Home

Nación

Artículo

| Foto: Marco cequera

PAZ

Los dilemas de la paz

Sobre víctimas, verdad y justicia no hay acuerdo todavía porque gobierno y guerrilla se enfrentan a difíciles dilemas morales y políticos.

2 de mayo de 2015

El próximo 16 de mayo se cumplirá un año desde que la Mesa de Conversaciones de La Habana produjo el último acuerdo, sobre solución al problema de las drogas. Desde entonces, los delegados del gobierno y las Farc empezaron a discutir el punto de víctimas y no han logrado salir de él. Y al parecer, todavía está crudo. En Colombia, la sensación es que en Cuba no se avanza. Más que estancamiento, lo que hay es un nudo gordiano que implica tomar decisiones con implicaciones morales y políticas muy fuertes.

El tema de víctimas se reduce, a la postre a dos asuntos: las verdades de la guerra y la justicia para los responsables de crímenes atroces. Tal como se esperaba, estos han sido los puntos más complicados de la agenda porque afectan directamente a las elites, tanto de las Farc como del gobierno, y porque implican asumir posiciones éticas frente al país. Son aspectos donde también está en juego toda la dimensión humana (e inhumana) de la guerra. Las partes se juegan su papel en la historia, y están frente al espejo de sus actos pasados, y las consecuencias de estos sobre su futuro. Estos son los entuertos del proceso de paz.

Dignidad vs. Seguridad jurídica

Tanto la guerrilla como los militares consideran que libraron la guerra por buenas razones. Las Farc no quieren ir a la cárcel porque se ven a sí mismas como rebeldes con causa, y no como delincuentes. Los militares, por su parte, no quieren ser equiparados a la guerrilla, porque consideran que ellos han defendido la democracia, y no atentado contra ella. Verdad y justicia, que son lo que demandan las víctimas, hieren, necesariamente, sus imaginarios de dignidad y heroísmo. Y las salidas a este dilema están divididas. Las Farc creen que una comisión de la verdad sería la mejor manera de hacer justicia, y enfrentar el pasado sin llegar a un castigo.

Para el gobierno debe haber castigo con “algo de privación de libertad”, pues así lo ha dado a entender la fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, y en ese sentido su apuesta es por una fórmula de justicia transicional para todos. Algo que no solo rechazan las Farc, sino un sector de los militares.

El problema es que mientras más dignidad se otorgue a los actores en la Mesa, menos seguridad jurídica tendrá el acuerdo en el tiempo. Si para las Farc es indigno ir a la cárcel, quedan expuestos a que los tribunales internacionales los llamen a rendir cuentas por desapariciones forzadas, masacres y reclutamiento de niños. Y los militares se niegan a aceptar la justicia transicional. Convencer a unos y otros ha resultado una tarea demasiado ardua. Encontrar una fórmula equilibrada y aceptable para todos puede tomar mucho más tiempo aún.

Los máximos responsables

El Marco Jurídico para la Paz contempla que se juzgue a los máximos responsables de los crímenes de lesa humanidad y de guerra. Encontrar a los máximos responsables de las Farc no es difícil, pues su estructura es muy jerárquica, llevan varios años como jefes las mismas personas, y sus peores actos han estado a los ojos de todo el país y las investigaciones judiciales ya tienen suficiente material probatorio.

Pero ¿hay máximos responsables del lado del Estado? Aunque para muchos en el gobierno es obvio que quienes estarán en el banquillo son los altos oficiales de las Fuerzas Armadas que se aliaron por ejemplo con los paramilitares, o que ganaron medallas a punta de falsos positivos; para un sector de los militares quienes deben sentarse ante la justicia son los ministros de Defensa y presidentes. Uribe y Santos, por ejemplo. Esta posición es compartida por las Farc.

