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CRÓNICA

Las secuelas de los ‘falsos positivos’

La historia de cuatro jóvenes reportados como falsos positivos, y la lucha de sus familias por la verdad., 339882

Andrés Córdoba, Omar Galvis y Harold Ordóñez, especial para Semana.com
13 de abril de 2013

Cuatro jóvenes de la Comuna Siete de la ciudad de Popayán fueron asesinados por miembros del grupo Gaula de Córdoba, quienes los reportaron como delincuentes al servicio del narcotráfico. Cinco años después familiares y amigos de las víctimas aguardan por la verdad y que los hechos no se queden en la impunidad.



La siguiente crónica periodística reconstruye de manera detallada este caso.

1

Tal vez los pusieron a correr. Les dieron unos segundos de ventaja y luego comenzaron a dispararles como si estuvieran de cacería. Tal vez hubo mucho vértigo. Fuerza en las zancadas de los que huían y de los que acechaban. El fragor que en ellas existían terminó por robarle el silencio a la noche, antes de que la muerte se robara el protagonismo.  

Una persona lo escuchó todo, al menos esa parte de la historia. Eran más de las tres de la mañana y varios hombres corrían detrás de dos más que huían en medio de la madrugada, esperando no estrellarse con las figuras de ranchos que aparecían como sombras en medio de la penumbra.

—¡Cojan a Aníbal, que no escape! —decían unos.

—¡Esos hijueputas no se nos van a volar! —gritaban los otros.

Francisco Morelo Ramírez, un agricultor de casi cincuenta años de edad, se despertó por el estruendo que producían las botas a toda velocidad cuando pisaban la tierra. Dos disparos hicieron que todo quedara en  silencio, como en las noches más tranquilas que solían pasar en el caserío de Buena Vista.

—¡Ahí va! —fue lo último que escuchó Francisco, antes de que dos disparos más volvieran a callar el lugar.

Dominado por los nervios se tiró al suelo. Había escuchado tan cerca las descargas, que por un momento pensó que le estaban disparando a él. Solo las cigarras se atrevieron a cantar en ese instante de pavor, pero enmudecieron cuando oyeron otro par de disparos.

A las cuatro de la mañana, aún en silencio por lo sucedido, se dispuso a salir. Recordaba que días atrás había escuchado decir entre sus amigos que llegara temprano a su casa, pues en la zona rondaban personas armadas.  No lo creyó. Pues de 32 años de vivir en Buena Vista, éste le había parecido un corregimiento tranquilo.  

*****

Operación Ébano, Misión táctica Saturno 27.

La intención del comandante del Grupo Gaula Córdoba, Mayor Julio César Parga Rivas, era realizar una operación militar de combate irregular, para neutralizar las bandas criminales al servicio del narcotráfico, garantizar la seguridad de la población civil y evitar las extorsiones.

El grupo fue creado en febrero de 2006 como respuesta del gobierno a la oleada de secuestros y extorsiones de las autodefensas, guerrilla y otros grupos armados de la zona.

Veinticinco hombres de la Unidad Operativa dábamos cumplimiento a la orden de operaciones Ébano, misión táctica Saturno 27. El resultado: dos personas muertas. Cada una recibió tres impactos de bala que las condujo a una hemorragia incontrolable.

El combate se desarrolló después de que el pelotón del Teniente Wilmar Criollo Lucumí, conformado por seis hombres, se hubiera rezagado en la marcha hasta quedar distanciado totalmente del grupo puntero.

Edwin Polo Granados, Sargento Segundo del Ejército y quien pertenecía al Grupo Gaula desde hacía un año,  por órdenes del comandante de la operación era el encargado de encontrar al grupo del Teniente Criollo. La orden era clara. Debían devolverse en el mismo eje de avance, hasta encontrar a sus compañeros y regresar juntos para continuar con el objetivo de la operación.

Minutos después de que Polo partiera, una descarga de disparos retumbó por el lado en donde se encontraba el pelotón de búsqueda y el extraviado. Los demás miembros de la unidad que se encontraba con el comandante de la operación,  por un instinto adoptado en los entrenamientos, se tendieron en el suelo y pusieron su dedo en el gatillo, optando por alistarse  para apoyar a nuestros compañeros comprometidos en el combate.

Más de cinco minutos duraron los estruendos producidos por los disparos. Todo fue silencio por un instante. Luego, cerca de las cuatro de la mañana del 7 de septiembre de 2007, después de hacer un registro en la zona de combate, nos dimos cuenta de que habían sido asesinados dos sujetos.

*****

Al amanecer, el 7 de septiembre, al escucharse algunas voces en los alrededores de su casa, Francisco Morelo decidió salir. Pronto vio cómo un soldado se le acercó lentamente.

—Hay dos delincuentes asesinados detrás de su casa señor. ¿Los ha visto alguna vez? —preguntó el militar.

—Nunca los he visto —respondió Francisco, aún lleno de temor.

No se atrevió a preguntarle lo que había pasado aquella madrugada. Solo sabía que eran los delincuentes de los que algunas personas comentaban, pero que nadie hasta ese momento había visto. Ninguno de los pobladores los pudo reconocer.

2

Tres toques secos resonaron por la casa de Efrén Darío, cuando apenas iniciaba la mañana del 4 de septiembre de 2007.

—Buenas ¿está ‘Chacra’? —dijo una mujer de voz gruesa.  
—¿‘Chacra’? Aquí no vive ningún Chacra —contestó la madre de Efrén.

—‘Chacra’ ¿o cómo es que se llama?… ¡Chantre! El joven que acaba de prestar servicio militar —dijo mientras agachaba la cabeza y chasqueaba sus dedos tratando de recordar el nombre de la persona.

—Ah, Efrén Darío. ¿Y para qué lo necesita? —mencionó Luz Nelcy.

—Es que él dejó recomendado un trabajo y vine a decirle que el trabajo está       —contestó la mujer.
—Sí, sí está. Ya se lo llamo.

Los días para Efrén Darío, después de prestar servicio militar en el Batallón Domingo Rico en el departamento del Putumayo, eran complicados. A sus 24 años quería reincorporarse a las filas del Ejército Nacional como soldado profesional, ayudar a su madre y a su hermana a salir adelante y, por si fuera poco, responder por tres hijos: dos niñas y un varón. Sin embargo, solo existió un obstáculo para lograr su objetivo, la pobreza.

Vivió en el barrio Los Campos, uno de los más humildes de la ciudad y perteneciente a la Comuna Siete, en donde convergen varias problemáticas que padece Popayán, como la pobreza, el desempleo, los asentamientos ilegales a causa del desplazamiento forzado y la delincuencia común.

Luz Nelcy Rivera, su madre,  había hecho esfuerzos sobrehumanos para que la pobreza absoluta no llegara hasta su hogar. Se había dado las mañas suficientes para engañarla y abrirle un camino digno a la vida de su hijo.

