la codicia y a la ambición de sus protagonistas. Estudiar los incentivos que llevan a que las personas se vayan a la guerrilla es explorar nuevos mecanismos de solución al conflicto armado. Hasta ahora, los académicos habían sobrevalorado el papel de los incentivos económicos y despreciado la importancia de elementos como la venganza. Este revelador estudio muestra que las causas de la reproducción de la guerra en Colombia no son tan evidentes como parecen.