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Las piezas olvidadas del caso Galán

El expediente del crimen de Luis Carlos Galán guarda pruebas ignoradas por la Justicia, como la infiltración de los asesinos en la campaña del candidato.

22 de julio de 2017

El próximo 18 de agosto se cumplen 28 años del crimen que marcó la historia reciente de Colombia: el asesinato de Luis Carlos Galán. Esa noche, sicarios que cumplían órdenes del cartel de Medellín asesinaron al entonces candidato y eventual presidente del país, cuando llegaba a una manifestación política en el municipio de Soacha, Cundinamarca.

Desde el momento inicial, y durante más de dos décadas, el caso estuvo plagado de irregularidades, presiones, testigos falsos y múltiples intentos para desviar las investigaciones. Cuatro días después del crimen del líder del Nuevo Liberalismo, las autoridades capturaron a Alberto Jubiz Hazbún y cuatro personas más, y los señalaron de ser los asesinos. Cuatro años más tarde, el ingeniero salió libre tras demostrar que no tuvo nada que ver. Ese fue tan solo uno de los polémicos episodios del caso Galán.

El 19 de septiembre de 1989 las autoridades apresaron a José Orlando Chávez, quien confesó haber participado en el magnicidio y contó que él sostuvo una pancarta cerca de la tarima y efectuó disparos al aire como parte del plan criminal. Delató entre sus cómplices a su primo Enrique Chávez, y a Jaime Rueda Rocha y al medio hermano de este, Éver Rueda. Todos fueron capturados tres días más tarde. Este último alcanzó a confesar que para infiltrarse en la plaza de Soacha todos recibieron, de manos de un teniente del Ejército llamado Carlos Flórez, un carnet que los acreditaba como miembros del B2 (la inteligencia militar).

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A pesar de las pruebas, inexplicablemente la Justicia dejó en libertad a los Chávez y un año después, el 4 de agosto de 1990, cayeron asesinados en Bogotá. En septiembre de ese mismo año Jaime Rueda Rocha, el hombre que realizó los disparos mortales a Galán, se escapó por la puerta principal de la cárcel La Picota. Y el 22 de abril de 1992 mientras cometía un delito en Honda, Tolima, murió en un enfrentamiento con la Policía.

Al momento de su muerte la investigación había establecido que Rueda Rocha era un sicario al servicio de José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano, socio de Pablo Escobar y uno de los jefes del cartel de Medellín. Pero una vez asesinados los hombres clave que estuvieron en la plaza, la investigación quedó congelada por años.

Lo único concreto ocurrió en 2007 cuando la Justicia condenó a 21 años de prisión a Alberto Santofimio como determinador del magnicidio. Después de varios años tras las rejas, en 2016 la Justicia condenó a 30 años de cárcel al exdirector del DAS, general (r) Miguel Maza Márquez, y hace un mes al exdirector de la división de orden público de ese organismo de inteligencia, el coronel Manuel González, a 22 años de cárcel. Los señaló, entre otras cosas, de haber cambiado la escolta del candidato, lo que, según la Justicia, facilitó la acción de los sicarios.

Resulta sorprendente que, más allá de estas decisiones, los fiscales, jueces y magistrados que han llevado la investigación sencillamente han ignorado graves detalles claves para identificar otros determinadores del crimen.

Uno de ellos tiene que ver, nada más y nada menos, con el hecho de que los responsables del magnicidio pudieron infiltrar la propia campaña de Galán en Soacha para cometerlo. En el expediente reposan testimonios y pruebas que demuestran que a Rueda Rocha, el hombre que hizo los disparos mortales, lo contrató un concejal galanista que lo tuvo haciendo diversos trabajos en la sede de la campaña un mes antes del asesinato. Incluso ese político lo vio disparar al jefe del Nuevo Liberalismo. Increíblemente, los investigadores jamás siguieron esta pista. Tampoco ha sido totalmente aclarada la participación de otro concejal que reconoció que los tristemente célebres ‘hombres de la pancarta’ trabajaban para él. No se trata de un asunto menor ya que abre la posibilidad de una responsabilidad dentro de la propia campaña.