Diego*, amigo de infancia de Efrén, recuerda las condiciones a las que se enfrentaban en el barrio Los Campos. “La compañía de uno en las calles era la miseria, eso era muy duro. Todos éramos muy humildes”.

Por eso, Efrén quería volver al Ejército. Estaba convencido que ser soldado profesional sería un gran paso para cambiar su vida. Necesitaba 300 mil pesos para poder presentar los exámenes en el batallón y así enlistarse.

Sin embargo, en Popayán una de las ciudades con mayores niveles desempleo a nivel nacional, lo único en lo que pudo trabajar fue ayudando a su padre a construir casas. Otras veces laboraba como ayudante en un taller de carros, donde ganaba 6 mil pesos diarios por limpiar tornillos o desmontar llantas, que apenas si le alcanzaba para cubrir algunos de sus gastos.

Aquel 4 de septiembre, tres toques en la puerta de su casa anunciaban un nuevo camino. Eran las siete de la mañana y el olor frío del amanecer comenzaba a disiparse entre las calles. Justo cuando su madre le dijo que una mujer lo necesitaba para un trabajo, Efrén Darío se sobresaltó como si algo malo hubiera sucedido. Buscó una camisa, se miró al espejo, se frotó los ojos y salió de su habitación.

El contra luz dibujaba la gruesa silueta de la mujer y la de un hombre un poco más alto que la acompañaba. Hablaron un poco. Unas veces entre murmullos otras veces con tono normal. Salieron de la casa y bajaron unos pocos metros hasta llegar a una esquina.  

Allí, Efrén recibió una llamada de Yeison, de quien nadie había tenido razón desde hacia un tiempo, cuando se rumoraba que había viajado hacia el departamento de Córdoba a trabajar. Él había prestado servicio militar en el Putumayo con Efrén y también las escasas opciones laborales lo habían obligado a marcharse de la ciudad.  

Dos meses antes de que llamara a Efrén, un domingo en horas de la mañana, Yeison pasaba por la galería de Las Palmas, en el suroccidente de la ciudad, con una botella de cerveza en la mano. Victoria Montenegro Sandoval quien lo conoció desde muchacho y con quien había compartido junto a él algunas noches en los billares de la cuadra, jugando al parqués en medio del aguardiente y la cerveza hasta altas horas de la madrugada, para ese día, se encontraba atendiendo una cafetería en la galería de Las Palmas. Yeison la vio en ese instante y se le acercó.

—¡Qué hubo, socita!—dijo.

—¿Qué hacés  por aquí? —le respondió Victoria—.Tómese un café con hojaldra, que le hace más provecho— le dijo a su amigo, con la intención de que dejara la cerveza en ese momento. Ante la insistencia, Yeison no tuvo más remedio que aceptar y sentarse.

*****

Yo dije:

—¿Aló? Mucho gusto, Victoria Montenegro.

Él me contestó diciendo

—Mucho gusto, Carlitos.

Dijo que necesitaba personas para trabajar, que les pagarían 700 mil pesos inicialmente y que después tendrían un sueldo como el del presidente. Le mencioné que no conocía a alguien que se pudiera ir a trabajar con él, que no lo podía ayudar. Al parecer se molestó, entonces se despidió y colgó.

Hablé con él porque José Tránsito Lucumí, un amigo mio, me lo pasó al celular.

—Un sobrino mío te quiere pedir un favor. Es una persona bien, escúchelo a ver qué le va a decir  —me dijo.

—Pero ¿qué sobrino? —le pregunté. No conocía a ninguno.  

Sin embargo hablamos, me le presenté, le dije que me llamaba Victoria. Él dijo que se llamaba ‘Carlitos’. Después de hablar con él, fue que vi a Yeison que andaba por la galería, entonces lo invité a que se tomara un café.

Media hora después volvió a sonar el celular de José. Era su sobrino el que marcaba y nuevamente conversamos. Le repetí que no conocía a nadie que quisiera irse, pero que tenía enfrente a un amigo, que  hablara con él.

A Yeison le dije que un señor estaba buscando gente para trabajar,  pero que no lo distinguía, que apenas sabía que era un sobrino de José Tránsito Lucumí. Entonces tomó el celular y comenzó a hablar con él.

Se retiró del puesto a unos dos metros de distancia. La conversación duró cerca de 15 minutos. Luego se arrimó al puesto lentamente, mirando hacia el suelo y con pasos entrecortados. “Contraguerrillero es contraguerrillero. A mí el trabajo me sirve. Yo me voy”, fue lo que escuché que decía.

“En tres meses vuelvo. Primero  me pagarán  700 mil mensuales y después ganaré como presidente”. Era lo que me repetía un poco ilusionado, pero no me comentó en qué lo iban a ocupar.

Me dijo que me tranquilizara, que a medio día estaba de nuevo en mi puesto. En ese momento se fue a buscar a sus amigos para contarles del trabajo que le estaban ofreciendo, para que viajaran con él, pero no los encontró. Así que les dejó la razón de que me buscaran a mí.

A las 12 del día, en medio de un calor sofocante, estuvo en mi puesto. El sobrino de José Tránsito le había dicho que llevara poca ropa, porque allá le comprarían lo que necesitara. José le dio 20 mil pesos para que se fuera hasta Cali. Allí, ‘Carlitos’ cuadraría todo por teléfono para que él pudiera viajar hasta Córdoba. Yeison se marchó el 1 de julio de 2007.

Las personas que él dejó buscando fueron ese mismo día a la casa: Efrén Darío Chantre, Diyer Andrés Varona y *Alfredo. Yeison me pidió el favor que les dijera, que después de unos días que él estuviera allá, les avisaba para que se fueran.

3

Cuando Efrén Darío Chantre terminó de hablar por celular con Yeison, sintió un miedo intenso. Su mirada se detuvo en los ojos de la mujer que lo había buscado en ese instante. “Me voy”, dijo un poco meditabundo. Entregó el celular con un silencio sepulcral  y entró a su casa.

—Me voy a trabajar por tres meses a Santa Marta como escolta en una finca —le dijo a su madre, quien se encontraba esperándolo en la sala—. Tengo que irme hoy mismo —concluyó con una incertidumbre que lo consumía.

Para Darío no había otra salida. Necesitaba el dinero para salir adelante. Además la llamada de Yeison, su amigo, con quien había compartido buena parte de su infancia, era una muestra fehaciente de que las cosas marchaban bien. “Venite que acá en la finca donde estoy trabajando pagan bien”, le había dicho.

A las once de la mañana del 4 de septiembre de 2007 estaba listo. Llevaba puesto un jean azul, la camiseta del equipo de sus amores, el América de Cali, unas zapatillas color gris y un pequeño bolso en donde echó otras prendas de repuesto. En medio de lágrimas se despidió de su madre y salió a encontrarse con las personas que lo habían ido a buscar aquel día: Victoria Montenegro y José Tránsito Lucumí.

