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Lazos de sangre

La increíble historia de dos hermanos que se enfrentaron a muerte durante muchos años, uno como paramilitar y el otro como guerrillero

3 de agosto de 2003

No vengo armado.

-Yo tampoco.

-No te creo.

-Ni yo a ti.

-Date la vuelta para ver que no estás 'enfierrado'.

-Pues va tocar darnos la vuelta al tiempo porque yo también quiero estar seguro.

Los hermanos William y Elías Arias Peña se miran con desconfianza y emoción. Cada uno teme que el otro le haya tendido una trampa pero también tiene ganas de abrazarlo. Después de un año, siete meses y tres semanas han vuelto a verse. La desconfianza cede, se abrazan y lloran mientras cae la tarde del domingo 27 de julio en la sala de espera de una clínica de Bogotá.

Elías, 22 años, hasta hace poco combatiente de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), mira a su alrededor y le pregunta a su hermano por qué escogió ese lugar como sitio del encuentro.

-Pensé que si tú me intentabas disparar yo saldría a correr y si quedaba herido era más rápido que me atendieran aquí, le contesta William, 32 años, hasta ese día militante de la guerrilla. Primero del ELN y luego de las Farc.

Elías asiente con la cabeza, como reconociendo que su hermano es un estratega, de esas personas que antes de dar un paso evalúan todos los riesgos.

Así ha sido siempre. Desde cuando era un niño al que los muertos le despertaban curiosidad. "Me sorprendía sentirlos fríos entre semejante calor", recuerda. Por aquel entonces Arenal, donde nacieron, era un caserío del sur de Bolívar que se detenía durante los velorios. Los cadáveres se colocaban en las salas de las casas entre los gemidos de las viudas, el ronroneo de los ventiladores y la voz musical de William, quien a los 7 años ya pasaba las noches en vela exclamando Padres nuestros y Ave marías por el eterno descanso del difunto. Era el rezandero del pueblo.

En aquella época la fama de Arenal trascendió por el país pues junto a los pueblos cercanos, como Morales, Rioviejo y Simití, también en el sur de Bolívar, era el destino de centenares de mineros que llegaban en busca de El Dorado, eran los tiempos de una bonanza aurífera sin precedentes. Aunque los guaqueros llegaban de todas partes venían especialmente de Boyacá y Santander. Con esta inesperada inmigración surgieron los conflictos que, ante la ausencia del Estado, empezaron a solucionarse a bala. El vacío lo llenó el ELN, que impuso su autoridad y sacó provecho al cobrar un impuesto a la explotación del mineral. El primer frente en llegar fue el José Solano Sepúlveda, que atravesó la serranía de Simití, tomó control de las quebradas Norosi y Arenal y de la navegación del río Morales, un caudaloso brazo del Magdalena que rodea a Arenal, y se metió en la selva con el fin de tejer una red para proteger a la cercana Serranía de San Lucas, el sitio que había elegido para instalar su campamento.

Entre los miles de inmigrantes estaba don Plutarco Arias, el padre de William y Elías. Sus vecinos lo recuerdan como un arriero fuerte, buena gente y como uno de los primeros fusilados de las Farc en la región. Lo mataron el 6 de mayo de 1987. Fue la primera vez que la violencia tocó a su familia y los marcó para siempre. "Decidí acercarme más a la guerrilla. ¿Por qué? Tal vez para vengarme, tal vez para hallar una explicación de lo ocurrido, en fin. Aunque en realidad creo que fue el destino el que me llevó allá porque allí no había otra salida, la gente de mi pueblo no tenía dónde más escoger", recuerda William.

Para entonces el ELN ya había sembrado en el muchacho una sólida formación ideológica mientras que Elías recién había cumplido 6 años de edad. William tenía además estudios de enfermería que aplicó en la abandonada población de la zona. Ese trabajo de servicio social le sirvió para ganarse el respeto de los comandantes del ELN. La confianza llegó al extremo de que un día, a finales de los 80, lo llamaron para que atendiera a 'Manuel Pérez', máximo comandante de esa organización en aquel entonces. William lo recuerda como un hombre inteligente, carismático y con una gran capacidad de liderazgo.

Los lazos de William con el ELN crecieron tanto que le fue imposible quedarse a vivir en el casco urbano de Arenal, pues la situación se había vuelto insostenible ante la aparición de los grupos paramilitares de extrema derecha. Su incorporación definitiva se convirtió en una consecuencia inevitable.

Los paras montaron una tenaza. Entraron por el norte desde el Cesar y por el sur desde el Magdalena Medio. Llegaron haciéndose sentir en forma brutal. Nadie en la región olvida el caso de un minero que fue golpeado, asesinado y decapitado, sindicado por los paramilitares de auxiliar a la guerrilla. Plantaron su cabeza en dirección a la Serranía de San Lucas.