“Seguramente les ofrecieron la plata y los infiltraron. Imagínese, si se infiltraron en la escolta de mi papá”, dijo a SEMANA el senador Juan Manuel Galán, uno de los hijos del líder asesinado. “Nosotros ya conocíamos esas declaraciones: son de personajes que incluso han ido a declarar varias veces. Desde que se creó la Unidad de Análisis y Contexto de la Fiscalía, los procesos de magnicidios de la época han venido progresando significativamente”, concluyó.

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Si bien la familia y varios grupos de abogados conocían estos y otros detalles, la realidad es que se trata de hechos nuevos para la opinión pública. Pero por encima de esto, sorprende que fiscales y jueces las hayan ignorado por años. Estas son algunas de esas piezas olvidadas del expediente.

1 El asesino infiltrado

Durante más de dos décadas un revelador testimonio ha pasado de agache. Se trata de la declaración de Pedro Julio Sánchez, quien para 1989, cuando ocurrió el crimen, era concejal del municipio de Soacha. Como integrante del movimiento galanista fue uno de los organizadores del evento esa fatídica noche del 18 de agosto. Incluso acompañó al candidato en la camioneta y estuvo en la tarima cerca de Galán cuando comenzaron los disparos.

A los pocos días del asesinato, Sánchez declaró ante la Justicia en calidad de víctima, pues su sobrino, el también concejal Julio Peñaloza, murió en la balacera. No obstante, solo muchos años después, el 28 de febrero de 1996, la Fiscalía lo citó nuevamente a una diligencia de ampliación.

Y allí contó una verdadera bomba. “Al momento de yo subir subieron por el extremo izquierdo de la tarima de madera uno o dos de los guardaespaldas y en contados segundos en que el Dr. Galán subió los brazos para saludar, escuché una ráfaga y al momento pólvora que nos confundió y al ver que de distintos sitios varias personas disparaban hacia arriba observé la figura de un muchacho llamado Wilson quien había trabajado conmigo mes y medio antes en mi sede en su condición de patinador. A él lo observé debajo de la tarima de madera en el costado izquierdo de la misma disparando también. Yo lo vi disparando como al aire pero con dirección hacia la tarima, esa persona estaba más o menos a treinta o cincuenta centímetros de la tarima”, dice uno de los apartes de la declaración.

Según los estudios de los peritos de balística de la Fiscalía, realizados en febrero de 1996, efectivamente quien disparó los tiros mortales a Galán estaba ubicado en el costado izquierdo de la tarima, aproximadamente a un metro de distancia (ver gráfico). Las investigaciones posteriores identificaron a Jaime Rueda Rocha como ese hombre. Esto quiere decir que la persona que el concejal identificó como Wilson en realidad era uno de los homicidas. ¿Cómo terminó infiltrado en la sede de la campaña galanista en Soacha?

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En su testimonio el entonces concejal le contó a la Justicia que a mediados de julio de 1989 se encontró en la entrada de su sede política a un hombre “en mangas de camisa con una caja de embolar nueva, era un muchacho blanco por ahí de 1.60 m, sin bigote, de acento paisa y me saludó y me preguntó si quería que me lustrara…”. La descripción concuerda con los rasgos del asesino Rueda Rocha (ver foto).

“..Así durante ocho días y se hizo coger confianza, incluso como él me había comentado que dormía en los buses yo le ofrecí un sitio de una construcción que estaba haciendo mi familia para trasladar allí a que viviera nuestra madre, pero como estaba en obra negra, allí se fue a dormir este muchacho Wilson. Duró como un mes durmiendo allí y yo ordené que le colaboraran con el desayuno y la comida en el restaurante que es de un familiar y ya permanecía todo el día ayudando en la sede”, contó Sánchez en su momento.

“…Luego de que él entró tanto en confianza que escuchaba las conversaciones de las personas que allí nos reuníamos hasta el día 18 de agosto por ahí a las 11 de la mañana lo envié a comprar un tarro de pintura que hacía falta para unas pancartas y desapareció y lo volví a ver hasta en la noche en ese momento”, afirmó el exconcejal.

