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LOS DUELISTAS

La lucha por la Designatura se ha vuelto un mano mano entre Humberto de la Calle y Juan Manuel Santos.

8 de junio de 1992

EN LOS ULTIMOS DIAS EL Presidente de la República ha mandado un mensaje sobre la Designatura: la discusión del tema es prematura y no debe tocarse hasta que termine la actual legislatura. Ernesto Samper, por su parte, en reciente visita a Bogotá, fue enfático al respecto al señalar que el que decide en esa materia es el Presidente y que su voluntad equivale a una orden. Todo esto ha llevado a los precandidatos a hacer afirmaciones en el mismo sentido, pidiendo todos que por favor no utilicen su nombre en ese debate.
Esa es la teoría. Porque en la práctica lo único que se necesita en Colombia para que todo el mundo no cese de hablar de algo, es que se lo prohíban. Por tanto, a pesar de todo el lenguaje oficial contenido en las negativas de todos los participantes, el tema de la designatura está más sobre el tapete que nunca.
Ese episodio tiene cuatro protagonistas principales: el Presidente de la República. el embajador en España, Ernesto Samper Pizano, y los ministros de Gobierno y Comercio Exterior, Humberto de la Calle y Juan Manuel Santos, respectivamente. Los dos primeros deciden, los dos segundos aspiran. Obviamente existen otros precandidatos. Están en el abanico, por ejemplo,.los nombres de Otto Morales Benítez, Edmundo López Gómez, Juan B. Fernández y algunos otros. Pero las posibilidades de todos estos se consideran remotas y para los conocedores de la política el mano a mano va a ser entre De la Calle y Santos.
La Designatura es uno de los honores más apetecidos del país. Sin embargo la escogencia de la persona tiene más que ver con la medición de fuerzas políticas en un momento dado, que con la posibilidad de reemplazar al Presidente en sus faltas absolutas o temporales. El cargo lo ocupa en la actualidad Luis Fernando Jaramillo, quien no sólo logró ser uno de los ministros preferidos de Barco sino convertirse en uno de los confidentes de Gaviria en la etapa inicial de su mandato. Como ministro de Obras del primero y como Canciller del segundo, Jaramillo comenzó a contemplar la posibilidad de una candidatura presidencial. Su estrella, sin embargo, se fue opacando y su nombre ya no figura en el abanico.
Como la selección del designado normalmente perturba el ambiente político, una buena fórmula para salir del impasse era la de prolongar el período de Jaramillo y no atravesar en el Congreso un tema que distraiga la atención de la reforma tributaria. Pero la nueva Constitución prohibe específicamente la continuidad de Jaramillo en esa posición, ya que dice de manera expresa que el Congreso debe elegir un "nuevo" designado.
Por cuenta de esta palabrita a Gaviria le va a tocar, tarde o temprano, enfrentar el problema. El problema como se ve hoy es que va a tener que escoger, probablemente, entre dos de sus ministros, De la Calle y Santos. La expresión que generalmente se utiliza para hacer esta escogencia es "hacer el guiño". Esto quiere decir que mientras el Presidente dice públicamente que es neutral, en privado deja saber cuál es su favorito. Así sucedió en el caso de Luis Fernando Jaramillo y así sucede en la mayoría de los casos.
Hasta hace poco se daba por descartado que el beneficiario del guiño iba a ser Humberto de la Calle. Reunía la doble condición de ministro estrella y gavirista triple A. La ovación de pie que recibió ante el país entero por televisión la noche de la promulgación de la nueva Constitución lo convirtió automáticamente en candidato para los más altos destinos. A tal punto que durante mucho tiempo fue percibido como el contra-hombre de Ernesto Samper para la candidatura de 1994. Dos cosas, sin embargo, han sucedido desde entonces. El categórico final de la luna de miel del país con el gobierno de Gaviria y unos enredos jurídicos que le han complicado la vida al ministro de Gobierno.
Aunque la maraña de acusaciones en la que está enredado De la Calle tiene más de política que de jurídica, lo ha obligado a bajarse del pedestal y pasar a la defensiva. Por otro lado, la identificación de su imagen con la de Gaviria la condena inevitablemente a gozar de los gloriosos y a padecer los dolorosos del Presidente y su gobierno. Y en este momento se están sintiendo más los segundos que los primeros.
