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Los nuevos narcos

Sofisticados, con más educación, reunidos en organizaciones pequeñas, con visión global y bajo perfil, los narcotraficantes de hoy son muy distintos a los del pasado. Informe especial de SEMANA.

5 de junio de 2000

Durante los últimos 18 meses la agenda nacional ha estado saturada por dos temas: la guerra y el proceso de paz. En ese lapso los colombianos se han acostumbrado a comenzar y terminar sus días en medio de los pormenores de los diálogos con las Farc, las masacres y los ataques a poblaciones. En medio de esta avalancha de noticias salpicadas de sangre, casi sin que la sociedad se diera cuenta, uno de los temas que más ha sacudido y atormentado al país durante las últimas décadas parece haber quedado desterrado: el narcotráfico. O, al menos, ha desaparecido de los titulares y de las tertulias de bares y cafés. Es como si con el desmantelamiento de los carteles de Cali y de Medellín se hubiera evaporado ese tormentoso flagelo. Pero la realidad es otra. El negocio del narcotráfico no sólo sigue vivo y coleando sino que está más boyante que nunca. Los cultivos ilícitos de hoja de coca en el país se han duplicado de 50.000 a 103.000 hectáreas cultivadas en los últimos cuatro años. Lo que sucede es que el negocio cambió radicalmente: la estructura de las organizaciones criminales, el perfil de los nuevos traficantes, el portafolio de sus inversiones, el modus operandi del negocio, las rutas, las alianzas… todo se ha transformado. Pese a que el tema ya no está en boca de todo el mundo las cifras del negocio empeoran cada día para Colombia. De acuerdo con la Policía Nacional y datos recolectados por la DEA y la CIA, Colombia produjo el año pasado 550 toneladas de cocaína, y de esta cantidad el 90 por ciento llegó a Estados Unidos. En 1990, según el Departamento de Estado de Estados Unidos, el monto era de 65 toneladas. Por otro lado, en 1999 la DEA examinó 1.900 muestras de cocaína decomisada a lo largo y ancho de Estados Unidos, y de esa cantidad el 98,4 por ciento procedía de los laboratorios colombianos, lo que dejó en evidencia un importante aumento en relación con el año anterior. Un sondeo similar efectuado en 1998 por la DEA demostró que el 55 por ciento de la droga que entraba a Estados Unidos era colombiana. Tras estos hechos, la conclusión del director de la DEA, Donnie Marshall, en la última Cumbre Mundial Antidrogas, efectuada hace tres semanas en Buenos Aires, no fue una sorpresa para los asistentes: Colombia sigue siendo el protagonista principal del tráfico de narcóticos. Para los colombianos, sin embargo, surgen muchas preguntas. Acostumbrados a la ostentación desmedida de los ‘traquetos’, las inversiones millonarias en diferentes sectores de la economía y el ruido tradicional que generaban sus diversas andanzas, este nuevo bajo perfil de los narcos deja varios interrogantes. Por ejemplo, ¿cómo ha cambiado el negocio? ¿Cómo están operando ahora los carteles? ¿Quiénes son los nuevos capos? ¿Dónde están invirtiendo la plata? Las nuevas reglas La desarticulación de los carteles de Cali y de Medellín provocó una serie de cambios en las nuevas organizaciones porque, tras la desaparición de las grandes mafias, los capos de la última generación sufrieron una pérdida parcial del control de las vías de distribución, lo que los ha obligado a buscar nuevas rutas y, en algunos casos, volver a utilizar las que habían desechado en el pasado, como las del Caribe (ver mapa). “Los carteles mexicanos han tomado una importancia muy grande. Ellos han conquistado parte del mercado de cocaína colombiana y ahora son los que hacen la exportación hacia Estados Unidos. Por eso vemos en este momento que algunos grupos independientes colombianos están tratando de volver a usar las rutas de distribución por el Caribe”, dijo a SEMANA el representante del Programa de la Organización de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas, Klaus Nyholm. Por otro lado, la fuerte ofensiva por parte de las autoridades colombianas, en términos de decomisos y acciones contra el lavado de activos, también ha obligado a los nuevos narcos a diversificar sus acciones y a formar pequeñas estructuras en las que