*****

Montería, Córdoba, 6 de septiembre de 2007
Operación Ébano, Misión táctica Saturno 27.

Veinticinco hombres de la Unidad Operativa del Grupo Gaula, al mando del capitán Guillermo Alexander Parra Gonzales, a las tres y media de la madrugada realizamos movimiento táctico motorizado en dos vehículos tipo NPR y DMAX, desde las instalaciones de la Décimo Primera Brigada, hasta que llegamos a los municipios de Puerto Escondido y Los Córdobas.

En Puerto Escondido montamos un retén militar con el objetivo de conseguir información que corroborara las denuncias hechas por los dueños de fincas, sobre la presencia de bandas criminales al servicio del narcotráfico. Según la Unidad de Inteligencia, estas bandas dedicadas a la extorsión, secuestro y narcotráfico, delinquían mediante actos terroristas sobre el sector de la vereda Buena Vista, Los Córdobas.

Aproximadamente a las tres de la tarde, envían del puesto de mando atrasado a una persona, que por seguridad no se menciona su nombre, para que nos guiara hasta el sitio donde se encontraban posiblemente 15 sujetos con armas largas.

Desde ese momento planeamos la operación dirigida hacia el sector de Los Córdobas. Aproximadamente a las 11:30 de la noche iniciamos movimiento motorizado desde el municipio de Puerto Escondido, hasta un punto sobre la carretera en el municipio de Los Córdobas, llegando a este sitio aproximadamente a las 12:30 de la noche del 7 de septiembre.

4


Manejar armas largas y cortas, saber de granadas, no tener deudas con la justicia, conducir camionetas e incluso haber prestado servicio militar, eran algunos de los requisitos que se debían cumplir para trabajar en Córdoba, pues en ese departamento se harían una serie de operativos con la fuerza pública: combatir  los grupos delincuenciales de la zona.

Alfredo* se enteró que Yeison y Darío se encontraban en Córdoba la tarde en que habló con Victoria Montenegro por primera vez. Llegó hasta su casa atraído por el rumor cada vez más certero que rondaba entre sus amigos: poderse ganar más de 700 mil pesos mensuales y después tener un sueldo como el del presidente. Eso le había comentado su amigo de toda la vida y a quien consideraba como su hermano, Diyer Andrés Varona Valencia o como le solían decir ‘Yiyo’.

Alfredo* poco conocía a Victoria, sin embargo, ella era la encargada de darles la información necesaria para que se fueran a trabajar. “Nos dijo que tenía que comunicarse con otro señor, ‘Carlitos’ se hacía llamar,  para que él mirara nuestros antecedentes y la experiencia en uso de armas. Ella llamó al man y ahí fue cuando confirmé que la vaina era para viajar por los lados de Córdoba y la cantidad de dinero que nos iban a pagar”.

Les advirtieron que una vez se fueran no podían comunicarse con nadie. Debían olvidarse de sus familias, de sus amigos, de todo aquel que conocieran en Popayán. “Supuestamente si nos iba bien y nos ganábamos la confianza de las personas, nos darían permiso para visitar a nuestros familiares”, afirmó Alfredo.  

—Usted díganos cuándo se viene y nosotros le mandamos la plata de inmediato — le dijo ‘Carlitos’ a ‘Yiyo’.

—Dígame usted cuándo me manda la plata, que yo me voy de una —contestó sin titubeos ‘Yiyo’.

Minutos más tarde llamaron nuevamente de Córdoba para saber si alguien más quería viajar. Entonces Alfredo, Jairo, Juan y Diego, quienes habían convivido la mayor parte de su vida en el barrio Los Campos, estuvieron dispuestos a irse. Jairo, al cabo de un instante confesó que tenía problemas judiciales, por lo que su viaje fue cancelado.
Los demás estaban listos. Se sumarían a Yeison y Efrén, quienes ya habían viajado. “Qué chimba, vamos a ir todo el  combo para Córdoba”, dijo alguno de ellos.

La emoción no era para menos, todos se conocían. Desde pequeños, cuando se acompañaron a recorrer las calles de su barrio juntos, hasta cuando algunos prestaron servicio militar en el departamento del Putumayo, no por azar, sino por una costumbre adoptada ya desde niños que los mantenía siempre unidos, como si fuera un destino inevitable.

Eran inseparables. Aun en el sueño colectivo que desde su infancia se gestaba: ayudar a sus familias. Desde niños acostumbraron a trabajar siempre juntos. “Como las mañanas de domingo en que íbamos a la galería de las Palmas, en donde cuidábamos carros o llevábamos mercados a cambio de unas cuantas monedas, que terminaban en los bolsillos de nuestros padres o convertidas en dulces” recuerda Diego.

Había nacido una amistad inquebrantable. Gladis Omaira Hoyos, madre de Yeison, años más tarde explicaría ese pacto en una frase: “donde estaba uno, estaban todos”.  

A pesar de que ‘Yiyo’ y sus amigos se preparaban para el viaje, no lograban entender por qué Efrén y Yeison habían viajado sin que ellos lo supieran. Luz Nelcy fue una de las pocas personas en ver a Efrén el 4 de septiembre, cuando tomó la decisión de marcharse. También fue la única que pudo comunicarse con él en la mañana siguiente, cerca de las seis, cuando apenas comenzaba el día. Efrén, según comentó su madre, caminaba por una de las vías de Antioquia pidiendo aventón, a la espera de que algún vehículo lo llevara hasta Córdoba.

“Ningún carro lo quería  alzar. Yo le decía que se viniera, que me dijera cómo le ponía para los viáticos, que a lo mejor ese viaje no le convenía. Pero él dijo que no. Que debía cumplir con su cita. «Ore mucho por mí mamá, si es de volver vuelvo y sino pues ya qué se puede hacer»”, fueron las últimas palabras que escuchó Luz Nelcy de su hijo.

De Yeison no se tenían muchas noticias. Una versión decía que había viajado con Efrén el 4 de septiembre, después de que él regresara de Montería. Otros manifestaron que lo último que se supo de él fue de parte de ‘Carlitos’, quien le había dicho a ´’Yiyo’, que ambos se encontraban bien, que ellos no podían llamar porque estaban trabajando. ‘Carlitos’, también afirmó que Yeison había dejado recomendando al resto de sus amigos para que fueran hasta Córdoba.

Todo estaba listo para que ‘Yiyo’ y los demás se marcharan. Pese a ello, la incertidumbre sobre lo que iban a hacer los inquietaba. ¿Por qué gente  del Cauca? Le preguntó *Juan a ‘Carlitos’, la tarde en que hablaron sobre el trabajo. “Porque los caucanos son gente trabajadora” le respondió desde Córdoba.

“¿Por qué debíamos tener servicio militar encima? ¿Por qué  nos preguntaban sobre el manejo de armas?” reflexionó Juan. Entre tanto, Jairo llegó a una conclusión en la que pocos creyeron. “Íbamos a armar un grupo para hacer limpieza en algunas zonas de ese departamento”.

