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P R O T E S T A

Las madres de la Plaza

Al igual que las madres de la Plaza de Mayo en Argentina, un grupo de mujeres antioqueñas se tomaron la plaza Berrío para exigir la liberaciónde sus hijos.

28 de febrero de 2000

Es miercoles. Medio día. El cielo plomizo deja caer sus primeros goterones sobre el corazón de Medellín. El reloj de la iglesia de La Candelaria, en la plaza Berrío, da las 12 campanadas. La hora acordada. Lentamente comienzan a llegar. La primera en hacerlo es Marta Valencia. Camina con la cabeza gacha y con sus manos aferradas a una vieja pancarta en la que sobresale una foto en blanco y negro de su esposo. El 28 de noviembre de 1998 la guerrilla se lo llevó. Fue en el corregimiento de Santa Bárbara, cuando iban para el cementerio a recoger los restos de la mamá de Marta. A ella también se la llevaron pero en el camino la soltaron para que buscara la plata del rescate de su esposo. Nunca pudo reunir lo que le exigieron y desde entonces no ve a Ramón Angel. De eso hace 14 meses y tres días.

Ese mismo drama lo viven otras 40 compañeras de Marta Valencia que todos los miércoles a las 12 en punto se encuentran en la plaza Berrío. En el atrio de la iglesia de La Candelaria. Sus tristes y dramáticas historias las han repetido una y otra vez. Lo han hecho ante la Fiscalía, la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo. Desesperadas porque nadie les daba razón de sus hijos y sus esposos un día decidieron emprender una aventura: se metieron a la selva. En busca de ‘Tirofijo’. Con él hablaron. Pero el comandante de las Farc tampoco les solucionó nada. De vez en cuando les hace llegar fotos y cartas como señal de supervivencia.

Entonces Marta y sus compañeras de infortunio decidieron desfilar todos los miércoles al mediodía en la plaza de Berrío. Como señal de protesta. Igual que lo hicieron las madres de Mayo en Buenos Aires, Argentina, quienes buscaban una prueba de supervivencia de sus hijos desaparecidos (ver recuadro). Ellas aspiran a que la comunidad internacional las escuche. Que alguien les tienda una mano para que sus hijos y esposos regresen a sus hogares. La mayoría de las 40 mujeres que se dan cita en la plaza Berrío son las madres de policías y soldados que hoy están en manos de la guerrilla. De eso hace ya casi dos años y nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar en el futuro con ellos. La guerrilla exige un canje para su liberación. El gobierno exige que la guerrilla los devuelva como una muestra de voluntad de paz. En ese tire y afloje sus familiares permanecen el día y la noche con el credo en la boca.

“Los queremos vivos y en paz” gritan 40 voces ante la indiferencia de la gente que a esa hora circula por la plaza. La lluvia arrecia. Muy pronto todos están mojados y las gotas de agua sobre los rostros se confunden con algunas lágrimas de las madres de la Plaza Berrío, quienes ven que cada semana que pasa las noticias sobre sus hijos y sus esposos cada vez son más escasas. Pero no importa que ese miércoles estuviera lloviendo en Medellín. A ellas poco o nada les importa. Siguen deambulando. Como si conocieran cada uno de los pasos que han dado en los últimos ocho meses alrededor de la Plaza.

“Llegamos a reunirnos 40, pero otras veces los inconvenientes de cada una o las distancias en las que viven otras nos impiden estar juntas. Entonces sólo somos 20 o poco más, pero venimos también por las que no pueden hacerlo de cuerpo presente. Estar juntas nos da valor. Sentimos que estar aquí es nuestro compromiso. Que debemos quebrantar la indiferencia y el olvido. Decir que el secuestro es lo peor y que no es sólo un problema de unos pocos. Cualquiera en este país puede sufrir el secuestro de un ser querido. Entonces despertemos, sensibilicémonos”, dice con voz entrecortada la mamá de Juan, un joven soldado que está en manos de la guerrilla. Su cara y la de sus compañeras les son familiares a los vendedores de lotería que se ubican en la zona, cerca de la Bolsa de Medellín, y a los feligreses de la iglesia que entran y salen. Ellos también las acompañan con su silencio.

“Hemos transitado tantas oficinas y marchado juntas tantas otras veces que la mayoría nos convertimos en buenas amigas”, dice Fanny Jaramillo, quien busca a su marido desde febrero de 1998. De él sabe poco. O casi nada. Pero no pierde la esperanza de que algún día terminará la pesadilla.

En el grupo también se encuentra Jairo Rúa. Su único hijo fue retenido por las Farc en Cocorná desde hace un año y dos meses. Es por eso que asiste los miércoles a Berrío acompañado de Ida Lucía Avalos, su esposa. Rúa es representante de Asfamipaz, la agrupación que crearon los familiares de los 37 policías y militares retenidos en las diferentes tomas de las Farc en Antioquia, atribuidas a los frentes 47, noveno y 34 del bloque José María Córdoba.

En la sede de la Policía Metropolitana de Medellín se realizan cada mes reuniones con los familiares para terapias de grupo e informarlos de las últimas noticias que tengan sobre la suerte de sus hijos y sus esposos. Pero casi siempre esas noticias no son suficientes para menguar la zozobra de las madres de la Plaza Berrío, quienes a veces creen que están a punto de desfallecer. Así mismo, la institución continúa pagando a las familias el 75 por ciento del sueldo de los agentes secuestrados, dejando el 25 por ciento restante para entregárselo a ellos mismos cuando recobren su libertad.

En el pasacalle que sostienen Jhon Jairo e Ida Rocío decía “Secuestrado por las Farc”. Hoy en día han superpuesto una tela modificando el texto con la frase “Retenido por las Farc”. Ellos explican que en un encuentro con Manuel Marulanda, ‘Tirofijo’, realizada para preguntar por la suerte de sus familiares, éste les aclaró explícitamente que los policías habían sido retenidos en combate y no secuestrados. Es así como ellos decidieron cambiar el letrero, aunque la solución a su problema continúe en el limbo de las conversaciones por la paz.

La tarde comienza a caer sobre Medellín. Ahora la lluvia se convirtió en un torrencial aguacero. Marta Valencia y sus compañeras están empapadas. Sus oraciones no se han hecho esperar en el atrio de la iglesia. Las camándulas van de mano en mano. Igual que los Padrenuestros y las Avemarías. Lentamente cada una de ellas comienza a enrollar sus pancartas. El encuentro será dentro de ocho días. Todas abrigan la esperanza de que este será el último miércoles que vendrán a la Plaza Berrío. Todas sueñan con que antes de la cita de cada ocho días sus hijos y sus esposos regresen sanos y salvos. Es un sueño. Una ilusión. Quizás antes del próximo miércoles esa esperanza se les convierta en realidad.