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"nunca pensé que estaba matando a alguien específico. nos entrenaron para ‘bajar elriesgo’ contra nosotros"

Al paredón con María Isabel

¿Le impresionó el ahorcamiento de Hussein?

Un colombiano que fue soldado del Ejército de Estados Unidos en Irak le contesta a María Isabel Rueda.

6 de enero de 2007

M. I. R.: De padres colombianos, Jonathan Rodríguez nació accidentalmente en Estados Unidos y se hizo ciudadano norteamericano. Soñaba con ser marine y completó su sueño durante la invasión a Irak. A los 23 años está pensionado por una grave lesión en su columna, pero confiesa que repetiría la experiencia si pudiera. ¿Por qué se enroló en el Ejército de Estados Unidos?

J. R.: Un tío político estuvo en la guerra del Vietnam y desde cuando estaba yo chiquito me entusiasmó con lo que sería servir en la marina de los Estados Unidos, por los valores, la disciplina y más que todo por la importancia del Ejército para un país. Yo terminé bachillerato en Colombia, pero al segundo día tomé la decisión de enrolarme en la marina norteamericana.

M. I. R.: ¿Es cierto que enrolarse ahí es bueno económicamente?

J. R.: Sí, pero esa no fue la razón principal. Yo quería establecerme en Estados Unidos, y para pasar de ser un niño a un hombre y establecerme independientemente se necesita más que una ayuda financiera. Necesitaba un paso más para defenderme en el mundo, y esa fue la posibilidad que encontré al enrolarme a los 18 años.

M. I. R.: ¿Se le pasó por la mente que iba a estar en una verdadera guerra?

J. R.: Nunca. Claro que cuando me enrolé, era un poco después del ataque contra las torres gemelas, y durante todo mi entrenamiento en la marina en Carolina del Sur siempre nos decían que la guerra era inminente, que era sólo una cuestión de tiempo.

M. I. R.: ¿Cómo es un entrenamiento de un soldado gringo?

J. R.: Como en cualquier Ejército del mundo, hay que levantarse muy temprano: a las 4 de la mañana, todos los días. Pero aquí nos hacen mucho énfasis en clases de historia sobre lo que es la marina para Estados Unidos y la importancia que tiene para el país. Además del entrenamiento físico normal, nos enseñan navegación. Hay muchas artes marciales y primeros auxilios. En general, el entrenamiento hace mucho énfasis en que sepamos cómo comportarnos bajo diferentes presiones.

M. I. R.: ¿Cómo es esa parte?

J. R.: A uno le quitan la identidad como individuo. No se puede volver a decir yo, sino "nosotros", la marina. Lo enseñan a pensar por todos y no por uno mismo. Eso forma la idea de que la marina es una familia, y a través de una guerra, eso es lo que lo lleva a uno a sobrevivir.

M. I. R.: ¿Y sí llegó a sentir que esos marines gringos eran su familia?

J. R.: Absolutamente. Mis mejores amigos son de la marina, y sé que siempre los tendré. Hay momentos en el entrenamiento básico en que en una formación, con una piedra, simulan que arrojan una granada. Uno salta encima de ella automáticamente para salvarles la vida a todos los demás, y esa es la mentalidad que se debe adquirir.

M. I. R.: ¿Sintió algún tipo de discriminación por el hecho de que usted es colombiano de sangre?

J. R.: Hay un eslogan en la marina de los Estados Unidos: Entre toda la diversidad, todos somos verdes.

M. I. R.: ¿Cuando le contaron que se iba para Irak?

J. R.: Yo acabé mi entrenamiento básico y me ocuparon en manejar misiles antitanques, con la ayuda de una cámara térmica que los ubica. Ese diciembre me vine a Colombia de vacaciones. En enero 13, me acuerdo muy bien de las palabras del mayor Douglas: "Tienen 72 horas para despedirse de sus familiares". Durante 30 días estuve entrenando en la segunda división marina de tanques en Carolina del Norte. De ahí salimos con rumbo a Kuwait, el 6 de febrero de 2003. Esa guerra fue muy diferente a la que se está peleando ahora. Hay mucha resistencia, es mucho más violenta. La guerra empezó el l9 de marzo. A las 5 de la mañana levantamos las carpas y entramos a Irak.

M. I. R.: ¿Cuál era la orden?

J. R.: Disparar sólo si nos disparaban. Nunca contra templos, colegios o población civil.

M. I. R.: ¿Le costó trabajo asimilar que estaba ya en la guerra y que sus acciones iban a producir muertos?

J. R.: Yo nunca pensé que estaba matando a alguien específico. Me entrenaron para "bajar el riesgo" hacia nosotros. Lo que haya que hacer para eso, se hace.

M. I. R.: ¿No se desarrolla en un sitio hostil como Irak un delirio de persecución de que toda persona puede ser un terrorista dispuesto a inmolarse con una bomba?

J. R.: Es tanto el delirio de persecución, que se pierde. La mente se condiciona a que todo lo que está pasando es como si fuera normal.