El 29 de septiembre de 2007 era la fecha establecida para viajar. Sin embargo, varios tuvieron problemas para hacerlo. Diego, debía cobrar un dinero para dejarle a su familia antes de irse; Juan*, quien se encontraba sin empleo y el viaje se convirtió en una esperanza para superar su pobreza, no recordó su número de cédula para que le otorgaran el tiquete con el que viajaría. “Nunca me pude aprender ese número”.

A Alfredo, quien parecía estar decidido a irse aquél día, justo en el momento en que se preparaba para partir con ‘Yiyo’, su esposa, como aparecida de la nada, y con una autoridad arrolladora le definió su destino en ese instante: “de aquí no te vas”.

‘Yiyo’ fue el único que se sostuvo en la idea de irse. Trató de tranquilizar  a su madre Ana del Socorro Valencia, a quien las lágrimas no le bastaron ese día  para despedir a su hijo. Él se paró bajo el marco de la puerta de su casa, justo donde su madre se había sentado a esperar su partida, se arrodilló sobre la tierra, apoyó sus codos sobre los muslos de Ana del Socorro, y mientras el silencio hacía parte de la despedida, lanzó una frase para serenar el momento de dolor “yo voy a volver dentro de tres meses a Popayán, porque yo a usted la quiero ver como a una reina”.

Aquel día, cuando ‘Yiyo’ supo que sus demás compañeros no viajarían, guardó la esperanza que después de unos días, estuvieran trabajando junto a él. “No se preocupe parcero, más bien cuando yo esté allá los llamo para ver cómo está la vuelta”,  le dijo a Alfredo antes de irse el 29 de septiembre.

5

Tres semanas después de que viajara ‘Yiyo’, Balbino Alrley Gómez, un maestro de obra de 35 años de edad y quien vivía en el asentamiento Triunfaremos por la Paz, le había hecho prometer a su esposa Olga Lucía Cruz, que no le diría a nadie del lugar al que se marcharía.  

Lo único que supo Olga fue que trabajaría en la construcción de una piscina y una casa en el departamento de Córdoba durante tres meses, en donde ganaría alrededor de 800 mil pesos.

Ese día el reproche de su esposa, además de la poca información que le daba Balbino, era sobre el poco dinero que él tenía para viajar hacia ese departamento. “No te preocupes, el patrón al que le voy a trabajar me presta para el pasaje y cuando ya empecemos la obra me lo descuentan”, dijo mientras se arreglaba para irse.

Horas antes, a las 10 de la mañana del 19  de octubre, después de que su esposo se marchara a buscar trabajo, un sujeto que Olga nunca había visto, preguntó por él. La oferta laboral había llegado con aquel hombre, quien dejó un número donde podía ser ubicado. Al medio día, tan pronto como Olga le dio la razón a su esposo, éste salió de inmediato.

“Es para un trabajo, y tengo que aprovecharlo”, le comentó Balbino. No lo pensó. Estaba tan seguro de lo que hacía  y tan confiado de la oportunidad que le daban, que le prometió volver en diciembre y  pasar al lado de ella y de Stefani, su hija, la navidad y el fin de año juntos.

A las dos de la tarde de aquel día, con pocas palabras para despedirse, abrazó fuerte a su esposa, la besó y salió por la puerta de madera de su rancho, que ocho años antes había construido con sus manos y el cual había adquirido infiltrándose en medio de cientos de desplazados  que huyendo de la violencia del campo llegaron a tomarse la Quebrada de Pubús, al suroccidente de la ciudad.

Balbino nunca se imaginó que ese viernes, mientras daba cada paso sobre las calles estrechas y empolvadas marcaba un adiós para siempre. Con una pequeña maleta y la ropa que llevaba puesta dejó la ciudad.

6

Montería, Córdoba, 7 de septiembre de 2007
Operación Ébano, Misión táctica Saturno 27

Después de tener asegurado el punto de desembarco de los vehículos y haber constatado el personal, iniciamos movimiento como lo indicaba la persona que servía como guía. Habían varias cercas electrificadas que entorpecían nuestra marcha, demoraban el avance y dividían la unidad, teniendo en cuenta también que la noche no tenía luz lunar y la oscuridad no permitía ver a más de tres metros de distancia.

A la 01:10 de la mañana el comandante de la Unidad Operativa, Guillermo Alexander Parra Gonzáles realizó un alto y verificó el personal. En ese instante se informó que faltaba el pelotón del Teniente Wilmar Criollo Lucumí. Parra trató de entablar comunicación radial con este equipo, pero fue imposible.

Edwin Polo Granado, sargento segundo del Ejército y quien pertenecía al Grupo Gaula desde hacía un año,  por órdenes del comandante de la operación, era el encargado de encontrar al grupo del teniente Criollo. La orden era clara. Debían devolverse en el mismo eje de avance, hasta encontrar a sus compañeros y regresar juntos para continuar con el objetivo de la operación.

“Acordamos ir a la zona de desembarco para que el grupo de Polo se encontrara conmigo y después dirigirnos hacia el lugar donde se encontraba Parra”, afirmó en posteriores declaraciones Wilmar Criollo.

Una vez se encontraron los dos destacamentos, retomaron su eje de avance. Sin embargo, el Teniente Criollo se retrasó cerca de 70 metros mientras los compañeros avanzaban más. “Cuando el Teniente nos ubicó, nos dijo «háganle háganle que yo voy enseguida»”, aseguró el soldado profesional Benito Ramón Moreno Díaz.

En el instante en que los militares comenzaron a cruzar las cercas eléctricas que había en el camino, se escuchó el zumbido de varias balas que se tomaron el aire: los militares  eran atacados.   

Sin pensarlo, Benito Ramón y  varios compañeros que estaban cerca, se tiraron al pastizal para buscar cubierta y proteger su vida. “No disparen que nosotros estamos aquí adelante”, decía Benito pensando en que fuera alguno de  nuestros compañeros relegados que nos estuviera confundiendo con los delincuentes que buscábamos. “Los disparos venían de todo lado”, explicó Benito.

El resto de los soldados que se encontraban con el comandante de Unidad Operativa, por un instinto adoptado en los entrenamientos, se tendieron en el suelo y pusieron su dedo en el gatillo, optando por alistarse  para apoyar a los compañeros comprometidos en el combate.

Entre tanto, el Teniente Criollo tuvo la suficiente pericia para reaccionar junto a sus hombres y buscar protección para repeler el ataque del enemigo. “Yo tomé la ametralladora del soldado profesional Ramírez y disparé”, mencionó.

Parra Gonzáles ordenó a todas las unidades no disparar, ni moverse hasta que hubiera suficiente luz para concentrar a los 25 hombres en un solo punto y hacer un registro perimétrico. Más de cinco minutos duraron los estruendos producidos por los disparos.