La estrategia de los paras fue similar a la empleada en otras zonas del país. Ataques contundentes contra las redes de apoyo de las guerrillas en las áreas rurales y amenazas contra la población urbana.

Para obtener información los paramilitares les pagaban un dinero a los niños y los hacían sentir "importantes", como recuerda Elías, por el hecho de llevar mensajes. Elías tenía 12 años cuando empezó a prestar sus servicios. "Andaba por ahí mirando y luego iba y contaba, hacía de sapo urbano".

Por aquel entonces tuvo su primera relación con la muerte. Un hombre perseguía a otro por las calles del pueblo armado de un cuchillo "grandísimo". Ambos lo empujaron a su paso. El los siguió con la mirada y aunque el sol del atardecer lo encandiló vio la figura nítida del hombre que apuñalaba al otro hasta matarlo. "¿Asustarme? ¿Por qué? La gente siempre se ha estado matando ¿o no?", dice Elías, quien poco a poco se convirtió en combatiente para.

Con visiones tan disímiles William y Elías tomaron caminos opuestos. El primero recordaba la figura de 'Manuel Pérez' mientras el segundo se enorgullecía del poder económico que le daban los paramilitares. "Estudié hasta primero de bachillerato. De mi curso, que éramos 30, 10 terminamos en los paras. Nos pagaban bien y nos enseñaban a ser muy hombres", recuerda.

Pero ambos temían enfrentarse con su hermano. Mitigaban la ansiedad que eso les producía informándose de la posición del otro. Pero seguían siendo miembros de grupos enemigos. Por eso ambos aprovechaban los lazos de sangre para favorecer a su grupo. "En varias ocasiones yo fui a visitar a William y luego les contaba a mis comandantes cómo estaban, dice Elías. "Fui a verlo en tres ocasiones para hacerles inteligencia. Entré hasta su campamento sin armas como cualquier familiar. Un día un comandante de la guerrilla me dijo: 'Usted es paraco, ¿cierto? Tiene pinta de para'. Yo no soy nada de eso pero si usted cree que es así pruébemelo y máteme". Le habló con tanta convicción que el comandante guerrillero se quedó callado.

Las visitas, sin embargo, disminuyeron en la medida en que se intensificó el conflicto. Hace tres años el debilitamiento del ELN por la presión de los paramilitares se hizo evidente. "Nos tenían acorralados", recuerda William. Mientras tanto los paramilitares cada vez exhibían más fuerza. "Estábamos muy bien enfierrados, nos pagaban muy bien (400.000 pesos mensuales), el trato era muy bueno, las armas que nos daban eran las mejores y hasta contábamos con cinco helicópteros para movilizar la tropa", testimonia Elías.

En esas circunstancias, mientras William se pasó a las Farc porque esta guerrilla se mostraba más fuerte, Elías conocía a su máximo comandante: Carlos Castaño, a quien recuerda como "un verdadero líder, un hombre valiente" y que un día, cuando estaba de guardia, cruzó en el carro, paró y le regaló 100.000 pesos. Así, con el uno admirando al 'cura Pérez' y el otro a Castaño, siguió la guerra. Hasta que este año ambos, por su lado, empezaron a darse cuenta de que no iban para ninguna parte.

El primero en desmovilizarse fue Elías. "Llega un punto en que todo es como dar vueltas en círculo: patrullar, combatir, disparar, enterrar muertos, patrullar.". Por eso se presentó en una unidad militar. Hace seis semanas fue trasladado a Bogotá. Entonces inició la búsqueda de su hermano, hasta hacerle llegar el mensaje en el cual le pedía que también se desmovilizara. William, que ya venía considerando esta posibilidad, aceptó. De esta forma fue como se encontraron esa tarde de domingo en Bogotá.

Se abrazaron, conversaron y luego se separaron. Las cicatrices no desaparecen tan fácil. Los desmovilizados de las autodefensas están en una sede distinta a la de la guerrilla para evitar confrontaciones mientras se acostumbran a vivir en paz.

La semana pasada se reunieron tres veces. Han podido recapitular la vida de su familia. Recordar a su padre, Plutarco, asesinado por las Farc; a su madre, Fulvia Isabel, quien se murió de dolor, y a uno de sus hermanos, golpeado brutalmente por los paramilitares y luego enterrado vivo, y a otro que estuvo detenido por narcotrafico. Sus sueños arrastrados por una violencia que se llevó a la familia entera.

Ellos creen que pese a este pasado doloroso merecen una segunda oportunidad sobre la tierra. Quieren, por ejemplo, asociarse para montar una tienda y volver, aunque sea por unos minutos, a Arenal, a pisar sus calles de polvo, donde crecieron, el pueblo de su niñez. Ambos saben, sin embargo, que esta meta está lejana. Allá paramilitares y guerrilleros siguen buscándose para matarse, no para abrazarse.