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Los partidos de izquierda están en átomos volando

Una tercería de centro izquierda que se cuele entre la polarización Santos-Uribe está más lejana que nunca.

18 de agosto de 2012

El corto verano de la izquierda parece haber terminado. Después de ganar tres veces consecutivas la Alcaldía de Bogotá, de tener por fin una bancada influyente en el Congreso, y un partido que agrupaba a las más diversas corrientes ideológicas en su seno -el Polo Democrático Alternativo-, han vuelto las divisiones. La situación es tan grave que hoy ninguno de los movimientos de izquierda que existen alcanzaría el umbral de 3 por ciento necesario para sobrevivir en la escena electoral en 2014, esto es unos 450.000 votos.

El último cisma ocurrió la semana pasada: la dirección del Polo anunció la expulsión de sus filas al Partido Comunista. La decisión se veía venir desde abril cuando apareció en escena un nuevo movimiento: la Marcha Patriótica. En ese momento, como presidenta del Polo, Clara López dijo que su partido no respaldaba a la Marcha, y se empezó a hablar de que congresistas comunistas como Gloria Inés Ramírez e Iván Cepeda y dirigentes como Jaime Caicedo y Carlos Lozano, que sí lo hacían, estarían incurriendo en doble militancia. Esa fue la razón que se esgrimió ahora, al expulsar a los comunistas.

Pero la razón de fondo es otra. En la conferencia ideológica del Polo realizada hace un mes, Carlos Gaviria dijo: "Si el Polo apoyara la Marcha, no siendo claros sus orígenes y propósitos, cometería el error histórico de arriesgar las vidas de sus integrantes en una posible reedición de lo sucedido a la Unión Patriótica". El fantasma de las Farc recorre a la Marcha Patriótica y si algo tiene claro la dirección del Polo es que cualquier vínculo con la guerrilla es un harakiri electoral, sin contar con que significaría poner en riesgo la vida de militantes y candidatos.

La Marcha Patriótica se perfila como la izquierda civil radical del país, muy al estilo de lo que en España ha sido Batasuna. Si bien no se puede decir que la Marcha tenga un vínculo orgánico con la guerrilla -como sí lo tuvo la Unión Patriótica que nació de un proceso de paz- tampoco se puede ignorar que la base social de la Marcha proviene de las comunidades rurales con mayor influencia política de la insurgencia; que su principal objetivo es agitar una agenda de reivindicaciones sociales de cara a una negociación política del conflicto; y que se lanza en un momento en el que las Farc ordenaron a sus frentes impulsar la movilización social.

La pregunta de fondo es si la Marcha es una avanzada para la paz, o la reedición de la vieja fórmula de 'acumular fuerzas' (o de usar las masas, como ha dicho el ministro de Defensa) dentro de una estrategia de toma del poder por las armas. La respuesta a esa pregunta solo se sabrá si se abre un por ahora improbable proceso de paz.

Lo que sí es claro es que la Marcha le está midiendo el aceite al establecimiento sobre qué tanta tolerancia tendría con una agrupación radical que acoja por ejemplo a unas Farc desarmadas. También es evidente que las guerrillas quieren 'meterle pueblo' a una eventual negociación para no llegar a la mesa simplemente como un aparato de guerra y narcotráfico.

Aunque el potencial electoral de la Marcha no es muy alto, pues es muy rural y su principal vocera, Piedad Córdoba, está inhabilitada para ser candidata, podría desem-peñar un papel relevante de movilización y protesta si hay proceso de paz, o de oposición popular si este no arranca. El levantamiento indígena en el Cauca es un ejemplo de lo que se podría vivir en algunas regiones.