En ese momento el fiscal le preguntó a Sánchez por qué en su primera declaración en 1989 no mencionó ese importante dato y solo lo reveló siete años más tarde, en 1996. Afirmó que a los pocos días del magnicidio él y su familia fueron amenazados “en primer lugar por haber visto a este muchacho Wilson en la noche del 18 de agosto y en segundo lugar porque el jefe del movimiento galanista en el municipio era mi persona…”.

Por casi dos décadas a nadie le pareció relevante lo que contó Sánchez, y nunca se investigó ese tema. Algo inaudito ya que se trataba, nada más y nada menos, de una declaración que dejaba en evidencia que la propia campaña del candidato, en el municipio de Soacha, había sido infiltrada por los asesinos. En marzo de 2015, y tras una larga carrera política como concejal y diputado y con 75 años de edad, Sánchez reapareció durante el inicio del juicio contra el exdirector de la división de orden público del desaparecido DAS, coronel (r) Manuel González, quien el mes pasado fue condenado a 22 años de prisión por este caso. Allí volvió a contar la historia de Wilson. Increíblemente hoy, cuando falta menos de un mes para conmemorar los 28 años del magnicidio, queda la duda de por qué los fiscales, magistrados y jueces que tuvieron que ver con el caso Galán jamás ahondaron, investigaron o al menos cuestionaron el tema del asesino infiltrado.

2 Los hombres de la pancarta

El ‘uniforme’ era claro: hombres de pantalón blanco, camisa o chaquetas claras y sombrero aguadeño. Así las autoridades identificaron a la decena de sicarios que tenían el objetivo de asesinar a Galán. Solo hubo un asesino, pero la Justicia encontró que sus cómplices, que cargaban la pancarta más grande del evento, resultaron determinantes para que Rueda Rocha cumpliera su cometido. Impávidos entre las ráfagas y el alboroto, los hombres de la pancarta siempre han marcado uno de los ejes de la investigación.

No obstante, un detalle clave siempre ha hecho parte del expediente, pero inexplicablemente había permanecido desconocido hasta ahora. El entonces presidente del Concejo municipal de Soacha, Carlos Vargas López, reconoció con exactitud a los hombres de la pancarta en las fotografías que le presentó el juzgado. Los identificó como William Merchán y John Jairo Flórez, seguidores suyos de Granada (Cundinamarca). Pero lo realmente revelador es que además aseguró que trabajaban para él en la empresa que gerenciaba, Proindustriales, y que facilitó un bus para que los empleados pudieran asistir a la manifestación.

El concejal descubrió a quien él conocía como Merchán en la fotografía de la revista Cromos “con pantalón y chaqueta claros y sombrero blanco”. Que tanto este como Flórez se montaron a la camioneta pick-up en la que transportaron a Galán hasta la plaza, y que “portaban una de las pancartas que iban sobre dicho vehículo”. Y lo más grave: no solo llevaban un tiempo laborando para él, sino que Merchán “inclusive después siguió trabajando en la empresa durante un tiempo”.

No hay que hilar muy fino para intuir que, así como Rueda Rocha se infiltró en la campaña galanista de Soacha como alias Wilson, los hombres de la pancarta también pudieron hacerlo por el lado de otro concejal. Cabe resaltar que la pancarta gigante decía: “Granada con Carlos Vargas y Galán adelante - Galán 90-94”. Una pantalla perfecta para ubicar en la parte delantera de los andamios y ocultar al sicario.

3 El misterio de la tarima

Nunca ha habido duda de que la tarima de madera en la que se paró Galán a saludar a las masas que lo adoraban resultó la pieza clave para su asesinato. Las investigaciones han demostrado que el sicario se escondió debajo y así pudo disparar con precisión mientras la pólvora y los tiros al aire confundían a los asistentes. Sin embargo, la Justicia nunca esclareció quién dio la orden de construirla, sabiendo que desde ese mismo día la existencia de una tarima ‘hechiza’ extrañó a todos.