El ruido de los fusiles cesó por un par de minutos. “Me desplacé de la hondonada muy sigilosamente y volví a escuchar disparos en la parte alta; se hizo una pequeña maniobra, ubiqué a los soldados en un sector y yo en el otro y en cinco minutos terminó todo. Posteriormente me encontré con el Sargento Riascos, que estaba agitado y embarrado. «Me estaban disparando desde la parte alta donde me encontraba», dijo. Luego me pidió que le ayudara a buscar los soldados de él” relató Edwin Polo.

El Teniente Criollo llegó a gatas hasta un pequeño caño natural, allí ordenó un alto al fuego a todos sus hombres. Los disparos se detuvieron de todas partes. Hubo silencio. Diez minutos duró el combate. Criollo tomó el radio y se comunicó con Parra Gonzáles. “Le informé lo sucedido, le di mi ubicación. Me ordenó verificar el personal y que le informara”.

Aproximadamente a las cuatro de la madrugada, con más luz lunar sobre el terreno, Criollo Lucumí ordenó hacer un registro de la zona del combate. El sargento Polo y su grupo tomó una dirección y el equipo del Teniente  otra.

Según Polo Granados se hizo un pequeño registro con todas las medidas de seguridad. Primero se encontraron con algunos compañeros, que debido al combate, se habían extraviado. Luego hallaron un cadáver que estaba tendido en el suelo “tenía un arma larga, estaba como con un uniforme, no se si de la policía o militar, así que le dije a los soldados que nadie se acercara. Mi capitán se aproximó y ordenó seguridad perimétrica”.

Entre tanto, otros compañeros encontraron a un sujeto ya muerto en la parte alta de una pequeña montaña. “Mi capitán le informó a mi mayor Parga Rivas lo que sucedió y de ahí lo único que sé es que llegó la fiscalía  a hacer el levantamiento”, afirmó Polo.

Dos personas perdieron la vida. Una de ellas recibió un impacto a la altura del hombro izquierdo, otra bala se insertó por el lado derecho de su espalda y se fue en línea recta hasta salir por el lado izquierdo. El último disparo, atravesó la parte interior del bíceps derecho. Murió desangrada.

Al segundo sujeto, un proyectil le atravesó el cuello. Otra bala llegó hasta su pecho, unos centímetros más arriba de su corazón, y otra más atravesó su cuerpo desde la parte superior de su glúteo derecho, hasta encontrar la salida en la pelvis. Las consecuencias: una hemorragia incontrolable que ocasionaría su muerte. 

*****

Se trataba de Efrén y Yeison. Habían muerto a manos del Grupo Gaula de Córdoba, por ser presuntos delincuentes.

7

‘Yiyo’ nunca creyó que lo fueran a matar. Ni siquiera al llegar a Montería, Córdoba, cuando estuvo enclaustrado en un hotel. Podía hacer poco. Estaba casi incomunicado. No le permitían salir solo, ni llamar a nadie. Llegaron al punto de llevarle la comida a su habitación para que no tuviera que desplazarse a ningún sitio.

Apenas iniciaba el mes de octubre cuando sus amigos desde Popayán, como por un golpe de suerte, lograron comunicarse con él en un par de ocasiones durante esa semana. “Todo está bien”, le dijo ‘Yiyo’ a Jairo, quien estaba junto a sus demás compañeros a la espera de las buenas noticias  para poder viajar. 

Al principio se le notaba animado, a pesar de que aún no comenzara a trabajar y padeciera de un encierro inexplicable. Sin embargo, su estado cambió repentinamente.

Durante esa misma semana, una tarde en la que habló con Alfredo, ‘Yiyo’ le había dicho que se estaba ganado 100 mil pesos diarios sin hacer nada. “Eso está buenísimo, yo me voy de una”, le contestó Alfredo inmediatamente. “No, aún no. No les vas a decir nada a los muchachos…deciles que se esperen, que yo les confirmo”, le diría ‘Yiyo’.

En la última comunicación que se tuvo con él, hablaba en voz baja. Casi en medio de susurros. “Ahora no puedo hablar, tengo que irme...Al otro man ya se lo llevaron... hablamos después”, fue lo último que dijo.

De ahí los intentos para comunicarse con él fueron inútiles. En una ocasión contestó otra persona “llame más tarde que se está bañando”. Luego dijeron que se encontraba dormido, después que no estaba, hasta que al final ya nadie volvió a contestar. Siete días después de su partida, nadie volvió a saber de ‘Yiyo’. Edilson Varona, quien se encontraba en Medellín, como presagiando lo que se podría venir, anunció a su madre el destino de su hermano: “Yiyo ya está muerto”.

De Yeison y Efrén tampoco se sabía nada. Gladis Omaira Hoyos y Luz Nelcy Rivera, sus madres, después de unas semanas de no tener noticias de ellos comenzaron a preocuparse. “Me levantaba cada día pensando en por qué no me llamaba, si él cada vez que viajaba lo hacía”, expresó Luz Nelcy. Olga, la esposa de Balbino, pasó por la misma situación. Su marido le dijo que apenas llegara a Montería la llamaría, pero nunca lo hizo “nunca más volvimos a saber de él”.

Ana del Socorro, madre de ‘Yiyo’, acudía a Victoria Montenegro, para que le dijera qué sabía sobre el destino de su hijo y los demás jóvenes. Victoria  nunca tuvo una respuesta precisa para ellas, no tenía certeza de qué les había podido suceder. “Yo le preguntaba a José sobre la situación de los muchachos y él me respondía que su sobrino decía que ellos ya llegaban, pero nunca regresaron”, afirmó Victoria.

Pasaron varias semanas sin tener noticias de ellos. Entre tanto Alfredo, Juan, Jairo y Diego, dudaron del buen estado de sus amigos después de que  perdieran contacto. El desespero los carcomía. Sabían que no podían decirle nada a nadie, pues la persona con la que hablaron, ‘Carlitos’, les advirtió que cuando se marcharan hacia Córdoba, perderían cualquier tipo de comunicación con la gente que conocían. Así que no tuvieron más reparo que esperar.

Ocho meses y medio después de la desaparición de sus amigos, Jairo llegó con una noticia que estremeció a Alfredo. Había mirado en los titulares de un noticiero de medio día, varios cadáveres que se presentaban como resultado de un operativo del Ejército Nacional, entre ellos, juró mirar el rostro de su amigo Diyer Andrés Varona. “¡Ese es Yiyo!”, había dicho Jairo.

La incertidumbre aparecía nuevamente. Esperaron al noticiero de las siete de la noche para confirmar si se trataba de su amigo, pero no emitieron la noticia. Entonces Alfredo optó por aguardar y creer que no era cierta la información de la que se habían enterado. Sin embargo, Jairo no se había equivocado.  Para ese entonces ‘Yiyo’, a quien había conocido desde siempre,  estaba muerto.