Más allá de qué pase con la Marcha Patriótica, es elocuente que sea el fantasma de las Farc el que, de nuevo, divide aguas en la izquierda. En todo caso, el que queda más debilitado por la purga interna es el Polo. Sin Gustavo Petro, con la expulsión de congresistas como Luis Carlos Avellaneda, Jorge Guevara y Camilo Romero, y sin los comunistas, el Polo va quedando reducido al Moir, cuya cabeza visible es el senador Jorge Robledo, y al sector que encabeza Clara López, que seguramente será la carta que se jugará ese partido para una candidatura presidencial en 2014. Según una encuesta reciente de Cifras y Conceptos, López tiene una imagen favorable de 56 por ciento entre las personas que votarían por la izquierda, de las cuales solo un 5 por ciento lo harían por ella.

Así las cosas, a pesar de la antropofagia que ha demostrado el Polo, su única opción es construir una alianza con sectores del centro político. Con el agravante de que ese es hoy el sector que todos se disputan.

Porque si en el Polo hubo partición de cobijas, en el Partido Verde, que se supone es de centro izquierda, el clima es de infidelidad permanente. Pedimos la Palabra, el movimiento de intelectuales que se presentó hace dos semanas en Medellín, dejó claro que hay un grupo de notables de centro izquierda que quiere terciar en la pelea entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe.

Si bien los que se tomaron la foto en Medellín no son exactamente grandes electores, tras ella estuvo el fantasma de Sergio Fajardo, un verde inconforme. De hecho, solo estuvieron invitados los disidentes de ese partido como Antanas Mockus y sus congresistas rebeldes, Ángela María Robledo y John Sudarsky, mientras la oficialidad no fue convocada.

La separación de cuerpos que hay en los verdes terminará más temprano que tarde en divorcio. El jueves pasado Luis Eduardo Garzón se reunió con el presidente Santos y le hizo un guiño inesperado: le dijo que su agenda debía ser reelegida, lo que en política significa palabras más, palabras menos, que estarían dispuestos a acompañarlo, seguramente sin el movimiento de Fajardo.

Para muchos observadores, Pedimos la Palabra está pensado a la medida de las aspiraciones de Fajardo para 2018. No obstante, está claro que van a jugar en las próximas elecciones, y que el exministro José Antonio Ocampo es quien tiene las mejores credenciales para convertirse en candidato de este grupo. Aunque Ocampo no tiene votos, cumple las condiciones de candidato outsider que ha propuesto Antonio Navarro como única opción para unificar al centro y la izquierda. Navarro es realista y considera que ni Clara López, ni Lucho Garzón, ni Angelino Garzón, ni él mismo serían un factor de unidad.

Así las cosas, Pedimos la Palabra tiene más futuro como apuesta de opinión para el Congreso, con figuras como Claudia López, que para la Presidencia.

Dado que Antonio Navarro fue otro de los motores de la reunión de Medellín, se presume que los Progresistas podrían ser otra fuerza que se sume al nuevo movimiento. Aunque Progresistas no tiene personería jurídica, es una realidad política, como lo demuestra su bancada en el Concejo de Bogotá, que es una de las de mayor peso. Pero su futuro depende de lo bien o mal que le vaya a Gustavo Petro en Bogotá y hasta ahora ese es un balance agridulce. El alcalde no ha logrado consolidar un equipo de trabajo en temas cruciales como movilidad y la percepción ciudadana está castigando duramente su estilo personalista. Ya la semana anterior se dieron los primeros rifirrafes dentro de los concejales progresistas cuando una de ellas, Angélica Lozano, criticó públicamente la falta de liderazgo del alcalde.

Así, a la izquierda le está llegando su otoño. Ningún candidato aparece como una carta viable para enfrentar la polarización entre Santos y Uribe; los partidos que se mantienen están de espaldas a la opinión y quienes en la izquierda mueven opinión no han logrado convertirse en partido. Excepto por la Marcha Patriótica, el resto de la izquierda aspira a conquistar el centro, que es exactamente donde Santos también intenta ganarle el pulso a Uribe.

Por eso a pesar de la inclinación casi genética de la izquierda por la división, su único camino es el de unirse, quizá ya no en un partido sino en un frente electoral, si no quiere desaparecer del mapa político en 2014. Negro futuro, que pareció superado hace una década, cuando la izquierda empezó a dar pasos de animal grande, pero que ahora vuelve a planear sobre los compañeros.