Todas estas circunstancias han convertido en viable algo que hasta hace tres meses parecía un imposible político la designatura del Manuel Santos. El sólo hecho de que su nombre figurara en un abanico de precandidatos a esa distinción era una hazaña. si se tiene en cuenta que políticamenté no existía hace seis meses. En su calidad de subdirector de El Tiempo, Santos era conocido a nivel de la clase dirigente, pero casi totalmente desconocido a nivel de la opinión pública. Su sorpresiva salida del periódico y su ingreso a la vida pública lo dejaban como un paracaidista aterrizando en tierra extraña.
Pero no fue así. Santos resultó ser un ministro eficaz, pero tal vez más importante que esto ha mostrado una vena política que no se le conocía.
Desde la subdirección de El Tiempo había empezado a tejer su telaraña política, hasta el punto de que llegó a ser candidatizado para un ministerio por el llamado grupo de la Contraloría, que siempre ha seguido las orientaciones del anterior contralor, Rodolfo González García.
Pero desde que entró al ministerio ha ampliado su base política a través de excelentes relaciones públicas, un sistemático trabajo con los parlamentarios y un buen manejo de los medios de comunicación. Se le critica un exceso de pantalla en el periódico de su familia y una propensión a conflictos con otros ministros en su intento de conquistar terrenos para su cartera que antes pertenecían a sus colegas. Pero independientemente de estas críticas, el hecho es que Santos se mueve como pez en el agua tanto en la Casa de Nariño como en el Capitolio y el punto al que ha llegado hace que su aspiración haya adquirido legitimidad política.
EI tema de la Designatura es especialmente importante porque en este proceso se define no sólo ese cargo sino también la vicepresidencia y la propia candidatura a la Presidencia por el Partido liberal. Justamente, por esto cada uno de los protagonistas tiene una posición diferente, según sus intereses particulares. A Ernesto Samper, por ejemplo, más que apoyar a alguien en especial para la Designatura, lo que le interesa es que nadie se convierta en un potencial oponente suyo para la candidatura liberal. Por eso ha dejado saber que para él la decisión la toma el Presidente, y que él la acata en el entendido de que el designado renuncie a cualquier aspiración a la candidatura del 94 y a continuar siendo ministro.
Humberto de la Calle, cuyo interés es el de ser candidato presidencial y darle buena presentación a su inminente salida del Ministerio de Gobierno, acepta sólo una de las condiciones de Samper: la segunda. Esto significa que la posición oficial del Mingobierno es que no se deben acumular distinciones, y por esto quien aspire a la Designatura no debe estar simultáneamente en un ministerio.
Pero en lo que se refiere a la candidatura del 94 considera el veto una opinión personal del embajador en España y nada más. Santos, por su parte, no acepta ni las dos condiciones de Samper ni la de De la Calle. Aunque oficialmente niega en forma poco convincente que el tema no está dentro de sus prioridades, los promotores de su candidatura señalan que ni la Constitución ni la tradición colombiana han establecido ninguna de las lirnitaciones que ahora plantean Samper y el ministro de Gobierno. En otras palabras, que no sólo se puede ser candidato en el 94 sino que también se puede seguir en el ministerio, al mismo tiempo que se aspira a la Designatura.
El hecho de que haya dos candidatos viables y tres opiniones diferentes le crea situaciones políticas difíciles al Presidente. Lo único seguro es que, haga lo que haga, le va a tocar el "palo porque bogas y palo porque no bogas ". Si apoya una de las reglas del juego de cualquiera de los candidatos, se dirá que es a ese al que está apoyando. Si apoya uno, quedará mal no sólo con el otra sino con el grupo que lo apoya. Y si se declara neutral, le dirán que pre firió pasar agachado.
Pero cuando todo el mundo está pendiente de un guiño presidencial, de pronto ni siquiera ese guiño sirve para nada. El Congreso, más que nunca a partir de la nueva Constitución, es más autónomo que nunca y reivindica cada vez más sus fueros. Ante los recortes que se le han echo a sus poderes y la poca gratitud que siente frente al Gobierno y a los medios, es posible que decida mostrar los dientes en la elección del designado. Esto podría significar que no es imposible que se llegue a ver el caso de que el Congreso elija un designado sin tener en cuenta la opinión del Presidente e incluso que este sea uno diferente a los dos que están sobre el tapete.