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Los 100 dias de Uribe

Aunque no ha mejorado la situación de los colombianos,el Presidente ha logrado un cambio sicológico que les ha devuelto la esperanza.

10 de noviembre de 2002

A los 100 dias del nuevo gobierno una cosa es evidente para los colombianos: hay Presidente.
Y lo tienen claro, sobre todo, quienes lo rodean. Lo tiene claro el general Carlos Alberto Ospina, comandante del Ejército, a quien llama tres veces al día -y a cualquier hora- para saber qué pasó con tal operativo, por qué no han enviado los helicópteros a rescatar a tal secuestrado, o qué pasó con la movilización de tropas a tal sitio. Lo tiene claro el ministro de Hacienda, Roberto Junguito, quien tuvo que presentar en Palacio tres veces la reforma tributaria porque en cada reunión el Presidente llegaba con el proyecto subrayado para 'peluquearle' el IVA ("No voy a gravar la pobreza", dijo). Y la reforma pasó del 2,7 del PIB al 1,5. Lo tiene claro el ministro de Salud y Trabajo, Juan Luis Londoño, quizás uno de los mayores expertos en temas sociales en América Latina, quien tuvo varios debates de varias horas con él sobre la reforma pensional y terminó incluyendo todas las recomendaciones que le hizo el Presidente ("La mitad de las ideas de la reforma son de él"). Lo tiene claro el vicepresidente, Francisco Santos, que en medio de un consejo de ministros, en el cual todos pedían plata, Uribe descubrió en tres instituciones, perdidas en el follaje burocrático del Estado, de dónde sacar los recursos que ninguno en el gabinete había podido encontrar ("Tiene un increíble conocimiento del Estado").

Pero no sólo su guardia pretoriana siente que el Presidente está al mando. El resto del país siente que tiene un líder. Su imagen favorable es de 74 por ciento, el 67 por ciento considera que es un estadista, el 83 por ciento dice que es ejecutivo y el 74 por ciento lo ve cercano a la gente, según la última encuesta de Gallup.

¿Qué hay detrás de semejantes índices de respaldo popular cuando en el país hay 15 por ciento de desempleo, 25 millones de pobres, la economía tambalea y la barbarie no cesa? Además de su liderazgo, tres factores pueden influir en esa percepción de los colombianos.

El primero es la austeridad. El estilo de Uribe es mucho más cercano al ascetismo del monje benedictino que al derroche tropical del gobernante latinoamericano. Con sus políticas de reemplazar los viajes por teleconferencias, de reducir los suculentos desayunos en Palacio a tinto y pandeyuca, o de recortar consulados y embajadas, Uribe encarna el sacrificio del común de la gente y no la vanidad irritante del poder. Es un colombiano más y no el personaje intocable con banda presidencial. Y eso gusta. Sobre todo en un país que sufre.

El segundo es el de trabajo. O, más aún, la ética del trabajo. La ya antológica disciplina del Presidente y su consabido sonsonete (trabajar, trabajar, trabajar) es una reivindicación del esfuerzo y la perseverancia frente a un país que vivió demasiados años en la burbuja del dinero fácil. Y tercero, el compromiso. Casi nadie duda que el Presidente está haciendo lo posible para sacar el país de la crisis. Sus consejos comunitarios, por ejemplo, en los que se sienta -con sus ministros? a oír durante más de 10 horas los problemas de los tenderos, campesinos, comerciantes, desempleados o prostitutas, son una muestra de que el Presidente quiere tomarle el pulso a un país que nunca pisará los tapetes rojos del Palacio de Nariño.

¿Acaso llegó el mesías?

Para muchos sí. La gente ya habla en los corrillos de qué será lo que tendrán las gotas homeopáticas que se toma cada cuatro horas. Cómo hace para tener el don de la ubicuidad: Chocó, Riohacha, Guainía y Medellín antes de que caiga el sol. O a qué horas duerme. Empiezan a tejerse historias detrás del hombre. Pero la realidad es mucho más simple: en un país de ciegos el tuerto es rey. En un país que no había sido gobernado en ocho años Uribe es un mesías. Porque a los colombianos, tan propensos a la amnesia, se les había olvidado lo que era tener un presidente. Y Uribe es sólo eso: un Presidente.

Y un Presidente que sólo lleva 100 días. Está, como todo gobernante, en su luna de miel. Con los vientos de cambio soplando a su favor, con el margen de maniobra y el capital político para tomar decisiones. Como lo tuvieron en su momento Gaviria o Barco, o cualquier otro presidente, salvo Andrés Pastrana, que cuando habían transcurrido sólo tres meses de gobierno ya tenía 62 por ciento de desaprobación. Y esa circunstancia también favorece a Uribe. No es lo mismo ser presidente después de Carlos Lleras que de Andrés Pastrana.

Y Uribe, hasta el momento, está cumpliendo las expectativas. Sobre todo en el tema del manejo de la guerra, que es el tema central del país. El péndulo sicológico de la opinión pasó de Chamberlain a Churchill.