dividen las utilidades. Según dijo a SEMANA un oficial de Antinarcóticos, “los cargamentos tienen ahora varios dueños que dividen las pérdidas y las ganancias de las operaciones, lo que de paso impide que haya un solo capo que pueda ser identificado”. La Policía Nacional estima que en la actualidad existen cerca de 80 organizaciones exportadoras de coca y heroína y 20 más están en proceso de consolidación. Según afirmó a SEMANA un alto oficial de la Policía Nacional, el cartel de Medellín estuvo conformado, en el cenit de su industria criminal, por cerca de 3.000 personas. Los nuevos capos, por su parte, se caracterizan por conformar redes que pueden tener entre 20 y 40 personas. Y este es el tema que más preocupa a las autoridades colombianas y estadounidenses. La proliferación de organizaciones o microcarteles conformados por menos de 20 personas ha hecho aún más difícil su rastreo y detención. “En realidad los de ahora no son carteles porque no poseen una estructura organizada verticalmente como la que tenía el cartel de Medellín. Cartel es una estructura tan grande y con tanto dominio en el mercado que puede llegar a influenciar el precio. Y en esa medida los de ahora no se pueden denominar carteles. Ahora tenemos muchas pequeñas organizaciones con un perfil muy bajo que, a diferencia de sus antecesores, no tienen ningún tipo de ambiciones políticas”, dijo a SEMANA Nyholm. La flor bendita Uno de los grandes virajes entre las dos generaciones tiene que ver con la modificación que ha sufrido en los dos últimos años la estructura del negocio. Durante los años 80 los grandes carteles, el de Medellín y el de Cali, exportaron cocaína elaborada a partir de importaciones de base de coca desde Perú y Bolivia, pero la posibilidad de atender pedidos dependía de la disponibilidad y del precio que les ofrecían los proveedores. Las nuevas organizaciones no tienen ese problema. Han consolidado con éxito el proceso de sustituir esas importaciones mediante el incremento del área de cultivos y laboratorios en Colombia, lo que explica su aumento en los últimos años (ver gráfico). Este hecho, sumado a una red propia de acopio y procesamiento, protegida por grupos de guerrilla o paramilitares, no sólo les ha permitido a los nuevos capos mejorar la calidad de la droga sino también controlar el precio de la base. El éxito que les reportó ese cambio en el negocio llevó a los traficantes colombianos a incursionar en el cultivo de amapola y la exportación de heroína, cuya rentabilidad está muy por encima de la de la coca. Mientras un kilo de cocaína en las calles de Miami o Nueva York vale alrededor de 23.000 dólares, esa misma cantidad de heroína en las ciudades alcanza 160.000 dólares. Los nuevos capos son conscientes de que la heroína representa un negocio cuya exportación está en boga debido a sus atractivos márgenes de ganancia. Desde 1994 los cultivos de amapola han crecido en el país a un ritmo de 12 por ciento anual y los ingresos detectados por exportación de heroína han aumentado en 15 por ciento por año, alcanzando en 1999 la cifra de 300 millones de dólares, lo que representa el 0,3 por ciento del PIB. Hoy por hoy el mercado de heroína en Estados Unidos está casi totalmente controlado por las mafias colombianas. Para evitar enfrentamientos con los tradicionales líderes en el tráfico de heroína, los colombianos, los países del llamado triángulo de oro (Laos, Myanmar y Tailandia) y los de la Media Luna (Paquistán, Irán y Afganistán), llegaron a un acuerdo para repartirse la torta de consumidores, según se reveló en la pasada cumbre mundial antidrogas. Los colombianos se quedaron con el mercado de Estados Unidos mientras que sus competidores orientales lo hicieron con la plaza europea de la cual, según datos de la ONU, controlan el 60 por ciento. ¿Dónde está la plata? Una investigación realizada para el Programa de la Organización de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas publicada hace dos semanas por uno de los más reconocidos expertos en el tema en el país, Ricardo Rocha, revela que entre 1982 y 1998 los narcotraficantes colombianos tuvieron utilidades por 31.768 millones de dólares, de los cuales 90 por ciento corresponden al comercio de la cocaína. De