Home

Nación

Artículo

El ministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez, fue el arquitecto de la reunión con el expresidente Álvaro Uribe, que se llevó a cabo en la oficina de este último, en el Senado. | Foto: Rodrigo sepulveda- ceet

POLÍTICA

¿Las paces entre el santismo y el uribismo?

Por primera vez desde que empezó el gobierno, Santos y Uribe tienden un puente de diálogo. ¿A dónde llevará este acercamiento que el país tanto esperaba?

2 de mayo de 2015

Lo más sorpresivo no fue que el expresidente Álvaro Uribe se haya reunido con el ministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez. Más llamativo aún fue el lenguaje cordial en las declaraciones de ambos después del encuentro. “Patriota”, le dijo Martínez a Uribe. “Tengo que ser justo y darle las gracias al ministro”, anotó Uribe. “No hay enemigos de la paz en Colombia”, agregó Néstor Humberto. “Fue una reunión amable”, puntualizó el senador y jefe de la principal fuerza de oposición, el Centro Democrático.

Un tono, en fin, totalmente distinto al de los pugnaces vocablos que ya empezaban a volverse costumbre y que incluía bajezas como “rufián de barrio”, contra Uribe y “traidor” o “castro-chavista”, contra Santos. La gran pregunta es si la modificación verbal es un hecho aislado, o si cambiará la tendencia de largo plazo que había llegado a compararse con los peores momentos de polarización en la historia política del país.

Los 120 minutos de diálogo en la oficina de Uribe en el Senado, entre este último y el ministro Martínez, tuvieron algunos antecedentes. Una semana atrás se habían encontrado en un evento en Medellín las esposas de los dos jefes políticos –María Clemencia de Santos y Lina de Uribe– y se habían saludado amablemente. El encuentro fue breve y sin sustancia pero ocurrió delante de los medios y la foto le dio la vuelta al país.

Casi al mismo tiempo, el expresidente Uribe en su Twitter -que normalmente es una tribuna para fustigar al gobierno y al presidente Santos- había dicho que celebraba dos posiciones del primer mandatario sobre el proceso de paz que, según el exmandatario, implicaban un cambio de posición: que un eventual cese al fuego bilateral con las Farc no entraría en vigencia antes de la firma de un acuerdo final y que los miembros de ese grupo de todas maneras deberán pagar cárcel por los delitos cometidos. Gestos y símbolos muy diferentes, por ejemplo, al rechazo de Uribe en el segundo semestre de 2014 a un llamado público de Santos para buscar un acercamiento, o al rechazo a la invitación a Óscar Iván Zuluaga y Carlos Holmes Trujillo para participar en la Comisión de Paz.

Los vientos de paz deben analizarse con precaución. Uribe no modificó sus críticas a los aspectos fundamentales de la agenda de gobierno, en especial a los diálogos de La Habana. Más bien, aprovechó el acoso de los medios a la salida del encuentro con el ministro Martínez para reiterarlas. Dijo: “Cuestionamos el abandono de la seguridad, el reconocimiento del terrorismo como actor político y que se negocie con ellos la agenda de los colombianos”. Las concesiones verbales de Uribe fueron menores que las de Martínez, lo cual refleja su fortalecida posición en las últimas encuestas.

El amago de cambio en las relaciones entre el gobierno y la oposición se relaciona con el reciente ataque de las Farc en el Cauca. El asesinato de 11 soldados impactó en forma profunda el estado de ánimo de los colombianos –como se analiza en la encuesta publicada en esta edición– y puso contra las cuerdas el proceso de paz frente a la opinión pública. El presidente se vio enfrentado a su peor momento desde la crisis del paro agrario. En más de un escenario público de los últimos días fue recibido con abucheos.

Y aunque Uribe, según la encuesta, salió mejor librado de la conmoción que produjo la masacre del Cauca, también está pasando por un momento difícil. El viernes se conocieron las condenas contra María del Pilar Hurtado y Bernardo Moreno, exfuncionarios de su gobierno, un par de semanas después de que sus exministros Sabas Pretelt y Diego Moreno también fueron declarados culpables por parte de la Corte Suprema. El máximo tribunal mencionó al jefe del gobierno como cerebro de esas operaciones y compulsó copias a la Comisión de Acusaciones de la Cámara, su juez constitucional. En varios debates se hicieron preguntas sobre la responsabilidad judicial del expresidente en los hechos que la Justicia castigó en cabeza de sus subalternos. Y a Uribe le tocó su dosis de silbatina en la Universidad de los Andes en Bogotá.

En la mitad de la tormenta, tanto a Santos como a Uribe les convenía el acercamiento. A la opinión pública no le gustan las peleas entre sus dirigentes. Y la polarización los puede golpear a ambos, aunque ya se sabe que la imagen de Santos es más vulnerable que la de Uribe. La del primero sube y baja, la del segundo está protegida por un teflón. En todo caso, al actual presidente, en un momento tan crítico, le resultaría de gran alivio que la oposición uribista moderara el tono. Y a Uribe, por su parte, le vendría bien que no lo estigmaticen como “enemigo de la paz”, que fue lo que le concedió Néstor Humberto Martínez.

La consecuencia más directa del encuentro entre el gobierno y la oposición uribista se sentirá sobre el proceso de paz. El asesinato de 11 soldados en Buenos Aires puso al presidente Santos contra la pared y fortaleció al expresidente Uribe. En un acto de gran contenido simbólico y político, el gobierno se acerca a la oposición y de ese acercamiento no puede resultar sino un endurecimiento de su postura frente a las Farc. Falta ver si la guerrilla entiende que es la culpable de ese escenario y que, en consecuencia, está obligada a aceptar la apretada de tuercas.

Pero el gran interrogante es si la reunión entre Martínez y Uribe es un hecho aislado o un cambio de rumbo. Es muy poco probable que el resultado, inmediato o rezagado, sea una versión colombiana del Pacto de la Moncloa que, en España, unificó las posiciones de los partidos sobre la estrategia para enfrentar el terrorismo. Las diferencias ideológicas, la pugna personal entre Uribe y Santos, y las profundas diferencias sobre el proceso de paz harían inviable este escenario en el corto plazo. Tampoco es probable un acuerdo para que la bancada del Centro Democrático apoye las iniciativas del gobierno que no ha compartido hasta ahora. Y no se puede descartar que algún evento próximo vuelva a exacerbar los ánimos y regrese la relación a un punto alto de conflicto.

El presidente Santos es el cerebro de la distensión que, por el momento, alivió la guerra fría con el uribismo. Había hecho intentos en igual sentido en varias ocasiones. Pero el ministro Martínez fue el arquitecto, producto de su obsesión por entablar puentes para dialogar con los opositores. Por ahora no es claro si el expresidente Uribe estaría dispuesto a dialogar con Santos o con el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, quien maneja las relaciones con el Congreso. O si asistiría a la Comisión de Paz o regresaría a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores.

El encuentro entre Uribe y el ministro Martínez no tuvo agenda. Se habló de todo y en muchos temas quedó la impresión de que ha faltado comunicación. No se hicieron compromisos, ni se formularon propuestas concretas. Pero la puerta del diálogo quedó abierta, y eso es un gran avance.