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Los dinosaurios inextinguibles

Más que el fin de los partidos políticos tradicionales, el triunfo de Alvaro Uribe confirma la capacidad de adaptación de liberales y conservadores.

Francisco Miranda Hamburger
23 de diciembre de 2002

Para muchos observadores la victoria electoral por primera vez en la historia de un disidente del Partido Liberal, Alvaro Uribe, y la ausencia de un candidato propio del Partido Conservador eran el principio del fin de los partidos políticos tradicionales colombianos. En un entorno latinoamericano con sistemas políticos en transformación como el venezolano y el ecuatoriano, el uribismo, coctel oportunista de conservadores, liberales renegados e independientes, podría constituirse en el embrión de una nueva organización política como el Partido Nacional de Rafael Nuñez a finales del siglo pasado. Era el meteorito para unos dinosaurios políticos resistentes a la evolución.

Sin embargo nada indica que el gobierno de Uribe será el enterrador de las redes de liberales y conservadores que aún detentan porciones importantes del poder político en el país. Todo lo contrario, las medidas incluidas en el referendo y en la reforma política que hicieron trámite en el Congreso favorecen claramente los grandes partidos y golpean los pequeños movimientos. Ha hecho carrera la bondad de contar con organizaciones políticas fuertes aunque hace falta el debate sobre cómo se quieren.

Esta discusión va en contravía con la idea generalizada de la 'muerte' de los partidos. ¿Existen el Partido Liberal y el Conservador? ¿Y si es así, por qué siguen siendo poderosos e influyentes? ¿Hay terceras fuerzas en el sistema político colombiano que sustituyan en el mediano plazo a los tradicionales? ¿Qué consecuencias tiene para el país el estado actual de liberales y conservadores? Estas son preguntas que una serie de politólogos ha tratado de responder en libros y ensayos durante la última década. Y que medios de comunicación y formadores de opinión han abordado en la mayoría de los casos con mucha ligereza.



Jurassic Park

En primer lugar, los partidos Liberal y Conservador están vivos y coleando. No sólo existen sino también en el caso del Liberal, "sigue ganando muchas elecciones y es la única identidad política fuerte y estable que sobrevive en Colombia", afirma el profesor Francisco Gutiérrez Sanín. Es innegable que no es lo mismo ser liberal hoy que hace 20 años. La encuesta Gallup de noviembre señala que el 22 por ciento se declara liberal mientras que un 7 por ciento se considera conservador. Otro 15 por ciento pertenece a otros partidos y el 69 por ciento afirma no militar en ninguna organización política.

El 'sentimiento' liberal, o en otras palabras el trapo rojo, está en franca caída. Asimismo, que el candidato presidencial conservador Juan Camilo Restrepo haya estado toda su breve campaña compitiendo contra el margen de error es una buena explicación para su retiro temprano. Ahora bien, que los colombianos no se sientan miembros de partidos políticos no se traduce automáticamente en la pérdida de los espacios de poder.

A pesar de que los votos para listas al Senado de candidatos con etiquetas oficialistas cayeron en las huestes liberales del 46 por ciento en 1998 al 26 por ciento en 2002 y que las toldas azules disminuyeron del 12,1 al 11,3 en el mismo período, no se puede hablar de una toma de la Cámara Alta por terceras fuerzas. Si incluimos las listas de movimientos de origen liberal, las curules rojas saltarían a 50 de 102 mientras que los conservadores alcanzan los 29 escaños. Así, cuatro de cada cinco senadores es miembro oficial del Partido Liberal o Conservador o su carrera política nació en esas organizaciones.

Si a esto le añadimos las reglas informales en el Parlamento para conformar las distintas comisiones y escoger la mesa directiva, podemos encontrar que el puño de liberales y conservadores está más cerrado de lo que se piensa.

¿Quién puede hablar del fin de unas etiquetas políticas que en efecto son mayoría en el Congreso? El análisis se traslada entonces del problema de la 'existencia' al de la explicación de su organización y sus relaciones con los electores y con el Estado. Los partidos Liberal y Conservador son hoy una confederación atomizada de "microempresas electorales", término acuñado por el investigador Eduardo Pizarro. De las 'jefaturas naturales', centralizadas y piramidales, los cambios institucionales de la Constitución de 1991 estimularon la formación de redes políticas locales y fragmentadas. Hoy en día es más útil la aventura solitaria que la agregación de intereses.

