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¡Libérenlos ya!

Los 25 rostros en la carátula pertenecen a los policías y soldados que siguen en la selva, algunos con más de 10 años de secuestro. Hoy Colombia macha por su liberación y la de otros de 400 secuestrados.

12 de julio de 2008

Apesar de la euforia que contagió al país después del cinematográfico rescate de Íngrid Betancourt, los tres norteamericanos y 11 policías y soldados colombianos, el drama del secuestro sigue atormentando a cientos de personas que siguen cautivas y que temen que la alegría que han producido las últimas liberaciones los condene al olvido o a la muerte.

Íngrid Betancourt se ha convertido en el símbolo del flagelo del secuestro. Su imagen martirizada le dio la vuelta al mundo, así como el clamor por la libertad que hizo en su última carta, dirigida a su madre y publicada en diarios de todos los continentes. Por su liberación se habían movilizado gobiernos de Europa, iglesias y organizaciones civiles de todos los tintes políticos. Por eso su liberación bien se puede considerar la mayor victoria del actual gobierno. Su imagen en el mundo está mejor que nunca, y las Fuerzas Armadas, con su audaz e impecable operación 'Jaque', ya cuentan con el respeto y la admiración de todos los Ejércitos modernos.

Pero, pasado el júbilo de la celebración, hay que recordar a quienes no han regresado. Aún quedan encadenadas en la selva 25 personas a quienes las Farc consideran "canjeables". La mayoría de ellos son policías y soldados que estaban cumpliendo su deber y que combatieron heroicamente el fuego enemigo para defender la democracia en momentos en que las Fuerzas Armadas estaban débiles, mal apertrechadas y sin capacidad para darles refuerzos o evitar que fueran masacrados o secuestrados. Algunos de ellos cargan en sus espaldas 10 años de estar pudriéndose en la selva. Increíble. Hombres como Pablo Emilio Moncayo y José Libio Martínez, que pelearon con la guerrilla en el cerro de Patascoy cuando eran casi niños, y han pasado los años más preciados de su juventud encerrados entre alambres de púas o en la vorágine de la jungla impenetrable. O el coronel Luis Mendieta, cuya salud está tan deteriorada que a veces tiene que arrastrarse como un animal porque no puede sostenerse de pies. O el ex gobernador del Meta Alan Jara, quien, según sus compañeros de cautiverio, se ha convertido en estos años aciagos en el soporte moral e intelectual de los demás. La soledad de Óscar Tulio Lizcano, que ha vivido su largo secuestro sin más compañía que su sombra, o la desazón de Sigifredo López, que debió vivir de cerca el fusilamiento de sus 11 colegas diputados del Valle el año pasado.

Sin embargo, la tragedia de los 25 secuestrados considerados "canjeables" y cuya libertad depende de la voluntad política de las Farc no puede opacar el drama inenarrable que también han vivido en los últimos años más de dos millares de secuestrados con fines extorsivos.

El secuestro como arma política y bayoneta de guerra se ha convertido en la vergüenza del las guerrillas colombianas frente al mundo y en la tumba de sus ideales revolucionarios. Aun así, ni las Farc ni el ELN han sido capaces de abandonar esta abominable práctica de traficar con la vida y la libertad humanas.

Las vidas de decenas de hombres y mujeres se han extinguido en cautiverio, lejos de sus seres queridos y luego de sufrir los peores vejámenes por parte de sus victimarios. Algunos en fallidos intentos de rescate, como el ocurrido cinco años atrás en Urrao, Antioquia, donde murieron fusilados por los guerrilleros el gobernador de ese departamento, Guillermo Gaviria; el ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri, y 10 militares. También fusilados murieron los 11 diputados del Valle en las selvas de la cordillera occidental. Pero la inmensa mayoría ha perdido la vida en manos de sus captores, luego de aguantar hambre, o porque se desmoronaron ante la inhumanidad de su reclusión, o simplemente de pena moral ante el grado de barbarie de sus semejantes. Ancízar López, un anciano patriarca del Quindío, de 80 años, murió en manos del ELN, así como el joven empresario de la costa Mauricio Vives Lacouture. Estos son apenas unos casos, pero hay miles, todos invisibles a los ojos de los colombianos

Pero la sociedad civil se ha venido despertando. Aunque tarde, ha empezado a sensibilizarse y a participar activamente en las iniciativas contra el secuestro, la desaparición forzada y demás formas de violencia, que en nombre de ideales o de la guerra pisotean la dignidad humana. El último año Colombia ha sido una sola voz y ha expresado su rechazo a la violencia desde lo más profundo de su alma. Pero, sobre todo, se ha indignado contra el secuestro como símbolo de la degradación moral de un puñado de seudo revolucionarios que han 'lumpenizado' su lucha y traicionado su ideas. Ese sentimiento auténtico y masivo por la recuperación moral del país ha trascendido las fronteras y se ha convertido en un poderoso mensaje político ante el mundo. Colombia empieza a doblegar la violencia. La dignidad le está ganando a la ignominia. Y el mundo está empezando a reconocerlo.

Los secuestradores han quedado desnudos, en su infamia. La guerrilla se está pudriendo en su inmoralidad. Los delincuentes comunes deberán buscar escondederos a peso para que no les caiga el aplastante peso de ley. Y la sociedad debe seguir repudiándolos hasta que el último colombiano cautivo recobre la libertad.

Mucho se ha especulado sobre la posibilidad de que las guerrillas abandonen el secuestro. Pero más allá de la retórica no hay gestos convincentes que permitan estar optimistas al respecto. Las liberaciones unilaterales realizadas por las Farc a principios del año fueron muy positivas pero, infortunadamente, no desembocaron en la búsqueda de solución humanitaria de fondo. La insistencia en un despeje militar como prerrequisito para un intercambio humanitario se ha convertido en un obstáculo insuperable para que se logre la libertad de los secuestrados.

Por eso la sociedad colombiana, acompañada por millones de voces en todo el mundo, no dejará de clamarles a las Farc que liberen sin condiciones ni dilaciones a todas las personas que tienen en su poder. Tanto aquellos que han sido tratados como botín de guerra, como los que han sido utilizados como mercancía. Este es un imperativo moral y político que podría abrirle las puertas al diálogo y restablecer algo de civilidad a la ya decadente guerra colombiana.

El éxito de la operación 'Jaque', en la que se rescataron 15 rehenes, tampoco puede conducir al equivocado paradigma de que por esta vía pueden ser liberadas todas las personas cautivas sin derramar una gota de sangre. El impecable triunfo militar de ese episodio no puede obnubilar al Estado y negarle la opción del diálogo para buscar esas liberaciones, pues sin duda los métodos pacíficos garantizan mayor seguridad para las vidas de las víctimas. Así como la operación 'Jaque', que se hizo sin disparar una sola bala, mostró la grandeza de las fuerzas militares, restablecer un mecanismo dialogado puede demostrar la grandeza de la política.

Todos los secuestradores, pero en particular las Farc, deberían atender el llamado que la sociedad entera, volcada en las calles, les hacen una vez más. Este domingo 20 de julio de nuevo toda Colombia repudiará el secuestro en las calles y clamará por el regreso, con vida, de todos los secuestrados. Y deberá salir cuantas veces sea necesario. Porque la sociedad colombiana empieza a entender que al poder brutal de la barbarie se le puede oponer el poder civilizado y magnífico de la movilización masiva. Una voz popular que los bárbaros no podrán ignorar más.