*****

Montería, Córdoba, 7 octubre de 2007
Operación Ébano, Misión táctica Orión

Cerca de las 4:00 de la madrugada por el lado desnudo de una montaña de la Finca El Brillante, ubicada en la vereda Buena Vista, municipio de los Córdobas, se alcanzaba a divisar unas luces que rasgaban la oscuridad de aquella noche.  

En ese instante el Teniente y comandante de la Unidad Operativa del Grupo Gaula, Wilmar Criollo Lucumí, se percató de los haces de luz  y tomó la decisión de mandar a varios compañeros para que verificaran de qué se  trataba.

Segundos más tarde, cuando ya estuvieron cerca, uno de los soldados gritó “¿quién está ahí!”. De inmediato, un fogonazo acompañado de una ráfaga se dirigió hacia ellos. Atacaban a los militares, entonces ellos hicieron lo mismo y abrieron fuego hacia  el lugar de donde provenían los disparos.  

“Se desató un combate  que duró cerca de 10 minutos. Después los hombres esperaron el amanecer y faltando 20 minutos para las 6:00 de la mañana, se hizo el registro de la zona, en donde encontramos a un muerto”, explicó el teniente en un acta de inspección de cadáver ante miembros del CTI.

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‘Yiyo’ fue asesinado una semana después de que viajara a Córdoba: el 7 de octubre de 2007. Una bala lo habría impactado en el centro de su espalda, saliéndole por la parte derecha de su abdomen. ‘Yiyo’ presionó su herida para tratar de impedir la hemorragia, pero estaba débil. Cayó de bruces con las manos sujetando su estómago, sintiendo cómo se desangraba. Fue reportado por los miembros del grupo Gaula como “delincuente dado de baja en combate”.

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Agonizando, Balbino trató de arrastrar su cuerpo  para salvar su vida, pero no lo logró. Sus brazos estaban fracturados y la poca sangre que le quedaba en su cuerpo, no le permitió huir del acecho de la muerte.

Recibió cuatro impactos: uno en cada brazo; otro bajo el pectoral derecho y otro más bajo el pectoral izquierdo, que fracturaron varias de sus costillas y perforaron sus pulmones, ocasionando una muerte lenta y dolorosa, debido a la falta de oxígeno que necesitaba su cuerpo y una grave hemorragia que aceleró su fallecimiento. Balbino murió el 20 de octubre de 2007, un día después de que saliera de Popayán.

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Montería, Córdoba, 20 de octubre  2007

Operación Ébano, Misión Táctica Orestes 36

Veintisiete hombres de  la Unidad Operativa del Grupo del Gaula de Córdoba,  salimos el 18 de octubre desde las instalaciones de la Décimo Primera Brigada en Montería, para iniciar un registro y control militar de área sobre las veredas Cielo Azul, Broqueles, Estambúl, La Rada y municipios como Moñitos y Puerto Escondido, al mando del Teniente Wilmar Criollo Lucumí. 

Según la orden, se hacía con el fin de conducir una operación de neutralización. Se usarían  maniobras de búsqueda y provocación contra organizaciones al margen de la ley y bandas criminales delincuenciales al servicio del narcotráfico, que extorsionaban, secuestraban e intimidaban a ganaderos, comerciantes y políticos de la región.

Una vez en la zona, y después de 48 horas de no tener rastro del enemigo, por órdenes del Mayor Parga Rivas, y el Teniente Criollo, llegamos a la vereda Arizala para montar una base de patrulla móvil, pero no  tuvimos éxito, así que salimos hacia una vía que conducía a Montería, para que el equipo motorizado nos recogiera.

A las 11:00 de la noche el soldado profesional Alfonso Pineda Doria, quien iba de puntero en el pelotón,  escuchó el ruido de los motores de un carro. Paró un momento y pasó la voz al teniente Criollo.

—Siga Pineda, pero con mucho cuidado para saber de qué se trata —afirmó Criollo.

Con fusil en mano, Pineda siguió caminando con sigilo por la orilla de la carretera destapada, con una sutil respiración, dando pasos cortos y pausados, hasta que estuvo cerca de su objetivo. En ese instante encendieron una motocicleta.

—¡Somos Tropas del Grupo Gaula del Ejército Nacional! —gritó Pineda apuntando con su fusil a la oscuridad.

La respuesta: una descarga de disparos contra él. El cuerpo de Pineda se encogió y pronto buscó cubrirse para que ninguna bala lo impactara y  pudiera responder al fuego para repeler el ataque. La compañía que le seguía los pasos, también abrió fuego para cubrir al soldado. La moto y el carro arrancaron rápidamente, disipándose entre la oscuridad.

Criollo ordenó verificar si se hallaba alguien herido. Luego de hacer un registro en la zona, se encontró un cadáver bocabajo; a más de un metro de distancia, había una pistola de marca Taurus, calibre 9 mm, de fabricación brasilera y de la cual se habrían hecho dos disparos. El área fue acordonada.

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Habían asesinado a Balbino Arley Gómez, que para la Unidad Operativa del Gaula, era un delincuente abatido en el enfrentamiento y cuya identidad se desconocía. 

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Un intenso escalofrío recorrió el cuerpo de Alfredo al enterarse que Ana del Socorro Valencia lo necesitaba al teléfono. “De alguna manera presentía lo que me iba a decir”, comentó después. “Mataron a Yiyo”, le dijo Ana.

En la mañana del 10 de junio de 2008, ocho meses y medio después de que  ‘Yiyo’ se marchara de su casa, Ana del Socorro se estremeció  cuando sonó el teléfono. Una voz femenina le preguntó si se encontraba en ese momento su marido o su hijo mayor: “necesitamos decirle algo”.

Ana estaba sola. Entonces hubo un silencio del otro lado de la línea y una leve respiración que adelantaron la noticia que ella había tratado de evadir durante varios meses: “lo sentimos, su hijo está muerto”. Un lamento desgarrador recorrió la casa entera. Gritos de dolor la invadieron hasta el punto de llevarla a la pérdida de conciencia, provocando que su cuerpo inerme se desplomara sobre la tierra.

A las 9.30 de la noche, mientras Gladis Omaira Hoyos, madre de Yeison, descansaba en su casa, alguien tocó a su puerta. No se atrevió a levantarse, así que desde la cama preguntó quién era. “Encontraron a Diyer… está muerto”, le respondió la voz que no logró identificar. Entonces, casi adivinado lo que sucedía, salió de inmediato de su casa hacia la de Ana. “Claro, donde estaba ‘Yiyo’, estaban todos”, recuerda en medio de lágrimas.

Entre tanto a Luz Nelcy Rivera le llegó la noticia mientras trabajaba en uno de los centros comerciales de la ciudad: “dicen que ‘Yiyo’ apareció muerto”, le comentó una de sus amigas. No hubo necesidad de preguntar por la suerte de su hijo Efrén Darío, ya presagiaba el desenlace. Olga Lucía, por su parte se enteró que junto a ‘Yiyo’ había tres cuerpos más reportados como N.N. Hasta el último momento guardó la esperanza de que ninguno de ellos fuera su marido, pero fue inútil: Balbino también había muerto.