Aunque el propio comisionado de paz, Sergio Jaramillo, ha dicho, incluso a los empresarios, que en la guerra hay responsabilidades compartidas, la verdad es que un escenario como los juicios de Nuremberg, donde fueron juzgados nazis civiles, es no solo improbable en Colombia sino absurdo. No obstante, esto no quiere decir que no haya un problema, al que el expresidente César Gaviria le quiso salir al paso con su propuesta de perdón y olvido para todos, y el debate sobre el referendo para darle facultades al presidente para reglamentar por decreto el Marco Jurídico para la Paz. Sin embargo, por ahora no hay clima para un debate de estas características en el país, y este seguirá siendo uno de los mayores escollos para salir del punto de víctimas.

De Santos a Timochenko

Como ha dicho el analista León Valencia en varias ocasiones, la guerra consiste en quitarle legitimidad al adversario, mientras la paz consiste en otorgársela. En medio de la guerra, ministros y presidentes, con razón, han tratado a la guerrilla de terrorista y narcotraficante. La guerrilla a su vez, de tirano, corrupto y asesino al Estado. A estas alturas, ese lenguaje de la guerra, estigmatizador y polarizante, debería ir cambiando, para ser reemplazado por uno que facilite la paz y la reconciliación. No ha pasado porque las sensibilidades del país obligan a que ambas partes tengan un doble lenguaje: uno adentro de la Mesa, donde hay más confianza y sinceridad; y otro para la galería.

A eso se suma que tanto guerrilla como gobierno tienen más problemas con sus propias tropas de lo que se esperaba. Santos no ha podido convencer a ciertos sectores militares y del establecimiento económico y terrateniente de que la paz requiere cambios y reformas. Las Farc, a juzgar por el trágico ataque del Cauca que dejó un saldo de 11 soldados muertos y que violó el cese unilateral del fuego, tampoco tienen alineadas a todas sus tropas.

El problema es que, como lo señaló Daniel Coronell en su columna de la semana pasada, los destinos de Santos y Timochenko hoy en día están atados y necesitan darse mutuamente legitimidad en aras de una paz duradera.

Miedo al pasado, miedo al futuro

Los seres humanos hacen la guerra, y la paz también. En ambos lados de la Mesa hay miedo a enfrentar el pasado, a reconocer que se cometieron crímenes terribles que no tienen ninguna justificación. Pero también hay miedo al futuro. Las Farc, aunque desprecian las encuestas como una manipulación de la oligarquía, tienen sin duda temor a salir a la calle y ser linchados por una opinión que los odia. Muchos militares también tienen temores: a perder poder, protagonismo y presupuesto. La paz exige un ejercicio de imaginación moral colectivo para el futuro y no solo lavar las culpas del pasado. No se trata solo de un pacto político de los partidos y sectores decisivos sino de construir una idea de porvenir posible. En esa idea de sociedad reconciliada, los implicados en la guerra, guerrilla, y militares deben tener la certeza sobre cómo les irá, de que tendrán un lugar en ese futuro y no una incertidumbre perpetua. Algo que no es fácil de lograr en ninguna negociación.

Factor tiempo vs. Metodología

Cuando comenzaron las conversaciones el presidente Santos dijo que esta sería una negociación de meses y no de años. Sin embargo, ya va por el tercer año y el fin no se ve cerca. El problema con la prolongación del tiempo es que una metodología basada en la confidencialidad, la lejanía, y el aislamiento empieza a erosionar el proceso cuando la negociación tarda años. Y, ponerle plazos como ha ocurrido en el pasado no es la solución.

La manera de superar este impasse ha sido trabajar en paralelo otros puntos de la agenda, como el desescalamiento del conflicto. Pero se necesitan otros saltos cualitativos. A lo mejor, el acercamiento con el senador Álvaro Uribe, y con los sectores más críticos, permitirá que se pueda hablar de temas tan espinosos como la verdad y la justicia, sin temor a ser acorralados por la opinión pública. Y ventilar propuestas audaces que nadie se atreve a hacer en un clima tan tenso, pero que son cruciales para darle celeridad al proceso de paz.