Convaleciente por las balas que lo hirieron, el agente secreto del DAS Pedro Nel Angulo contó: “Vimos una tarima cubierta con una lona como anaranjada (...). De repente salió un señor a mano derecha, el cual llevaba un asiento que lo acomodó hacia una segunda tarima”. La imagen generó suspicacias. “A mí me causó extrañeza una segunda tarima puesto que en mis dos años y medio que he estado con el doctor en manifestaciones políticas y reuniones privadas nunca habían existido dos tarimas, cosa que uno quedara más alto de lo normal”, afirmó Angulo el 19 de agosto de 1989.

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Era obvio que había gato encerrado. Pues como demuestra la inspección judicial de la plaza, “exactamente al frente” de la Casa Municipal se encontraba una estructura construida en concreto sobre la cual había una carpa en lona amarilla y roja. “Pegado a esta tarima de concreto (...) se levantaba un andamio en tubo metálico de una altura de dos metros, el cual soportaba dos plataformas en madera”. Si había una tarima de concreto, ¿por qué construir una de madera sobre andamios metálicos? Claramente la de concreto, sin duda, era más segura y no habría que pagar por ella. Entonces, ¿cómo se justifica esta decisión?

El revelador testimonio del contratista soachuno Antonio María Mesa, encargado de construir la tarima de madera, lleva años en el expediente, pero inexplicablemente se ha quedado en un saludo a la bandera. En 2015 Mesa lanzó esta bomba: “Se armó una vez. A otro rato dijeron que no, que la tarima era un peligro, que había que desarmarla. Yo la desarmé. Se entraron los aparatos a la Alcaldía. Me volvieron a llamar, que había que armar la tarima nuevamente. Volví y la armé. Al rato volvieron a decir que la desarmara nuevamente (...). La volví a entrar a la Alcaldía. A la tercera vez me volvieron a pedir que sí”. Todo indica que este armar y desarmar era la forma de justificar que horas después hubiera hombres debajo de la tarima, “como revisando los andamios”, y además fue la estrategia ideal para esconder la metralleta que desataría la tragedia. ¿Por qué 28 años después aún no está claro quién ordenó a Mesa deshacer tantas veces la tarima y guardarla en la Alcaldía?

4 Las versiones del alcalde

La Justicia no ha determinado el papel que jugó la política local en la desafortunada cadena de circunstancias que llevó a la muerte de Galán. Pero es particularmente impactante que tampoco ha decidido ahondar en los testimonios del entonces alcalde de Soacha, Héctor Fernando Ramírez Vásquez.

En sus declaraciones de 2009, Ramírez afirmó ante la Justicia: “Estuvimos muy pendientes de toda la organización y toda la logística. Cuando digo ‘todos’ me refiero al comandante de la Policía, la campaña del doctor Luis Carlos estuvo atenta, iban personas de seguridad de la campaña todas las semanas anteriores al evento, reuniones que se hacían en el despacho, en el comando, el jefe de seguridad de la campaña habló con la Policía de Cundinamarca”. Sin embargo, en la ampliación de 2013, el exalcalde dice todo lo contrario: “La Alcaldía fue un convidado de piedra, solamente nos dejaron unas funciones de apoyo logístico” y reitera: “Para la visita del doctor Galán no coordiné nada”.

Sucede lo mismo con otros puntos álgidos. En 2009 sostiene: “Recuerdo perfectamente que desde el día anterior hubo un decreto de ley seca, lo dicto como alcalde, lo de la pólvora estaba prohibido” y “en las reuniones que se hicieron fue unánime: hubo concertación en (...) que había que prohibir los letreros y las pancartas”. En 2013, sin embargo, afirma no acordarse de esas decisiones y sostiene que la construcción de la tarima no dependió de la Alcaldía.

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Y si bien es extraño que con solo cuatro años de diferencia sus testimonios sean tan disímiles y que ponga toda la responsabilidad sobre la campaña galanista, realmente resulta inexplicable que Ramírez Vásquez no asistió al evento. Ni siquiera recibió a Galán. Su argumento es que no era su función recibir al candidato, y que él cumplió con patrullar la zona por donde se movilizaría.