A Victoria Montenegro el cuerpo no le dio para reaccionar ante la noticia de que las personas que se habían ido a Córdoba para trabajar estaban muertas. “Sentí que la tierra se abría de par en par para tragarme. Pensé de inmediato que iría para la cárcel”.

Todos murieron a manos del Grupo Gaula de Córdoba. Los primeros fueron Yeison y Efrén, el siete de septiembre de 2007; luego Diyer Andrés Varona Valencia, ‘Yiyo’ el 7 de octubre del mismo año y 13 días más tarde, Balbino también se encontró con la muerte. Fueron presentados como delincuentes abatidos en combate dentro del marco de la Orden de Operaciones Ébano, de la cual se desprendieron las misiones tácticas Saturno 27, Orión y Orestes 36

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Yeison y Efrén fueron asesinados tres días después de que partieran hacia Córdoba. Tal vez los pusieron a correr. Les dieron unos segundos de ventaja y luego comenzaron a dispararles como si estuvieran de cacería.

Tal vez hubo mucho vértigo. Fuerza  en las zancadas de los que huían y de los que asechaban. El fragor que en ellas existían terminaron por robarle el silencio a la noche, antes que la muerte se robara todo el protagonismo. Francisco Morelo lo escuchó todo, al menos esa parte del relato.

—¡Cojan a Aníbal, que no escape! —decían unos.

—¡Esos hijueputas no se nos van a volar! —gritaban los otros.

Hubo fuego. Tal vez los mataron allí, cuando intentaban escapar. No se sabe cómo llegaron hasta ese punto, hasta esa vereda, a esas horas, a esa escena en la que seguramente ya presagiaban su final. 

—¡Cójanlo que ahí va Aníbal! —gritaban.

Pero Aníbal no era más que Efrén y Darío. Aníbal, al que terminaron disparándole y que a la mañana siguiente, resultó siendo dos delincuentes que aparecieron a más de 60 metros de la casa de Francisco Morelo. Delincuentes que nadie pudo identificar.

La persecución que escuchó Francisco no fue reportada por los militares. Para la unidad solo hubo un combate en la madrugada motivado por misión táctica Saturno 27. Pero este enfrentamiento nunca existió.

Fue un montaje para dar falsos resultados. Los errores que meses más tarde permitieron llegar a esta conclusión, resultaron evidentes desde el inicio de la operación. Por ejemplo, la misión fue planeada “sin anexos de inteligencia”, según el Fiscal 69 especializado de la Unidad Nacional de Derechos Humanos (UNDH) y Derecho Internacional Humanitario (DIH).

Según el Informe de Patrullaje, realizado por el Capitán Guillermo Parra Gonzáles,  se tenía conocimiento por inteligencia que algunas bandas delinquían “sobre el sector de la Vereda Buena Vista, municipio de Los Córdobas, mediante actos terroristas”. Sin embargo, Parra Gonzáles puso en entredicho una verdadera actividad de inteligencia al expresar que no tenía conocimiento exacto de dónde sería la operación.

Wilmar Criollo Lucumí, segundo al mando, hizo lo mismo por su parte manifestando en versión libre que no sabía sobre las denuncias recibidas por la Unidad Investigativa. “La misión principal era verificar una presencia armada de la cual no había denuncia que yo tuviera conocimiento. Seguramente mis superiores, la Unidad de Inteligencia, el comando de la Brigada y mi Mayor Parga Rivas, lo sabían”.

El mismo Parga Rivas puso en evidencia la no existencia de una inteligencia previa a la operación, al mencionar en una indagatoria realizada en el mes de julio de 2011 que “el trabajo del capitán Parra Gonzáles, era calentar la zona, lo cual, en coordinación con la Red de Cooperantes, se debía hacer una semana antes del día de los hechos para generar un imaginario colectivo de inseguridad”.

Otro error que se cometió tiene que ver con el desorden temporal en como, según los militares, sucedieron los hechos. Por ejemplo, la Orden  de Operaciones emitida por Julio César Parga Rivas, presenta una inconsistencia entre su fecha de expedición y la forma como ocurrió todo.

La orden fue emitida el 7 de septiembre de 2007, para iniciar operaciones el mismo día a las 3:30 de la madrugada. Sin embargo, Efrén y Yeison, según el Acta de Inspección Técnica a Cadáver, 219 y 220 respectivamente, fueron asesinados el 7 de septiembre aproximadamente a las 2:30 am, es decir, una hora antes de que se iniciaran las actividades enmarcadas en la orden de operaciones.

Algo imposible, pues según los hechos, la muerte de estos jóvenes sería el resultado de por lo menos un día entero de desarrollo de actividades militares. Teniendo en cuenta los informes judiciales, al parecer, la orden de batalla fue emitida después de que los dos jóvenes mencionados perdieran la vida. Es decir, que los hechos no fueron el resultado de una operación militar legítima y la Misión Táctica Saturno 27 pudo ser un intento tardío de legalizar las muertes, así como todos los trámites que de ésta se desprenden.

Una irregularidad más dentro de los hechos tiene que ver con la forma en como, según los militares, explicaron  se desarrolló el combate con los supuestos delincuentes. Los soldados dijeron en su momento que se encontraban en la parte baja de la montaña, “una hondonada” y que los presuntos subversivos en la parte alta. Es decir, los militares se encontraban en una total desventaja frente al enemigo.

Pese a ello, ninguno de los soldados que estuvo en el supuesto enfrentamiento resultó herido. En cambio dos de los 15 presuntos delincuentes,  teniendo toda la ventaja en el combate resultaron abatidos.

Por otro lado, expertos afirmaron que por la forma en como entraron las balas en los cuerpos de Efrén y Yeison, desde la supuesta posición de combate en la que estaban era algo casi imposible, pues si se tiene en cuenta el análisis de las trayectorias los jóvenes jamás habrían podido ser impactados como lo relatan los militares.

Con el estudio de las trayectorias se podría suponer que los hechos sucedieron a una misma altura, que los militares perseguían a los jóvenes y que éstos fueron impactados en plena persecución. Nunca hubo combate, sino, como lo dijo el mismo Fiscal: “una cacería”, del cual fueron víctimas Efrén y Yeison.

De la muerte de Balbino también existen dudas. Se encontró que Parga Rivas autorizó para que la Misión Táctica Orestes 36 iniciara el 18 de octubre de 2007. Sin embargo, el Comandante de la Unidad Operativa para esta misión, Wilmar Criollo Lucumí y el soldado profesional Alfonso Pineda Doria, dijeron ante miembros del CTI y la Fiscalía, que la operación tuvo comienzo un día antes, es decir, el 17 de octubre. Con lo cual se podría llegar a la misma conclusión que en el caso de Efrén y Yeison: esta operación podría ser un intento tardío por legalizar las muertes.