igual forma asevera que la influencia del narcotráfico en el PIB del país llegó a ser de 5,8 por ciento y bajó a un poco más de 2,2 por ciento en los últimos tres años. La investigación calcula que los narcos tienen activos en el exterior por un valor cercano a 10.000 millones de dólares. Según afirmó Ricardo Rocha, el hecho de que esta astronómica suma se haya invertido en el exterior por los narcos durante los últimos años se explica, al igual que el descenso de la influencia en el PIB, por la recesión de la economía colombiana en los años 90 y, en particular, por el endurecimiento de ciertas leyes (como la de enriquecimiento ilícito o la de extinción de dominio) (ver recuadro). “En Ecuador sabemos que muchos colombianos han invertido allá porque es mucho más fácil. Las autoridades ecuatorianas no tienen la misma profesionalidad que sus colegas colombianos. Algo similar pasa en Argentina, pero se está utilizando mucho más a Brasil, sobre todo para sacar droga desde ese país hacia Nigeria y de allí a Europa”, concluye Nyholm. La prudencia es sabia Para las autoridades es claro que a pesar de que los nuevos narcos han cambiado su perfil con respecto a la generación anterior, la de Pablo Escobar y los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, la mayoría de sus inversiones aún se encuentran en el país y se han orientado hacia cadenas de distribución minoristas, como pequeños supermercados y empresas de transporte. Sin embargo, a diferencia de la antigua generación, la nueva es mucho más cuidadosa al realizar sus inversiones para no despertar sospechas de las autoridades. “Ya no compran apartamentos de contado, ahora acuden a los bancos y sacan un crédito a pesar de contar con la totalidad del dinero en sus arcas. Con las fincas sucede algo parecido, sólo que ahora compran tierra por extensiones moderadas”, dijo a SEMANA un funcionario del Banco de la República. Ahora buscan tener el perfil de un comerciante o financista más que el de un campesino que sueña con ser terrateniente. Se rompió el paradigma de que la posesión de la tierra es sinónimo de riqueza. Según dijo a SEMANA la sicóloga y socióloga de la Universidad Nacional Rosa Helena Vargas, “la nueva generación tiene mucho menos apego a la tierra que sus antecesores, lo que explica en parte que ya no sea usual la compra de grandes extensiones de tierras en el país ”. Una investigación elaborada en 1997 para el Departamento Nacional de Planeación revela el apego que los capos de antaño le tenían a la tierra: los narcos eran dueños de 4,4 millones de hectáreas en el país, las cuales en ese entonces estaban valoradas en 2.400 millones de dólares. Algo similar ocurre con el dinero. Ya no existe ese apego morboso por el dinero en efectivo. Las caletas con miles de dólares desaparecieron y el uso del efectivo dejó de ser un símbolo de poder, corrupción y derroche. Muchos de los que hoy están involucrados en el tráfico de drogas trabajaron para los grandes carteles y aprovecharon su experiencia formando pequeñas organizaciones de ‘sobrevivientes’ de la guerra estatal contra las mafias de Cali y de Medellín. No obstante, cada vez son más los integrantes que vienen de la clase media, profesionales que tienen muy claro que entran en los negocios ilícitos con la idea de permanecer muy pocos años para después salir y montar un negocio legítimo. La nueva estrategia ¿Hacia dónde se dirige el negocio? Algunos creen que frente a la pérdida de mercados y rutas, especialmente con los carteles mexicanos, las pequeñas organizaciones que hoy existen podrían terminar uniéndose para conformar un cartel con una estructura similar a la que tuvieron el de Cali o de Medellín. Otros simplemente creen que esa proliferación de pequeñas organizaciones continuará y su persecución será casi que imposible porque ahora tienen que buscar como aguja en un pajar a organizaciones pequeñas, monolíticas y que se mueven como pez en el agua en las redes infinitas de Internet. Por esta razón la gran conclusión de la última cumbre antidrogas es que la única manera efectiva de hacerle frente al fenómeno del narcotráfico es atacando directamente el mercado de los insumos. Y esta es una labor que aún no se ha empezado a realizar decididamente.