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La semana pasada, los niños wayuus del centro educativo Kamüsüchiwo’u, en la alta Guajira, recibieron su primer diccionario indígena bilingüe: en su lengua natal y en español

EDUCACIÓN

Letras indígenas

¿Cómo se educan hoy los niños indígenas colombianos? SEMANA viajó a La Guajira y a la Sierra Nevada para retratar el caso de los wayuus y de los arhuacos.

13 de mayo de 2006

El centro educativo Kamüsüchiwo'u es un oasis en el desierto. Se divisa en la distancia, entre las ráfagas amarillentas de viento y los cactus. Su frente es una pared de adobe de 60 metros de largo con una puerta angosta. A lado y lado de ésta hay mujeres vestidas con llamativas mantas de colores, sentadas al estilo wayuu y con su rostro cubierto con scheepa, un maquillaje ancestral de tinte vegetal y cebo de ovejas, que las protege del sol abrasador.

Adentro hay centenares de niños. Algunos juegan entre la arena y otros leen recostados en los chinchorros. En sus manos tienen el primer diccionario indígena bilingüe wayuu, en su lengua natal, wayuunaiki, y en español. Cuando la obra les fue entregada, a principios de este mes, se marcó un hito en la historia educativa no sólo de los wayuu, sino de las comunidades indígenas del país.

"Este libro es la cristalización de un sueño. Porque ahora tenemos en nuestras manos nuestra cultura, nuestra memoria y nuestros valores. Antes los transmitíamos de generación en generación de manera oral y ahora están aquí en papel. Es maravilloso", explica Bibiana Gisela Constan Federo, indígena wayuu del clan Epinayu y directora del Centro etnoeducativo Integral Rural número 2 Kamüsüchiwo'u.

Se trata de una compleja red educativa en la que estudian 2.018 estudiantes. Está ubicada en el municipio de Uribia, en la alta Guajira, y es la más grande de un total de 39 sedes. Y tiene la virtud de que su construcción arquitectónica es netamente wayuu: paredes de barro y techo de yotojoro, el corazón del cardón, una de las pocas plantas silvestres que aquí crecen.

Fue fundada hace 20 años con el apoyo de la compañía carbonífera Cerrejón y en ella se ofrecen clases hasta octavo grado. Su directora es ambiciosa y dice que la meta es crear más niveles, pero también dotarla de todos los elementos tecnológicos existentes: "Queremos meterles computadores e Internet. Uno de los problemas de nuestro atraso pasa por la inmensa brecha existente en el terreno educativo y nuestro propósito es acortarla al máximo". Por eso ella sueña con sumar a las 12 aulas existentes en su sede principal una más de informática. Para esto ya hizo la solicitud, a través del servicio de Compartel.

Pero ¿es posible dotar de tecnología y buena educación a las comunidades indígenas del país? El camino está lleno de espinas. Por ejemplo, hay casos de muchos niños wayuu que deben caminar tres o cuatro horas por el desierto para llegar a clase a este centro. Como algunos madrugaban el lunes y se quedaban entre las dunas una o dos noches, el centro sufrió una mutación y hoy tiene internado para 70 niños. Sólo tienen acceso oficial los mayores de 5 años, pero algunos mayores traen a sus hermanos de 4 ó 3 años que reciben el título de asistentes.

A pesar de todas las buenas intenciones y de que este programa recibió un reconocimiento de la Cepal en 2005 por su aporte a la educación indígena en América Latina, la escasez de recursos y de consolidación de programas es evidente.

Si esto sucede en este programa excepcional, la pregunta que surge es ¿cómo será con el resto de comunidades indígenas en el país? Para el antropólogo Julio Marino Barragán, asesor de la Organización Gonawindúa Tayrona, son pocos los modelos rescatables de educación indígena. "Hay trabajos dignos de admirar en el caso de los paeces y los guambianos, en el departamento de Cauca, pero esos son la excepción porque en general hay un evidente abandono y, después de muchos años de discusión, el Estado colombiano no sabe qué hacer al respecto", dice.

Para él, los temas centrales en la educación de los pueblos indígenas deben girar en torno a los problemas relacionados con la interculturalidad y el bilingüismo, más que al simple asistencialismo de la donación de textos escolares. Máxime si éstos no están debidamente homologados a las condiciones específicas de los pueblos indígenas y sobre todo cuando en Colombia existen más de 84 pueblos muy diferentes y con orígenes de tradición bien distintos.

Su comentario surge a propósito de una tendencia que ha ido avanzando en los últimos años, el aporte cada vez mayor de la empresa privada para la publicación de textos, y la donación de obras literarias para los indígenas (ver recuadro).

Al publicar las experiencias de cada etnia se retroalimentan hasta lograr el fortalecimiento del conocimiento indígena, a través del texto, lo que lo hace más perdurable en el tiempo. Pero si no se concierta con las comunidades indígenas la temática de las obras donadas, se corre el riesgo de desplazar el conocimiento de la comunidad.

Porque no se trata de dar por dar. Es un propósito noble, pero si no se hace en forma técnica y con el debido seguimiento, es como arar en el desierto. Si las compañías o empresas quieren contribuir al desarrollo educativo de los indígenas, el proceso debe cumplir todas las fases. Y en especial la de acercarse a estos pueblos no sólo de manera asistencialista, sino con la convicción de que lo que debe primar es la cultura autóctona.

Por ejemplo, hay casos en los que las escuelas reciben asesoría basada en la noción de la educación urbana, cuando los tipos de construcción son distintos para cada pueblo nativo. Además, es urgente que el Ministerio de Educación defina una política operativa porque en el papel las leyes brillan, pero muchas comunidades se quejan porque nunca ven su aplicación.

Esta realidad dispersa arremete contra los pueblos indígenas, a pesar de los esfuerzos de profesoras como Bibiana Gisela, que trabaja casi 20 horas diarias entre el calor sofocante y la arena, para que su cultura sobreviva y se eduque.