M. I. R.: Me decía antes de comenzar esta entrevista que en una guerra, es mejor el combate que la calma…

J. R.: Suena un poco ilógico, pero es así. Cuando no hay combate es como borrar un momento en la vida en el que no pasa nada. Sólo silencio, y nadie en las calles. Y uno esperando equis cantidades de horas en las que no hay nada que hacer, solo esperar… Esperar a que algo pase. Y en eso puede transcurrir desde un minuto hasta tres días en el mismo hueco, esperando a que pase algo. La acción en la guerra reactiva de alguna manera, aunque suene irónico, la vida.

M. I. R.: ¿Cómo es la comida?

J. R.: "Meal ready to eat". Hay como 15 menús. Al cabo de un tiempo todo sabe igual. Pero siempre viene una botellita chiquita de tabasco, que es con lo que se cambia el sabor de la comida. Generalmente tomamos agua. En la cantimplora no se puede meter un líquido distinto, porque queda sabiendo a eso. Si uno quiere calentar la comida, trae una bolsa con un químico que activado con un líquido, a los cinco minutos está caliente. Pero esa no es una prioridad: es alimentarse, sobrevivir y que le "haga la magia" en las tripas.

M. I. R.: ¿Se hace amigos entre los iraquíes?

J. R.: Nunca interactuamos con los civiles si no es para llevarles agua o porciones humanitarias. En la invasión, ellos estaban felices de que hubiéramos llegado. Ahora las cosas han cambiado mucho.

M. I. R.: ¿Lo alegró la ejecución de Saddam Hussein?

J. R.: No soy partidario de terminarle la vida a nadie. Pero ese señor fue directo responsable de las muertes de 148 kurdos al norte de Irak, que a mí me conste.

M. I. R.: ¿Cuál fue la peor batalla que recuerda?

J. R.: Cuando íbamos entrando a Al-Nazaria. Eran las 3 de la tarde y había mucha resistencia civil. Ahí nos cambiaron las reglas, en el sentido de que si estábamos amenazados, teníamos el derecho de defender nuestras vidas y nivelar la amenaza. Habían entrado los helicópteros cobra a mirar la situación. Pasamos la ciudad y nos hicimos en círculo para descansar. Estábamos en 2 por ciento, que significa que dos personas estaban arriba vigilando con cámaras nocturnas. Íbamos a empezar a comer y la vigilancia nos dijo que teníamos movimiento hacia el norte. El terreno era desierto montañoso y se podían observar hombres que se movían hacia nosotros con lanza-granadas. Nos ordenaron que nos montáramos en los carros y descubrimos que nos habían montado una emboscada. Duró toda la noche ese combate. Pedimos soporte aéreo y teníamos una luz clasificada para distinguirnos, pero la de mi grupo no se encendió. Temíamos pasar por tanque enemigo. A mí me tocó salir en medio de la balacera, corriendo rapidísimo, a cuadrar con un compás una guía para la dirección exacta de la ofensiva. Ese fue un momento que no se me olvidará nunca. Al otro día supimos que para llegar hasta allá, el enemigo había utilizado buses con civiles e inclusive con niños para camuflarse.

M. I. R.: ¿Por qué lo pensionaron a los 23 años?

J. R.: Por un accidente. El conductor de nuestra caravana, no sé si se quedó dormido o si se le dañaron los frenos, se estrelló. Me lesioné la columna y me jubilaron a los 23 años, después de que me dieron de baja.

M. I. R.: ¿Se arrepiente de algo de esa experiencia?

J. R.: Varios amigos míos han caído en combate, pero yo no puedo tener una visión egoísta de esta guerra. No conozco la primera mamá que quiera que su hijo se muera en la guerra, pero quizás el valor de esta se pueda llegar a apreciar algún día, a través de los años. Si la muerte de ellos está justificada, no lo sé, pero prefiero pensar que no fue por nada.

M. I. R.: ¿Entre los pro Bush o anti-Bush, o sea, entre los que quieren que las tropas gringas se devuelvan ya o que se queden otro tiempo, dónde está usted?

J. R.: Con respecto a la guerra, pienso que se pudo haber manejado demasiado diferente. Tenemos al equivalente del ministro de Defensa, Donald Ramsfield, que acaba de renunciar a todo lo que él planeó. El presidente Bush está siendo presionado para abrirles las puertas a todas las posibilidades. Sin embargo, creería que se necesita más manejo de ideas, pero no retirarnos ahora, en momentos en que Estados Unidos ha perdido mucho en imagen. Igual, el error ya se cometió, o el beneficio ya se hizo. Se necesita, o terminar de arreglar el error, o terminar de consolidar el beneficio. Lo único que no podemos hacer es irnos a medias.

M. I. R.: ¿Si un hijo suyo le dice mañana que quiere enrolarse en el Ejército de Estados Unidos, lo animaría?

J. R.: Lo único que sé es que jamás pagaría por una libreta militar, como se hace en Colombia. Pienso que todo ciudadano debería prestar servicio militar para servir a su país. Si un hijo mío considerara la marina norteamericana como un componente de su vida, ¿quién soy yo para decirle que no?