Es decir, el individualismo y los intereses particulares dominan hoy el escenario político colombiano con las consecuencias sobre los proyectos colectivos que eso implica. Cabe entonces la pregunta: si cada quien aprovecha su pequeña pirámide de qué sirve continuar haciendo campaña por los partidos tradicionales.

Para entender que al menos un 40 por ciento de los congresistas considere útil el 'trapo rojo' o la bandera azul, hay que reconocer que, aunque golpeado, el sentimiento partidista no ha muerto, en especial en zonas rurales y fieramente politizadas. Aunque la urbanización y la desideologización hayan debilitado los lazos partidistas, muchos colombianos se siguen considerando liberales o conservadores por razones regionales, familiares y hasta culturales.

Recientemente los politólogos Gutiérrez Sanín y Andrés Dávila han cuestionado la utilidad del concepto de "microempresa electoral". Aunque este interesante debate teórico se sale de los límites de este artículo, permite mirar otras aristas de estudio de las redes políticas en Colombia y cómo se distribuye el poder entre ellas. La explicación va más allá de la visión del 'clientelismo' como un 'virus' del sistema político que hay que vacunar sino más bien como un elemento activo para comprender la actividad política.



Las fuerzas alternativas

Al alborozo de las nuevas fuerzas políticas que surgieron tras la Constitución del 91 -izquierda, indígenas, negritudes y cristianos- siguió un decantamiento de sus reales alcances tanto políticos como organizativos. Sin embargo, este año a la desaparición física de los militantes de la Unión Patriótica (UP) se sumó la legal: perdieron su personería jurídica.

El caso de la UP es simbólico de qué tan excluyente puede convertirse el sistema político ante una desprotección del Estado y cómo el ejercicio de la oposición puede volverse tan peligroso como los enemigos armados quieran. ¿Queda el lado izquierdo del espectro político colombiano huérfano ante la salida de la UP y del Partido Comunista?

Lo cierto es que las elecciones de 2002 mostraron una revitalización de los movimientos de izquierda. Antonio Navarro Wolff, Carlos Gaviria, Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo, Wilson Borja y Luis Carlos Avellaneda, entre otros, configuran una porción de líderes con orígenes en la izquierda democrática que alcanza el 10 por ciento del Congreso. La polarización del debate político que sirvió de trampolín a los candidatos uribistas también ayudó de paso a estas candidaturas a obtener representación parlamentaria. Pero, a diferencia de algunos temas como el referendo y las reformas económicas, no hay una unión consolidada entre estas facciones y su futuro electoral no es muy claro (ver recuadro).



La acción colectiva

En resumen, los partidos políticos tradicionales no están al borde de la extinción como se ha afirmado tantas veces. Son unos dinosaurios, al parecer, inextinguibles, que se adaptan a los nuevos ambientes y flexibilizan sus estructuras para aprovechar tanto las normas constitucionales como las reglas culturales de la sociedad. El darwinismo político que acabó con partidos como Acción Democrática en Venezuela no tiene el mismo efecto en el Liberal y el Conservador.

Eso no le quita importancia al debate sobre su escasa capacidad de interlocución entre los electores y los poderes públicos. ¿A quién representan los partidos? O mejor dicho, cómo lograr que esas etiquetas, llenas de pasado pero incapaces de sumar, superen su actual estado de dispersión y particularismo.

El poder es el aceite de estas relaciones tan disgregadas. O en palabras de Francisco Gutiérrez, "fractalizadas". Los puntos incluidos en el referendo que se votará en 2003, como el umbral, la cifra repartidora y la reducción del Congreso, cuentan con estímulos para la agregación de fuerzas políticas. No obstante, los incentivos para que los políticos actúen solos siguen siendo atractivos y el escenario colombiano continúa repleto de liderazgos individuales sin mayores proyectos colectivos.