En 2009 contó: “Salgo a mirar el recorrido, todo el mundo sabe cuándo llego, me paro al frente de la Alcaldía y me subo al despacho”. Y continúa: “Cuando pasó la balacera estaba en mi despacho, yo me paro y me asomo por la ventana que da al parque y veo a todo el mundo tirado”. Por motivos desconocidos, la Justicia no profundizó en este tema.

5 La metralleta del escolta

Dentro del voluminoso expediente por el magnicidio hay una declaración con un detalle desconocido. Se trata de la primera versión que rindió Jesús Calderón, el camarógrafo personal que acompañaba a Galán en sus giras de campaña. A las 12 del día del 24 de agosto de 1989, cuatro días después del asesinato del dirigente liberal, Calderón le contó al juez que al llegar a la plaza de Soacha notó que la tarima en donde estaría el candidato era inusualmente alta y le hizo ese comentario a un concejal quien no le prestó atención a su inquietud. En su relato afirma que al momento de subir a la tarima “…Por la cantidad de gente fue imposible seguir al doctor Galán, o sea ir delante de él. Me encontré con el jefe de escoltas de apellido Torregroza (sic), nos estrellamos los dos del afán de que él traía para proteger al doctor Galán. Él me grito déjame pasar chico (sic), en ese momento sonó una ráfaga, y otra y otra y empiezan los tiros por todo lado, yo sigo grabando por el visor de mi cámara y la primera persona que veo que cae al piso de la tarima de madera es al doctor Julio Peñaloza, después los guardaespaldas caen, Santiaguito, el guardaespaldas que protegió al doctor Galán lo cubría con su cuerpo, yo le grité a mi asistente: ‘Marica le dieron al doctor Galán’, afirmó Calderón hace casi 23 años.

En su declaración el camarógrafo contó que “caigo yo al piso y quedo de frente a la cara del doctor Galán. Él me dice: ‘Chucho, lléveme a un hospital’…Al pararme me caí en la metralleta del guardaespaldas del doctor Galán, Santiago. Yo la recojo, la levanté, del pánico se me disparó hacia arriba, consciente no herí a nadie, ni maté a nadie e inmediatamente procedí a entregársela al comandante de la Policía de Soacha…”.

6 La oferta rechazada

Uno de los grandes interrogantes a lo largo de dos décadas es por qué el Estado no ofreció un esquema de seguridad más robusto a Luis Carlos Galán, quien era el hombre más amenazado del país. Mucho más cuando, incluso, a pocas semanas del acto político en Soacha se había descubierto un plan frustrado del cartel de Medellín para asesinarlo durante una correría en la capital antioqueña. Lo que pocos sabían es que dicha oferta sí existió, pero el candidato no la aceptó.

En octubre de 2009, el exdirector general de la Policía Nacional para la época del magnicidio, general Miguel Gómez Padilla, afirmó bajo juramento que días antes del asesinato le ofreció más seguridad a Galán, pero “me manifestó que no, porque él y su familia estaban satisfechos con la protección que les estaba brindando el DAS. Insistí entonces que pudiera ser un esquema mixto, bajo la dirección de un capitán de la Policía y me manifestó que definitivamente declinaba el ofrecimiento”.

En su declaración el general afirmó que intentó convencerlo, particularmente, porque a comienzos de agosto las autoridades habían logrado evitar el atentado en su contra cuando se encontraba con Horacio Serpa en Medellín. Según la declaración del general Gómez ante la Justicia, Galán le expresó “que estaba un poco decepcionado con la cúpula de su partido y sus funcionarios pues no se habían manifestado solidarios con él y que hasta ese momento solo se habían mostrado interesados el procurador general y yo”, dijo en su momento el alto oficial.

El general Gómez afirmó que le insistió en su ofrecimiento ante la complicada “situación de orden público en el país” y le explicó que estaban recomendando a los candidatos que “hicieran sus concentraciones en recintos cerrados y con la luz del Sol (sic)”. Pero como contó en 2009, “a la primera recomendación me manifestó enfáticamente que no y que la segunda la iba a pensar”.