Tan lejos, tan cerca

No hay duda que el presidente Uribe manda. Sin embargo, ¿cómo manda Uribe? Mejor dicho, cuáles son las características de un estilo de gobierno que lo tiene en la cresta de la popularidad y que lo ha convertido en el símbolo del trabajo y en la esperanza de la sociedad colombiana.

El presidente Alvaro Uribe sabe que el "diablo está en los detalles". Por eso revisa hasta el más mínimo. Llama a los alcaldes para averiguar sobre el estado de obras y a los comandantes de los batallones para tener de primera mano reportes de la situación del orden público. Más de un burgomaestre ha quedado fuera de base frente a una intempestiva llamada de la Casa de Nariño a las 6 de la mañana.

En los consejos comunitarios que ha celebrado por todo el país escucha hasta el más pequeño reclamo de los asistentes aunque la jurisdicción para resolver el problema se limite al municipio o departamento. Esto lo ha convertido en un primer mandatario demasiado enfocado en atender 'minucias' que, si bien son de la máxima importancia para la gente, le quitan tiempo para resolver problemas de mayor envergadura e impacto en el país.

Aquí hay que preferir un balance: ni tan lejos de la población que parezca encerrado en una torre de marfil, ni tan cerca que pierda la visión macro de los temas. "El Presidente se mete demasiado en los detalles y a veces perdemos el norte. En ocasiones los árboles no dejan ver el bosque", dijo una alta fuente del gobierno.

Son cuestiones del estilo de gobierno de Alvaro Uribe que se han convertido en su sello personal. Para Jorge Iván Bonilla, director de la maestría en comunicación de la Universidad Javeriana, Uribe tiene un "discurso en ocasiones paternalista y emplea un lenguaje común y coloquial". Tendencia paternalista que lleva al mandatario a querer que todo pase por su escritorio y a controlar al máximo la toma de decisiones en el gobierno.

Nadie gobierna solo

En un país con tantos problemas en las regiones no hay nada mejor que el jefe del Ejecutivo venga a dar la cara y enterarse de los problemas. No obstante el excesivo interés en los detalles está proyectando la imagen de un Presidente sin prioridades. Como todo es importante, nada termina siéndolo. A pesar de que los temas económicos, de seguridad y de manejo con el Congreso parecieran ser del corazón del presidente Uribe, no es claro a cuál de ellos el gobierno apuntará primero. Al fin de cuentas, gobernar no es solucionar todos los problemas sino escoger cuáles resolver y en qué orden.

Además estos primeros 100 días han reforzado la percepción general de que hay más Presidente que gobierno. Con un jefe de Estado que modera los consejos comunitarios, que interpela a los funcionarios en favor de los asistentes y que marca el paso de los ministros con las madrugadas y las jornadas maratónicas, el resto del aparato gubernamental parece no existir y sólo despertar a la orden del jefe.

Los ministros no hablan con tranquilidad y eso dificulta que transmitan a la ciudadanía cuáles son las políticas que seguirán y a qué áreas de sus carteras les darán más impulso. Está bien que los ministros no tengan el protagonismo presidencial pero no tanto como para que sacrifiquen su propia cuota de liderazgo. Lo cierto es que nadie gobierna solo y el presidente Uribe requiere que el engranaje estatal funcione bien aceitado para que los resultados se vean. Porque una cosa es dar la solución en un consejo comunitario en horario triple A y otra muy distinta que se haga realidad.

¿Y los logros?

Más allá del estilo y de la necesidad de ministros más activos, ¿cómo le ha ido a la administración Uribe en este pitazo inicial? Han sido tres los ejes en torno a los cuales ha girado la actividad del gobierno en estos 100 días: la seguridad, la economía y la reforma política. En el tema de seguridad hay una política integral, clara y coherente cuya punta de lanza es la recuperación del territorio. Medidas como la red de cooperantes, los soldados campesinos, las caravanas turísticas y las zonas de rehabilitación muestran que el gobierno Uribe quiere 'reconquistar' ciertas zonas del país que han estado bajo la sombra de terror de los grupos armados. Parte esencial de la recuperación del territorio está en ganarse el apoyo de la población civil, similar a la estrategia de Mao Tse Tung de ganarse el 'corazón y la mente' de los civiles.

Más allá del desarrollo táctico de la guerra, en el que el Estado ha hecho avances significativos pero imperceptibles para la opinión, lo que es innegable es la sensación de seguridad que estas decisiones han producido en la mayoría de la población. Un 71 por ciento de los colombianos, según la última encuesta Gallup (ver encuesta), apoya las medidas del gobierno para combatir a la guerrilla. En esa misma encuesta la red de cooperantes obtiene un apoyo ciudadano del 84 por ciento mientras que las medidas de conmoción un 71 por ciento. Esto demuestra que, por ahora, la estrategia de 'ganarse' a la población le está funcionando al gobierno. Estos golpes sicológicos, como las caravanas de 'Vive Colombia', no se pueden menospreciar ya que generan un ambiente de confianza y elevan la moral de los ciudadanos y de las tropas. Y el estado de ánimo es esencial para ganar cualquier guerra. No en vano Clausewitz señaló que la clave para ganar cuaquier guerra estaba en la solidez del triángulo gobierno-fuerzas militares-población.