También hay otra irregularidad respecto al escenario donde debió desarrollarse la acción militar. En la Orden de Operaciones se afirmaba que debía iniciarse “registro y control militar de área sobre las veredas Cielo Azúl, la Rada, Broqueles, Estambúl; Corregimiento de Cristo Rey y los municipios de Moñitos y Puerto Escondido”. Mientras que el Teniente Criollo Lucumí en su Informe de Patrullaje, mencionó que sus actividades tuvieron comienzo en el municipio de Los Córdobas y éste lugar no se señaló en la orden para que fuera patrullado.

Entre tanto, de la muerte de ‘Yiyo’ lo que deja en evidencia la irregularidad en su asesinato, parte de las descripciones hechas por el Fiscal de turno URI y el funcionario de Policía Judicial que levantaron el cadáver. Con las descripciones se podría deducir que le dispararon por la espalda a la altura de la zona lumbar y no sería probable que en una posición típica de combate se logre un tiro con esas características de trayectoria.

En los tres casos nunca existió una confrontación armada. El Comandante del Grupo Gaula, Julio César Parga Rivas, afirmó que la práctica de reclutamiento de personas para convertirlas en víctimas asesinadas en combates ficticios, se había masificado. También mencionó que no sabía de dónde sacaban a las víctimas, porque estas eran conseguidas por la Red de Cooperantes.

Finalmente, Parga Rivas aseguró que los cooperantes llevaban los tipos bajo engaño hasta el sitio de lo hechos, a la vez que la patrulla estaba realizando maniobras de búsqueda y provocación dentro de la misión. “Lo anterior para mostrar que la patrulla fue hostigada de diferentes sitios para que hubiera una reacción y poder justificar la utilización de los fusiles y dar las bajas. Pero ese hostigamiento nunca existió, porque ya habíamos coordinado desde antes llevar las víctimas a ese sitio.”

10

Llegué a mi casa como a las cinco de la tarde. Toqué la puerta y mi hijo desde el interior me dijo que habían ido a buscarme. No supo decir quién era, entonces le pedí que abriera la puerta. En ese momento sentí que un carro frenó en seco y se bajaron dos personas identificándose como miembros del CTI.

Me dijeron que tenía una boleta de captura por disposición de la fiscalía 69 de Bogotá, por concierto para delinquir, homicidio agravado y calificado y desaparición forzada. A José y a mí nos detuvieron el 4 de mayo de 2009 después de que se supiera del asesinato de los jóvenes.

Yo creía en la palabra del tal ‘Carlitos’ el mismo que terminó siendo el Teniente Wilmar Criollo Lucumí. Él era sobrino de José Tránsito. Nunca pensé que fuera un militar, nunca supe que era un teniente del Ejército. Él desplazó a mis amigos, les ofreció  trabajo y seguramente los mató y desde ahí estoy metida en este problema.

De todas formas la vida tiene que continuar, ya fui a la cárcel, ya estoy en mi ciudad, estoy a disposición de la fiscalía, del juez, a la hora que tengan que llamarme, allá estoy, porque no puedo hacer nada más. Y ¿qué puedo decir? El que inocentemente peca, inocentemente se condena.

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Entre tanto, la fiscalía abrió investigación por delito de homicidio agravado, concierto para delinquir y peculado por apropiación y falsedad ideológica en documento público, contra el mayor Julio César Parga Rivas contra quien fue proferida medida de aseguramiento. A la fecha, otros ocho miembros del Grupo Gaula están pendientes de una vinculación formal al proceso.

Meses después de llevársele a cabo el proceso a los militares, sucedió algo que aún hasta la fecha no se ha podido aclarar. El teniente Wilmar Criollo Lucumí murió el 6 de marzo de 2009 en un campo minado, después de que fuera traslado al departamento del Meta en un sector conocido como Caña Brava, jurisdicción del municipio de Vistahermosa.

Murió después de rendir indagatoria, abrírsele investigación y seguir con sus funciones militares. “Seguramente había comenzado a hablar y la forma más fácil para callarlo era asesinarlo”, aseguró  Fredy Idrobo Hoyos, hermano de Yeison Idrobo. “Él era la ficha clave para la investigación, porque él fue una de las cabezas que pensó como hacer estos ‘falsos positivos’”.

11


El 24 de mayo de 2009, dos años después del asesinato de los jóvenes, los cuerpos llegaron a Popayán luego de una ardua labor de sus familiares por trasladarlos desde Montería, Córdoba. “Uno los ve irse llenos de vida y que los devuelvan en un cajón es lo más triste”, afirma Freddy Idrobo. Con la entrega de los restos nacería otra incertidumbre para las madres y familiares de las víctimas: verificar si los cuerpos eran los de sus  seres queridos.

Por su parte Ana y Luz dicen que los huesos a los que le rezan no son los de sus hijos. Vinieron en pequeñas cajas acompañados de cucarachas. Limpios. Sin prendas que les permitieran identificarlos. Los recibieron porque creyeron que podrían calmar su dolor después de dos años de no tener noticia de ellos.

Para las madres esta historia parece no tener final. La culminación del proceso judicial por la muerte de sus hijos está cada vez más lejos. Aún no se realiza la primera audiencia pública y no se tiene noción exacta de cuándo se hará. El proceso penal que se adelanta se encuentra en etapa instructiva, bajo el radicado 6820.

Además, hay expectativa por saber cómo se abordarán estos casos, después que el 11 de diciembre de 2012 en el octavo y último debate el Senado de la República aprobara el proyecto de reforma constitucional, que establece nuevas medidas para el juzgamiento de los militares en Colombia.

Según el Ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, con esta reforma habrá “seguridad jurídica pero sin impunidad”. Juan Manuel Galán, coordinador ponente del proyecto, manifestó que con el acto legislativo, no se estaba garantizando la “impunidad para los mal llamados ‘falsos positivos’ o ejecuciones extrajudiciales u homicidios en persona protegida”.

Así, las conductas que se establecieron y por la cual los militares irían a la justicia ordinaria fueron: genocidio, lesa humanidad, desaparición forzada, tortura, violencia sexual, ejecuciones extrajudiciales y desplazamiento forzado.

Pese a ello, organismos como Naciones Unidas y Human Rights Watch (HRW), rechazaron la reforma  pues consideraron que favorece la impunidad en los casos conocidos como 'falsos positivos'.

Mientras tanto, las secuelas para las madres no desaparecen. Gladis Omaira, aun cree que su hijo está vivo, mientras que Olga espera a que su esposo Balbino Arley Gómez regrese por la misma puerta que salió, cuando se fue al igual que los demás jóvenes, en busca de empleo para mejorar su vida, pero solo encontraron un destino que estaría marcado por la tragedia, no solo de ellos, sino la de sus familiares y amigos que terminaron llevando a cuestas, al igual que cientos de colombianos, una historia que después de cinco años aún no termina.

*Por seguridad los nombres de algunos personajes fueron cambiados.