Sin embargo a los golpes sicológicos hay que sumarles los militares. Y hasta ahora no se han presentado capturas de grandes jefes de la guerrilla o de los paramilitares ni muestras contundentes de que las Farc estén arrinconadas o desmotivadas por las acciones de las Fuerzas Militares. Por el contrario, como dijo el analista Alfredo Rangel, no hay nada que celebrar cuando lo más seguro es que las Farc estén en un repliegue táctico para que el gobierno se desgaste y ellos puedan preparar una gran ofensiva militar. Aún es temprano para una evaluación objetiva de este paquete de medidas en materia de orden público pero sí se nota que responden a una visión de seguridad compartida por el Ejecutivo y los altos mandos militares.

En lo económico la situación está color de hormiga. No obstante se destaca la voluntad política del gobierno de darse la pela para aprobar las reformas tributaria, pensional y laboral y la reducción del Estado (ver artículo siguiente). Sin embargo el desempleo no cede y el termómetro de los índices de pobreza y hambre está que revienta. A la sensación de seguridad en las carreteras es urgente que el gobierno le meta la mano a la seguridad en el bolsillo, o al menos en la mesa del comedor. No es un secreto que el presupuesto para el próximo año privilegia los gastos de seguridad y defensa por encima de la inversión social.

Paradójicamente, siendo el presidente Uribe un excelente político, es en la política donde peor le va en estos tres meses. El gobierno concentró en el referendo su política contra la corrupción y de reforma a las costumbres políticas. No obstante, el texto del referendo perdió desde el principio sus dos dientes más fuertes: la revocatoria del Congreso y el unicameralismo. En ese momento el proyecto de referendo se convirtió en un 'árbol de Navidad' al que el gobierno le colgó desde una medida de ajuste fiscal hasta la penalización de la dosis personal de marihuana.

Al final el presidente Uribe terminó apoyando una prórroga del mandato de alcaldes y gobernadores en un desesperado intento por reclutar jefes de debate en las regiones que consigan los más de seis millones de votos que necesita el referendo para ser una realidad. Hoy en día el proyecto sigue su trámite en el Congreso y seguramente será aprobado. Claro está que el costo político que el Presidente ha asumido por el manejo del ministro Fernando Londoño aún falta por verse. Como dijo un congresista uribista, "el referendo sigue vivo gracias a los políticos y no a las floridos discursos del Ministro".

El futuro

Cien días no son suficientes para adivinar cómo será este gobierno. Pero sí alcanzan para calibrar el talante de un presidente y para vislumbrar algunos escenarios. En el económico el futuro es difícil de predecir. Al presidente Uribe le tocó bailar con la más fea y está haciendo lo posible para sacar al país de la olla. No obstante, son los temas económicos los pies de barro de la imagen mesiánica del primer mandatario. Según la encuesta Gallup el 55 por ciento de los colombianos desaprueba la gestión del gobierno contra el desempleo y el 58 no apoya al Presidente en sus decisiones sobre el costo de vida.

Claro está que si la economía reacciona favorablemente a los esfuerzos oficiales sería el último empujón para que la popularidad del Presidente llegue a la estratosfera. Ese fue el caso del ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton. Mientras la economía anduvo bien, sus compatriotas le perdonaron de todo, hasta sus andanzas freudianas con Monica Lewinsky.

En cuanto a la política de seguridad, resta esperar que la estrategia produzca resultados contundentes contra la guerrilla, los paramilitares y el narcotráfico. Al igual que la reactivación económica, golpes simbólicos contra los grupos al margen de la ley, como la captura del 'Mono Jojoy' o alguna victoria militar contundente, consolidarían el apoyo del que ya goza el gobierno. La popularidad del ex presidente peruano Alberto Fujimori también se disparó cuando la Policía capturó a Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso.

En otros 100 días más ya el referendo estará aprobado y el país verá al presidente Uribe en campaña para conseguir la votación suficiente. Con un gobierno desdibujado frente al estilo presidencial, ¿quién mandará a Colombia cuando el primer mandatario esté viajando por el país moviendo el sí al referendo?

En una cosa Alvaro Uribe no ha defraudado a los colombianos: prometió cambio y cambio ha habido. Cambió el estilo de gobierno, cambió la política de seguridad y cambió la agenda del Congreso. Asimismo, cambió el pesimismo apático por un optimismo esperanzador de que las cosas pueden mejorar. Como dice un chiste de Internet, Colombia pasó "del inútil al intenso". Ahora viene lo más difícil: que el gobierno alcance el ritmo del Presidente para que las percepciones se vuelvan realidad